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lunes, 4 de mayo de 2015
domingo, 22 de diciembre de 2013
EL NEURÓFONO Y LA SUGESTIÓN
¿Que sucedería si todo lo que nos han dado por cierto no lo fuera?, algunos habrán oído hablar del neurófono, un aparato inventado por Patrick Flanagan en 1968. Su trabajo ha dado pie a seguir avanzando en el estudio de lo que sucede no sólo con el neurófono sino con nuestro entero biocosmo y a determinar que estamos ligados irremediablemente a un gran campo sutil, del cual aún desconocemos casi todo, pero que también gracias a él se nos abre un universo de posibilidades.
El neurófono es un aparato que entre otras cosas permite la escucha extrasensorial, haciendo posible la audición incluso a personas con discapacidad auditiva total (sordera). Éste trabaja a través de los canales del cuerpo sutil o ætérico del individuo y no de la piel o los nervios, como se cree comunmente, dada la perspectiva materialista predominante todavía actualmente.
Energía Bio-Cósmica Pablo Sotelo
Te animo a leer el artículo æterofonía, las voces del navazzamin en el que se plasma lo que considero será el conocimiento del futuro. Por otro lado lo que sigue a continuación es la perspectiva de Flanagan y el resultado de su trabajo para luego tocar un tema que cada día más se hace necesario ser conscientes de ello: la sugestión.
Stellablu
Cuando Flanagan presentó en su momento este aparato para patentarlo, la agencia de inteligencia de defensa de los Estados Unidos (Defense Intelligence Agency) se apropió de la tecnología con la excusa de que era un asunto de seguridad nacional. Una orden de seguridad nacional le prohibió trabajar con el artefacto o hablar de él con otras personas. Después de una disputa que llevó más de cuatro años, finalmente se le otorgó la patente en 1972.
El aparato es más o menos del tamaño de un cassette de cinta y se alimenta con una batería de 9 volts. Tiene un conector de entrada en el que se ingresa audio desde cualquier fuente estándar, como un reproductor de CD o de cinta. Tiene dos electrodos que transmiten información directamente al cerebro. Cuando se colocan los electrodos en cualquier sitio de la cabeza o en la cara, el sonido parece llegar desde adentro de la cabeza. Mucha gente debe usar el equipo alrededor de una semana para oír con él con claridad. Esto se debe, aparentemente, a que la mayoría de la gente no tiene formadas las conexiones neurales necesarias. Después de unos pocos días de uso, el sonido se hace mucho más claro. Si uno se tapa los oídos con los dedos o se los cubre con auriculares de aislación, el sonido del neurófono se vuelve fuerte, como una voz sonando dentro de la cabeza.
Algunos de los efectos que se han reportado al usar este aparato son: aprendizaje acelerado, permite oír a algunos sordos, telepatía electrónica, información que se transmite directamente al cerebro, se ha utilizado para comunicarse con delfines, incrementa la concentración, reduce la tensión, sincroniza el lado derecho y el izquierdo del cerebro, la información se alimenta directamente al inconsciente, amplifica las habilidades psíquicas, reprograma su cerebro.
Usando ese aparato, usted no ve ni oye nada; se aplica sobre la piel, que según Patrick Flanagan es la principal fuente de sensaciones. La piel contiene más receptores para el calor, el tacto, dolor, vibraciones y campos eléctricos que ninguna otra parte de la anatomía humana. En una de sus más recientes pruebas, Patrick Flanagan llevó a cabo dos seminarios para militares: un seminario una noche y otro a la siguiente, porque la habitación no era lo bastante grande para acomodar a todos ellos a la vez.
Como el primer grupo parecía muy frío y sin respuesta, Patrick Flanagan pasó todo el día siguiente haciendo una cinta de audio especial para pasarla en el segundo seminario. La cinta instruía a la audiencia para que se comportara cálidamente y para que sintieran hormigueos en las manos. La cinta se pasó a través del neurófono, que estaba conectado a un hilo conductor situado en el techo de la habitación. No había altavoces, no se podía oír ningún sonido, pero el mensaje llegó con éxito a los cerebros de la audiencia.
Fueron cálidos y receptivos y respondieron, de acuerdo con la programación recibida. Cuanto más se aprende acerca del comportamiento de los seres humanos a través de las avanzadas técnicas de investigación de hoy en día, más se aprende a controlar a los seres humanos...
El aparato de televisión de su salón y de su dormitorio está haciendo mucho más que simplemente entretenerle. Antes de seguir, déjenme apuntar algo más acerca del estado alterado de la conciencia. Cuando usted entra en estado alterado de la conciencia, el lado derecho del cerebro toma el control, lo que hace que se segreguen los opiáceos propios del cuerpo humano: encefalinas y beta- endorfinas, químicamente idénticas al opio. En otras palabras, uno se siente bien…y uno quiere tener más.
Unas recientes pruebas llevadas a cabo por el investigador Herbert Krugman mostraron que, mientras mira la televisión, el cerebro del telespectador muestra una actividad del lado derecho que supera a la del izquierdo en dos a uno. Para decirlo más sencillamente: los televidentes están en estado alterado más a menudo que en estado normal. Están consiguiendo su ración de beta-endorfinas.
Para medir el grado de atención, el psicólogo Thomas Mulholland, del hospital de veteranos de Bedford, Massachussets, conectó a jóvenes televidentes a un aparato de EEG que estaba conectado a la TV y la apagaba cada vez que los cerebros de los niños producían una mayoría de ondas alfa. A pesar de que se les dijo a los niños que estuvieran atentos, solo unos pocos pudieron mantener la TV encendida más de 30 segundos. Muchos telespectadores están realmente hipnotizados.
Hacer el trance más profundo es fácil. Una manera sencilla es colocar un fotograma negro cada 32 fotogramas de la película que se proyecta. Esto crea un ritmo de 45 por minuto que solo es percibido por la mente subconsciente: el ritmo ideal para general una hipnosis profunda. Los anuncios o sugestiones que contienen este tipo de proyección son aceptados más fácilmente. El alto porcentaje de espectadores que tienen capacidades sonambulísticas pueden aceptar esas sugestiones como órdenes, siempre que no pidan al espectador que haga algo contrario a su moral, su religión o su autoconservación.
El medio para poseernos está ahí. Para la edad de 16 años, los niños han pasado de 10.000 a 15.000 horas ante la televisión: eso es más tiempo del que pasan en el colegio. En una casa media, la televisión está encendida una media de 6 horas y 44 minutos al día, con un incremento de 9 minutos al año durante la década de los 70. Actualmente es obvio que no están mejorando las cosas…nos movemos rápidamente hacia el mundo en alfa, posiblemente muy parecido al “1984″ de Orwell: plácido, ojos vidriosos y respondiendo obedientemente a las instrucciones.
Un proyecto de investigación llevado a cabo por Jacob Jacoby de la Universidad de Purdue, encontró que de 2.700 personas probadas, el 90 por ciento entendieron mal cosas tan sencillas como los anuncios y la serie “Barnaby Jones”. Unos minutos después de haberlo visto, el espectador medio contestaba mal de 23 a 36 % de las preguntas acerca de lo que había mirado. Por supuesto ¡estaban entrado y saliendo continuamente de un trance! Si usted entra en trance profundo, debe recibir instrucciones de recordar, de lo contrario olvidará automáticamente.
Solo he tocado la punta del iceberg. Si se combinan mensajes subliminales bajo la música, efectos visuales hipnóticos, ritmos musicales mantenidos inductores de trances…tenemos un lavado de cerebro extremadamente efectivo. Cada hora que usted pasa delante de la TV es más sugestionable. Y, en caso de que piense que la ley no permite estas cosas, está equivocado. Hay un montón de gente poderosa que prefiere que las cosas se queden como están. ¿Tal vez tienen algún plan?
Fuente:Neurophone.com
domingo, 10 de noviembre de 2013
EL SECRETO DELOS MONTES BUCEGI
Un muy interesante artículo sobre la historia oculta y algunas de las cosas que están saliendo de nuestro pasado remoto:
Corta introducción a los acontecimientos de 2003
En el verano de 2003, en una área inexplorada de los Montes Bucegi, una sección del Servicio de Inteligencia de Rumania, SRI, el llamado Departamento Equipo Cero, hizo un descubrimiento muy significativo, que podía cambiar completamente el destino de la humanidad.
Las monumentales presiones que los Estados Unidos ejercieron sobre el gobierno de Rumanía para que este descubrimiento no se diera a conocer al mundo, llevó a un acuerdo temporal entre ambos países y a una inusual colaboración científica y militar. La situación se complicó más a raíz de la interferencia brutal del orden de los Illuminati, quienes intentaron tomar el control tanto del lugar del descubrimiento como de la expedición rumano-americana.
Caesar Brad, el experto que dedicó años de investigación a los fenómenos extraños, director de las operaciones estratégicas de máxima importancia del estado rumano, es el héroe de los increíbles acontecimientos que ocurrieron en los Montes Bucegi, y también de dos memorables encuentros con un alto representante de los Illuminati y miembro del grupo Bildeberg.
Un miembro del grupo Bilderberg en Rumanía
En mayo de 2003, un importante personaje visitó Caesar para un asunto muy especial. La petición del encuentro vino a través del SRI, el Servicio de Inteligencia de Rumania, como resultado de la intervención del gobierno rumano. El personaje era extranjero, pero hablaba muy bien el rumano y conocía muy bien Rumanía. El SRI sólo sabía que era miembro de una logia masónica muy importante de Italia, que cuenta con nobleza de alto rango y una fuerte influencia financiera en Rumanía.
Montes Bucegi1
© Humans Are Free
La Montaña Bucegi
Su influencia política también era muy elevada, puesto que consiguió penetrar el muro protector de los agentes del SRI y llegar al Departamento Cero.
Caesar notó una fuerte presión y pesadez alrededor de esa persona. Estaba rodeada de una nube de radiación densa y desagradable que ocultaba sus verdaderas intenciones. Para este encuentro, Caesar se preparó cuidadosamente: se aisló en una habitación y se dejó caer en un estado de profunda meditación, que le permitiría conocer más sobre esa persona.
Un helicóptero trajo este hombre alto y arrogante, enfundado en un traje negro. Llevaba un bastón con el mango de marfil e incrustaciones de oro. Su expresión era dura y sus ojos verdes irradiaban una frialdad inusual, lo que producía un efecto extraño. Se presentó como el Sr. Massini. Se mostraba muy seguro de sí mismo y daba la impresión de estar acostumbrado a dar órdenes. Dirigía una de las logias masónicas más venerables e importantes de Europa, una de de las organizaciones masónicas más influyentes del mundo: el Grupo Bildeberg.
Massini entró directamente en materia, diciendo que la gente era de dos tipos: los que pueden ser manipulados y dirigidos ( la mayoría) y los otros, que poseen ciertas virtudes y una fuerte personalidad. Afirmó que su grupo formaba parte de la orden masónica más importante de todas, y que ésta estaba muy interesada en el resultado del encuentro entre ambos. Caesar le contestó que conocía algunos aspectos de la francmasonería.
El Sr Massini continuó diciendo que el grupo Bildeberg no era propiamente una logia, sinó mucho más. Dijo que las logias eran simples fachadas y que el poder real estaba en la cima de una jerarquía de 33 niveles. Massini invitó a Caesar a unirse al grupo, haciéndole entender que le reportaría grandes ventajas. Massini manifestaba un gran poder y una fuerza psíquica inusual para su edad. Desgraciadamente para él, su poder se centraba en una gran arrogancia, un enorme ego, y un sentimiento de superioridad hacia los demás.
Massini dijo que había solicitado el encuentro, debido al poder y las relaciones de Caesar, que el grupo apreciaba sus poderes.
El pentágono utiliza satélites para espiar.
Un satélite del Pentágono destinado al espionaje geodésico, basado en tecnología biónica, descubrió en 2002 un hueco en un área específica de los Montes Bucegi. Este espacio vacío del interior de la montaña, no se podía identificar a partir del exterior: empezaba directamente dentro de la montaña, a una cierta distancia de la ladera, y tenía la forma de un túnel bien hecho, con un recorrido perfectamente marcado.
El escaneado que el satélite hizo de la montaña mostraba dos grandes barreras energéticas, dos estructuras de separación, formadas de energía artificial: la primera era como una pared que bloqueaba el acceso al túnel; la segunda era enorme, como una bóveda o una semiesfera situada al final del túnel, cerca del centro de la montaña. Massimi se dio cuenta de que allí había algo de extrema importancia y que estaba muy bien protegido. Todo el túnel y la bóveda estaban situados en un mismo plano, paralelo al suelo y la estructura de separación era vertical y semiesférica, siguiendo la forma de la roca de la cima de los montes, llamada “Babele”. De hecho, la inclinación de la estructura vertical acababa a unos 40 metros entre la roca Babele y la roca Esfinge de los Montes Bucagi (Sfinxul din Bucegi).
Una estructura similar en Iraq
El equipo del pentágono vió que la barrera de energía semiesférica tenía la misma frecuencia vibratoria y la misma forma que otra estructura subterránea muy secreta que había descubierto anteriormente cerca de Bagdad, en Irak.
Poco después de este descubrimiento estalló la guerra de Irak y unos meses más tarde los americanos tuvieron acceso al mayor secreto de la zona, sobre el que los iraquíes no sabían nada.
Massimi dijo que lo que se encontraba allí tenía que ver con el misterioso pasado de la Tierra y la historia de la organización a la que él pertenecía. Cuando la investigación del Pentágono advirtió la similitud de la estructura subterránea cerca de Bagdad y la de Bucegi, Massini y la logia masónica a la que pertenecía, de pronto se llenaron de ansiedad. Estuvieron a punto de coger un ataque de nervios, al saber que esta estructura, mucho más grande y compleja que la de Irak, estaba en territorio rumano (Alexander. David, parece que Rumanía tiene una importante misión que cumplir en los próximos años, y los reptilianos también tienen esta información. Encima de los montes Bucegi también se encuentra una pirámide energética – su sombra se puede ver dos veces al año- que tiene una función protectora y mantiene a salvo el conocimiento de la Verdad, que será pronto revelado a todo el mundo en cuando llegue el momento).
Massimi aportó el plan adecuado para llegar al túnel, tal como habían calculado los expertos del Pentágono. La entrada era posible a cerca de 60 o 70 metros de distancia de la primera barrera energética en el lado de la montaña. Massini prometió tecnología militar americana ultra sofisticada para conseguir perforar la primera barrera energética. Era una máquina muy potente que perforaba rocas a alta velocidad con un fuerte chorro de plasma y un campo magnético rotativo. Massimi exigió absoluta discreción sobre el tema.
Los descubrimientos de 2003, en los Montes Bucegi.
Al principio, la máquina que hacía la perforación mostraba una extraña desviación del campo magnético, pero más tarde corrigió su trayectoria. La entrada parecía una estación de metro, con las paredes pulidas, y llevaba al enigmático tunel descubierto por el satélite. Al final del túnel había un enorme puerta de piedra que se movería deslizándose hacia la izquierda. Antes de acceder a la puerta, sin embargo, había que atravesar una gran barrera energética. Tres personas del primer equipo especial de intervención estuvieron muy cerca de la barrera invisible, la tocaron por imprudencia, y murieron de paro cardíaco al instante. Cualquier objeto (piedra, plástico, metal o madera) que la tocara, se convertía inmediatamente en fino polvo. Se presentaron también al lugar dos generales del Pentágono y el consejero de la presidencia de Estados Unidos.
The Great Gallery
© Humans Are Free
La Gran Galería
Dando golpes al triángulo desde el centro de la roca cuadrada y pulida, Caesar puso en marcha la gran puerta de piedra que en silencio se deslizó dentro de la pared. Este único gesto desconectó la barrera energética y abrió la puerta de piedra. Ahora se podía ver la galería en todo su esplendor. Aunque no había ninguna fuente de luz, la Gran Galería estaba iluminada. Después de desconectar la barrera energética, sin embargo, el gran escudo semiesférico del lado opuesto de la cámara, de pronto subió su vibración y empezó a emitir una radiación más alta.
