No es fácil hablar del almirante de la US Navy Richard Evelyn Byrd, porque toda su vida ha sido una aventura continua, durante mucho tiempo vivió en el hielo polar donde descubrió cosas que aún permanecen secretas. Algo, sin embargo, se filtró y Byrd fue uno de los pocos que alcanzó, dentro de sus límites, el conocimiento de algunos hechos misteriosos.
Nació en 1888 en Winchester (Virginia), entró a la edad de 20 años en la Academia Naval de los Estados Unidos de América, aprendió a volar durante la Primera Guerra Mundial y se convirtió en un pionero de la aviación naval mundial. Su principal preocupación fue diseñar métodos para asegurar el vuelo sobre aguas abiertas, para lo cual diseñó numerosos prototipos de instrumental, muchos de los cuales se siguen utilizando hoy en día. Comenzó su carrera como explorador polar en 1925, participando en la expedición ártica de Mac Millan, quien se opuso a la propuesta de Byrd de volar sobre el polo.
No satisfecho con esta experiencia, Byrd organizó una nueva expedición por su cuenta en abril de 1926. Llegó al Polo el 9 de mayo de ese año con el avión, acompañado por el experimentado piloto Floyd Bennett. Fue un acontecimiento de enorme importancia para su futuro, y se convirtió en el líder de la aviación y la exploración polar, además de ser un héroe nacional.
Sin embargo este vuelo dio lugar a una serie de controversias que persistieron durante largo tiempo. Los escépticos dijeron inmediatamente que Byrd nunca había llegado al Polo Norte porque estaban seguros de que volvió a la base mucho antes de lo esperado.
No carece de relevancia el hecho de que al mismo tiempo la expedición Amundsen, Ellswort y Nobile con el dirigible Norge, quería llegar a Alaska, a través del Polo Norte, a partir de la base de King Bay en la isla de Spitsbergen. Leamos el momento crucial de la salida de Byrd, del libro escrito por Nobile "En vuelo a la conquista del secreto polar":
"Los recursos de la King's Bay eran más bien escasos. El segundo suceso, después de nuestra llegada, fue el vuelo de ida y vuelta al Polo de Byrd. Cuando aterrizamos con el Norge, acababa de terminar de montar el trimotor Fokker que había traído de América. Alrededor de la máquina, la nieve estaba llena de pisadas y sucia de aceite : y los mecánicos sombríos como buscadores de oro la atornillaban, martilleaban, sacudían y atormentaban, intercambiandose en susurros alguna lacónica sugerencia . Estaban ansiosos y celosos. Por encima de todo tenían prisa. La llegada del Norge no hizo más que intensificar los preparativos. Estos se reducían después de todo a consolidar la pista, un carril de 500 metros de la mina de carbón a la playa, que los marineros de la Chantier preparaban con incansable vigor, presionando la nieve que, a causa del repentino siroco, desde hacía dos días la fundía .
Los únicos que no parecían molestos o nerviosos eran Byrd y Bennett. Dos chicos. Atléticos, graves en sus movimientos, con esa disposición para sonreír y una mirada clara y acuosa característica de los estadounidenses. Buenos chicos, pero tercos como carneros. Querían preceder al "menos pesado" (dirigible) en el camino del Polo. Fue su obstinación. Una deportiva obstinación, muy razonable en hombres de su tipo de temperamento, pero que dejaba totalmente indiferente a Nobile, para quien el Polo no era una meta, sino una etapa ... El Fokker parte. ¿No? Sí que parte ... Era las dos de la mañana: las dos del 09 de mayo, domingo. Alrededor de los dos temerarios estaban sólo los mecánicos, los marineros de la Chantier y los dos periodistas estadounidenses ... Y así partieron, con una cesta y un termo de té. Hacia el Polo. Esta vez, porque había hecho frío, el trimotor despegó. Se desprendió leve y suavemente, como si la palma de una mano invisible hubiera levantado de la tierra la gran libélula amarilla. Después el cielo se volvió diáfano y vacío, bajo las alas extendidas y rectas: hasta que otro cielo se interpuso entre nuestras miradas y esas alas, y no los vimos más ...
Mientras Byrd iba hacia el Polo. A las ocho una noticia se extiende entre las cabañas: el Fokker ha ido más allá del grado 87. El objetivo está por ser alcanzado. En efecto, poco después, a mediodía, otro mensaje de la antena terrestre: Byrd voló sobre el polo y está regresando. La tarde fue dedicada a hacer cálculos y suposiciones de su llegada. Nos organizamos para las dieciocho: hora muy conveniente ya que ibamos a comer a las 17, la tercera comida del día, y Byrd llegaría exactamente para el café. Pero la comida transcurría sólo en el segundo plato cuando la puerta se abrió, dejando entrar Cecioni quien dijo: "Es el Fokker" Todos nos precipitamos hacia la salida.
Altísimo, pequeño como una alondra en una mañana de octubre, el aeroplano venía directamente hacia nosotros ... Nuestra curiosidad era si habían llegado al polo. Pero ni Byrd ni Bennet se dejaron arrancar una respuesta : nos dijeron que tenían una gran necesidad de descansar y, de hecho, se dirigieron a su nave, dejando un poco decepcionados a los entrevistadores ... Nos limitamos a telegrafiar que Byrd, que había partido a las dos y vuelto a las 17.25, había estado en el aire 15 horas y media y que , volando a una media de 160 km / h, podía razonablemente haber llegado al Polo ".
La prueba definitiva del vuelo de Byrd surgió hace unos años ya que se encontró su diario, con fecha 1925, en el que había comunicado las anotaciones del vuelo directo al Polo Norte y del de la travesía en el Atlántico, sucedida en 1927 y que siguió, de poco, a la de Lindbergh. Sólo 37 páginas están dedicadas a la expedición de Mac Millan en Groenlandia en 1925. Entre las páginas blancas se encontró el extracto del diario de su vuelo en la Antártida de febrero de 1947, y de enero de 1956.
En esencia, el histórico diario informaba de los hechos más importantes de su vida, entre ellos estaban los del vuelo que efectuó en el interior de la Tierra, y que representa un duro golpe a la conspiración del silencio. La misma hija Pauline nos lo recordará, diciendo:
«Mi padre siempre ha conservado cuidadosamente los diarios de sus viajes y absolutamente un diario personal, que falta. ¿No estará entre los documentos que tienen en su poder los de la Universidad de Ohio? Quiero saber si este supuesto diario es suyo. Pienso que la Tierra es hueca, pero no lo sé. Desde este vuelo de febrero de 1947 se ha conocido a mi familia y ha estado expuesta a muchas amenazas. ¡Quiero saber la verdad!»
El diario, en efecto, forma parte de una enorme colección de material histórico sobre la vida y la carrera del almirante Richard Evelyn Byrd, actualmente en posesión del Byrd Polar Research Center, Sección de la Universidad Estatal de Columbus, Ohio.
En 1985, la primera parte de la colección comenzó a ser catalogada y este proceso se aceleró durante el período 1992-1994, porque el Departamento de Educación de los Estados Unidos había hecho una importante donación de fotografías, artefactos y pruebas de todo tipo. El resultado fue una guía detallada de todos los documentos.
El diario de 1925 se publicó oficialmente en 1998 en el cual, por supuesto, faltan las páginas más importantes.
En 1928 Byrd organizó su primera expedición a la Antártida. Puso su base en la Gran Barrera, en la Bahía de las Ballenas, a la que llamó Little America. Después de esperar alrededor de un año, se aventuró con su avión a la búsqueda del Polo Sur geométrico, que sucedió el 28 de noviembre de 1929.
Nombrado contraalmirante en 1930, Byrd comenzó a pensar en regresar a la Antártida en 1933. Su decisión, largamente planeada, era la de pasar el invierno antártico en una base ubicada a 80° 08' de latitud sur.
¿Qué es lo que Byrd pretendía aprender con esta loca decisión?
"Meteorológicamente, el interior de la Antártida era una incógnita. Ninguna estación fija había sido instalada jamás en la Antártida profunda. Nunca se había efectuado ninguna observación en los largos meses invernales, y los datos recogidos por expediciones montadas en trineos —muy fragmentarios— cubrían sólo los relativamente benignos meses del verano. Sin embargo, tierra adentro, allí donde no existe la influencia moderadora de los mares que rodean al continente, existía el frío más terrible del planeta. Era allí donde debían buscarse las verdaderas condiciones de la Antártida. Y fue allí donde me propuse instalar la Base Avanzada. Allí, donde se crea el clima".
La Teoría del Frente Polar, muy en boga durante aquellos años y que no ha cambiado sustancialmente en el siglo XXI, explicaba la circulación atmosférica exactamente como la describe Byrd en su diario, y, como se comprende, había que probarla mediante observaciones detalladas in situ. Para ello, alguien tendría que pasar un invierno completo en Base Avanzada. Pero había que planear la expedición completa y construir una base capaz de mantener con vida a sus habitantes durante el inconcebiblemente crudo invierno antártico de tierra adentro.
