viernes, 2 de diciembre de 2016

Dime, ¿quién es tu enemigo?



Una de las primeras preguntas que los sacerdotes del Egipto de Akhenatón hacían a sus enfermos era esta pregunta: "¿Contra quién o contra qué estás en guerra?" Del mismo modo, el Cristo preguntaba frecuentemente a los que buscaban la curación a su lado "Dime, ¿quién es tu enemigo".

Estas preguntas, que pueden sorprendernos hoy día nos dan sin embargo una idea de la mirada que se posaba en aquellos tiempos sobre la noción de enfermedad. Es evidente que cuando un ser enfermo es recibido de ese modo, se ve en seguida llevado a la raíz de sí mismo y a hablar de las "verdaderas cosas" de su vida. No es su cuerpo lo que consulta en primer lugar, sino su alma, y eso cambia todo.

Así, en el seno de las Fraternidades egipcia y esenia, lo habitual no era analizar inmediatamente "con lupa" un síntoma. Se buscaba en primer lugar centrarse en el mundo, frecuentemente mudo, de las Causas. Es fácil comprender que la desarmonía que se adueña de un cuerpo es la resultante de la guerra interior que un ser lleva, a menudo a sus espaldas, contra una circunstancia, contra una persona y, sobre todo, contra sí mismo. ¿Por qué sobre todo? En mi opinión, fue el Maestro Jesús en persona quien expresó mejor la razón, durante una conversación privada con algunos de sus discípulos...

"Con frecuencia os escucho acusar al otro, o a las circunstancias de vuestra vida, cuando la enfermedad toma posesión de vosotros. Clamáis contra la incomprensión, contra la injusticia, e incluso a veces la tomáis con vuestro Padre Celeste... ¡Que ceguera, amigos míos! ¡Y qué falta de escucha a todo con lo que os cruzáis en vuestro camino! ¿No sois vosotros quienes habéis generado, una tras otra, cada una de las circunstancias y de los encuentros de vuestra vida? ¿No es exacto que os encontráis ahora frente a mí, es porque habéis hecho elecciones y dirigido vuestros pasos en una dirección y no en otra? Yo soy vuestra circunstancia... para cierta forma de salud. 
Escuchadme y creedme... Somos siempre circunstancias unos para otros. Las piezas de un gigantesco juego que atraemos hacia nosotros o que repelemos. Quiero decir que todos somos, unos respecto a otros, oportunidad para crecer o para estancarse. Somos los acontecimientos por los que nos moldeamos y nos remodelamos mutuamente. 
De este modo nos fabricamos nuestros equilibrios y nuestros desequelibrios. Nuestras ocasiones de salud así como las de nuestras enfermedades son los justos frutos de las elecciones que hacemos. El otro, aquel al que acusamos, no es más que el pretexto tras el cual se esconde nuestra ceguera y nuestra inconsciencia. El enemigo es siempre algo que criamos y al que nutrimos constantemente en nosotros mismos... Y lo inventamos en su totalidad ya que, en realidad, no existe. 
Miradme y comprendedme... Me sé adversario, pero no tengo enemigos. Nada en mí, puede estar en guerra, porque no considero que haya nada que forzar ni que abatir. Mi salud habla de mi paz... Tejo mi paz y me invento y me reinvento, eterno e inatacable bajo el sol".

Tal discurso, si lo llevamos a su más simple expresión, solo nos habla de una cosa: el sentimiento de unidad que debe presidir el equilibrio fisico y psicológico de todo hombre y toda mujer. La percepción de una Unidad que había que realizar con uno mismo y con el mundo estaba verdaderamente en la base de la salud tal como la concebían las Tradiciones a las que nos referimos.

Partiendo de esta visión, el enfermo era alguien que se hacía atrapar en una trampa. La de la dualidad y la separación.

Por tanto, el estado de ruptura y de desarmonía que resultaba era visto como el creador de cierto número de cortes en la conciencia, que se prolongaban de forma totalmente natural hasta los cuerpos más densos. En otros términos, se concebía que el arraigo de un estado de conflicto en el ser se convertía casi necesariamente en el germen de un futuro trastorno de salud. A ese nivel, esto coincide de forma evidente con la noción moderna de "enfermedad psicosomática". Sin embargo, la comprensión tradicional de la enfermedad no se detenía ahí. Admitía y exploraba una dimensión del pensamiento humano y de la reserva de energía que este constituye.

Nuestro mundo moderno revindica el descubrimiento de las ondas cerebrales porque ha empezado a medirlas. Sin embargo, no ha hecho sino dar un nombre diferente y algunas citas sobre una realidad ya conocida por los antiguos egipcios. Ellos y sus herederos sabían bien que el simple hecho de pensar pone en movimiento fuerzas que, por impalpables que sean, no están desprovistas de influencia ni de un poder real sobre nuestra vida. De este modo, estimaban que cada individuo se rodeaba de una corriente de vida psíquica que le seguía a todas partes, que evidentemente proyectaba entorno a sí pero en la que, ante todo, él mismo se bañaba y de la que dependía la globalidad de su salud.

Este sistema de referencias tenía también en cuenta otra cosa. Los terapeutas partían del principio de que el campo energético del aura humana -ya que es de ella de lo que se trata- actúa constantemente en interación con nuestro universo. De hecho, tenían conciencia de la existencia de una inmensa aura planetaria sobre la que interferia la suma de auras, y por tanto de la actividad psíquica, de cada uno de sus habitantes.

Desde esta perspectiva, para ellos existía, "por encima" de nuestro mundo invisible, un universo, entre otros, comparable a un inmenso granero de pensamientos. Esta reserva colosal estaba compuesta de un gran número de compartimentos. En cada uno de ellos iban a alojarse todas las semillas de la misma variedad.

Por tanto, siguiendo este concepto, existe la masa energética de todos nuestros pensamientos de cólera reunida en un plano vibratorio específico, en otro, la de todos nuestros pensamientos de amor, en otro, la de todos nuestros pensamientos de odio, y así sucesivamente, hasta el agotamiento de la variedad de lo que el ser humano es capaz de emitir, lo bello y lo menos bello.

Cada uno de los compartimentos corresponde a lo que tradicionalmente llamamos un egregor o, de forma más moderna, un campo morfogenénico. Es un receptor y al mismo tiempo un emisor, el emisor con el que el ser humano se pone en resonancia cuando mantiene en sí un determinado estado de pensamiento y de focalización de la conciencia.

En términos más simples, los antiguos nos decían: "Cultiva la cólera y serás colmado de cólera, genera amor y serás nutrido de amor. Así, si alimentas el confllicto, el conflicto se alojará en ti, pero si siembras la dulzura, tu camino terminará por cubrirse de unidad"

"Tenéis todos los medios necesarios para actuar. ¿Cómo? Yendo al encuentro del sufrimiento allí donde se origina y desarrolla. Escuchadme. Quizá conozcáis a alguien a quien consideráis un enemigo o, al menos, una persona con la que vivís cierta tensión, un estado de conflicto, alguien a quien tenéis algo importante que reprochar. Id a su encuentro. Tened la intrepidez de llamar a la puerta de su alma hablándole con el corazón. Exponedle vuestra dificultad sin juzgarlo, sin imponerle lo que consideráis que es vuestro derecho. Sin pasión. Simplemente, para perforar el absceso de lo no dicho. Haciéndolo así, desactivaréis una bomba en vosotros y en la otra persona, aunque el efecto no sea inmediato."
"El que viene"- A. y D. Meurois-Givaudan


Así Curaban Ellos Daniel Meurois-Givaudan