Observando detenidamente la pared de dentro de la Gran Galería, se veía que aunque parecía sintética, algo orgánico formaba parte también de ella. Tenía el color del aceite, pero sus reflejos eran verdes e incluso azules. El material de la pared era algo rugoso al tacto, y no se podía rascar ni doblar, resistía a cualquier intento de rotura, pinchazo o corte. Las llamas de fuego se autoabsorbían de manera extraña. De hecho, el fuego no prendía en este material. Los americanos reconocieron que el material era una mezcla de materia orgánica e inorgánica. A unos 85 metros, la galería de pronto se dirigía a la derecha en un ángulo cerrado. A lo lejos se veía una luz azul, que brillaba como una estrella. Esta luz azul era sólo el reflejo del escudo protector de energía.
En el subterráneo iraquí.
Al asesor en seguridad nacional de Estados Unidos, le llegó la notificación de que el escudo energético de Irak (Bagdad) se había activado de golpe, y vibraba a una alta frecuencia. Delante del escudo apareció un holograma de la Tierra, que dibujaba progresivamente el Continente Europeo, luego se dirigía al sudeste, a los Montes Bucegi de Rumanía y finalmente mostraba la localización de la galería. Era obvio que los dos escudos semiesféricos de energía estaban directamente conectados.
Desgraciadamente la presidencia de Estados Unidos fue advertida de lo que ocurría, y se puso en contacto con la diplomacia de Rumanía a través del servicio de inteligencia. En sólo 20 minutos, toda la operación quedó al descubierto. El plan del Sr. Massini se había ido al agua. En un principio, ellos querían tener el control de la operación, pero los políticos rumanos que tenían derecho a estar al corriente del asunto, se asustaron y no supieron hacer frente a los acontecimientos. La tensión diplomática fue ascendiendo, y más todavía, cuando Washington exigió comunicarse urgentemente con los generales del Pentágono que estaban en el escenario de la operación..
Reunión urgente del Consejo Supremo para la Defensa (CSAT)
La reunión urgente del Consejo Supremo para la Defensa (CSAT), generó una oleada de apoyo hacia el Departamento Cero. La mayoría de los presentes a la reunión estaban conmocionados por la notícia que acababan de recibir. El CSAT decidió continuar la investigación y hacer el inventario de todo lo encontrado en la Gran Galería, pero bajo la supervisión del Departamento Cero. Desde Bucarest, llegaron un montón órdenes que se contradecían, algunas muy contundentes, otras más escurridizas, pero todas delatando la gran tensión de fondo. Los miembros del CSAT estaban reunidos permanentemente, en contacto los que estaban en los Montes Bucegi,. Después de discutir el tema desde todos los ángulos posibles, decidieron hacer público el descubrimiento. El Estado de Rumanía iba a hacer una declaración formal al mundo entero, pero algunos miembros del CSAT se opusieron rotundamente a ello.
La declaración oficial de Rumanía.
Cuando se informó a la diplomacia americana de que Rumanía iba a dar la noticia de los descubrimientos a los medios de comunicación, se hizo el caos. La Casa Blanca se puso en contacto telefónico con el presidente y en pocas horas, los Estados Unidos bloquearon todas las transacciones financieras con Rumanía y el acceso a todas las instituciones financieras. Rumanía estuvo a punto de declarar el “estado de emergencia” en los Montes Bucegi y la capital.
Las reuniones entre los representantes de Estados Unidos, que llegaron a Bucarest, y el Departamento de Emergencia de Rumanía, se desarrollron sin la presencia de un intérprete. Las conversaciones fueron muy violentas, todo el mundo chillaba y los americanos amenazaron varias veces con tomar represalias en contra de Rumanía. El resto de países del mundo no sabían nada de lo que estaba ocurriendo, y los americanos sabían muy bien que algunos países muy poderosos iban a estar a favor de Rumanía y apoyar la immediata publicación de los descubrimientos. (Alexander: no creo que fuera realmente así, pero los Estados Unidos sabían que Rumanía era un país pequeño y pobre que se iba a dejar intimidar fácilmente por el “poder”de América).
La declaración oficial habría demostrado al mundo el descubrimiento de los Montes Bucegi, con fotos y toda la información necesaria. Se pensaba invitar a los principales científicos e investigadores. Lo más importante de todo es que se habría revelado el verdadero orígen de la humanidad y la verdad sobre la Historia, casi absolutamente falsa.
Los americanos reaccionaron muy mal, porque esta declaración en pocos segundos habría acabado con la influencia y poder internacional que ejercían, y habría sumido a la población norteamericana en el caos. Esta fue la razón más importante que arguyeron, la de no sembrar el pánico. Se olvidaron no obstante, de ver que ese estado de angustia y posible desorden social no era más que el resultado automático de cientos de años de engaño y manipulación deliberados por parte de la masonería. También intervino el Papa, llamando a la moderación antes de que la humanidad diera este gran paso fundamental.
El Papa prometió ofrecer ciertos documentos de gran importancia al estado de Rumanía, procedentes del antiguo archivo papal, que demostraban la importancia del descubrimiento de los Montes Bucegi. Después de 24 horas de conversaciones, Rumanía y los Estados Unidos llegaron a un acuerdo y decidieron cooperar bajo condiciones precisas. Rumanía tenía que aplazar la declaración e ir presentando los hechos paulatinamente al mundo.
La sala de proyecciones
La Gran Galería terminaba abruptamente en una gran cámara de 30 metros de altura y 100 metros de longitud. La sala era más pequeña que la de entrada a la montaña y estaba protegida por el escudo de energía. Conforme se avanzaba hacia el escudo, una parte del mismo desaparecía a modo de puerta, permitiendo el acceso a la habitación. El escudo protegía la habitación de cualquier tipo de influencia externa. Una vez en el interior, el escudo se volvía compacto y aparecía como una pared de tono blanco dorado.
En la parte de atrás, el escudo no llegaba al suelo, como en la parte de delante, porque había una pared de piedra. La pared tenía entre 10 y 12 metros de altura y de ahí salían tres enormes túneles: uno frontal, y los otros de manera simétrica a ambos lados, iluminados por una luz difusa de tono verdoso. El acceso a estos túneles estaba terminantemente prohibido por el protocolo secreto que firmaron Rumanía y Estados Unidos.
Mesas para gigantes
En la sala de entrada, había situadas a lo largo de ambas paredes, a derecha e izquierda, siguiendo la curvatura interna, unas enormes mesas de piedra. Ninguna de las mesas tenía una altura de menos de dos metros. Encima de ellas se encontraban tallados en relieve, con precisión, diferentes signos de una escritura desconocida, cuyos caracteres eran parecidos a la antigua escritura cuneiforme.
La escritura incorporaba símbolos más generales, como triángulos y círculos, y aunque no estaban pintados, resaltaban visualmente con una radiación fluorerscente de colores que era diferente en cada mesa.
Había cinco mesas a cada lado de la sala. Encima de algunas de ellas había objetos que parecían herramientas. Desde muchas de las mesas descendían hasta el suelo una série de cables de un blanco traslúcido, que iban a parar a unas cajas rectangulares de un material plateado brillante. Las cajas estaban dispuestas directamente en el suelo. Los cables eran extremadamente flexibles y ligeros, y se veía unas luces pulsando, que circulaban a lo largo de ellos.
Cuando uno se aproximaba a alguna de las mesas, se activaba una proyección holográfica que mostraba aspectos de un determinado campo científico. Las imágenes tridimensionales eran perfectas y muy grandes, de casi dos metros y medio de altura.
Las proyecciones se ponían en marcha por sí mismas, pero eran interactivas, ya que dependían de quién interactuaba con las mesas, tocando su superfície.
El descubrimiento de los Montes Bucegi: combinaciones genéticas.
Desde encima de una tarima, traída especialmente, se podía ver la superfície de las mesas. Estaban cubiertas por una película de un material vidrioso, que se dividía en una série de grandes cuadrados, unidos por líneas rectas, formando una especia de rejilla. En una mesa, aparecía como tema la biología, y la imagen proyectada era de plantras y animales, con especímenes completamente desconocidos. Dando un golpecito en uno de los cuadrados, el holograma mostraba la estructura del cuerpo humano, con imágenes holográficas de varias áreas del cuerpo, en rotación. Otros cuadrados mostraban proyecciones de otro tipo de seres, en cuerpos celestiales. Si se daba un golpecito simultáneamente a dos cuadrados diferentes, aparecía un análisis científico del DNA de los dos seres y las posibilidades de compatibilidad entre ellos. En las líneas verticales laterales se leían las explicaciones (en la misma extraña escritura) y al final, aparecía la forma mutante resultante de la combinación de los dos códigos genéticos más probable.
Los gigantes
Los seres que construyeron todo ese edificio tenían que ser muy altos, sino no se explicaba el gran tamaño de todos los objetos de la Sala de Proyección.
Una confirmación de la existencia de gigantes en Rumanía, se puede encontrar en un periódico llamado “El Periódico”: el equipo del periódico estaba acompañado por el investigador Vasile Rudan, según el cuál, las “historias” de la gente del pueblo de Bozioru sobre los gigantes que vivieron en esas tierras, cuentan con pruebas auténticas: un cementerio con esqueletos de gigantes. Se descubrió por casualidad hace 20 años, cuando en un pueblo llamado Scaieni plantaron manzanos. Al cavar en una colina, los habitantes del lugar descubrieron enormes esqueletos, que medían unos 2,40 metros y más. Dragoi Ilie, una de las personas que trabajó en el manzanar nos llevó al lugar. La inclinada ladera donde estaban plantados los árboles estaba inundada de barro. Al llegar, el Sr. Ilie les mostró el huerto: “todo está lleno de tumbas de gigantes”, dijo “estábamos cavando agujeros para los plantones, cuando nos encontramos con una cabeza humana del tamaño de una calabaza. Ninguno de nosotros había visto nunca nada así. Estábamos asombrados. Seguimos cavando y encontramos los huesos de unos piés, grandes como el tronco de los viñedos. El muerto tenía que ser muy grande.
La biblioteca del universo
A cada lado de la sala se hallaban cinco mesas enormes y en cada una de ellas había pantallas sobre diferentes temas, de física, cosmología, astronomía, arquitectura, tecnología, las diferentes razas de seres inteligentes – que según parece no eran todos humanos- y la religión. Daba la impresión de estar la enorme biblioteca del universo. En medio de la sala había un podium instalado en un aparato, que podía ser un amplificador de energía del pensamiento.
El panel de control de Rumanía.
A continuación había un panel con una série de símbolos geométricos de diferentes colores. El panel tenía dos palancas que podían activarse para dar una órden. En su centro había un boton rojo que destacba por encima de los demás. La función del botón era mostrar en una explicación holográfica una imagen de la Tierra desde una altura de 25 km, con los Montes Cárpatos. Grandes cantidades de agua fluían hacia las zonas bajas y llanuras hasta que quedaba todo completamente inundado. Entonces, desde el territorio de la actual Rumanía y parte de Hungría y Ucrania, apareccían ríos gigantes desde todas las direcciones que iban a las montañas y a la Meseta de Transilvania. A partir de ahí, la imagen se centraba todavía más en Rumanía, prácticamente todo el territorio quedaba inundado y se formaba un mar. Sólo sobresalían cinco picos de montañas, como pequeños islotes. Activando las palancas del panel, las aguas retrocedían de todo el territorio, y se dirigían a un mismo punto de las montañas del Macizo Retezat Godeanu. ¡Estábamos ante un verdadero manual!
Una ánfora misteriosa
Detrás del panel de mando había un espacio de tres metros por tres, en el que se hallaba colocada un ánfora, cuyo contenido era probablemente el descubrimiento más importante de todos. Eso era lo que Massini quería para sí mismo y para la élite masónica. La ánfora estaba llena de un fino polvo blanco. Los investigadores encontraron que la substancia tenía una estrucutra cristalina desconocida de oro monoatómico, muy difícil de obtener especialmente en su fórmula de gran pureza.
Massimi tuvo conocimiento de la existencia del ánfora, incluso antes de penetrar en la habitación. El oro en polvo en su forma pura estimula ampliamente ciertas vibraciones y el intercambio de energía a nivel celular y neuronal. Ello produce un acelerado proceso de rejuvenecimiento. Teóricamente un hombre puede vivir en el mismo cuerpo físico durante unos miles de años, siempre y cuando consuma de vez en cuando una cantidad estipulada de oro monoatómico en polvo. Esto explica muchos aspectos misteriosos de la increíble longevidad de algunos personajes importantes y muestra las intenciones ocultas de la élite masónica mundial.
La verdadera historia del planeta
En medio del cuadrado había una gran bóveda que proyecta un holograma, con los aspectos principales del pasado más lejano de la humanidad, desde su origen Por ello, la teoría de la evolución de Darwin es completamente falsa. El verdadero origen de la humanidad quedaba plasmado en una forma holográfica comprimida. Después de estas lecciones sobre la verdad, podemos decir que el 90% de la historia oficial de la humanidad es falsa, está manipulada. Aunque parezca increíble los sucesos históricos que consideramos reales, son en su mayoría mentira, mientras que los mitos y leyendas de las diferentes culturas se acercan mucho más a la verdad. Esta extraña inversión de la realidad creó muchos conflictos y problemas entre la gente en el pasado. La mayoría de las teorías arqueológicas son también falsas. Algunas “fantasías” de los académicos como la extinción de los dinosaurios hace 65 millones de años, así como el hecho de considerar los antiguos continentes de Lemuria y Atlántida como parte de un mito, quedan anuladas, ante la proyección holográfica que muestra claramente cómo ocurrieron las cosas en realidad.
Cadas vez que el holograma mantenía la imagen de un suceso concreto, en el fondo se proyectaba el mapa celeste, marcando la posición de las principales estrellas y constelaciones en ese preciso momento, lo que permitía datar con exactitud los acontecimientos que se estaban mostrando. Aunque el período de tiempo cubierto por las proyecciones era muy largo (de cientos de miles de años), y el ciclo anterior de la Tierra es de 25.920 años, observando el número de los “años Platónicos” (los ciclos de 25.920 años), se podía calcular la fecha exacta de los acontecimientos. Los Montes Bucegi se formaron hace entre 50 y 55 mil años.
Revelaciones increíbles
El autor afirma que vio todo lo que ocurrió realmente durante el diluvio y donde se inició la civilización humana, pero no tiene permiso para revelar la verdad, porque ésta es demasiado impactante para la mentalidad, las ideas y el conocimiento del hombre contemporáneo.
A través de una sucesión de inquietantes imágenes también se explica la vida de Jesús y cómo lo crucificaron en la cruz. Las proyecciones muestran a todos aquellos que fueron testigos de la crucifixión de Jesús en el monte Gólgota, pero que se habían transportado de otros períodos históricos para presenciarla. Esos seres humanos no se diferenciaban en su aspecto externo de los judíos de la época, iban vestidos de la misma manera, pero sus rasgos faciales eran distintos y por ello escondían sus caras con las ropas que llevaban tan bien como podían. El holograma también muestra secuencias de la vida espiritual y las misiones de personajes excepcionales del pasado lejano de la humanidad, del cual no conocemos nada actualmente. En esa época la distribución social y de la población era completamente diferente de la actual, lo que obliga a arqueólogos y antropólogos a revisar sus teorías desde el principio.
Los tres túneles misteriosos
Los túneles recorren miles de kilómetros en tres áreas diferentes del planeta.
El túnel de la izquierda lleva a Egipto, a un conjunto de edificaciones secretas no descubiertas todavía, enterradas bajo la arena del desierto. El túnel derecho va a parar a una estructura similar, pero más pequeña en la “Meseta del Tíbet”. Este túnel tiene tres ramificaciones secundarias, una que lleva a un área de Buzau (ciudad rumana), cerca de los Montes Cárpatos, otra lleva a la estructura subterránea de Irak, cerca de Bagdad (que hemos mencionado anteriormente), y la última va hasta debajo de la Meseta de Gobi, en Mongolia.