La idea directriz del planeamiento de Base Avanzada (como su nombre lo indica) fue que tendría que estar muy, pero muy alejada de la costa de la Antártida. Byrd y Haines decidieron, por lo tanto, que la ubicación más adecuada sería al pie de las Montañas de la Reina Maud.
Esas montañas se encuentran a 640 kilómetros de la costa. Entre ellas y el mar se interpone la diabólica Barrera de Hielo de Ross, surcada de grietas de cientos de metros de profundidad, que ninguna expedición importante —ni siquiera la anterior de Byrd— había sido capaz de atravesar hasta el momento.
De modo que debían llevar varias docenas de toneladas de suministros y pertrechos desde el mar hasta las montañas, atravesando 640 kilómetros de terreno de grietas, en tractores oruga cuya capacidad de carga, en esas condiciones, era completamente desconocida hasta por su propio fabricante.
"Cualesquiera que eligieran habitar semejante lugar tendrían que aceptar la idea de soportar las temperaturas más extremas de la naturaleza, una larga noche tan oscura como la del lado oscuro de la Luna y un aislamiento que ninguna fuerza humana sería capaz de quebrar al menos durante seis meses"
A 640 kilómetros de la costa, los riesgos, peligros y complicaciones de una base antártica costera —"normal", podríamos llamarla— se intensifican unas mil veces. Esto se debe, sobre todo, a la imposibilidad (máxime en 1934) de transportar grandes cantidades de suministros a través de la Barrera de Hielo. Aún si todo salía bien, más que bien, incluso si todo salía perfecto, hubiese sido imposible poner en Base Avanzada más de tres hombres.
De manera que tres fue el número elegido por Byrd desde un principio: tres hombres solitarios, expertos, inmunes al frío, a la soledad y a la oscuridad. Sólo tres. "Ocupada por tres hombres así", razona Byrd, "Base Avanzada no iba a resultar un sitio demasiado difícil".
Desafortunadamente, se equivocaba.
El 24 de noviembre de 1933, partió por segunda vez hacia la Antártida, con una expedición totalmente equipada en la cual formaban parte técnicos y científicos. "Aparte de Bill Haines, Siple, Czegka y yo, nadie más en el buque tenía más que una vaga idea acerca del objeto de la cabaña", puntualiza el jefe de la expedición. "Yo había hablado poco, porque la experiencia me había enseñado que las regiones polares tarde o temprano destruyen el plan mejor diseñado". Sin embargo, al comienzo de ese largo y peligroso viaje de 24.000 kilómetros hasta la Antártida, Byrd había decidido ya que él mismo sería uno de los huéspedes de Base Avanzada. Esta decisión le costó trabajo: pensó al principio que no tenía derecho a arriesgar su vida. En medio de la Gran Depresión de la época, había debido endeudarse hasta el límite para financiar la expedición. Su muerte o su desaparición sumiría a su esposa y a sus hijos en la más desesperante de las miserias. Como jefe de la expedición, estaba al mando de dos barcos, cuatro aviones y más de cien hombres, que quedarían sin quien los orientase y los mandase, aislados en el campamento base de Little America, si a él llegaba a sucederle algo. Sin embargo, escribe: "Por otro lado, era difícil ver que un jefe pudiera pedir a otros tres hombres que corrieran voluntariamente un riesgo que no estaba dispuesto a correr él mismo".
En su libro "Discovery", Byrd narra la llegada de la expedición a Little America. Luego de unos meses de navegación, la pequeña flota entró en la Bahía de las Ballenas el 17 de enero de 1934. Durante más de 5 kilómetros el almirante luchó por llevar a sus barcos hasta la costa, en medio de la gigantesca bahía llena de trozos flotantes de hielo. Pero, una vez en la costa, comprobó que los problemas no habían hecho más que comenzar. Entre la playa oriental de la bahía, donde habían desembarcado, y el edificio del campamento base en sí, había un kilómetro y medio de hielo de presión.
"Oleada tras oleada de hielo levantado y quebrado, atravesado por profundas grietas, abismos y zonas de aguas abiertas, con el fondo a 640 metros de profundidad. Para quien nunca haya visto hielo de presión, resulta difícil imaginarse lo que es. La franja que nos separaba de Little America me hizo pensar en un mar azotado por un huracán, petrificado en el momento culminante de la tormenta: olas de 12 metros de altura desde el pico hasta el valle. Pero las mareas y corrientes trabajaban sin descanso en la base del hielo. Se podían oír sus quejidos y aún verlo moverse a simple vista en una docena de sitios. Un lugar que hoy permitía un paso seguro mañana era una grieta sin fondo".
Byrd despachó los aviones para examinar el campo de hielo de presión y varios hombres con esquíes para caminar sobre él. La ominosa conclusión fue que ni los tractores para nieve y ni siquiera los perros podrían llegar al edificio.
No se trataba de un problema menor: no se podía intentar la instalación de Base Avanzada desde los buques. Había que tener un campamento base. La situación era tan grave que Byrd estuvo a punto de decidir abandonar definitivamente Little America para construir una base completamente nueva en la orilla occidental de la bahía, renunciando al equipamiento, infraestructura y comodidades ya instaladas por su expedición anterior.
Justo a tiempo, un equipo de esquiadores regresó explicando al marino que habían descubierto un paso seguro. "Seguro" era un eufemismo por "posible", ya que el paso tenía 11 kilómetros de largo (daba enormes rodeos, recuérdese que los barcos estaban a solo 1,5 km de Little America en línea recta) y estaba lleno de peligros potenciales. El hecho de que en su diario, cada vez que Byrd se refiere a ese paso escriba "Camino de las Penurias" da una idea clara de su peligrosidad y dificultad.
"Durante dos meses completos, todos los días, veinticuatro horas al día, luchamos con la carga entre los barcos y Little America, variando de camino para hacer frente a las siempre cambiantes condiciones del terreno. Tuvimos que construir puentes sobre las grietas, mientras el mar azotaba el hielo que dejábamos a nuestras espaldas. Algunos días, el sol de medianoche, siguiendo sin prisa su ruta circular alrededor del cielo, nos iluminaba todo el tiempo. Entonces hacía calor, y los hombres tenían que desnudarse hasta la cintura y nuestros 150 perros sufrían por la temperatura y se revolcaban, desesperados, en el hielo".
Pero otras veces la situación era la opuesta: las ventiscas aullaban, cegando a los hombres, que se veían obligados a ir a tientas, tocando con las manos una fila de banderolas que señalaban el camino. En otras oportunidades llegaba la niebla, lechosa y casi sólida, y el mundo se convertía en un cristal completamente opaco.
Luego de este penoso proceso, toda la carga estuvo estibada en Little America y los barcos pudieron partir por fin. Era el momento que Byrd había esperado para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
Mientras transportaban los pertrechos a Little America, Base Avanzada había sido ensamblada, a modo de prueba, en el medio del campamento base. Uno de sus diseñadores, Paul Siple, se había hecho cargo de ella para probar los equipos de calefacción y ventilación. Ambos eran extremadamente críticos. No hace falta explicar lo de la calefacción, pero como los equipos de radio funcionaban a motor y la estufa con combustible, también era perentorio que el flujo de aire de la cabaña se renovara constantemente. Caso contrario, sus habitantes morirían asfixiados.
La disyuntiva de Byrd era difícil. Hacía entre -30 y -35°C y, en marzo, las expediciones antárticas están normalmente regresando a casa. Richard y sus hombres, por el contrario, estaban en la costa antártica, planeando internarse más de 600 kilómetros en el continente mientras el otoño dejaba paso al invierno y a la noche de seis meses que vendría con él. Los cuatro tractores habían sufrido muchísimo en los interminables trayectos a través del Camino de las Penurias, y todos necesitaban reparaciones, cambios de piezas y una revisión mecánica a fondo antes de pensar siquiera en intentar la travesía. No se podía pensar en los perros: muchos de ellos se habían ido con uno de los expedicionarios (el capitán Innes-Taylor) en una expedición de instalación de bases (depósitos de combustible y alimentos, principalmente) hacia el sur. En Little America sólo quedaban los débiles y los enfermos. Aunque hubiesen sido los mejores, es obvio que una partida de perros árticos no puede transportar 7 toneladas de suministros a lo largo de 640 kilómetros de hielo atravesado de grietas.
Byrd pensó en llevar la carga por avión, pero el más grande de los aparatos, un Fokker, se estrelló en esos días y quedó destrozado. Sólo otros dos podían transportar cargas: un Cóndor bimotor (crítico para la supervivencia de la operación, al que Byrd no podía arriesgar) y un pequeño Pilgrim, de escasa capacidad de carga. Para empeorar la situación, sus tripulantes se extraviaron en la niebla, y los hombres de Little America perdieron un precioso día buscándolos por todas partes.
Tendría que ser, pues, con los tractores.
La expedición disponía de cuatro: tres Citröen 10-20 franceses y un Cletrac 20-40 norteamericano. Los pequeños vehículos galos no tenían potencia suficiente para trabajar 24 horas al día en la Barrera de Ross. El Cletrac, que sí la poseía, era tan pesado que convertía a las grietas ocultas en un peligro letal.