Un mundo secreto
El tercer túnel situado en el centro de los otros dos, contiene un mundo secreto sobre el que los Estados Unidos querían total garantía. Teniendo en cuenta la enorme influencia política y de relaciones del venerable Massini y los masones en la estructura política de Rumanía y Estados Unidos, sospechamos que éstos intentan gradualmente tomar el control, mediante factores externos relacionados con nuestros intereses a nivel de estado. No obstante, hay personas muy importantes en el ámbito político y administrativo que tienen conocimiento de los planes diabólicos de los masones y se oponen con vehemencia a ellos, especialmente en el caso del descubrimiento de los Montes Bucegi. El túnel central, que se dirige hacia el centro del planeta, puede que proporcione información sobre el origen de la estructura interior de la montaña y quienes la construyeron.
Se pusieron en marcha los intensos preparativos para las expediciones que iban a explorar los tres túneles de la manera siguiente:
-La primera expedición se dirigiría a Egipto, la segunda al Tíbet, y la tercera al centro de la Tierra. (Resumen del libro “Future with skull and bones” de “Radu Cinamar”)
En 2009 la televisión local “Antena 1″ presentó brevemente los sucesos anteriores. Después de la emisión del programa, la televisión recibió una llamada telefónica anónima amenazándoles.
Esta es la traducción de la llamada:
El periodista de Antena 1 contesta el teléfono:
Periodista: ¡Hola, buenos días!
Llamada anónima: ¡Está Vd. avisado: vaya con cuidado! Deje de hablar sobre Bucegi!
R: ¡Quién es Usted?
Ll.A: ¡Esta información no debe salir de ciertos círculos. No se puede hacer pública! Han entrado en un juego peligroso! Ustedes son jóvenes, tienen familia…hay suficientes temas en este país de los que hablar.
P:¿Quién es Usted?
Ll.A: ¡Es mejor que no lo sepa….espero que no tenga que vérselas con nosotros! ¡No tengo nada más que decir!
jueves, 22 de agosto de 2013
EL INCIDENTE DE PONT-SAINT-ESPRIT
Vista de la histórica villa de Pont-Saint-Esprit |
Transcurrían los calurosos días de agosto de 1951 en el tranquilo y pintoresco pueblo de Pont-Saint-Esprit, en el sur de la Francia rural.
La pequeña villa, situada a las orillas del Ródano, se recuperaba lentamente de las penurias de la guerra y en los campos, los olivos y las viñas volvían a lucir como en sus mejores tiempos. La economía local, con ayuda del plan Marshall americano, comenzaba a salir a flote y todo hacía presagiar que los malos tiempos ya habían quedado atrás. Hasta que algo sucedió en el pueblo que quebró por completo la recién estrenada felicidad.
El 17 de agosto, las consultas de los tres médicos que tenía el pueblo se llenaron de vecinos aquejados de síntomas similares; dolores de cabeza y estómago, náuseas y vómitos, mareos… todo parecía apuntar a una intoxicación colectiva por la ingesta de algún alimento. Los médicos no tardaron en cerrar el cerco de la intoxicación en el pan de una de las dos panaderías del pueblo, la panadería de Roch Briand.
Pero lo que en un principio parecía una simple intoxicación se tornó en unas horas en algo nunca visto por los doctores. Muchos de los enfermos comenzaron a mostrar síntomas más preocupantes como convulsiones y alucinaciones. Una extraña locura se apoderó de cientos de personas que corrían, gritaban y se agitaban sin control.
El Dr. Gabbai solicitó la ayuda del profesor Gerald de la Facultad de Medicina de Montpellier para intentar, entre todos, hallar una solución al problema. Mientras tanto se sucedían en las calles y casas del pueblo los primeros intentos de suicidio y… las primeras muertes.
Apenas unos días después del primer brote, los infectados llegaban casi a trescientos. Entre los enfermos los casos de alucinaciones tenían cada vez consecuencias más catastróficas. Un enfermo con la mirada perdida repetía sin cesar que él ya estaba muerto, una niña veía continuamente a un tigre que quería atacarla, un muchacho de 11 años trataba de estrangular a su propia madre, otro creía que tenía serpientes en su estómago, un hombre saltaba desde un segundo piso al grito de “¡Soy un avión!”, algunos se veían rodeados de llamas e incluso un hombre pensaba que de su cuerpo brotaban flores rojas.
Las ambulancias no daban abasto para transportar a los enfermos más graves a los hospitales cercanos. Todos hacían lo que podían pero en la población se había instaurado un pánico colectivo que hacía casi imposible la más mínima organización. La noche del 24 de agosto fue calificada por uno de los médicos como “mi noche del Apocalipsis”. Otro de los médicos, el Dr. Fuller comentó acerca de aquella noche “toda aquella noche, coches, carretas, todo tipo de medios de transporte trajeron al hospital a enfermos gimientes o aulladores, presa de visiones de violencia o de miedo”.
Pasado lo peor, se hizo balance de los afectados. Los informes de la época reportan a casi trescientos infectados de mayor o menor gravedad que fueron atendidos en el mismo pueblo o en los hospitales más cercanos. Según las fuentes, entre cinco y siete personas perdieron la vida, cuatro de ellos suicidándose a causa de las alucinaciones y el resto por paradas cardio-respiratorias. La mayoría de los afectados se recuperaron de la intoxicación en unas semanas sin mayores consecuencias, pero entre cincuenta y sesenta personas hubieron de ser ingresadas en distintos hospitales psiquiátricos pasando allí, algunos de ellos, el resto de su vida.
¿Qué ocurrió durante aquellos días de agosto en Pont-Saint-Esprit? ¿Qué fue lo que indujo a esa locura momentánea a cientos de personas?
En un principio la confusión fue total y todos tenían alguna teoría para explicar lo sucedido en el pueblo. Primero se acusó al panadero, un antiguo candidato del Rassemblement du peuple français (RPF), protegido de un consejero del general de Gaulle, luego a su ayudante, al agua de las fuentes, a las modernas máquinas de batir, a potencias extranjeras, a la guerra bacteriológica, al diablo, a la Compañía Nacional de Ferrocarriles Franceses, al Papa, a Stalin, a la Iglesia e incluso a las nacionalizaciones. La prensa local, a falta de un diagnóstico claro de la enfermedad, exigía conocer la identidad de la persona o personas responsables del mal. Como respuesta, las autoridades llegaron a ordenar la detención de un molinero de Poitiers, que se encargaba del abastecimiento de la harina empleada en Pont-Saint-Esprit, y fue encarcelado en Nîmes sin tener en cuenta que el pan que se elaboró en la otra panadería del pueblo se hizo con la misma harina y, en cambio, los que lo comieron no sufrieron el contagio.
El misterio del “pan maldito” de Pont-Saint-Esprit. ¿Un experimento de la CIA?
Albert Hofmann, descubridor del LSD |
Por aquel entonces, hasta Albert Hofmann, descubridor o “inventor” del LSD en 1938, visitó el lugar, acudió al pueblo en un intento "de dar explicación para el repentino ataque de locura".
Pasaron los años y el tema fue quedando en el olvido, esporádicamente algún investigador lo rescataba para exponer sus propias hipótesis como la de R. L. Bouchet que aventuró la posibilidad de que la intoxicación fuera provocada por la presencia de metilo de mercurio, un agente fungicida actualmente prohibido pero empleado en el cultivo de los cereales durante los años 50. Otra hipótesis fue la de C. Moreau que apuntó a que el causante de la enfermedad fue el Aspergillus fumigatus, un moho que afecta a los cereales.
Pero los episodios epidémicos de Pont-Saint-Esprit volvieron a los titulares en la actualidad por otra hipótesis bastante más alarmante y atrevida. Una hipótesis que acusa directamente a la CIA como causante de la infección.
El periodista estadounidense Hank Albarelli publicó en 2009 un libro que recoge los resultados de su investigación sobre experimentos secretos que la CIA llevó a cabo en el período de la Guerra Fría. Según el periodista, ampliamente citado por la prensa francesa, el “pan maldito” de Pont-Saint-Esprit contenía dietilamida de ácido lisérgico, o LSD, que la CIA pretendía examinar sus efectos.
Supuestamente, la CIA quiso primero esparcir el LSD sobre Pont-Saint-Esprit desde el aire, pero el método no funcionó, así que la sustancia fue agregada finalmente a la harina de pan. Ciertos colaboradores de la farmacéutica suiza Sandoz, que inventó el LSD en 1938, hacen referencia al “secreto de Pont-Saint-Esprit” y a “dietilamida” en una conversación con agentes de la CIA que Albarelli reproduce en su libro “Un error terrible: El asesinato de Frank Olson y experimentos secretos de la CIA durante la Guerra Fría”.
Albarelli no se muerde la lengua y asegura sin tapujos que la SOD (Departamento Especial de Operaciones) y la CIA (Agencia Central de Inteligencia), realizaron en este pequeño pueblo un experimento biológico y que lo hicieron ante las narices de los servicios secretos franceses. Éste es un resumen de la investigación presentada por Hank Albarelli :
"Dos misterios que parecen no tener nada en común despiertan desde hace décadas el interés de los más serios investigadores, dejándolos además perplejos. Se trata del extraño y aparente «suicidio» del doctor Frank Olson, ocurrido en Nueva York en 1953, y de la misteriosa ola de delirios alucinatorios ocurrida en 1951 en un pequeño pueblo francés. Como vienen explicándolo desde hace 35 años numerosos recuentos difundidos a través de boletines informativos de televisión y sitios de Internet, existen sospechas de que la muerte de Olson fue resultado de una operación criminal instigada por el gobierno [estadounidense], aunque no ha sido posible definir hasta hoy ningún asesino ni móvil plausible. La crisis de locura que se apoderó de la localidad de Pont-Saint-Esprit, en el sur de Francia, ha desconcertado a los científicos durante décadas y muchos de ellos descartan de un manotazo las fuertes sospechas que apuntan hacia una especie de ataque con LSD, simplemente porque los medios y móviles de ese tipo de crimen escapaban entonces a la atención del público.
Fue en 1995 que comencé a investigar seriamente la muerte del doctor Frank Olson, un bacteriólogo estadounidense que trabajaba en el ultrasecreto centro de guerra biológica del US Army en Fort Detrick, Estado de Maryland. En aquel entonces estaba yo muy lejos de imaginar que mi descubrimiento sobre la existencia de un crimen detrás de la muerte de Olson coincidiría hasta tal punto con los horribles acontecimientos que se produjeron en Pont-Saint-Esprit en agosto de 1951.
Mi libro recoge detalladamente la coincidencia entre ambos hechos. Recientes informes que hablan de un «importante escándalo diplomático y político en ciernes y potencialmente perjudicial para las relaciones franco-estadounidenses», al referirse a la explicación y la documentación de mi libro sobre la intoxicación colectiva de Pont-Saint-Esprit, me han impulsado a redactar este artículo, destinado a todo el que quiera obtener más información sobre esos dos hechos.
La extraña ola de locura ocurrida en Pont-Saint-Esprit afectó a más de 500 personas, provocando directamente la muerte de al menos 5 de ellas y 2 suicidios. Durante los más de 50 años transcurridos desde entonces, el incidente fue atribuido sucesivamente a un envenenamiento debido al cornezuelo [Claviceps purpurea, hongo parásito del centeno. Nota del Traductor.], o sea por ingestión de un pan infectado por ese hongo alucinógeno, o a un envenenamiento con mercurio. Una gran mayoría de los científicos creíbles que han estudiado el asunto estimaban hasta hace poco que la causa seguía siendo desconocida.
Un diario francés de aquella época describe aquel extraño drama: «No es un drama de Shakespeare ni un cuento de Edgar Allan Poe. Se trata, por desgracia, de la triste realidad de todo Pont-Saint-Esprit y sus alrededores, donde se desarrollan actualmente aterradoras escenas de delirios alucinatorios. Escenas que parecen surgidas directamente de la Edad Media, saturadas de horror y de sufrimiento, preñadas de sombras siniestras.»
Un breve artículo de Time Magazine, y más tarde un importante diario estadounidense que mantiene estrechos vínculos con la CIA, hacían la siguiente descripción: «Entre las personas afectadas, los delirios iban en aumento: los afectados se retorcían frenéticamente en sus camas, gritando que flores rojas les brotaban del cuerpo.» Otros comentaristas enviados al lugar describían escenas de personas que se arrojaban por las ventanas, hombres y mujeres que se arrancaban las ropas y corrían desnudos por las calles, niños que decían tener el estómago lleno de serpientes.Noticieros de la ORTF
Poco después del incidente, en septiembre de 1951, científicos que escribían en el muy respetado British Medical Journal declararon que la «ola de envenenamientos» era resultado de una intoxicación provocada por el cornezuelo del centeno. Pero aquella explicación se basaba únicamente en las conclusiones de los especialistas en bioquímica enviados al lugar por los laboratorios Sandoz, situados cerca de allí, en Basilea (Suiza). Entre los miembros de aquel contingente se encontraba el doctor Albert Hofmann, el primer científico que había logrado sintetizar el LSD, el 16 de noviembre de 1938.
En el momento de la visita del grupo de Sandoz a la localidad de Pont-Saint-Esprit, tan sólo unos pocos científicos en todo el mundo, no más de 8 o 10, conocían la existencia del LSD. Además, otro hecho incluso más importante aun es que absolutamente nadie en la Francia de 1951, fuera de algunos responsables de Sandoz, sabían que esa firma estaba realizando actividades secretas en estrecha colaboración con la CIA.
Sandoz no sólo proporcionaba a la CIA importantes cantidades de LSD sino que también servía a esa agencia estadounidense de consejero sobre sus posibles usos, con fines defensivos u ofensivos, específicamente con vistas a la realización de experimentos en Estados Unidos y Europa. Resumiendo la larga explicación que desarrollo en mi libro: la intoxicación de Pont-Saint-Esprit era resultado de un experimento realizado de forma conjunta por el US Army [El ejército de los Estados Unidos] y la CIA en el marco del Proyecto MK/ULTRA. El experimento realizado en Francia se hallaba bajo la supervisión de la División de Operaciones Especiales de Fort Detrick, el mismo departamento que dirigía por entonces el doctor Frank Olson.
Creo importante precisar que la intriga general que rodea el misterio de Pont-Saint-Esprit me pareció especialmente clara y coherente, pero la encontré también bastante chocante, a pesar de que yo no me asqueo fácilmente. Después de una investigación más profunda, todo el escenario resultó ser todavía más interesante en sus más sutiles detalles y su naturaleza manifiesta. Incluso hoy en día un sitio del Departamento de Justicia en Internet destinado a prevenir sobre los peligros del LSD afirma que a principios de los años 1950, «la Sandoz Chemical Company llegó incluso a promover el LSD como arma química secreta potencial ante el gobierno estadounidense. Su principal argumento era que una pequeña cantidad de esa droga vertida en el sistema de aprovisionamiento de agua o pulverizada en el aire puede desorientar y poner en estado sicótico a toda una división militar, volviéndola inofensiva e incapaz de combatir.» Sin hablar, claro está, de todos los habitantes de un pueblo o de toda una ciudad.
De hecho, al profundizar en el asunto, descubrí un día una serie de documentos secretos del FBI que demuestran que, un año antes del experimento de Pont-Saint-Esprit, la División de Operaciones Especiales de Fort Detrick había realizado un experimento similar en la red subterránea del metro de Nueva York. Según se indica en una nota del FBI fechada en agosto de 1950, «Los experimentos de guerra biológica que representantes del Departamento del Army debían realizar en la red del metro subterráneo neoyorquina en septiembre de 1950 han sido pospuestos hasta una fecha indefinida.».