Nunca nadie había intentado antes trabajar con automotores en la Antártida; y ciertamente era la primera vez que se pensaba en enviar tractores tan al sur. Byrd no tenía, por lo tanto, datos fiables en los cuales basar sus decisiones. Ni los mismos fabricantes de los snowcats (tractores de nieve) habían soñado en probar sus motores a menos de -50°C ni habían analizado el comportamiento, agarre y adherencia de sus orugas en arena. Esto es porque los fríos extremos granulan la nieve, que comienza a comportarse como arena seca de una duna.
El mecánico de Byrd, llamado Demas, comenzó a trabajar en tres de las máquinas, mientras su equipo reparaba la cuarta, que se había incendiado.
Byrd, presa de la desesperación, decidió que el viaje de 640 kilómetros hacia el sur resultaba imposible. "Si los tractores podían avanzar 340 kilómetros hacia el sur, habrían efectuado un milagro. Y yo estaba ya dispuesto a conformarme con 240 o menos".
Pero sus penurias no habían hecho más que comenzar.
El joven ingeniero de radio, llamado John Dyer, cayó desde una antena de 14 metros que estaba intentando reparar. Sólo sufrió lastimaduras en una pierna, pero derribó la antena.
El navegante Rawson tuvo que ser operado de una infección de estreptococos en la garganta.
El fotógrafo aéreo, Pelter, sufrió una grave apendicitis y tuvo que ser operado bajo condiciones espantosas...
...¡Y el cirujano que lo operaba, en un movimiento involuntario, derribó una lámpara de kerosene, iniciando un incendio que amenazaba destruir Little America!
El fuego devoró el depósito de instrumental médico: mientras el cirujano seguía operando, varios hombres intentaban apagar el incendio de su quirófano y otros tantos trataban de despertar a los doce que dormían en la barraca continua y corrían peligro de morir abrasados...
Ni los cuatro tripulantes del Fokker estrellado, ni Dyer, Rawson ni Pelter murieron ni sufrieron graves heridas (y los 12 durmientes lograron ser rescatados)...
Pero ni siquiera la feliz resolución de estos aterradores incidentes llevaron la calma al almirante Byrd y a su sufrida tripulación.
El hecho era que Little America estaba a punto de desprenderse de la Antártida y salir a la deriva, con todos ellos a bordo.
Es que la Barrera de Ross no está fija como está fija la tierra, ni está anclada a una placa tectónica como sucede con los continentes. La Barrera es una capa de hielo de 90 metros de espesor, que se apoya en ciertos puntos en escollos y acantilados submarinos, pero que flota libremente en el resto de su extensión. De ningún modo forma parte integrante del continente antártico. Es en realidad, además, un enorme glaciar o ventisquero, un enorme río de hielo que, como todos los ríos, está permanentemente arrastrándose hacia el mar. El hielo proviene de la Meseta Antártica (el centro del continente), se desborda por los pasos de las Montañas de la Reina Maud, y llega hasta la costa del mar. La presión de las mareas y las tempestades, ayudadas por el ciclópeo peso de la masa de hielo, hacen que grandes fragmentos se rasguen, se quiebren y se desprendan, y este es el origen de los icebergs que pueblan los océanos australes. La pesadilla era posible: Little America estaba a sólo 1.200 metros del agua.
(Aquí 2a Parte)
Nombrado contraalmirante en 1930, Byrd comenzó a pensar en regresar a la Antártida en 1933. Su decisión, largamente planeada, era la de pasar el invierno antártico en una base ubicada a 80° 08' de latitud sur.
¿Qué es lo que Byrd pretendía aprender con esta loca decisión?
"Meteorológicamente, el interior de la Antártida era una incógnita. Ninguna estación fija había sido instalada jamás en la Antártida profunda. Nunca se había efectuado ninguna observación en los largos meses invernales, y los datos recogidos por expediciones montadas en trineos —muy fragmentarios— cubrían sólo los relativamente benignos meses del verano. Sin embargo, tierra adentro, allí donde no existe la influencia moderadora de los mares que rodean al continente, existía el frío más terrible del planeta. Era allí donde debían buscarse las verdaderas condiciones de la Antártida. Y fue allí donde me propuse instalar la Base Avanzada. Allí, donde se crea el clima".
La Teoría del Frente Polar, muy en boga durante aquellos años y que no ha cambiado sustancialmente en el siglo XXI, explicaba la circulación atmosférica exactamente como la describe Byrd en su diario, y, como se comprende, había que probarla mediante observaciones detalladas in situ. Para ello, alguien tendría que pasar un invierno completo en Base Avanzada. Pero había que planear la expedición completa y construir una base capaz de mantener con vida a sus habitantes durante el inconcebiblemente crudo invierno antártico de tierra adentro.
La idea directriz del planeamiento de Base Avanzada (como su nombre lo indica) fue que tendría que estar muy, pero muy alejada de la costa de la Antártida. Byrd y Haines decidieron, por lo tanto, que la ubicación más adecuada sería al pie de las Montañas de la Reina Maud.
Esas montañas se encuentran a 640 kilómetros de la costa. Entre ellas y el mar se interpone la diabólica Barrera de Hielo de Ross, surcada de grietas de cientos de metros de profundidad, que ninguna expedición importante —ni siquiera la anterior de Byrd— había sido capaz de atravesar hasta el momento.
De modo que debían llevar varias docenas de toneladas de suministros y pertrechos desde el mar hasta las montañas, atravesando 640 kilómetros de terreno de grietas, en tractores oruga cuya capacidad de carga, en esas condiciones, era completamente desconocida hasta por su propio fabricante.
"Cualesquiera que eligieran habitar semejante lugar tendrían que aceptar la idea de soportar las temperaturas más extremas de la naturaleza, una larga noche tan oscura como la del lado oscuro de la Luna y un aislamiento que ninguna fuerza humana sería capaz de quebrar al menos durante seis meses"
A 640 kilómetros de la costa, los riesgos, peligros y complicaciones de una base antártica costera —"normal", podríamos llamarla— se intensifican unas mil veces. Esto se debe, sobre todo, a la imposibilidad (máxime en 1934) de transportar grandes cantidades de suministros a través de la Barrera de Hielo. Aún si todo salía bien, más que bien, incluso si todo salía perfecto, hubiese sido imposible poner en Base Avanzada más de tres hombres.
De manera que tres fue el número elegido por Byrd desde un principio: tres hombres solitarios, expertos, inmunes al frío, a la soledad y a la oscuridad. Sólo tres. "Ocupada por tres hombres así", razona Byrd, "Base Avanzada no iba a resultar un sitio demasiado difícil".
Desafortunadamente, se equivocaba.
El 24 de noviembre de 1933, partió por segunda vez hacia la Antártida, con una expedición totalmente equipada en la cual formaban parte técnicos y científicos. "Aparte de Bill Haines, Siple, Czegka y yo, nadie más en el buque tenía más que una vaga idea acerca del objeto de la cabaña", puntualiza el jefe de la expedición. "Yo había hablado poco, porque la experiencia me había enseñado que las regiones polares tarde o temprano destruyen el plan mejor diseñado". Sin embargo, al comienzo de ese largo y peligroso viaje de 24.000 kilómetros hasta la Antártida, Byrd había decidido ya que él mismo sería uno de los huéspedes de Base Avanzada. Esta decisión le costó trabajo: pensó al principio que no tenía derecho a arriesgar su vida. En medio de la Gran Depresión de la época, había debido endeudarse hasta el límite para financiar la expedición. Su muerte o su desaparición sumiría a su esposa y a sus hijos en la más desesperante de las miserias. Como jefe de la expedición, estaba al mando de dos barcos, cuatro aviones y más de cien hombres, que quedarían sin quien los orientase y los mandase, aislados en el campamento base de Little America, si a él llegaba a sucederle algo. Sin embargo, escribe: "Por otro lado, era difícil ver que un jefe pudiera pedir a otros tres hombres que corrieran voluntariamente un riesgo que no estaba dispuesto a correr él mismo".
En su libro "Discovery", Byrd narra la llegada de la expedición a Little America. Luego de unos meses de navegación, la pequeña flota entró en la Bahía de las Ballenas el 17 de enero de 1934. Durante más de 5 kilómetros el almirante luchó por llevar a sus barcos hasta la costa, en medio de la gigantesca bahía llena de trozos flotantes de hielo. Pero, una vez en la costa, comprobó que los problemas no habían hecho más que comenzar. Entre la playa oriental de la bahía, donde habían desembarcado, y el edificio del campamento base en sí, había un kilómetro y medio de hielo de presión.
"Oleada tras oleada de hielo levantado y quebrado, atravesado por profundas grietas, abismos y zonas de aguas abiertas, con el fondo a 640 metros de profundidad. Para quien nunca haya visto hielo de presión, resulta difícil imaginarse lo que es. La franja que nos separaba de Little America me hizo pensar en un mar azotado por un huracán, petrificado en el momento culminante de la tormenta: olas de 12 metros de altura desde el pico hasta el valle. Pero las mareas y corrientes trabajaban sin descanso en la base del hielo. Se podían oír sus quejidos y aún verlo moverse a simple vista en una docena de sitios. Un lugar que hoy permitía un paso seguro mañana era una grieta sin fondo".