Cuando hablé de aquella nota con varios ex bioquímicos de Fort Detrick, estos me informaron confidencialmente que los experimentos en Nueva York «estaban pospuestos hasta que terminara el experimento que debía hacerse en Francia». Un ex científico de la División de Operaciones Especiales agregó: «Los resultados globales del experimento en el sur de Francia fueron positivos, pero también comprobamos un efecto indeseable, o que convendría llamar ahora una reacción del "cisne negro". No habíamos previsto en lo absoluto que morirían varias personas. El experimento no debía llevar a eso, así que fue reenviado a la oficina de estudio.»
Los mismos científicos confirmaron que, después del experimento de Pont-Saint-Esprit, la División de Operaciones Especiales de Fort Detrick volvió nuevamente a Nueva York en 1956 para realizar los experimentos designados como operaciones Big City y Mad Hatter [Llamado en español El Sombrerero Loco, Mad Hatter es un personaje de Alicia en el País de las Maravillas. NdT.]. Se trataba de proyectos secretos que implicaban la pulverización de productos químicos, en forma de aerosol, a través del tubo de escape de un automóvil conducido alrededor de Nueva York, por la CIA y científicos del ejército de los Estados Unidos. Anteriormente, en 1952 y 1953, varios experimentos más limitados ya habían sido realizados en vagones del metro de Nueva York por George Hunter White, un agente del Buró Federal de Narcóticos que trabajaba en secreto como agente de la CIA. Al menos en dos ocasiones White hizo estallar artefactos de aerosol especialmente concebidos para ello y llenos de LSD.
En 1973, la CIA destruyó los informes escritos de White vinculados a aquellos experimentos. Retrocediendo en el tiempo descubrí la verdadera causa de la intoxicación registrada en el sur de Francia. Una nota de un informante confidencial de la CIA que me fue entregada en 1999 constituyó la primera prueba sólida que tuve en mis manos indicando que algo no estaba claro en aquel incidente. Aquel informe, fechado en diciembre de 1953, relataba un encuentro entre un informante no identificado y un responsable de Sandoz Chemical Company en Nueva York. El informante escribía que, «después de varias copas», el responsable de Sandoz dejó escapar que «El "secreto" de Pont-Saint-Esprit era que el pan no era para nada la causa», antes de proseguir diciendo que «Durante varias semanas los franceses confiaron a nuestros laboratorios [la realización de] análisis de pan. No era cornezuelo del centeno sino un compuesto del tipo dietilamida».El responsable [de Sandoz] quería decir con eso que una droga sintética era la causa de la ola de locura registrada en Pont-Saint-Esprit. Según su propio informe, el informante de la CIA preguntó entonces: «Si la sustancia no estaba en el pan, ¿cómo llegó entonces al organismo de la gente?» A lo que el hombre de Sandoz contestó: «Un experimento.» Ya preocupado, el informante inquirió: «¿Un experimento?». Y el responsable de Sandoz responde entonces con una evasiva: «Quizás, el gobierno francés», sabiendo que el informante estadounidense conocía probablemente la identidad de los verdaderos autores del experimento. Fue, en definitiva, una gran escena de comedia político y subterfugio que terminó con las siguientes palabras del responsable de Sandoz: «Una razón secundaria que explica mi presencia aquí en Estados Unidos es que tengo que deshacerme de nuestro LSD. Si estalla la guerra, nuestro LSD desaparecerá.»
El indicio que descubrí después en la cadena de pruebas era un documento de la Casa Blanca, sin fecha, que parece haber sido parte de un expediente más amplio que fue entregado a los miembros de la Comisión Rockefeller, conformada en 1975 por el presidente Gerald Ford para investigar sobre las prácticas abusivas de la CIA [1]. Este documento contenía los nombres de dos ciudadanos franceses secretamente pagados por la CIA y se refería de forma directa al «incidente de Pont-Saint-Esprit», vinculando además a un ex experto de la CIA en guerra biológica y al jefe de la División de Operaciones Especiales en Fort Detrick. Este último documento, junto al anterior, representaba para mí la prueba irrefutable.
En 2005, un reportero del diario Baltimore Sun, Scott Shane, quien trabaja actualmente en el New York Times, escribía: «El [US] Army no tiene ningún documento sobre MK/NAOMI ni sobre la División de Operaciones Especiales [de Fort Detrick.» Cuando Scott, y posteriormente yo mismo, pedimos los expedientes sobre ambos, el ejército respondió que «no lograba encontrar ninguno».En 1973 la CIA destruyó todos sus archivos sobre MK/NAOMI y su trabajo con la División de Operaciones Especiales de Fort Detrick. Una de las razones mencionadas para justificar su destrucción, según explicó la CIA, era que «la gente no entendería o malinterpretaría las razones que llevaron a la agencia a emprender muchos de sus proyectos». Cuando el reportero Shane trató de que un ex oficial de alto rango de la División de Operaciones Especiales le hablara los proyectos anteriores de la División, Andrew Cowan Jr. le respondió: «Yo simplemente no doy entrevistas sobre ese tema. Eso debe por lo menos seguir estando clasificado para evitar que esas informaciones vayan a dar a manos de algún exaltado.»
Ya escribí anteriormente, en este mismo artículo, que el experimento de Pont-Saint-Esprit me pareció chocante desde el primer momento. En muchos aspectos, sigo sintiendo esa misma sensación. Es posible que no sea, sin embargo, por todas las razones que muchos de los lectores pudieran imaginar. Primero que todo, me asquea leer en Internet las reacciones sobre el tema que abordo en mi libro, como por ejemplo, «Bueno, por lo menos no lo hicieron en una pequeña ciudad de Estados Unidos.», o peor todavía «¿Por qué no escogieron una ciudad en México? Es más cerca.» Me entristece comprobar que algunos estadounidenses se han dejado ganar por el desencanto y que se han vuelto insensibles a las acciones arrogantes y horribles de la CIA en el pasado.
Hoy por hoy la tortura tiene, en Estados Unidos, la aprobación de gran parte de la población. Algunos estadounidenses mejor intencionados dicen que rezan por un regreso a «un país cuyo gobierno honraba, respetaba y observaba los derechos humanos y las leyes y tratados internacionales», protegiendo a los prisioneros de guerra, combatientes enemigos y prisioneros. La realidad, sin embargo, es que todo examen objetivo y serio de la historia de la guerra fría en Estados Unidos saca sistemáticamente a la luz numerosos procedimientos de horrible maltrato contra los detenidos y prisioneros extranjeros.
El proyecto Artichoke de la CIA, puesto en práctica en los años 1950 y 1960, sometió a numerosos prisioneros extranjeros y presuntos agentes dobles a tratamientos bárbaros, entre ellos electrochoques, lobotomías y choques de insulina provocados con drogas. Innumerables ciudadanos estadounidenses desaparecieron de las calles de Nueva York y San Francisco para convertirse en víctimas de experimentos secretos únicamente por ser miembros de grupos minoritarios; pobres, desahuciados, criminales o considerados como tal, y prostitutas. Muchos de ellos sufrieron secuelas físicas y mentales permanentes como consecuencia de tales experimentos.
En los años 1950 y 1960 se administró LSD a unos 6.500 soldados estadounidenses, sin que ellos lo supieran. Muchos de ellos tuvieron que vivir el resto de sus vidas en un permanente sufrimiento, otros se suicidaron. En 1953, la CIA encarceló y torturó durante 8 meses en Panamá a un ciudadano extranjero simplemente porque se sospechaba que había colaborado con responsables de la inteligencia francesa.
Es muy probable que la CIA haya asesinado posteriormente a ese mismo hombre luego que este revelara anónimamente a un periodista que él conocía la identidad de la persona que ordenó el asesinato del presidente John F. Kennedy."
Los habitantes de Pont-Saint-Esprit todavía quieren saber por qué se vieron afectados por tales escenas apocalípticas. “En ese momento la gente especuló con la teoría de un experimento destinado a controlar una revuelta popular”, dijo Charles Granjoh, de 71 años.
“Casi estiro la pata”, dijo a la revista francesa Les Inrockuptibles. “Me gustaría saber por qué.”
¿ Podrá el anciano Granjoh saber esa verdad algún día?
Fuente:
miércoles, 24 de julio de 2013
EL DIARIO SECRETO DE RICHARD E. BYRD 1a PARTE
No es fácil hablar del almirante de la US Navy Richard Evelyn Byrd, porque toda su vida ha sido una aventura continua, durante mucho tiempo vivió en el hielo polar donde descubrió cosas que aún permanecen secretas. Algo, sin embargo, se filtró y Byrd fue uno de los pocos que alcanzó, dentro de sus límites, el conocimiento de algunos hechos misteriosos.
Nació en 1888 en Winchester (Virginia), entró a la edad de 20 años en la Academia Naval de los Estados Unidos de América, aprendió a volar durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un pionero de la aviación naval mundial. Su principal preocupación fue diseñar métodos para asegurar el vuelo sobre aguas abiertas, para lo cual diseñó numerosos prototipos de instrumental, muchos de los cuales se siguen utilizando hoy en día. Comenzó su carrera como explorador polar en 1925, participando en la expedición ártica de Mac Millan, quien se opuso a la propuesta de Byrd de volar sobre el polo.
No satisfecho con esta experiencia, Byrd organizó una nueva expedición por su cuenta en abril de 1926. Llegó al Polo el 9 de mayo de ese año con el avión, acompañado por el experimentado piloto Floyd Bennett. Fue un acontecimiento de enorme importancia para su futuro, y se convirtió en el líder de la aviación y la exploración polar, además de ser un héroe nacional.
Sin embargo este vuelo dio lugar a una serie de controversias que persistieron durante largo tiempo. Los escépticos dijeron inmediatamente que Byrd nunca había llegado al Polo Norte porque estaban seguros de que volvió a la base mucho antes de lo esperado.
No carece de relevancia el hecho de que al mismo tiempo la expedición Amundsen, Ellswort y Nobile con el dirigible Norge, quería llegar a Alaska, a través del Polo Norte, a partir de la base de King Bay en la isla de Spitsbergen. Leamos el momento crucial de la salida de Byrd, del libro escrito por Nobile "En vuelo a la conquista del secreto polar":
"Los recursos de la King's Bay eran más bien escasos. El segundo suceso, después de nuestra llegada, fue el vuelo de ida y vuelta al Polo de Byrd. Cuando aterrizamos con el Norge, acababa de terminar de montar el trimotor Fokker que había traído de América. Alrededor de la máquina, la nieve estaba llena de pisadas y sucia de aceite : y los mecánicos sombríos como buscadores de oro la atornillaban, martilleaban, sacudían y atormentaban, intercambiandose en susurros alguna lacónica sugerencia . Estaban ansiosos y celosos. Por encima de todo tenían prisa. La llegada del Norge no hizo más que intensificar los preparativos. Estos se reducían después de todo a consolidar la pista, un carril de 500 metros de la mina de carbón a la playa, que los marineros de la Chantier preparaban con incansable vigor, presionando la nieve que, a causa del repentino siroco, desde hacía dos días la fundía .
Los únicos que no parecían molestos o nerviosos eran Byrd y Bennett. Dos chicos. Atléticos, graves en sus movimientos, con esa disposición para sonreír y una mirada clara y acuosa característica de los estadounidenses. Buenos chicos, pero tercos como carneros. Querían preceder al "menos pesado" (dirigible) en el camino del Polo. Fue su obstinación. Una deportiva obstinación, muy razonable en hombres de su tipo de temperamento, pero que dejaba totalmente indiferente a Nobile, para quien el Polo no era una meta, sino una etapa ... El Fokker parte. ¿No? Sí que parte ... Era las dos de la mañana: las dos del 09 de mayo, domingo. Alrededor de los dos temerarios estaban sólo los mecánicos, los marineros de la Chantier y los dos periodistas estadounidenses ... Y así partieron, con una cesta y un termo de té. Hacia el Polo. Esta vez, porque había hecho frío, el trimotor despegó. Se desprendió leve y suavemente, como si la palma de una mano invisible hubiera levantado de la tierra la gran libélula amarilla. Después el cielo se volvió diáfano y vacío, bajo las alas extendidas y rectas: hasta que otro cielo se interpuso entre nuestras miradas y esas alas, y no los vimos más ...
Mientras Byrd iba hacia el Polo. A las ocho una noticia se extiende entre las cabañas: el Fokker ha ido más allá del grado 87. El objetivo está por ser alcanzado. En efecto, poco después, a mediodía, otro mensaje de la antena terrestre: Byrd voló sobre el polo y está regresando. La tarde fue dedicada a hacer cálculos y suposiciones de su llegada. Nos organizamos para las dieciocho: hora muy conveniente ya que ibamos a comer a las 17, la tercera comida del día, y Byrd llegaría exactamente para el café. Pero la comida transcurría sólo en el segundo plato cuando la puerta se abrió, dejando entrar Cecioni quien dijo: "Es el Fokker" Todos nos precipitamos hacia la salida.
Altísimo, pequeño como una alondra en una mañana de octubre, el aeroplano venía directamente hacia nosotros ... Nuestra curiosidad era si habían llegado al polo. Pero ni Byrd ni Bennet se dejaron arrancar una respuesta : nos dijeron que tenían una gran necesidad de descansar y, de hecho, se dirigieron a su nave, dejando un poco decepcionados a los entrevistadores ... Nos limitamos a telegrafiar que Byrd, que había partido a las dos y vuelto a las 17.25, había estado en el aire 15 horas y media y que , volando a una media de 160 km / h, podía razonablemente haber llegado al Polo ".
La prueba definitiva del vuelo de Byrd surgió hace unos años ya que se encontró su diario, con fecha 1925, en el que había comunicado las anotaciones del vuelo directo al Polo Norte y del de la travesía en el Atlántico, sucedida en 1927 y que siguió, de poco, a la de Lindbergh. Sólo 37 páginas están dedicadas a la expedición de Mac Millan en Groenlandia en 1925. Entre las páginas blancas se encontró el extracto del diario de su vuelo en la Antártida de febrero de 1947, y de enero de 1956.
En esencia, el histórico diario informaba de los hechos más importantes de su vida, entre ellos estaban los del vuelo que efectuó en el interior de la Tierra, y que representa un duro golpe a la conspiración del silencio. La misma hija Pauline nos lo recordará, diciendo:
«Mi padre siempre ha conservado cuidadosamente los diarios de sus viajes y absolutamente un diario personal, que falta. ¿No estará entre los documentos que tienen en su poder los de la Universidad de Ohio? Quiero saber si este supuesto diario es suyo. Pienso que la Tierra es hueca, pero no lo sé. Desde este vuelo de febrero de 1947 se ha conocido a mi familia y ha estado expuesta a muchas amenazas. ¡Quiero saber la verdad!»
El diario, en efecto, forma parte de una enorme colección de material histórico sobre la vida y la carrera del almirante Richard Evelyn Byrd, actualmente en posesión del Byrd Polar Research Center, Sección de la Universidad Estatal de Columbus, Ohio.
En 1985, la primera parte de la colección comenzó a ser catalogada y este proceso se aceleró durante el período 1992-1994, porque el Departamento de Educación de los Estados Unidos había hecho una importante donación de fotografías, artefactos y pruebas de todo tipo. El resultado fue una guía detallada de todos los documentos.
El diario de 1925 se publicó oficialmente en 1998 en el cual, por supuesto, faltan las páginas más importantes.
En 1928 Byrd organizó su primera expedición a la Antártida. Puso su base en la Gran Barrera, en la Bahía de las Ballenas, a la que llamó Little America. Después de esperar alrededor de un año, se aventuró con su avión a la búsqueda del Polo Sur geométrico, que sucedió el 28 de noviembre de 1929.
Nombrado contraalmirante en 1930, Byrd comenzó a pensar en regresar a la Antártida en 1933. Su decisión, largamente planeada, era la de pasar el invierno antártico en una base ubicada a 80° 08' de latitud sur.
¿Qué es lo que Byrd pretendía aprender con esta loca decisión?
"Meteorológicamente, el interior de la Antártida era una incógnita. Ninguna estación fija había sido instalada jamás en la Antártida profunda. Nunca se había efectuado ninguna observación en los largos meses invernales, y los datos recogidos por expediciones montadas en trineos —muy fragmentarios— cubrían sólo los relativamente benignos meses del verano. Sin embargo, tierra adentro, allí donde no existe la influencia moderadora de los mares que rodean al continente, existía el frío más terrible del planeta. Era allí donde debían buscarse las verdaderas condiciones de la Antártida. Y fue allí donde me propuse instalar la Base Avanzada. Allí, donde se crea el clima".
La Teoría del Frente Polar, muy en boga durante aquellos años y que no ha cambiado sustancialmente en el siglo XXI, explicaba la circulación atmosférica exactamente como la describe Byrd en su diario, y, como se comprende, había que probarla mediante observaciones detalladas in situ. Para ello, alguien tendría que pasar un invierno completo en Base Avanzada. Pero había que planear la expedición completa y construir una base capaz de mantener con vida a sus habitantes durante el inconcebiblemente crudo invierno antártico de tierra adentro.
La idea directriz del planeamiento de Base Avanzada (como su nombre lo indica) fue que tendría que estar muy, pero muy alejada de la costa de la Antártida. Byrd y Haines decidieron, por lo tanto, que la ubicación más adecuada sería al pie de las Montañas de la Reina Maud.

Esas montañas se encuentran a 640 kilómetros de la costa. Entre ellas y el mar se interpone la diabólica Barrera de Hielo de Ross, surcada de grietas de cientos de metros de profundidad, que ninguna expedición importante —ni siquiera la anterior de Byrd— había sido capaz de atravesar hasta el momento.
De modo que debían llevar varias docenas de toneladas de suministros y pertrechos desde el mar hasta las montañas, atravesando 640 kilómetros de terreno de grietas, en tractores oruga cuya capacidad de carga, en esas condiciones, era completamente desconocida hasta por su propio fabricante.
"Cualesquiera que eligieran habitar semejante lugar tendrían que aceptar la idea de soportar las temperaturas más extremas de la naturaleza, una larga noche tan oscura como la del lado oscuro de la Luna y un aislamiento que ninguna fuerza humana sería capaz de quebrar al menos durante seis meses"
A 640 kilómetros de la costa, los riesgos, peligros y complicaciones de una base antártica costera —"normal", podríamos llamarla— se intensifican unas mil veces. Esto se debe, sobre todo, a la imposibilidad (máxime en 1934) de transportar grandes cantidades de suministros a través de la Barrera de Hielo. Aún si todo salía bien, más que bien, incluso si todo salía perfecto, hubiese sido imposible poner en Base Avanzada más de tres hombres.
De manera que tres fue el número elegido por Byrd desde un principio: tres hombres solitarios, expertos, inmunes al frío, a la soledad y a la oscuridad. Sólo tres. "Ocupada por tres hombres así", razona Byrd, "Base Avanzada no iba a resultar un sitio demasiado difícil".
Desafortunadamente, se equivocaba.
El 24 de noviembre de 1933, partió por segunda vez hacia la Antártida, con una expedición totalmente equipada en la cual formaban parte técnicos y científicos. "Aparte de Bill Haines, Siple, Czegka y yo, nadie más en el buque tenía más que una vaga idea acerca del objeto de la cabaña", puntualiza el jefe de la expedición. "Yo había hablado poco, porque la experiencia me había enseñado que las regiones polares tarde o temprano destruyen el plan mejor diseñado". Sin embargo, al comienzo de ese largo y peligroso viaje de 24.000 kilómetros hasta la Antártida, Byrd había decidido ya que él mismo sería uno de los huéspedes de Base Avanzada. Esta decisión le costó trabajo: pensó al principio que no tenía derecho a arriesgar su vida. En medio de la Gran Depresión de la época, había debido endeudarse hasta el límite para financiar la expedición. Su muerte o su desaparición sumiría a su esposa y a sus hijos en la más desesperante de las miserias. Como jefe de la expedición, estaba al mando de dos barcos, cuatro aviones y más de cien hombres, que quedarían sin quien los orientase y los mandase, aislados en el campamento base de Little America, si a él llegaba a sucederle algo. Sin embargo, escribe: "Por otro lado, era difícil ver que un jefe pudiera pedir a otros tres hombres que corrieran voluntariamente un riesgo que no estaba dispuesto a correr él mismo".

En su libro "Discovery", Byrd narra la llegada de la expedición a Little America. Luego de unos meses de navegación, la pequeña flota entró en la Bahía de las Ballenas el 17 de enero de 1934. Durante más de 5 kilómetros el almirante luchó por llevar a sus barcos hasta la costa, en medio de la gigantesca bahía llena de trozos flotantes de hielo. Pero, una vez en la costa, comprobó que los problemas no habían hecho más que comenzar. Entre la playa oriental de la bahía, donde habían desembarcado, y el edificio del campamento base en sí, había un kilómetro y medio de hielo de presión.
"Oleada tras oleada de hielo levantado y quebrado, atravesado por profundas grietas, abismos y zonas de aguas abiertas, con el fondo a 640 metros de profundidad. Para quien nunca haya visto hielo de presión, resulta difícil imaginarse lo que es. La franja que nos separaba de Little America me hizo pensar en un mar azotado por un huracán, petrificado en el momento culminante de la tormenta: olas de 12 metros de altura desde el pico hasta el valle. Pero las mareas y corrientes trabajaban sin descanso en la base del hielo. Se podían oír sus quejidos y aún verlo moverse a simple vista en una docena de sitios. Un lugar que hoy permitía un paso seguro mañana era una grieta sin fondo".

Byrd despachó los aviones para examinar el campo de hielo de presión y varios hombres con esquíes para caminar sobre él. La ominosa conclusión fue que ni los tractores para nieve y ni siquiera los perros podrían llegar al edificio.
No se trataba de un problema menor: no se podía intentar la instalación de Base Avanzada desde los buques. Había que tener un campamento base. La situación era tan grave que Byrd estuvo a punto de decidir abandonar definitivamente Little America para construir una base completamente nueva en la orilla occidental de la bahía, renunciando al equipamiento, infraestructura y comodidades ya instaladas por su expedición anterior.
Justo a tiempo, un equipo de esquiadores regresó explicando al marino que habían descubierto un paso seguro. "Seguro" era un eufemismo por "posible", ya que el paso tenía 11 kilómetros de largo (daba enormes rodeos, recuérdese que los barcos estaban a solo 1,5 km de Little America en línea recta) y estaba lleno de peligros potenciales. El hecho de que en su diario, cada vez que Byrd se refiere a ese paso escriba "Camino de las Penurias" da una idea clara de su peligrosidad y dificultad.
"Durante dos meses completos, todos los días, veinticuatro horas al día, luchamos con la carga entre los barcos y Little America, variando de camino para hacer frente a las siempre cambiantes condiciones del terreno. Tuvimos que construir puentes sobre las grietas, mientras el mar azotaba el hielo que dejábamos a nuestras espaldas. Algunos días, el sol de medianoche, siguiendo sin prisa su ruta circular alrededor del cielo, nos iluminaba todo el tiempo. Entonces hacía calor, y los hombres tenían que desnudarse hasta la cintura y nuestros 150 perros sufrían por la temperatura y se revolcaban, desesperados, en el hielo".
Pero otras veces la situación era la opuesta: las ventiscas aullaban, cegando a los hombres, que se veían obligados a ir a tientas, tocando con las manos una fila de banderolas que señalaban el camino. En otras oportunidades llegaba la niebla, lechosa y casi sólida, y el mundo se convertía en un cristal completamente opaco.
Luego de este penoso proceso, toda la carga estuvo estibada en Little America y los barcos pudieron partir por fin. Era el momento que Byrd había esperado para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
Mientras transportaban los pertrechos a Little America, Base Avanzada había sido ensamblada, a modo de prueba, en el medio del campamento base. Uno de sus diseñadores, Paul Siple, se había hecho cargo de ella para probar los equipos de calefacción y ventilación. Ambos eran extremadamente críticos. No hace falta explicar lo de la calefacción, pero como los equipos de radio funcionaban a motor y la estufa con combustible, también era perentorio que el flujo de aire de la cabaña se renovara constantemente. Caso contrario, sus habitantes morirían asfixiados.
La disyuntiva de Byrd era difícil. Hacía entre -30 y -35°C y, en marzo, las expediciones antárticas están normalmente regresando a casa. Richard y sus hombres, por el contrario, estaban en la costa antártica, planeando internarse más de 600 kilómetros en el continente mientras el otoño dejaba paso al invierno y a la noche de seis meses que vendría con él. Los cuatro tractores habían sufrido muchísimo en los interminables trayectos a través del Camino de las Penurias, y todos necesitaban reparaciones, cambios de piezas y una revisión mecánica a fondo antes de pensar siquiera en intentar la travesía. No se podía pensar en los perros: muchos de ellos se habían ido con uno de los expedicionarios (el capitán Innes-Taylor) en una expedición de instalación de bases (depósitos de combustible y alimentos, principalmente) hacia el sur. En Little America sólo quedaban los débiles y los enfermos. Aunque hubiesen sido los mejores, es obvio que una partida de perros árticos no puede transportar 7 toneladas de suministros a lo largo de 640 kilómetros de hielo atravesado de grietas.
Byrd pensó en llevar la carga por avión, pero el más grande de los aparatos, un Fokker, se estrelló en esos días y quedó destrozado. Sólo otros dos podían transportar cargas: un Cóndor bimotor (crítico para la supervivencia de la operación, al que Byrd no podía arriesgar) y un pequeño Pilgrim, de escasa capacidad de carga. Para empeorar la situación, sus tripulantes se extraviaron en la niebla, y los hombres de Little America perdieron un precioso día buscándolos por todas partes.
Tendría que ser, pues, con los tractores.
La expedición disponía de cuatro: tres Citröen 10-20 franceses y un Cletrac 20-40 norteamericano. Los pequeños vehículos galos no tenían potencia suficiente para trabajar 24 horas al día en la Barrera de Ross. El Cletrac, que sí la poseía, era tan pesado que convertía a las grietas ocultas en un peligro letal.
Nunca nadie había intentado antes trabajar con automotores en la Antártida; y ciertamente era la primera vez que se pensaba en enviar tractores tan al sur. Byrd no tenía, por lo tanto, datos fiables en los cuales basar sus decisiones. Ni los mismos fabricantes de los snowcats (tractores de nieve) habían soñado en probar sus motores a menos de -50°C ni habían analizado el comportamiento, agarre y adherencia de sus orugas en arena. Esto es porque los fríos extremos granulan la nieve, que comienza a comportarse como arena seca de una duna.
El mecánico de Byrd, llamado Demas, comenzó a trabajar en tres de las máquinas, mientras su equipo reparaba la cuarta, que se había incendiado.
Byrd, presa de la desesperación, decidió que el viaje de 640 kilómetros hacia el sur resultaba imposible. "Si los tractores podían avanzar 340 kilómetros hacia el sur, habrían efectuado un milagro. Y yo estaba ya dispuesto a conformarme con 240 o menos".
Pero sus penurias no habían hecho más que comenzar.
El joven ingeniero de radio, llamado John Dyer, cayó desde una antena de 14 metros que estaba intentando reparar. Sólo sufrió lastimaduras en una pierna, pero derribó la antena.
El navegante Rawson tuvo que ser operado de una infección de estreptococos en la garganta.
El fotógrafo aéreo, Pelter, sufrió una grave apendicitis y tuvo que ser operado bajo condiciones espantosas...
...¡Y el cirujano que lo operaba, en un movimiento involuntario, derribó una lámpara de kerosene, iniciando un incendio que amenazaba destruir Little America!
El fuego devoró el depósito de instrumental médico: mientras el cirujano seguía operando, varios hombres intentaban apagar el incendio de su quirófano y otros tantos trataban de despertar a los doce que dormían en la barraca continua y corrían peligro de morir abrasados...
Ni los cuatro tripulantes del Fokker estrellado, ni Dyer, Rawson ni Pelter murieron ni sufrieron graves heridas (y los 12 durmientes lograron ser rescatados)...
Pero ni siquiera la feliz resolución de estos aterradores incidentes llevaron la calma al almirante Byrd y a su sufrida tripulación.
El hecho era que Little America estaba a punto de desprenderse de la Antártida y salir a la deriva, con todos ellos a bordo.

Es que la Barrera de Ross no está fija como está fija la tierra, ni está anclada a una placa tectónica como sucede con los continentes. La Barrera es una capa de hielo de 90 metros de espesor, que se apoya en ciertos puntos en escollos y acantilados submarinos, pero que flota libremente en el resto de su extensión. De ningún modo forma parte integrante del continente antártico. Es en realidad, además, un enorme glaciar o ventisquero, un enorme río de hielo que, como todos los ríos, está permanentemente arrastrándose hacia el mar. El hielo proviene de la Meseta Antártica (el centro del continente), se desborda por los pasos de las Montañas de la Reina Maud, y llega hasta la costa del mar. La presión de las mareas y las tempestades, ayudadas por el ciclópeo peso de la masa de hielo, hacen que grandes fragmentos se rasguen, se quiebren y se desprendan, y este es el origen de los icebergs que pueblan los océanos australes. La pesadilla era posible: Little America estaba a sólo 1.200 metros del agua.
(Aquí 2a Parte)
Nombrado contraalmirante en 1930, Byrd comenzó a pensar en regresar a la Antártida en 1933. Su decisión, largamente planeada, era la de pasar el invierno antártico en una base ubicada a 80° 08' de latitud sur.
¿Qué es lo que Byrd pretendía aprender con esta loca decisión?
"Meteorológicamente, el interior de la Antártida era una incógnita. Ninguna estación fija había sido instalada jamás en la Antártida profunda. Nunca se había efectuado ninguna observación en los largos meses invernales, y los datos recogidos por expediciones montadas en trineos —muy fragmentarios— cubrían sólo los relativamente benignos meses del verano. Sin embargo, tierra adentro, allí donde no existe la influencia moderadora de los mares que rodean al continente, existía el frío más terrible del planeta. Era allí donde debían buscarse las verdaderas condiciones de la Antártida. Y fue allí donde me propuse instalar la Base Avanzada. Allí, donde se crea el clima".
La Teoría del Frente Polar, muy en boga durante aquellos años y que no ha cambiado sustancialmente en el siglo XXI, explicaba la circulación atmosférica exactamente como la describe Byrd en su diario, y, como se comprende, había que probarla mediante observaciones detalladas in situ. Para ello, alguien tendría que pasar un invierno completo en Base Avanzada. Pero había que planear la expedición completa y construir una base capaz de mantener con vida a sus habitantes durante el inconcebiblemente crudo invierno antártico de tierra adentro.
La idea directriz del planeamiento de Base Avanzada (como su nombre lo indica) fue que tendría que estar muy, pero muy alejada de la costa de la Antártida. Byrd y Haines decidieron, por lo tanto, que la ubicación más adecuada sería al pie de las Montañas de la Reina Maud.
Esas montañas se encuentran a 640 kilómetros de la costa. Entre ellas y el mar se interpone la diabólica Barrera de Hielo de Ross, surcada de grietas de cientos de metros de profundidad, que ninguna expedición importante —ni siquiera la anterior de Byrd— había sido capaz de atravesar hasta el momento.
De modo que debían llevar varias docenas de toneladas de suministros y pertrechos desde el mar hasta las montañas, atravesando 640 kilómetros de terreno de grietas, en tractores oruga cuya capacidad de carga, en esas condiciones, era completamente desconocida hasta por su propio fabricante.