Byrd despachó los aviones para examinar el campo de hielo de presión y varios hombres con esquíes para caminar sobre él. La ominosa conclusión fue que ni los tractores para nieve y ni siquiera los perros podrían llegar al edificio.
No se trataba de un problema menor: no se podía intentar la instalación de Base Avanzada desde los buques. Había que tener un campamento base. La situación era tan grave que Byrd estuvo a punto de decidir abandonar definitivamente Little America para construir una base completamente nueva en la orilla occidental de la bahía, renunciando al equipamiento, infraestructura y comodidades ya instaladas por su expedición anterior.
Justo a tiempo, un equipo de esquiadores regresó explicando al marino que habían descubierto un paso seguro. "Seguro" era un eufemismo por "posible", ya que el paso tenía 11 kilómetros de largo (daba enormes rodeos, recuérdese que los barcos estaban a solo 1,5 km de Little America en línea recta) y estaba lleno de peligros potenciales. El hecho de que en su diario, cada vez que Byrd se refiere a ese paso escriba "Camino de las Penurias" da una idea clara de su peligrosidad y dificultad.
"Durante dos meses completos, todos los días, veinticuatro horas al día, luchamos con la carga entre los barcos y Little America, variando de camino para hacer frente a las siempre cambiantes condiciones del terreno. Tuvimos que construir puentes sobre las grietas, mientras el mar azotaba el hielo que dejábamos a nuestras espaldas. Algunos días, el sol de medianoche, siguiendo sin prisa su ruta circular alrededor del cielo, nos iluminaba todo el tiempo. Entonces hacía calor, y los hombres tenían que desnudarse hasta la cintura y nuestros 150 perros sufrían por la temperatura y se revolcaban, desesperados, en el hielo".
Pero otras veces la situación era la opuesta: las ventiscas aullaban, cegando a los hombres, que se veían obligados a ir a tientas, tocando con las manos una fila de banderolas que señalaban el camino. En otras oportunidades llegaba la niebla, lechosa y casi sólida, y el mundo se convertía en un cristal completamente opaco.
Luego de este penoso proceso, toda la carga estuvo estibada en Little America y los barcos pudieron partir por fin. Era el momento que Byrd había esperado para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
Mientras transportaban los pertrechos a Little America, Base Avanzada había sido ensamblada, a modo de prueba, en el medio del campamento base. Uno de sus diseñadores, Paul Siple, se había hecho cargo de ella para probar los equipos de calefacción y ventilación. Ambos eran extremadamente críticos. No hace falta explicar lo de la calefacción, pero como los equipos de radio funcionaban a motor y la estufa con combustible, también era perentorio que el flujo de aire de la cabaña se renovara constantemente. Caso contrario, sus habitantes morirían asfixiados.
La disyuntiva de Byrd era difícil. Hacía entre -30 y -35°C y, en marzo, las expediciones antárticas están normalmente regresando a casa. Richard y sus hombres, por el contrario, estaban en la costa antártica, planeando internarse más de 600 kilómetros en el continente mientras el otoño dejaba paso al invierno y a la noche de seis meses que vendría con él. Los cuatro tractores habían sufrido muchísimo en los interminables trayectos a través del Camino de las Penurias, y todos necesitaban reparaciones, cambios de piezas y una revisión mecánica a fondo antes de pensar siquiera en intentar la travesía. No se podía pensar en los perros: muchos de ellos se habían ido con uno de los expedicionarios (el capitán Innes-Taylor) en una expedición de instalación de bases (depósitos de combustible y alimentos, principalmente) hacia el sur. En Little America sólo quedaban los débiles y los enfermos. Aunque hubiesen sido los mejores, es obvio que una partida de perros árticos no puede transportar 7 toneladas de suministros a lo largo de 640 kilómetros de hielo atravesado de grietas.
Byrd pensó en llevar la carga por avión, pero el más grande de los aparatos, un Fokker, se estrelló en esos días y quedó destrozado. Sólo otros dos podían transportar cargas: un Cóndor bimotor (crítico para la supervivencia de la operación, al que Byrd no podía arriesgar) y un pequeño Pilgrim, de escasa capacidad de carga. Para empeorar la situación, sus tripulantes se extraviaron en la niebla, y los hombres de Little America perdieron un precioso día buscándolos por todas partes.
Tendría que ser, pues, con los tractores.
La expedición disponía de cuatro: tres Citröen 10-20 franceses y un Cletrac 20-40 norteamericano. Los pequeños vehículos galos no tenían potencia suficiente para trabajar 24 horas al día en la Barrera de Ross. El Cletrac, que sí la poseía, era tan pesado que convertía a las grietas ocultas en un peligro letal.
Nunca nadie había intentado antes trabajar con automotores en la Antártida; y ciertamente era la primera vez que se pensaba en enviar tractores tan al sur. Byrd no tenía, por lo tanto, datos fiables en los cuales basar sus decisiones. Ni los mismos fabricantes de los snowcats (tractores de nieve) habían soñado en probar sus motores a menos de -50°C ni habían analizado el comportamiento, agarre y adherencia de sus orugas en arena. Esto es porque los fríos extremos granulan la nieve, que comienza a comportarse como arena seca de una duna.
El mecánico de Byrd, llamado Demas, comenzó a trabajar en tres de las máquinas, mientras su equipo reparaba la cuarta, que se había incendiado.
Byrd, presa de la desesperación, decidió que el viaje de 640 kilómetros hacia el sur resultaba imposible. "Si los tractores podían avanzar 340 kilómetros hacia el sur, habrían efectuado un milagro. Y yo estaba ya dispuesto a conformarme con 240 o menos".
Pero sus penurias no habían hecho más que comenzar.
El joven ingeniero de radio, llamado John Dyer, cayó desde una antena de 14 metros que estaba intentando reparar. Sólo sufrió lastimaduras en una pierna, pero derribó la antena.
El navegante Rawson tuvo que ser operado de una infección de estreptococos en la garganta.
El fotógrafo aéreo, Pelter, sufrió una grave apendicitis y tuvo que ser operado bajo condiciones espantosas...
...¡Y el cirujano que lo operaba, en un movimiento involuntario, derribó una lámpara de kerosene, iniciando un incendio que amenazaba destruir Little America!
El fuego devoró el depósito de instrumental médico: mientras el cirujano seguía operando, varios hombres intentaban apagar el incendio de su quirófano y otros tantos trataban de despertar a los doce que dormían en la barraca continua y corrían peligro de morir abrasados...
Ni los cuatro tripulantes del Fokker estrellado, ni Dyer, Rawson ni Pelter murieron ni sufrieron graves heridas (y los 12 durmientes lograron ser rescatados)...
Pero ni siquiera la feliz resolución de estos aterradores incidentes llevaron la calma al almirante Byrd y a su sufrida tripulación.
El hecho era que Little America estaba a punto de desprenderse de la Antártida y salir a la deriva, con todos ellos a bordo.
Es que la Barrera de Ross no está fija como está fija la tierra, ni está anclada a una placa tectónica como sucede con los continentes. La Barrera es una capa de hielo de 90 metros de espesor, que se apoya en ciertos puntos en escollos y acantilados submarinos, pero que flota libremente en el resto de su extensión. De ningún modo forma parte integrante del continente antártico. Es en realidad, además, un enorme glaciar o ventisquero, un enorme río de hielo que, como todos los ríos, está permanentemente arrastrándose hacia el mar. El hielo proviene de la Meseta Antártica (el centro del continente), se desborda por los pasos de las Montañas de la Reina Maud, y llega hasta la costa del mar. La presión de las mareas y las tempestades, ayudadas por el ciclópeo peso de la masa de hielo, hacen que grandes fragmentos se rasguen, se quiebren y se desprendan, y este es el origen de los icebergs que pueblan los océanos australes. La pesadilla era posible: Little America estaba a sólo 1.200 metros del agua.
La formación de icebergs es en realidad consecuencia de la desintegración física del continente antártico; aunque Byrd y los suyos no sufrieron los efectos del calentamiento global que observamos hoy, los grandes calores de febrero de 1934, cuando luchaban con su carga por el Camino de las Penurias, habían reblandecido el hielo, que con rapidez se preparaba para desprenderse.
"El hielo de presión comenzó a alejarse de nosotros, llevándose con él el cemento de hielo que mantenía en posición a nuestra sección de la Barrera. Enormes grietas se abrieron todo alrededor de Little America, y cada día crecían un poco más. Por la noche, en el silencio, uno podía sentir que el piso de Little America se alzaba suavemente debido a la marejada que chocaba contra su base, muchos metros debajo de nosotros. Las olas estaban destrozando el hielo viejo, y el hielo nuevo apenas tenía tiempo de formarse. Con mi jefe científico, el doctor Poulter, hicimos un largo viaje en tractor por encima de la barrera, al norte y al este. El ruido de las olas parecía un trueno, aunque el mar estaba bajo nosotros a través de 20 metros de hielo, y una vez oímos, distante, el tremendo whooshde un trozo enorme de la Barrera que cedía".