"Cualesquiera que eligieran habitar semejante lugar tendrían que aceptar la idea de soportar las temperaturas más extremas de la naturaleza, una larga noche tan oscura como la del lado oscuro de la Luna y un aislamiento que ninguna fuerza humana sería capaz de quebrar al menos durante seis meses"
A 640 kilómetros de la costa, los riesgos, peligros y complicaciones de una base antártica costera —"normal", podríamos llamarla— se intensifican unas mil veces. Esto se debe, sobre todo, a la imposibilidad (máxime en 1934) de transportar grandes cantidades de suministros a través de la Barrera de Hielo. Aún si todo salía bien, más que bien, incluso si todo salía perfecto, hubiese sido imposible poner en Base Avanzada más de tres hombres.
De manera que tres fue el número elegido por Byrd desde un principio: tres hombres solitarios, expertos, inmunes al frío, a la soledad y a la oscuridad. Sólo tres. "Ocupada por tres hombres así", razona Byrd, "Base Avanzada no iba a resultar un sitio demasiado difícil".
Desafortunadamente, se equivocaba.
El 24 de noviembre de 1933, partió por segunda vez hacia la Antártida, con una expedición totalmente equipada en la cual formaban parte técnicos y científicos. "Aparte de Bill Haines, Siple, Czegka y yo, nadie más en el buque tenía más que una vaga idea acerca del objeto de la cabaña", puntualiza el jefe de la expedición. "Yo había hablado poco, porque la experiencia me había enseñado que las regiones polares tarde o temprano destruyen el plan mejor diseñado". Sin embargo, al comienzo de ese largo y peligroso viaje de 24.000 kilómetros hasta la Antártida, Byrd había decidido ya que él mismo sería uno de los huéspedes de Base Avanzada. Esta decisión le costó trabajo: pensó al principio que no tenía derecho a arriesgar su vida. En medio de la Gran Depresión de la época, había debido endeudarse hasta el límite para financiar la expedición. Su muerte o su desaparición sumiría a su esposa y a sus hijos en la más desesperante de las miserias. Como jefe de la expedición, estaba al mando de dos barcos, cuatro aviones y más de cien hombres, que quedarían sin quien los orientase y los mandase, aislados en el campamento base de Little America, si a él llegaba a sucederle algo. Sin embargo, escribe: "Por otro lado, era difícil ver que un jefe pudiera pedir a otros tres hombres que corrieran voluntariamente un riesgo que no estaba dispuesto a correr él mismo".
En su libro "Discovery", Byrd narra la llegada de la expedición a Little America. Luego de unos meses de navegación, la pequeña flota entró en la Bahía de las Ballenas el 17 de enero de 1934. Durante más de 5 kilómetros el almirante luchó por llevar a sus barcos hasta la costa, en medio de la gigantesca bahía llena de trozos flotantes de hielo. Pero, una vez en la costa, comprobó que los problemas no habían hecho más que comenzar. Entre la playa oriental de la bahía, donde habían desembarcado, y el edificio del campamento base en sí, había un kilómetro y medio de hielo de presión.
"Oleada tras oleada de hielo levantado y quebrado, atravesado por profundas grietas, abismos y zonas de aguas abiertas, con el fondo a 640 metros de profundidad. Para quien nunca haya visto hielo de presión, resulta difícil imaginarse lo que es. La franja que nos separaba de Little America me hizo pensar en un mar azotado por un huracán, petrificado en el momento culminante de la tormenta: olas de 12 metros de altura desde el pico hasta el valle. Pero las mareas y corrientes trabajaban sin descanso en la base del hielo. Se podían oír sus quejidos y aún verlo moverse a simple vista en una docena de sitios. Un lugar que hoy permitía un paso seguro mañana era una grieta sin fondo".
Byrd despachó los aviones para examinar el campo de hielo de presión y varios hombres con esquíes para caminar sobre él. La ominosa conclusión fue que ni los tractores para nieve y ni siquiera los perros podrían llegar al edificio.
No se trataba de un problema menor: no se podía intentar la instalación de Base Avanzada desde los buques. Había que tener un campamento base. La situación era tan grave que Byrd estuvo a punto de decidir abandonar definitivamente Little America para construir una base completamente nueva en la orilla occidental de la bahía, renunciando al equipamiento, infraestructura y comodidades ya instaladas por su expedición anterior.
Justo a tiempo, un equipo de esquiadores regresó explicando al marino que habían descubierto un paso seguro. "Seguro" era un eufemismo por "posible", ya que el paso tenía 11 kilómetros de largo (daba enormes rodeos, recuérdese que los barcos estaban a solo 1,5 km de Little America en línea recta) y estaba lleno de peligros potenciales. El hecho de que en su diario, cada vez que Byrd se refiere a ese paso escriba "Camino de las Penurias" da una idea clara de su peligrosidad y dificultad.
"Durante dos meses completos, todos los días, veinticuatro horas al día, luchamos con la carga entre los barcos y Little America, variando de camino para hacer frente a las siempre cambiantes condiciones del terreno. Tuvimos que construir puentes sobre las grietas, mientras el mar azotaba el hielo que dejábamos a nuestras espaldas. Algunos días, el sol de medianoche, siguiendo sin prisa su ruta circular alrededor del cielo, nos iluminaba todo el tiempo. Entonces hacía calor, y los hombres tenían que desnudarse hasta la cintura y nuestros 150 perros sufrían por la temperatura y se revolcaban, desesperados, en el hielo".
Pero otras veces la situación era la opuesta: las ventiscas aullaban, cegando a los hombres, que se veían obligados a ir a tientas, tocando con las manos una fila de banderolas que señalaban el camino. En otras oportunidades llegaba la niebla, lechosa y casi sólida, y el mundo se convertía en un cristal completamente opaco.
Luego de este penoso proceso, toda la carga estuvo estibada en Little America y los barcos pudieron partir por fin. Era el momento que Byrd había esperado para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
Mientras transportaban los pertrechos a Little America, Base Avanzada había sido ensamblada, a modo de prueba, en el medio del campamento base. Uno de sus diseñadores, Paul Siple, se había hecho cargo de ella para probar los equipos de calefacción y ventilación. Ambos eran extremadamente críticos. No hace falta explicar lo de la calefacción, pero como los equipos de radio funcionaban a motor y la estufa con combustible, también era perentorio que el flujo de aire de la cabaña se renovara constantemente. Caso contrario, sus habitantes morirían asfixiados.
La disyuntiva de Byrd era difícil. Hacía entre -30 y -35°C y, en marzo, las expediciones antárticas están normalmente regresando a casa. Richard y sus hombres, por el contrario, estaban en la costa antártica, planeando internarse más de 600 kilómetros en el continente mientras el otoño dejaba paso al invierno y a la noche de seis meses que vendría con él. Los cuatro tractores habían sufrido muchísimo en los interminables trayectos a través del Camino de las Penurias, y todos necesitaban reparaciones, cambios de piezas y una revisión mecánica a fondo antes de pensar siquiera en intentar la travesía. No se podía pensar en los perros: muchos de ellos se habían ido con uno de los expedicionarios (el capitán Innes-Taylor) en una expedición de instalación de bases (depósitos de combustible y alimentos, principalmente) hacia el sur. En Little America sólo quedaban los débiles y los enfermos. Aunque hubiesen sido los mejores, es obvio que una partida de perros árticos no puede transportar 7 toneladas de suministros a lo largo de 640 kilómetros de hielo atravesado de grietas.
Byrd pensó en llevar la carga por avión, pero el más grande de los aparatos, un Fokker, se estrelló en esos días y quedó destrozado. Sólo otros dos podían transportar cargas: un Cóndor bimotor (crítico para la supervivencia de la operación, al que Byrd no podía arriesgar) y un pequeño Pilgrim, de escasa capacidad de carga. Para empeorar la situación, sus tripulantes se extraviaron en la niebla, y los hombres de Little America perdieron un precioso día buscándolos por todas partes.
Tendría que ser, pues, con los tractores.
La expedición disponía de cuatro: tres Citröen 10-20 franceses y un Cletrac 20-40 norteamericano. Los pequeños vehículos galos no tenían potencia suficiente para trabajar 24 horas al día en la Barrera de Ross. El Cletrac, que sí la poseía, era tan pesado que convertía a las grietas ocultas en un peligro letal.
Nunca nadie había intentado antes trabajar con automotores en la Antártida; y ciertamente era la primera vez que se pensaba en enviar tractores tan al sur. Byrd no tenía, por lo tanto, datos fiables en los cuales basar sus decisiones. Ni los mismos fabricantes de los snowcats (tractores de nieve) habían soñado en probar sus motores a menos de -50°C ni habían analizado el comportamiento, agarre y adherencia de sus orugas en arena. Esto es porque los fríos extremos granulan la nieve, que comienza a comportarse como arena seca de una duna.
El mecánico de Byrd, llamado Demas, comenzó a trabajar en tres de las máquinas, mientras su equipo reparaba la cuarta, que se había incendiado.
Byrd, presa de la desesperación, decidió que el viaje de 640 kilómetros hacia el sur resultaba imposible. "Si los tractores podían avanzar 340 kilómetros hacia el sur, habrían efectuado un milagro. Y yo estaba ya dispuesto a conformarme con 240 o menos".
Pero sus penurias no habían hecho más que comenzar.
El joven ingeniero de radio, llamado John Dyer, cayó desde una antena de 14 metros que estaba intentando reparar. Sólo sufrió lastimaduras en una pierna, pero derribó la antena.
El navegante Rawson tuvo que ser operado de una infección de estreptococos en la garganta.
El fotógrafo aéreo, Pelter, sufrió una grave apendicitis y tuvo que ser operado bajo condiciones espantosas...
...¡Y el cirujano que lo operaba, en un movimiento involuntario, derribó una lámpara de kerosene, iniciando un incendio que amenazaba destruir Little America!
El fuego devoró el depósito de instrumental médico: mientras el cirujano seguía operando, varios hombres intentaban apagar el incendio de su quirófano y otros tantos trataban de despertar a los doce que dormían en la barraca continua y corrían peligro de morir abrasados...
Ni los cuatro tripulantes del Fokker estrellado, ni Dyer, Rawson ni Pelter murieron ni sufrieron graves heridas (y los 12 durmientes lograron ser rescatados)...
Pero ni siquiera la feliz resolución de estos aterradores incidentes llevaron la calma al almirante Byrd y a su sufrida tripulación.
El hecho era que Little America estaba a punto de desprenderse de la Antártida y salir a la deriva, con todos ellos a bordo.
Es que la Barrera de Ross no está fija como está fija la tierra, ni está anclada a una placa tectónica como sucede con los continentes. La Barrera es una capa de hielo de 90 metros de espesor, que se apoya en ciertos puntos en escollos y acantilados submarinos, pero que flota libremente en el resto de su extensión. De ningún modo forma parte integrante del continente antártico. Es en realidad, además, un enorme glaciar o ventisquero, un enorme río de hielo que, como todos los ríos, está permanentemente arrastrándose hacia el mar. El hielo proviene de la Meseta Antártica (el centro del continente), se desborda por los pasos de las Montañas de la Reina Maud, y llega hasta la costa del mar. La presión de las mareas y las tempestades, ayudadas por el ciclópeo peso de la masa de hielo, hacen que grandes fragmentos se rasguen, se quiebren y se desprendan, y este es el origen de los icebergs que pueblan los océanos australes. La pesadilla era posible: Little America estaba a sólo 1.200 metros del agua.
La formación de icebergs es en realidad consecuencia de la desintegración física del continente antártico; aunque Byrd y los suyos no sufrieron los efectos del calentamiento global que observamos hoy, los grandes calores de febrero de 1934, cuando luchaban con su carga por el Camino de las Penurias, habían reblandecido el hielo, que con rapidez se preparaba para desprenderse.
"El hielo de presión comenzó a alejarse de nosotros, llevándose con él el cemento de hielo que mantenía en posición a nuestra sección de la Barrera. Enormes grietas se abrieron todo alrededor de Little America, y cada día crecían un poco más. Por la noche, en el silencio, uno podía sentir que el piso de Little America se alzaba suavemente debido a la marejada que chocaba contra su base, muchos metros debajo de nosotros. Las olas estaban destrozando el hielo viejo, y el hielo nuevo apenas tenía tiempo de formarse. Con mi jefe científico, el doctor Poulter, hicimos un largo viaje en tractor por encima de la barrera, al norte y al este. El ruido de las olas parecía un trueno, aunque el mar estaba bajo nosotros a través de 20 metros de hielo, y una vez oímos, distante, el tremendo whooshde un trozo enorme de la Barrera que cedía".
Es de imaginar la preocupación de Byrd y los suyos. Lo peor era que no podían evitar que el desprendimiento sucediera, y, si sucedía, no podrían tampoco hacer nada al respecto. Cuando se ponen en juego fuerzas naturales así de monstruosas, el ser humano puede cumplir sólo dos papeles: el de testigo impotente o el de víctima. Pero Byrd no estaba dispuesto a irse a la deriva hasta ahogarse con todos sus edificios, pertrechos, hombres e instrumental: reunió a su tripulación en la sala de rancho, les explicó la situación y les pidió opiniones y sugerencias acerca de lo que les convenía hacer.
Los hombres arguyeron que el peligro derivaba de la suposición de que la Barrera de Hielo se estaba desintegrando, lo que no podía probarse. Por lo tanto, entre todos decidieron quedarse como estaban, pero precaviéndose de la destrucción llevando una tercera parte de sus pertrechos hasta la parte alta (y más sólida) de la Barrera, a 1.500 metros al sureste de Little America. Allí escaparían si el banco en que se asentaban se hacía a la mar. Esto implicó, primero, sacar los tractores de nieve del taller donde Demas los estaba reparando, y, en segundo lugar, perder dos días preciosos acarreando suministros hasta lo alto del terreno firme. Apenas concluida la tarea, el mar se calmó, la temperatura bajó de golpe, cesó la disgregación del hielo y la recongelación subsiguiente dejó el terreno tan firme como antes.
A la medianoche del 15 de febrero, los hombres de Little America desarmaron las secciones de Base Avanzada que habían construido en el campamento base, las cargaron en los tractores, y se prepararon para ponerse en marcha hacia el sur. Pero, mientras los tractores avanzaban trabajosamente por la inmensidad helada, a Richard Byrd le entró una sensación de espantoso pánico: él en persona había supervisado la carga del combustible, los alimentos y los pertrechos en los tractores, y ahora, rehaciendo los cálculos, descubrió que la cantidad transportada no sería suficiente para que tres hombres sobrevivieran durante todo el invierno.
Los contratiempos, peligros y desastres arreciaron durante el trayecto que separaba a Little America del final de la línea Innes-Taylor. Desesperados de frío, cegados por las ventiscas y enloquecidos por las dificultades que ofrecía el terreno, los tripulantes de los tractores batallaban incesantemente por sus vidas y por cumplir con su objetivo.
El 21 de marzo de 1934, por fin, los sufridos nueve hombres alcanzaron uno de los depósitos de combustible que Innes-Taylor había instalado para ellos. Se hallaban a 197 kilómetros al sur de Little America, a 80° 08' de latitud sur y 163° 57'de longitud oeste. Era imposible seguir adelante. De los tres tractores que les quedaban, los tres tenían rotos los radiadores, ninguna de sus baterías funcionaba correctamente, los generadores auxiliares estaban agotados, y uno de los vehículos iba sin faros delanteros. Avanzar más era suicida.
Mientras discutían, desolados, lo que correspondía hacer, escucharon ladridos desde el sur. Era el capitán Innes-Taylor, que regresaba con sus trineos. Hablar con él no consoló a Byrd. El esforzado colaborador traía consigo sólo raciones suficientes para que los perros comiesen un día más y, de no haberlos encontrado o si hubiese errado al siguiente refugio, se hubiera muerto con sus peludos compañeros. Relataba, además, un pesadillesco relato de espantosos fríos y temibles ventiscas más al sur. No, no había modo. No se podía seguir.