Es de imaginar la preocupación de Byrd y los suyos. Lo peor era que no podían evitar que el desprendimiento sucediera, y, si sucedía, no podrían tampoco hacer nada al respecto. Cuando se ponen en juego fuerzas naturales así de monstruosas, el ser humano puede cumplir sólo dos papeles: el de testigo impotente o el de víctima. Pero Byrd no estaba dispuesto a irse a la deriva hasta ahogarse con todos sus edificios, pertrechos, hombres e instrumental: reunió a su tripulación en la sala de rancho, les explicó la situación y les pidió opiniones y sugerencias acerca de lo que les convenía hacer.
Los hombres arguyeron que el peligro derivaba de la suposición de que la Barrera de Hielo se estaba desintegrando, lo que no podía probarse. Por lo tanto, entre todos decidieron quedarse como estaban, pero precaviéndose de la destrucción llevando una tercera parte de sus pertrechos hasta la parte alta (y más sólida) de la Barrera, a 1.500 metros al sureste de Little America. Allí escaparían si el banco en que se asentaban se hacía a la mar. Esto implicó, primero, sacar los tractores de nieve del taller donde Demas los estaba reparando, y, en segundo lugar, perder dos días preciosos acarreando suministros hasta lo alto del terreno firme. Apenas concluida la tarea, el mar se calmó, la temperatura bajó de golpe, cesó la disgregación del hielo y la recongelación subsiguiente dejó el terreno tan firme como antes.
A la medianoche del 15 de febrero, los hombres de Little America desarmaron las secciones de Base Avanzada que habían construido en el campamento base, las cargaron en los tractores, y se prepararon para ponerse en marcha hacia el sur. Pero, mientras los tractores avanzaban trabajosamente por la inmensidad helada, a Richard Byrd le entró una sensación de espantoso pánico: él en persona había supervisado la carga del combustible, los alimentos y los pertrechos en los tractores, y ahora, rehaciendo los cálculos, descubrió que la cantidad transportada no sería suficiente para que tres hombres sobrevivieran durante todo el invierno.
Los contratiempos, peligros y desastres arreciaron durante el trayecto que separaba a Little America del final de la línea Innes-Taylor. Desesperados de frío, cegados por las ventiscas y enloquecidos por las dificultades que ofrecía el terreno, los tripulantes de los tractores batallaban incesantemente por sus vidas y por cumplir con su objetivo.
El 21 de marzo de 1934, por fin, los sufridos nueve hombres alcanzaron uno de los depósitos de combustible que Innes-Taylor había instalado para ellos. Se hallaban a 197 kilómetros al sur de Little America, a 80° 08' de latitud sur y 163° 57'de longitud oeste. Era imposible seguir adelante. De los tres tractores que les quedaban, los tres tenían rotos los radiadores, ninguna de sus baterías funcionaba correctamente, los generadores auxiliares estaban agotados, y uno de los vehículos iba sin faros delanteros. Avanzar más era suicida.
Mientras discutían, desolados, lo que correspondía hacer, escucharon ladridos desde el sur. Era el capitán Innes-Taylor, que regresaba con sus trineos. Hablar con él no consoló a Byrd. El esforzado colaborador traía consigo sólo raciones suficientes para que los perros comiesen un día más y, de no haberlos encontrado o si hubiese errado al siguiente refugio, se hubiera muerto con sus peludos compañeros. Relataba, además, un pesadillesco relato de espantosos fríos y temibles ventiscas más al sur. No, no había modo. No se podía seguir.
Era el momento para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero Byrd, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
En las horas siguientes a la llegada al depósito y al encuentro con el capitán, Byrd hizo un nuevo recuento de las provisiones y llegó a su heroica decisión. Escribe: "Base Avanzada sería ocupada, inevitablemente, por un solo hombre".
Byrd decidió dejar sólo un hombre y no dos —para lo cual las provisiones le hubiesen alcanzado— porque su experiencia polar le decía que "dos" no es un buen número de hombres para soportar un largo período de aislamiento. Las peleas, la depresión, las neurosis y el malhumor se soportan peor entre dos que por uno solo. Solo, uno no tiene con quien pelear, a quien odiar ni a quien responsabilizar por los errores, las fallas, los hechos fortuitos o por los accidentes. Todo esto compromete el éxito de la misión y pone en peligro las vidas de ambos. La historia de las expediciones polares están llenas de ejemplos de este tipo de situaciones.
"Tenía que ser un solo hombre, y ese hombre sería yo mismo. No podía conformarme con la idea de pedir a un subordinado que se quedara allí en mi lugar".
Byrd no durmió esa noche, la noche en que tomó la decisión más difícil de su vida. Tuvo que poner en orden sus asuntos, y adaptar su mente a dos angustiosas ideas. La primera era que, si fracasaba, dejaría a su familia sepultada en deudas, sin un centavo y con la vida arruinada para siempre. La segunda era que, fracasase o no, al quedarse en Base Avanzada dejaría a los 55 hombres de Little America sin jefe, sin guía y sin apoyo durante todo el invierno. Sin embargo, se convenció de que ellos sabían lo que tenían que hacer y lo harían, con Byrd en Little America o sin él. Era improbable que hubiese problemas en Little America durante la ausencia de Byrd, ya que su equipo estaba muy preparado.
Dada la calidad de los hombres que dejaba a cargo, Dick no creyó necesario escribirles una complicada Biblia de reglamentos y órdenes. Si era preciso, los orientaría por radio desde Base Avanzada. Por lo tanto, su carta final a su tripulación consta sólo de tres páginas escritas a máquina. Les ordena trabajar al máximo, cuidar y economizar los abastecimientos, seguir las normas de seguridad y mantener una férrea disciplina. Concluye diciendo:
"Cada hombre tiene derecho a ser tratado en forma justa, y se ordena a los oficiales tener presente este hecho. Aquí no hay distinción de clases como en la civilización. Lo que sea o haya hecho cada hombre en su patria no tiene ninguna importancia aquí. Quien haya fracasado allí puede rehacerse aquí, y no será juzgado por el cargo que ocupe sino por la forma en que colabore con los objetivos finales y por el modo en que haya cumplido su tarea, ya sea ésta importante o humilde".
La última orden de Byrd fue leída a los hombres en Little America en la mañana del 22 de marzo de 1934. Noville le empaquetó sus objetos personales y lo ayudó a prepararse. Byrd llevaba a Base Avanzada solamente sus varias docenas de libros, un traje de vuelo de cuero, un sextante, dos excelentes cronómetros, su equipo de afeitar, su colección de discos de pasta y muy poca cosa más.
Durante más de tres semanas, Innes-Taylor, sus hombres y sus animales habían soportado temperaturas inferiores a los -45°C. Los cierres de sus bolsas de dormir se les habían roto, lo que provocó que se formara el hielo en su interior, impidiéndoles dormir. Sus 24 perros se veían tristes y mal nutridos, por lo que Byrd comprendió que debía instalarse lo antes posible para que ellos pudiesen regresar a Little America.
"El hielo de presión comenzó a alejarse de nosotros, llevándose con él el cemento de hielo que mantenía en posición a nuestra sección de la Barrera. Enormes grietas se abrieron todo alrededor de Little America, y cada día crecían un poco más. Por la noche, en el silencio, uno podía sentir que el piso de Little America se alzaba suavemente debido a la marejada que chocaba contra su base, muchos metros debajo de nosotros. Las olas estaban destrozando el hielo viejo, y el hielo nuevo apenas tenía tiempo de formarse. Con mi jefe científico, el doctor Poulter, hicimos un largo viaje en tractor por encima de la barrera, al norte y al este. El ruido de las olas parecía un trueno, aunque el mar estaba bajo nosotros a través de 20 metros de hielo, y una vez oímos, distante, el tremendo whooshde un trozo enorme de la Barrera que cedía".
Es de imaginar la preocupación de Byrd y los suyos. Lo peor era que no podían evitar que el desprendimiento sucediera, y, si sucedía, no podrían tampoco hacer nada al respecto. Cuando se ponen en juego fuerzas naturales así de monstruosas, el ser humano puede cumplir sólo dos papeles: el de testigo impotente o el de víctima. Pero Byrd no estaba dispuesto a irse a la deriva hasta ahogarse con todos sus edificios, pertrechos, hombres e instrumental: reunió a su tripulación en la sala de rancho, les explicó la situación y les pidió opiniones y sugerencias acerca de lo que les convenía hacer.
Los hombres arguyeron que el peligro derivaba de la suposición de que la Barrera de Hielo se estaba desintegrando, lo que no podía probarse. Por lo tanto, entre todos decidieron quedarse como estaban, pero precaviéndose de la destrucción llevando una tercera parte de sus pertrechos hasta la parte alta (y más sólida) de la Barrera, a 1.500 metros al sureste de Little America. Allí escaparían si el banco en que se asentaban se hacía a la mar. Esto implicó, primero, sacar los tractores de nieve del taller donde Demas los estaba reparando, y, en segundo lugar, perder dos días preciosos acarreando suministros hasta lo alto del terreno firme. Apenas concluida la tarea, el mar se calmó, la temperatura bajó de golpe, cesó la disgregación del hielo y la recongelación subsiguiente dejó el terreno tan firme como antes.