Era el momento para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero Byrd, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
En las horas siguientes a la llegada al depósito y al encuentro con el capitán, Byrd hizo un nuevo recuento de las provisiones y llegó a su heroica decisión. Escribe: "Base Avanzada sería ocupada, inevitablemente, por un solo hombre".
Byrd decidió dejar sólo un hombre y no dos —para lo cual las provisiones le hubiesen alcanzado— porque su experiencia polar le decía que "dos" no es un buen número de hombres para soportar un largo período de aislamiento. Las peleas, la depresión, las neurosis y el malhumor se soportan peor entre dos que por uno solo. Solo, uno no tiene con quien pelear, a quien odiar ni a quien responsabilizar por los errores, las fallas, los hechos fortuitos o por los accidentes. Todo esto compromete el éxito de la misión y pone en peligro las vidas de ambos. La historia de las expediciones polares están llenas de ejemplos de este tipo de situaciones.
"Tenía que ser un solo hombre, y ese hombre sería yo mismo. No podía conformarme con la idea de pedir a un subordinado que se quedara allí en mi lugar".
Byrd no durmió esa noche, la noche en que tomó la decisión más difícil de su vida. Tuvo que poner en orden sus asuntos, y adaptar su mente a dos angustiosas ideas. La primera era que, si fracasaba, dejaría a su familia sepultada en deudas, sin un centavo y con la vida arruinada para siempre. La segunda era que, fracasase o no, al quedarse en Base Avanzada dejaría a los 55 hombres de Little America sin jefe, sin guía y sin apoyo durante todo el invierno. Sin embargo, se convenció de que ellos sabían lo que tenían que hacer y lo harían, con Byrd en Little America o sin él. Era improbable que hubiese problemas en Little America durante la ausencia de Byrd, ya que su equipo estaba muy preparado.
Dada la calidad de los hombres que dejaba a cargo, Dick no creyó necesario escribirles una complicada Biblia de reglamentos y órdenes. Si era preciso, los orientaría por radio desde Base Avanzada. Por lo tanto, su carta final a su tripulación consta sólo de tres páginas escritas a máquina. Les ordena trabajar al máximo, cuidar y economizar los abastecimientos, seguir las normas de seguridad y mantener una férrea disciplina. Concluye diciendo:
"Cada hombre tiene derecho a ser tratado en forma justa, y se ordena a los oficiales tener presente este hecho. Aquí no hay distinción de clases como en la civilización. Lo que sea o haya hecho cada hombre en su patria no tiene ninguna importancia aquí. Quien haya fracasado allí puede rehacerse aquí, y no será juzgado por el cargo que ocupe sino por la forma en que colabore con los objetivos finales y por el modo en que haya cumplido su tarea, ya sea ésta importante o humilde".
La última orden de Byrd fue leída a los hombres en Little America en la mañana del 22 de marzo de 1934. Noville le empaquetó sus objetos personales y lo ayudó a prepararse. Byrd llevaba a Base Avanzada solamente sus varias docenas de libros, un traje de vuelo de cuero, un sextante, dos excelentes cronómetros, su equipo de afeitar, su colección de discos de pasta y muy poca cosa más.
Durante más de tres semanas, Innes-Taylor, sus hombres y sus animales habían soportado temperaturas inferiores a los -45°C. Los cierres de sus bolsas de dormir se les habían roto, lo que provocó que se formara el hielo en su interior, impidiéndoles dormir. Sus 24 perros se veían tristes y mal nutridos, por lo que Byrd comprendió que debía instalarse lo antes posible para que ellos pudiesen regresar a Little America.
"El hielo de presión comenzó a alejarse de nosotros, llevándose con él el cemento de hielo que mantenía en posición a nuestra sección de la Barrera. Enormes grietas se abrieron todo alrededor de Little America, y cada día crecían un poco más. Por la noche, en el silencio, uno podía sentir que el piso de Little America se alzaba suavemente debido a la marejada que chocaba contra su base, muchos metros debajo de nosotros. Las olas estaban destrozando el hielo viejo, y el hielo nuevo apenas tenía tiempo de formarse. Con mi jefe científico, el doctor Poulter, hicimos un largo viaje en tractor por encima de la barrera, al norte y al este. El ruido de las olas parecía un trueno, aunque el mar estaba bajo nosotros a través de 20 metros de hielo, y una vez oímos, distante, el tremendo whooshde un trozo enorme de la Barrera que cedía".
Es de imaginar la preocupación de Byrd y los suyos. Lo peor era que no podían evitar que el desprendimiento sucediera, y, si sucedía, no podrían tampoco hacer nada al respecto. Cuando se ponen en juego fuerzas naturales así de monstruosas, el ser humano puede cumplir sólo dos papeles: el de testigo impotente o el de víctima. Pero Byrd no estaba dispuesto a irse a la deriva hasta ahogarse con todos sus edificios, pertrechos, hombres e instrumental: reunió a su tripulación en la sala de rancho, les explicó la situación y les pidió opiniones y sugerencias acerca de lo que les convenía hacer.
Los hombres arguyeron que el peligro derivaba de la suposición de que la Barrera de Hielo se estaba desintegrando, lo que no podía probarse. Por lo tanto, entre todos decidieron quedarse como estaban, pero precaviéndose de la destrucción llevando una tercera parte de sus pertrechos hasta la parte alta (y más sólida) de la Barrera, a 1.500 metros al sureste de Little America. Allí escaparían si el banco en que se asentaban se hacía a la mar. Esto implicó, primero, sacar los tractores de nieve del taller donde Demas los estaba reparando, y, en segundo lugar, perder dos días preciosos acarreando suministros hasta lo alto del terreno firme. Apenas concluida la tarea, el mar se calmó, la temperatura bajó de golpe, cesó la disgregación del hielo y la recongelación subsiguiente dejó el terreno tan firme como antes.
A la medianoche del 15 de febrero, los hombres de Little America desarmaron las secciones de Base Avanzada que habían construido en el campamento base, las cargaron en los tractores, y se prepararon para ponerse en marcha hacia el sur. Pero, mientras los tractores avanzaban trabajosamente por la inmensidad helada, a Richard Byrd le entró una sensación de espantoso pánico: él en persona había supervisado la carga del combustible, los alimentos y los pertrechos en los tractores, y ahora, rehaciendo los cálculos, descubrió que la cantidad transportada no sería suficiente para que tres hombres sobrevivieran durante todo el invierno.
Los contratiempos, peligros y desastres arreciaron durante el trayecto que separaba a Little America del final de la línea Innes-Taylor. Desesperados de frío, cegados por las ventiscas y enloquecidos por las dificultades que ofrecía el terreno, los tripulantes de los tractores batallaban incesantemente por sus vidas y por cumplir con su objetivo.
El 21 de marzo de 1934, por fin, los sufridos nueve hombres alcanzaron uno de los depósitos de combustible que Innes-Taylor había instalado para ellos. Se hallaban a 197 kilómetros al sur de Little America, a 80° 08' de latitud sur y 163° 57'de longitud oeste. Era imposible seguir adelante. De los tres tractores que les quedaban, los tres tenían rotos los radiadores, ninguna de sus baterías funcionaba correctamente, los generadores auxiliares estaban agotados, y uno de los vehículos iba sin faros delanteros. Avanzar más era suicida.
Mientras discutían, desolados, lo que correspondía hacer, escucharon ladridos desde el sur. Era el capitán Innes-Taylor, que regresaba con sus trineos. Hablar con él no consoló a Byrd. El esforzado colaborador traía consigo sólo raciones suficientes para que los perros comiesen un día más y, de no haberlos encontrado o si hubiese errado al siguiente refugio, se hubiera muerto con sus peludos compañeros. Relataba, además, un pesadillesco relato de espantosos fríos y temibles ventiscas más al sur. No, no había modo. No se podía seguir.
Era el momento para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero Byrd, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
En las horas siguientes a la llegada al depósito y al encuentro con el capitán, Byrd hizo un nuevo recuento de las provisiones y llegó a su heroica decisión. Escribe: "Base Avanzada sería ocupada, inevitablemente, por un solo hombre".
Byrd decidió dejar sólo un hombre y no dos —para lo cual las provisiones le hubiesen alcanzado— porque su experiencia polar le decía que "dos" no es un buen número de hombres para soportar un largo período de aislamiento. Las peleas, la depresión, las neurosis y el malhumor se soportan peor entre dos que por uno solo. Solo, uno no tiene con quien pelear, a quien odiar ni a quien responsabilizar por los errores, las fallas, los hechos fortuitos o por los accidentes. Todo esto compromete el éxito de la misión y pone en peligro las vidas de ambos. La historia de las expediciones polares están llenas de ejemplos de este tipo de situaciones.
"Tenía que ser un solo hombre, y ese hombre sería yo mismo. No podía conformarme con la idea de pedir a un subordinado que se quedara allí en mi lugar".
Byrd no durmió esa noche, la noche en que tomó la decisión más difícil de su vida. Tuvo que poner en orden sus asuntos, y adaptar su mente a dos angustiosas ideas. La primera era que, si fracasaba, dejaría a su familia sepultada en deudas, sin un centavo y con la vida arruinada para siempre. La segunda era que, fracasase o no, al quedarse en Base Avanzada dejaría a los 55 hombres de Little America sin jefe, sin guía y sin apoyo durante todo el invierno. Sin embargo, se convenció de que ellos sabían lo que tenían que hacer y lo harían, con Byrd en Little America o sin él. Era improbable que hubiese problemas en Little America durante la ausencia de Byrd, ya que su equipo estaba muy preparado.
Dada la calidad de los hombres que dejaba a cargo, Dick no creyó necesario escribirles una complicada Biblia de reglamentos y órdenes. Si era preciso, los orientaría por radio desde Base Avanzada. Por lo tanto, su carta final a su tripulación consta sólo de tres páginas escritas a máquina. Les ordena trabajar al máximo, cuidar y economizar los abastecimientos, seguir las normas de seguridad y mantener una férrea disciplina. Concluye diciendo:
"Cada hombre tiene derecho a ser tratado en forma justa, y se ordena a los oficiales tener presente este hecho. Aquí no hay distinción de clases como en la civilización. Lo que sea o haya hecho cada hombre en su patria no tiene ninguna importancia aquí. Quien haya fracasado allí puede rehacerse aquí, y no será juzgado por el cargo que ocupe sino por la forma en que colabore con los objetivos finales y por el modo en que haya cumplido su tarea, ya sea ésta importante o humilde".
La última orden de Byrd fue leída a los hombres en Little America en la mañana del 22 de marzo de 1934. Noville le empaquetó sus objetos personales y lo ayudó a prepararse. Byrd llevaba a Base Avanzada solamente sus varias docenas de libros, un traje de vuelo de cuero, un sextante, dos excelentes cronómetros, su equipo de afeitar, su colección de discos de pasta y muy poca cosa más.
Durante más de tres semanas, Innes-Taylor, sus hombres y sus animales habían soportado temperaturas inferiores a los -45°C. Los cierres de sus bolsas de dormir se les habían roto, lo que provocó que se formara el hielo en su interior, impidiéndoles dormir. Sus 24 perros se veían tristes y mal nutridos, por lo que Byrd comprendió que debía instalarse lo antes posible para que ellos pudiesen regresar a Little America.
La cabaña prefabricada, de 2.7 x 3.9 m. y una altura de 2.4 m., estaba enterrada en el hielo, su montaje había sido muy duro, el equipo hubo de soportar temperaturas muy bajas, cavaron una fosa donde introducir la estructura de la cabaña, cuando acabaron, el techo emergía de la superficie helada unos 60 cm. En la parte superior, una trampilla permitía el acceso al interior. Las paredes eran dobles y estaban forradas de material aislante, en el interior, una estufa con el tubo en forma de U, diseñado para calentar el interior por igual, atravesaba toda la pieza.
El inventario de suministros con que Byrd tendría que afrontar, por primera vez en la historia humana, un invierno antártico completo muy lejos tierra adentro, no era pobre pero tampoco fastuoso.
Tenía 350 velas, 10 cajas de pastillas de alcohol sólido para encender fuego, tres linternas con 10 baterías cada una, 425 cajas de fósforos de seguridad de madera y de cera, dos faroles a parafina, un farol de presión o "sol de noche" a gasolina de 300 bujías, un saco de dormir de cuero forrado con piel y otro de plumón.
Poseía, además, una sola silla plegable con un almohadón inflable, dos cocinas Primus, nueve bombas de agua contra incendio, un extintor Pyrene, tres baldes de aluminio, dos lavamanos, un calendario, dos espejos, un felpudo, dos cepillos para quitarse el hielo y la nieve de la ropa, dos candelabros, 36 lápices, una lata de 19 litros llena de papel higiénico, 400 servilletas de papel, una caja de tachuelas y otra de gomas elásticas, dos resmas de papel para escribir, tres cajas de jabón, viruta metálica para lavar los trastos, una jarra térmica, dos mazos de naipes, tres metros y medio de hule, pedazos de amianto y dos paquetes de escarbadientes. Eso era todo.
Pero Byrd tenía que alimentarse durante 6 meses completos —en el mejor de los casos—. Las provisiones fueron almacenadas en dos túneles y consistían en 166 kg de carne, 364 de verduras, 34 bolsas de sopa, 81 kg de conservas de frutas, 41 de frutas secas, 28 kilos de postres y 500 kilos de otros alimentos, incluyendo cereales. Esperaban que con esto le bastara, porque era todo lo que tenían para dejarle.
Se instaló, asimismo, una estación emisora-receptora de radio y una antena en el exterior de la cabaña, que fue sujetada con cañas de bambú. En cuanto a los instrumentos meteorológicos destacaba sobre la nieve, un poste de casi 4 m. de altura en cuyo extremo se hallaba instalada la veleta del anemómetro. Todos los aparatos e instrumentos meteorológicos estaban preparados para soportar temperaturas de hasta -115ºC. Byrd, se quedó solo.
Al día siguiente, 23 de marzo, Base Avanzada estaba casi lista para asumir sus funciones de base meteorológica más austral del mundo.
Entonces, todos decidieron ofrecer un banquete de despedida al capitán Innes-Taylor y su grupo, que partirían primero hacia Little America. El cocinero Corey había entregado a Byrd tres tesoros que el almirante deseaba conservar: un pavo y dos hermosos pollos. Pero los hambrientos hombres, luego de semanas y semanas de alimentarse sólo de una sopa espesa que llamaban con el vocablo inuit hoosh, tomaron por asalto la despensa del túnel y los descubrieron. "Consiguieron hacerme ceder esos majares escogidos de mi alacena", escribe Byrd. "¿Cómo negarles ese gusto después de ver su sacrificio y su voluntad indomable durante tantos días?."
Innes-Taylor fue elegido chef, pero la tarea de cocinar las grandes aves no era fácil: la carne estaba dura como las planchas de acero de un acorazado. Hubo que cocinarlas a chorro de soplete. Nueve hombres se sentaron, de piernas cruzadas, sobre el helado suelo. Los otros cinco, que no tenían lugar, comieron de pie.
Pero la cena de gala demostró ser prematura. Por la noche los azotó el viento del este, que a la mañana se había convertido en una ventisca con una visibilidad de menos de 50 metros. El viento, a -33°C, cortaba las carnes como una navaja de afeitar. Innes-Taylor no podría salir. Byrd decidió, entonces, esperar al día siguiente.
Esa noche, como la anterior, durmió con diez hombres en una cabaña calculada para tres:
"Tinglof dormía debajo de la mesa; Black, acurrucado detrás de la estufa; Waite, bajo mi litera; June, sentado en un rincón; y los demás, tendidos como momias en sus sacos de dormir, cubriendo el suelo de una a otra pared. Jamás olvidaré esa noche. Mis huéspedes formaron tal concierto de ronquidos que me vi finalmente obligado a salir de la cabaña" , recuerda el almirante.
Al escucharlo subir, los perros de Innes-Taylor, Paine y Ronne comenzaron a aullar, con ese sonido cargado de desafío, desolación y lucha con que la naturaleza les hace decir "aquí estoy y estoy vivo" en sus hogares natales del Lejano Norte.