A la medianoche del 15 de febrero, los hombres de Little America desarmaron las secciones de Base Avanzada que habían construido en el campamento base, las cargaron en los tractores, y se prepararon para ponerse en marcha hacia el sur. Pero, mientras los tractores avanzaban trabajosamente por la inmensidad helada, a Richard Byrd le entró una sensación de espantoso pánico: él en persona había supervisado la carga del combustible, los alimentos y los pertrechos en los tractores, y ahora, rehaciendo los cálculos, descubrió que la cantidad transportada no sería suficiente para que tres hombres sobrevivieran durante todo el invierno.
Los contratiempos, peligros y desastres arreciaron durante el trayecto que separaba a Little America del final de la línea Innes-Taylor. Desesperados de frío, cegados por las ventiscas y enloquecidos por las dificultades que ofrecía el terreno, los tripulantes de los tractores batallaban incesantemente por sus vidas y por cumplir con su objetivo.
El 21 de marzo de 1934, por fin, los sufridos nueve hombres alcanzaron uno de los depósitos de combustible que Innes-Taylor había instalado para ellos. Se hallaban a 197 kilómetros al sur de Little America, a 80° 08' de latitud sur y 163° 57'de longitud oeste. Era imposible seguir adelante. De los tres tractores que les quedaban, los tres tenían rotos los radiadores, ninguna de sus baterías funcionaba correctamente, los generadores auxiliares estaban agotados, y uno de los vehículos iba sin faros delanteros. Avanzar más era suicida.
Mientras discutían, desolados, lo que correspondía hacer, escucharon ladridos desde el sur. Era el capitán Innes-Taylor, que regresaba con sus trineos. Hablar con él no consoló a Byrd. El esforzado colaborador traía consigo sólo raciones suficientes para que los perros comiesen un día más y, de no haberlos encontrado o si hubiese errado al siguiente refugio, se hubiera muerto con sus peludos compañeros. Relataba, además, un pesadillesco relato de espantosos fríos y temibles ventiscas más al sur. No, no había modo. No se podía seguir.
Era el momento para dedicarse a planear la instalación de Base Avanzada, pero Byrd, agotado como todos los demás, no se había percatado de un importante detalle: casi era demasiado tarde. Se encontraban ya a las puertas de marzo, el brutal invierno polar se aproximaba, y tanto él como sus subordinados estaban tan consumidos que era muy improbable que lograran hacerlo antes de que el clima los borrara de la faz de la Tierra.
En las horas siguientes a la llegada al depósito y al encuentro con el capitán, Byrd hizo un nuevo recuento de las provisiones y llegó a su heroica decisión. Escribe: "Base Avanzada sería ocupada, inevitablemente, por un solo hombre".
Byrd decidió dejar sólo un hombre y no dos —para lo cual las provisiones le hubiesen alcanzado— porque su experiencia polar le decía que "dos" no es un buen número de hombres para soportar un largo período de aislamiento. Las peleas, la depresión, las neurosis y el malhumor se soportan peor entre dos que por uno solo. Solo, uno no tiene con quien pelear, a quien odiar ni a quien responsabilizar por los errores, las fallas, los hechos fortuitos o por los accidentes. Todo esto compromete el éxito de la misión y pone en peligro las vidas de ambos. La historia de las expediciones polares están llenas de ejemplos de este tipo de situaciones.
"Tenía que ser un solo hombre, y ese hombre sería yo mismo. No podía conformarme con la idea de pedir a un subordinado que se quedara allí en mi lugar".
Byrd no durmió esa noche, la noche en que tomó la decisión más difícil de su vida. Tuvo que poner en orden sus asuntos, y adaptar su mente a dos angustiosas ideas. La primera era que, si fracasaba, dejaría a su familia sepultada en deudas, sin un centavo y con la vida arruinada para siempre. La segunda era que, fracasase o no, al quedarse en Base Avanzada dejaría a los 55 hombres de Little America sin jefe, sin guía y sin apoyo durante todo el invierno. Sin embargo, se convenció de que ellos sabían lo que tenían que hacer y lo harían, con Byrd en Little America o sin él. Era improbable que hubiese problemas en Little America durante la ausencia de Byrd, ya que su equipo estaba muy preparado.
Dada la calidad de los hombres que dejaba a cargo, Dick no creyó necesario escribirles una complicada Biblia de reglamentos y órdenes. Si era preciso, los orientaría por radio desde Base Avanzada. Por lo tanto, su carta final a su tripulación consta sólo de tres páginas escritas a máquina. Les ordena trabajar al máximo, cuidar y economizar los abastecimientos, seguir las normas de seguridad y mantener una férrea disciplina. Concluye diciendo:
"Cada hombre tiene derecho a ser tratado en forma justa, y se ordena a los oficiales tener presente este hecho. Aquí no hay distinción de clases como en la civilización. Lo que sea o haya hecho cada hombre en su patria no tiene ninguna importancia aquí. Quien haya fracasado allí puede rehacerse aquí, y no será juzgado por el cargo que ocupe sino por la forma en que colabore con los objetivos finales y por el modo en que haya cumplido su tarea, ya sea ésta importante o humilde".
La última orden de Byrd fue leída a los hombres en Little America en la mañana del 22 de marzo de 1934. Noville le empaquetó sus objetos personales y lo ayudó a prepararse. Byrd llevaba a Base Avanzada solamente sus varias docenas de libros, un traje de vuelo de cuero, un sextante, dos excelentes cronómetros, su equipo de afeitar, su colección de discos de pasta y muy poca cosa más.
Durante más de tres semanas, Innes-Taylor, sus hombres y sus animales habían soportado temperaturas inferiores a los -45°C. Los cierres de sus bolsas de dormir se les habían roto, lo que provocó que se formara el hielo en su interior, impidiéndoles dormir. Sus 24 perros se veían tristes y mal nutridos, por lo que Byrd comprendió que debía instalarse lo antes posible para que ellos pudiesen regresar a Little America.
La cabaña prefabricada, de 2.7 x 3.9 m. y una altura de 2.4 m., estaba enterrada en el hielo, su montaje había sido muy duro, el equipo hubo de soportar temperaturas muy bajas, cavaron una fosa donde introducir la estructura de la cabaña, cuando acabaron, el techo emergía de la superficie helada unos 60 cm. En la parte superior, una trampilla permitía el acceso al interior. Las paredes eran dobles y estaban forradas de material aislante, en el interior, una estufa con el tubo en forma de U, diseñado para calentar el interior por igual, atravesaba toda la pieza.
El inventario de suministros con que Byrd tendría que afrontar, por primera vez en la historia humana, un invierno antártico completo muy lejos tierra adentro, no era pobre pero tampoco fastuoso.
Tenía 350 velas, 10 cajas de pastillas de alcohol sólido para encender fuego, tres linternas con 10 baterías cada una, 425 cajas de fósforos de seguridad de madera y de cera, dos faroles a parafina, un farol de presión o "sol de noche" a gasolina de 300 bujías, un saco de dormir de cuero forrado con piel y otro de plumón.
Poseía, además, una sola silla plegable con un almohadón inflable, dos cocinas Primus, nueve bombas de agua contra incendio, un extintor Pyrene, tres baldes de aluminio, dos lavamanos, un calendario, dos espejos, un felpudo, dos cepillos para quitarse el hielo y la nieve de la ropa, dos candelabros, 36 lápices, una lata de 19 litros llena de papel higiénico, 400 servilletas de papel, una caja de tachuelas y otra de gomas elásticas, dos resmas de papel para escribir, tres cajas de jabón, viruta metálica para lavar los trastos, una jarra térmica, dos mazos de naipes, tres metros y medio de hule, pedazos de amianto y dos paquetes de escarbadientes. Eso era todo.
Pero Byrd tenía que alimentarse durante 6 meses completos —en el mejor de los casos—. Las provisiones fueron almacenadas en dos túneles y consistían en 166 kg de carne, 364 de verduras, 34 bolsas de sopa, 81 kg de conservas de frutas, 41 de frutas secas, 28 kilos de postres y 500 kilos de otros alimentos, incluyendo cereales. Esperaban que con esto le bastara, porque era todo lo que tenían para dejarle.
Se instaló, asimismo, una estación emisora-receptora de radio y una antena en el exterior de la cabaña, que fue sujetada con cañas de bambú. En cuanto a los instrumentos meteorológicos destacaba sobre la nieve, un poste de casi 4 m. de altura en cuyo extremo se hallaba instalada la veleta del anemómetro. Todos los aparatos e instrumentos meteorológicos estaban preparados para soportar temperaturas de hasta -115ºC. Byrd, se quedó solo.
Al día siguiente, 23 de marzo, Base Avanzada estaba casi lista para asumir sus funciones de base meteorológica más austral del mundo.
Entonces, todos decidieron ofrecer un banquete de despedida al capitán Innes-Taylor y su grupo, que partirían primero hacia Little America. El cocinero Corey había entregado a Byrd tres tesoros que el almirante deseaba conservar: un pavo y dos hermosos pollos. Pero los hambrientos hombres, luego de semanas y semanas de alimentarse sólo de una sopa espesa que llamaban con el vocablo inuit hoosh, tomaron por asalto la despensa del túnel y los descubrieron. "Consiguieron hacerme ceder esos majares escogidos de mi alacena", escribe Byrd. "¿Cómo negarles ese gusto después de ver su sacrificio y su voluntad indomable durante tantos días?."
Innes-Taylor fue elegido chef, pero la tarea de cocinar las grandes aves no era fácil: la carne estaba dura como las planchas de acero de un acorazado. Hubo que cocinarlas a chorro de soplete. Nueve hombres se sentaron, de piernas cruzadas, sobre el helado suelo. Los otros cinco, que no tenían lugar, comieron de pie.
Pero la cena de gala demostró ser prematura. Por la noche los azotó el viento del este, que a la mañana se había convertido en una ventisca con una visibilidad de menos de 50 metros. El viento, a -33°C, cortaba las carnes como una navaja de afeitar. Innes-Taylor no podría salir. Byrd decidió, entonces, esperar al día siguiente.
Esa noche, como la anterior, durmió con diez hombres en una cabaña calculada para tres:
"Tinglof dormía debajo de la mesa; Black, acurrucado detrás de la estufa; Waite, bajo mi litera; June, sentado en un rincón; y los demás, tendidos como momias en sus sacos de dormir, cubriendo el suelo de una a otra pared. Jamás olvidaré esa noche. Mis huéspedes formaron tal concierto de ronquidos que me vi finalmente obligado a salir de la cabaña" , recuerda el almirante.
Al escucharlo subir, los perros de Innes-Taylor, Paine y Ronne comenzaron a aullar, con ese sonido cargado de desafío, desolación y lucha con que la naturaleza les hace decir "aquí estoy y estoy vivo" en sus hogares natales del Lejano Norte.
"Era un sonido tenso y vibrante que dominaba a la voz del viento. Entonces se alzó nuevamente, esta vez con el mismo tono del vendaval, pero más rico y compuesto de muchas voces" , escribe Richard. "Tres equipos de perros atados en filas paralelas, espaciados a lo largo de cables de amarre extendidos entre estacas profundamente clavadas en la nieve. Se calmaron cuando me vieron entre ellos, apareciendo en la oscuridad. Tal vez el saber que todavía había seres humanos con ellos los tranquilizó. Al recorrer los cables con la linterna en la mano encontré a cada perro enrrollado como una pelota, con el lomo contra el viento y el hocico apretado contra la panza, y con la nieve arrastrada por el viento formando una muralla aislante en torno a él. Era espantoso verlos así tan avanzada la estación, pero nada podíamos hacer al respecto. Tendrían que esperar a que el tiempo mejorara. El viento aflojó por un momento, una nube se disolvió y, por primera vez en esa noche, vi sobre mi cabeza un claro cielo poblado de estrellas. El tiempo parecía estar mejorando. Si esto era cierto, mañana los perros estarían viajando con Innes-Taylor hacia la seguridad de la costa. Jack, el enorme perro jefe, propiedad de Paine, pareció comprenderlo. Apenas las estrellas aparecieron en el firmamento, se puso bruscamente de pie y se sacudió la nieve del lomo. Entonces soltó el indescriptible aullido vagabundo del lobo gris. En un instante, los 24 perros estaban despiertos y, uniéndose a su líder en el gemebundo coro, llenaron la Barrera de un melancólico aullido que no contenía sin embargo tristeza, sino hambre, deseo y desafío. No había duda de que al día siguiente tirarían de los trineos con entusiasmo".
El 25, domingo, amaneció claro y tranquilo. Los perros debían irse. Hacía 44,4 grados bajo cero, y el noruego Ronne, Paine e Innes-Taylor se despidieron y desaparecieron hacia el horizonte.
Base Avanzada estaba en medio de una enorme planicie completamente llana, que permitía observar, en un día claro, la perfecta redondez del horizonte en los 360°.
Los otros dos tractores se quedaron aún en Base Avanzada con Byrd para ajustar los últimos detalles. Estaban June, Petersen, Mlack, Dustin, Siple y Waite, el último de los cuales concluyó sus transmisiones de prueba con Little America, confirmando que todo estaba correcto. La radio funcionaba perfectamente. Byrd se quedaría solo, es cierto, pero no aislado. No era en absoluto lo mismo. La diferencia era igual a la que existía entre la vida y la muerte: un universo de distancia. Siple, por su parte, terminó de probar la estufa, que también funcionaba.
Encontrar la frase adecuada para la despedida costó mucho al almirante. Mientras vacilaba pensando en qué decir a sus hombres, June le resolvió el problema: "Bueno, almirante. Hemos hecho más o menos todo lo que había que hacer, y sospecho que muchas otras cosas que no hacían falta, así que ha llegado la hora de irnos".
Comieron de pie sus almuerzos a mediodía y se prepararon para partir. Hacía -53,3°C, y los dos tractores estaban completamente enterrados bajo la nieve. Tardaron mucho en sacarlos, y aún más en conseguir que arrancaran: "Aún calentando el cárter con sopletes, y envolviendo los chasis con carpas de lona para que no perdieran tanto calor, pasaron dos horas antes de poderlos poner en marcha", escribe el explorador jefe. Se fueron a las 5 de la tarde, dejando a Byrd solo y pensativo en su cabaña.
Sin embargo, a las 7 de esa misma tarde, el ruido de unas orugas llamó la atención de Richard Byrd. Eran los dos tractores que regresaban. "Esto me causó un perturbador sobresalto, porque estaba ansioso por saberlos en la seguridad de Little America", dice. Pero habían hecho bien en volver: apenas a 6 kilómetros de Base Avanzada, el radiador del tractor de June se congeló. Al abrir la tapa, June se quemó una mano con el agua hirviendo. Al tratar de frotársela, se le congeló la otra. Con una mano quemada y la otra congelada, sólo le quedaba la posibilidad de volver a la cabaña de Byrd para darles una oportunidad de mejoría en un ambiente más tibio.
Los tripulantes de los snowcats debieron quedarse hasta el día siguiente, y tuvieron que dormir vestidos. Pero no todos durmieron. Demas no permitió que se apagaran los motores de los tractores, y ordenó a Waite y a Dustin que se quedaran despiertos toda la noche y los mantuviesen en marcha. Les dijo con brusquedad: "Si les permiten que se detengan, todos nos quedaremos aquí hasta la próxima primavera". Y todos sabían lo que ello significaba: los alimentos sólo alcanzaban para un hombre y allí habían demasiados.
A medianoche, Byrd salió de la base y esperó el amanecer haciendo compañía a los desdichados que velaban los camiones.
No pudieron partir hasta el miércoles 28 de marzo de 1934, y esa vez no regresaron. Las manos de June estaban casi curadas, y era tiempo de que enfilaran a Little America. Por el camino se encontrarían con los hombres que trabajaban en el Cletrac y se los llevarían consigo. También alacanzarían a Innes-Taylor y los suyos en sus trineos, quienes seguirían a los tres snowcats.
Pero Byrd estaba igualmente muy preocupado. Tenía miedo de que lo desobedecieran. "Me preocupaba la posibilidad de no haber sido lo suficientemente insistente al ordenar que quedaba prohibido cualquier intento de salvamento si mi radio dejaba de funcionar. Si yo caía en el silencio, nadie debía abandonar Little America para venir a buscarme, al menos no hasta la primavera. 'Les doy estrictas órdenes de no venir a buscarme hasta un mes después de que el sol regrese'. Para asegurarme, les repetí la misma orden antes de que June y los suyos partieran por segunda vez".
El inventario de suministros con que Byrd tendría que afrontar, por primera vez en la historia humana, un invierno antártico completo muy lejos tierra adentro, no era pobre pero tampoco fastuoso.
Tenía 350 velas, 10 cajas de pastillas de alcohol sólido para encender fuego, tres linternas con 10 baterías cada una, 425 cajas de fósforos de seguridad de madera y de cera, dos faroles a parafina, un farol de presión o "sol de noche" a gasolina de 300 bujías, un saco de dormir de cuero forrado con piel y otro de plumón.
Poseía, además, una sola silla plegable con un almohadón inflable, dos cocinas Primus, nueve bombas de agua contra incendio, un extintor Pyrene, tres baldes de aluminio, dos lavamanos, un calendario, dos espejos, un felpudo, dos cepillos para quitarse el hielo y la nieve de la ropa, dos candelabros, 36 lápices, una lata de 19 litros llena de papel higiénico, 400 servilletas de papel, una caja de tachuelas y otra de gomas elásticas, dos resmas de papel para escribir, tres cajas de jabón, viruta metálica para lavar los trastos, una jarra térmica, dos mazos de naipes, tres metros y medio de hule, pedazos de amianto y dos paquetes de escarbadientes. Eso era todo.