"Era un sonido tenso y vibrante que dominaba a la voz del viento. Entonces se alzó nuevamente, esta vez con el mismo tono del vendaval, pero más rico y compuesto de muchas voces" , escribe Richard. "Tres equipos de perros atados en filas paralelas, espaciados a lo largo de cables de amarre extendidos entre estacas profundamente clavadas en la nieve. Se calmaron cuando me vieron entre ellos, apareciendo en la oscuridad. Tal vez el saber que todavía había seres humanos con ellos los tranquilizó. Al recorrer los cables con la linterna en la mano encontré a cada perro enrrollado como una pelota, con el lomo contra el viento y el hocico apretado contra la panza, y con la nieve arrastrada por el viento formando una muralla aislante en torno a él. Era espantoso verlos así tan avanzada la estación, pero nada podíamos hacer al respecto. Tendrían que esperar a que el tiempo mejorara. El viento aflojó por un momento, una nube se disolvió y, por primera vez en esa noche, vi sobre mi cabeza un claro cielo poblado de estrellas. El tiempo parecía estar mejorando. Si esto era cierto, mañana los perros estarían viajando con Innes-Taylor hacia la seguridad de la costa. Jack, el enorme perro jefe, propiedad de Paine, pareció comprenderlo. Apenas las estrellas aparecieron en el firmamento, se puso bruscamente de pie y se sacudió la nieve del lomo. Entonces soltó el indescriptible aullido vagabundo del lobo gris. En un instante, los 24 perros estaban despiertos y, uniéndose a su líder en el gemebundo coro, llenaron la Barrera de un melancólico aullido que no contenía sin embargo tristeza, sino hambre, deseo y desafío. No había duda de que al día siguiente tirarían de los trineos con entusiasmo".
El 25, domingo, amaneció claro y tranquilo. Los perros debían irse. Hacía 44,4 grados bajo cero, y el noruego Ronne, Paine e Innes-Taylor se despidieron y desaparecieron hacia el horizonte.
Base Avanzada estaba en medio de una enorme planicie completamente llana, que permitía observar, en un día claro, la perfecta redondez del horizonte en los 360°.
Los otros dos tractores se quedaron aún en Base Avanzada con Byrd para ajustar los últimos detalles. Estaban June, Petersen, Mlack, Dustin, Siple y Waite, el último de los cuales concluyó sus transmisiones de prueba con Little America, confirmando que todo estaba correcto. La radio funcionaba perfectamente. Byrd se quedaría solo, es cierto, pero no aislado. No era en absoluto lo mismo. La diferencia era igual a la que existía entre la vida y la muerte: un universo de distancia. Siple, por su parte, terminó de probar la estufa, que también funcionaba.
Encontrar la frase adecuada para la despedida costó mucho al almirante. Mientras vacilaba pensando en qué decir a sus hombres, June le resolvió el problema: "Bueno, almirante. Hemos hecho más o menos todo lo que había que hacer, y sospecho que muchas otras cosas que no hacían falta, así que ha llegado la hora de irnos".
Comieron de pie sus almuerzos a mediodía y se prepararon para partir. Hacía -53,3°C, y los dos tractores estaban completamente enterrados bajo la nieve. Tardaron mucho en sacarlos, y aún más en conseguir que arrancaran: "Aún calentando el cárter con sopletes, y envolviendo los chasis con carpas de lona para que no perdieran tanto calor, pasaron dos horas antes de poderlos poner en marcha", escribe el explorador jefe. Se fueron a las 5 de la tarde, dejando a Byrd solo y pensativo en su cabaña.
Sin embargo, a las 7 de esa misma tarde, el ruido de unas orugas llamó la atención de Richard Byrd. Eran los dos tractores que regresaban. "Esto me causó un perturbador sobresalto, porque estaba ansioso por saberlos en la seguridad de Little America", dice. Pero habían hecho bien en volver: apenas a 6 kilómetros de Base Avanzada, el radiador del tractor de June se congeló. Al abrir la tapa, June se quemó una mano con el agua hirviendo. Al tratar de frotársela, se le congeló la otra. Con una mano quemada y la otra congelada, sólo le quedaba la posibilidad de volver a la cabaña de Byrd para darles una oportunidad de mejoría en un ambiente más tibio.
Los tripulantes de los snowcats debieron quedarse hasta el día siguiente, y tuvieron que dormir vestidos. Pero no todos durmieron. Demas no permitió que se apagaran los motores de los tractores, y ordenó a Waite y a Dustin que se quedaran despiertos toda la noche y los mantuviesen en marcha. Les dijo con brusquedad: "Si les permiten que se detengan, todos nos quedaremos aquí hasta la próxima primavera". Y todos sabían lo que ello significaba: los alimentos sólo alcanzaban para un hombre y allí habían demasiados.
A medianoche, Byrd salió de la base y esperó el amanecer haciendo compañía a los desdichados que velaban los camiones.
No pudieron partir hasta el miércoles 28 de marzo de 1934, y esa vez no regresaron. Las manos de June estaban casi curadas, y era tiempo de que enfilaran a Little America. Por el camino se encontrarían con los hombres que trabajaban en el Cletrac y se los llevarían consigo. También alacanzarían a Innes-Taylor y los suyos en sus trineos, quienes seguirían a los tres snowcats.
Pero Byrd estaba igualmente muy preocupado. Tenía miedo de que lo desobedecieran. "Me preocupaba la posibilidad de no haber sido lo suficientemente insistente al ordenar que quedaba prohibido cualquier intento de salvamento si mi radio dejaba de funcionar. Si yo caía en el silencio, nadie debía abandonar Little America para venir a buscarme, al menos no hasta la primavera. 'Les doy estrictas órdenes de no venir a buscarme hasta un mes después de que el sol regrese'. Para asegurarme, les repetí la misma orden antes de que June y los suyos partieran por segunda vez".
El inventario de suministros con que Byrd tendría que afrontar, por primera vez en la historia humana, un invierno antártico completo muy lejos tierra adentro, no era pobre pero tampoco fastuoso.
Tenía 350 velas, 10 cajas de pastillas de alcohol sólido para encender fuego, tres linternas con 10 baterías cada una, 425 cajas de fósforos de seguridad de madera y de cera, dos faroles a parafina, un farol de presión o "sol de noche" a gasolina de 300 bujías, un saco de dormir de cuero forrado con piel y otro de plumón.
Poseía, además, una sola silla plegable con un almohadón inflable, dos cocinas Primus, nueve bombas de agua contra incendio, un extintor Pyrene, tres baldes de aluminio, dos lavamanos, un calendario, dos espejos, un felpudo, dos cepillos para quitarse el hielo y la nieve de la ropa, dos candelabros, 36 lápices, una lata de 19 litros llena de papel higiénico, 400 servilletas de papel, una caja de tachuelas y otra de gomas elásticas, dos resmas de papel para escribir, tres cajas de jabón, viruta metálica para lavar los trastos, una jarra térmica, dos mazos de naipes, tres metros y medio de hule, pedazos de amianto y dos paquetes de escarbadientes. Eso era todo.
Pero Byrd tenía que alimentarse durante 6 meses completos —en el mejor de los casos—. Las provisiones fueron almacenadas en dos túneles y consistían en 166 kg de carne, 364 de verduras, 34 bolsas de sopa, 81 kg de conservas de frutas, 41 de frutas secas, 28 kilos de postres y 500 kilos de otros alimentos, incluyendo cereales. Esperaban que con esto le bastara, porque era todo lo que tenían para dejarle.
Se instaló, asimismo, una estación emisora-receptora de radio y una antena en el exterior de la cabaña, que fue sujetada con cañas de bambú. En cuanto a los instrumentos meteorológicos destacaba sobre la nieve, un poste de casi 4 m. de altura en cuyo extremo se hallaba instalada la veleta del anemómetro. Todos los aparatos e instrumentos meteorológicos estaban preparados para soportar temperaturas de hasta -115ºC. Byrd, se quedó solo.
Al día siguiente, 23 de marzo, Base Avanzada estaba casi lista para asumir sus funciones de base meteorológica más austral del mundo.
Entonces, todos decidieron ofrecer un banquete de despedida al capitán Innes-Taylor y su grupo, que partirían primero hacia Little America. El cocinero Corey había entregado a Byrd tres tesoros que el almirante deseaba conservar: un pavo y dos hermosos pollos. Pero los hambrientos hombres, luego de semanas y semanas de alimentarse sólo de una sopa espesa que llamaban con el vocablo inuit hoosh, tomaron por asalto la despensa del túnel y los descubrieron. "Consiguieron hacerme ceder esos majares escogidos de mi alacena", escribe Byrd. "¿Cómo negarles ese gusto después de ver su sacrificio y su voluntad indomable durante tantos días?."
Innes-Taylor fue elegido chef, pero la tarea de cocinar las grandes aves no era fácil: la carne estaba dura como las planchas de acero de un acorazado. Hubo que cocinarlas a chorro de soplete. Nueve hombres se sentaron, de piernas cruzadas, sobre el helado suelo. Los otros cinco, que no tenían lugar, comieron de pie.
Pero la cena de gala demostró ser prematura. Por la noche los azotó el viento del este, que a la mañana se había convertido en una ventisca con una visibilidad de menos de 50 metros. El viento, a -33°C, cortaba las carnes como una navaja de afeitar. Innes-Taylor no podría salir. Byrd decidió, entonces, esperar al día siguiente.
Esa noche, como la anterior, durmió con diez hombres en una cabaña calculada para tres:
"Tinglof dormía debajo de la mesa; Black, acurrucado detrás de la estufa; Waite, bajo mi litera; June, sentado en un rincón; y los demás, tendidos como momias en sus sacos de dormir, cubriendo el suelo de una a otra pared. Jamás olvidaré esa noche. Mis huéspedes formaron tal concierto de ronquidos que me vi finalmente obligado a salir de la cabaña" , recuerda el almirante.
Al escucharlo subir, los perros de Innes-Taylor, Paine y Ronne comenzaron a aullar, con ese sonido cargado de desafío, desolación y lucha con que la naturaleza les hace decir "aquí estoy y estoy vivo" en sus hogares natales del Lejano Norte.
"Era un sonido tenso y vibrante que dominaba a la voz del viento. Entonces se alzó nuevamente, esta vez con el mismo tono del vendaval, pero más rico y compuesto de muchas voces" , escribe Richard. "Tres equipos de perros atados en filas paralelas, espaciados a lo largo de cables de amarre extendidos entre estacas profundamente clavadas en la nieve. Se calmaron cuando me vieron entre ellos, apareciendo en la oscuridad. Tal vez el saber que todavía había seres humanos con ellos los tranquilizó. Al recorrer los cables con la linterna en la mano encontré a cada perro enrrollado como una pelota, con el lomo contra el viento y el hocico apretado contra la panza, y con la nieve arrastrada por el viento formando una muralla aislante en torno a él. Era espantoso verlos así tan avanzada la estación, pero nada podíamos hacer al respecto. Tendrían que esperar a que el tiempo mejorara. El viento aflojó por un momento, una nube se disolvió y, por primera vez en esa noche, vi sobre mi cabeza un claro cielo poblado de estrellas. El tiempo parecía estar mejorando. Si esto era cierto, mañana los perros estarían viajando con Innes-Taylor hacia la seguridad de la costa. Jack, el enorme perro jefe, propiedad de Paine, pareció comprenderlo. Apenas las estrellas aparecieron en el firmamento, se puso bruscamente de pie y se sacudió la nieve del lomo. Entonces soltó el indescriptible aullido vagabundo del lobo gris. En un instante, los 24 perros estaban despiertos y, uniéndose a su líder en el gemebundo coro, llenaron la Barrera de un melancólico aullido que no contenía sin embargo tristeza, sino hambre, deseo y desafío. No había duda de que al día siguiente tirarían de los trineos con entusiasmo".
El 25, domingo, amaneció claro y tranquilo. Los perros debían irse. Hacía 44,4 grados bajo cero, y el noruego Ronne, Paine e Innes-Taylor se despidieron y desaparecieron hacia el horizonte.
Base Avanzada estaba en medio de una enorme planicie completamente llana, que permitía observar, en un día claro, la perfecta redondez del horizonte en los 360°.
Los otros dos tractores se quedaron aún en Base Avanzada con Byrd para ajustar los últimos detalles. Estaban June, Petersen, Mlack, Dustin, Siple y Waite, el último de los cuales concluyó sus transmisiones de prueba con Little America, confirmando que todo estaba correcto. La radio funcionaba perfectamente. Byrd se quedaría solo, es cierto, pero no aislado. No era en absoluto lo mismo. La diferencia era igual a la que existía entre la vida y la muerte: un universo de distancia. Siple, por su parte, terminó de probar la estufa, que también funcionaba.
Encontrar la frase adecuada para la despedida costó mucho al almirante. Mientras vacilaba pensando en qué decir a sus hombres, June le resolvió el problema: "Bueno, almirante. Hemos hecho más o menos todo lo que había que hacer, y sospecho que muchas otras cosas que no hacían falta, así que ha llegado la hora de irnos".
Comieron de pie sus almuerzos a mediodía y se prepararon para partir. Hacía -53,3°C, y los dos tractores estaban completamente enterrados bajo la nieve. Tardaron mucho en sacarlos, y aún más en conseguir que arrancaran: "Aún calentando el cárter con sopletes, y envolviendo los chasis con carpas de lona para que no perdieran tanto calor, pasaron dos horas antes de poderlos poner en marcha", escribe el explorador jefe. Se fueron a las 5 de la tarde, dejando a Byrd solo y pensativo en su cabaña.
Sin embargo, a las 7 de esa misma tarde, el ruido de unas orugas llamó la atención de Richard Byrd. Eran los dos tractores que regresaban. "Esto me causó un perturbador sobresalto, porque estaba ansioso por saberlos en la seguridad de Little America", dice. Pero habían hecho bien en volver: apenas a 6 kilómetros de Base Avanzada, el radiador del tractor de June se congeló. Al abrir la tapa, June se quemó una mano con el agua hirviendo. Al tratar de frotársela, se le congeló la otra. Con una mano quemada y la otra congelada, sólo le quedaba la posibilidad de volver a la cabaña de Byrd para darles una oportunidad de mejoría en un ambiente más tibio.
Los tripulantes de los snowcats debieron quedarse hasta el día siguiente, y tuvieron que dormir vestidos. Pero no todos durmieron. Demas no permitió que se apagaran los motores de los tractores, y ordenó a Waite y a Dustin que se quedaran despiertos toda la noche y los mantuviesen en marcha. Les dijo con brusquedad: "Si les permiten que se detengan, todos nos quedaremos aquí hasta la próxima primavera". Y todos sabían lo que ello significaba: los alimentos sólo alcanzaban para un hombre y allí habían demasiados.
A medianoche, Byrd salió de la base y esperó el amanecer haciendo compañía a los desdichados que velaban los camiones.
No pudieron partir hasta el miércoles 28 de marzo de 1934, y esa vez no regresaron. Las manos de June estaban casi curadas, y era tiempo de que enfilaran a Little America. Por el camino se encontrarían con los hombres que trabajaban en el Cletrac y se los llevarían consigo. También alacanzarían a Innes-Taylor y los suyos en sus trineos, quienes seguirían a los tres snowcats.
Pero Byrd estaba igualmente muy preocupado. Tenía miedo de que lo desobedecieran. "Me preocupaba la posibilidad de no haber sido lo suficientemente insistente al ordenar que quedaba prohibido cualquier intento de salvamento si mi radio dejaba de funcionar. Si yo caía en el silencio, nadie debía abandonar Little America para venir a buscarme, al menos no hasta la primavera. 'Les doy estrictas órdenes de no venir a buscarme hasta un mes después de que el sol regrese'. Para asegurarme, les repetí la misma orden antes de que June y los suyos partieran por segunda vez".
(Aquí 2a Parte)
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