Pero Byrd tenía que alimentarse durante 6 meses completos —en el mejor de los casos—. Las provisiones fueron almacenadas en dos túneles y consistían en 166 kg de carne, 364 de verduras, 34 bolsas de sopa, 81 kg de conservas de frutas, 41 de frutas secas, 28 kilos de postres y 500 kilos de otros alimentos, incluyendo cereales. Esperaban que con esto le bastara, porque era todo lo que tenían para dejarle.
Se instaló, asimismo, una estación emisora-receptora de radio y una antena en el exterior de la cabaña, que fue sujetada con cañas de bambú. En cuanto a los instrumentos meteorológicos destacaba sobre la nieve, un poste de casi 4 m. de altura en cuyo extremo se hallaba instalada la veleta del anemómetro. Todos los aparatos e instrumentos meteorológicos estaban preparados para soportar temperaturas de hasta -115ºC. Byrd, se quedó solo.
Al día siguiente, 23 de marzo, Base Avanzada estaba casi lista para asumir sus funciones de base meteorológica más austral del mundo.
Entonces, todos decidieron ofrecer un banquete de despedida al capitán Innes-Taylor y su grupo, que partirían primero hacia Little America. El cocinero Corey había entregado a Byrd tres tesoros que el almirante deseaba conservar: un pavo y dos hermosos pollos. Pero los hambrientos hombres, luego de semanas y semanas de alimentarse sólo de una sopa espesa que llamaban con el vocablo inuit hoosh, tomaron por asalto la despensa del túnel y los descubrieron. "Consiguieron hacerme ceder esos majares escogidos de mi alacena", escribe Byrd. "¿Cómo negarles ese gusto después de ver su sacrificio y su voluntad indomable durante tantos días?."
Innes-Taylor fue elegido chef, pero la tarea de cocinar las grandes aves no era fácil: la carne estaba dura como las planchas de acero de un acorazado. Hubo que cocinarlas a chorro de soplete. Nueve hombres se sentaron, de piernas cruzadas, sobre el helado suelo. Los otros cinco, que no tenían lugar, comieron de pie.
Pero la cena de gala demostró ser prematura. Por la noche los azotó el viento del este, que a la mañana se había convertido en una ventisca con una visibilidad de menos de 50 metros. El viento, a -33°C, cortaba las carnes como una navaja de afeitar. Innes-Taylor no podría salir. Byrd decidió, entonces, esperar al día siguiente.
Esa noche, como la anterior, durmió con diez hombres en una cabaña calculada para tres:
"Tinglof dormía debajo de la mesa; Black, acurrucado detrás de la estufa; Waite, bajo mi litera; June, sentado en un rincón; y los demás, tendidos como momias en sus sacos de dormir, cubriendo el suelo de una a otra pared. Jamás olvidaré esa noche. Mis huéspedes formaron tal concierto de ronquidos que me vi finalmente obligado a salir de la cabaña" , recuerda el almirante.
Al escucharlo subir, los perros de Innes-Taylor, Paine y Ronne comenzaron a aullar, con ese sonido cargado de desafío, desolación y lucha con que la naturaleza les hace decir "aquí estoy y estoy vivo" en sus hogares natales del Lejano Norte.
"Era un sonido tenso y vibrante que dominaba a la voz del viento. Entonces se alzó nuevamente, esta vez con el mismo tono del vendaval, pero más rico y compuesto de muchas voces" , escribe Richard. "Tres equipos de perros atados en filas paralelas, espaciados a lo largo de cables de amarre extendidos entre estacas profundamente clavadas en la nieve. Se calmaron cuando me vieron entre ellos, apareciendo en la oscuridad. Tal vez el saber que todavía había seres humanos con ellos los tranquilizó. Al recorrer los cables con la linterna en la mano encontré a cada perro enrrollado como una pelota, con el lomo contra el viento y el hocico apretado contra la panza, y con la nieve arrastrada por el viento formando una muralla aislante en torno a él. Era espantoso verlos así tan avanzada la estación, pero nada podíamos hacer al respecto. Tendrían que esperar a que el tiempo mejorara. El viento aflojó por un momento, una nube se disolvió y, por primera vez en esa noche, vi sobre mi cabeza un claro cielo poblado de estrellas. El tiempo parecía estar mejorando. Si esto era cierto, mañana los perros estarían viajando con Innes-Taylor hacia la seguridad de la costa. Jack, el enorme perro jefe, propiedad de Paine, pareció comprenderlo. Apenas las estrellas aparecieron en el firmamento, se puso bruscamente de pie y se sacudió la nieve del lomo. Entonces soltó el indescriptible aullido vagabundo del lobo gris. En un instante, los 24 perros estaban despiertos y, uniéndose a su líder en el gemebundo coro, llenaron la Barrera de un melancólico aullido que no contenía sin embargo tristeza, sino hambre, deseo y desafío. No había duda de que al día siguiente tirarían de los trineos con entusiasmo".
El 25, domingo, amaneció claro y tranquilo. Los perros debían irse. Hacía 44,4 grados bajo cero, y el noruego Ronne, Paine e Innes-Taylor se despidieron y desaparecieron hacia el horizonte.
Base Avanzada estaba en medio de una enorme planicie completamente llana, que permitía observar, en un día claro, la perfecta redondez del horizonte en los 360°.
Los otros dos tractores se quedaron aún en Base Avanzada con Byrd para ajustar los últimos detalles. Estaban June, Petersen, Mlack, Dustin, Siple y Waite, el último de los cuales concluyó sus transmisiones de prueba con Little America, confirmando que todo estaba correcto. La radio funcionaba perfectamente. Byrd se quedaría solo, es cierto, pero no aislado. No era en absoluto lo mismo. La diferencia era igual a la que existía entre la vida y la muerte: un universo de distancia. Siple, por su parte, terminó de probar la estufa, que también funcionaba.
Encontrar la frase adecuada para la despedida costó mucho al almirante. Mientras vacilaba pensando en qué decir a sus hombres, June le resolvió el problema: "Bueno, almirante. Hemos hecho más o menos todo lo que había que hacer, y sospecho que muchas otras cosas que no hacían falta, así que ha llegado la hora de irnos".
Comieron de pie sus almuerzos a mediodía y se prepararon para partir. Hacía -53,3°C, y los dos tractores estaban completamente enterrados bajo la nieve. Tardaron mucho en sacarlos, y aún más en conseguir que arrancaran: "Aún calentando el cárter con sopletes, y envolviendo los chasis con carpas de lona para que no perdieran tanto calor, pasaron dos horas antes de poderlos poner en marcha", escribe el explorador jefe. Se fueron a las 5 de la tarde, dejando a Byrd solo y pensativo en su cabaña.
Sin embargo, a las 7 de esa misma tarde, el ruido de unas orugas llamó la atención de Richard Byrd. Eran los dos tractores que regresaban. "Esto me causó un perturbador sobresalto, porque estaba ansioso por saberlos en la seguridad de Little America", dice. Pero habían hecho bien en volver: apenas a 6 kilómetros de Base Avanzada, el radiador del tractor de June se congeló. Al abrir la tapa, June se quemó una mano con el agua hirviendo. Al tratar de frotársela, se le congeló la otra. Con una mano quemada y la otra congelada, sólo le quedaba la posibilidad de volver a la cabaña de Byrd para darles una oportunidad de mejoría en un ambiente más tibio.
Los tripulantes de los snowcats debieron quedarse hasta el día siguiente, y tuvieron que dormir vestidos. Pero no todos durmieron. Demas no permitió que se apagaran los motores de los tractores, y ordenó a Waite y a Dustin que se quedaran despiertos toda la noche y los mantuviesen en marcha. Les dijo con brusquedad: "Si les permiten que se detengan, todos nos quedaremos aquí hasta la próxima primavera". Y todos sabían lo que ello significaba: los alimentos sólo alcanzaban para un hombre y allí habían demasiados.
A medianoche, Byrd salió de la base y esperó el amanecer haciendo compañía a los desdichados que velaban los camiones.
No pudieron partir hasta el miércoles 28 de marzo de 1934, y esa vez no regresaron. Las manos de June estaban casi curadas, y era tiempo de que enfilaran a Little America. Por el camino se encontrarían con los hombres que trabajaban en el Cletrac y se los llevarían consigo. También alacanzarían a Innes-Taylor y los suyos en sus trineos, quienes seguirían a los tres snowcats.
Pero Byrd estaba igualmente muy preocupado. Tenía miedo de que lo desobedecieran. "Me preocupaba la posibilidad de no haber sido lo suficientemente insistente al ordenar que quedaba prohibido cualquier intento de salvamento si mi radio dejaba de funcionar. Si yo caía en el silencio, nadie debía abandonar Little America para venir a buscarme, al menos no hasta la primavera. 'Les doy estrictas órdenes de no venir a buscarme hasta un mes después de que el sol regrese'. Para asegurarme, les repetí la misma orden antes de que June y los suyos partieran por segunda vez".
(Aquí 2a Parte)