Nunca, durante el resto de su permanencia en Base Avanzada (y, como lo demuestran sus diarios y otros escritos, nunca más en su vida) la experiencia de ese fatal 31 de mayo de 1934 se apartaría ya de la mente de Richard Byrd. Tenía una idea bastante clara de lo que le había sucedido y en los días subsiguientes, a pesar del dolor de ojos y sienes, intentó poner por escrito en su diario todo lo que recordaba. La reconstrucción de los hechos es la siguiente: el escape del motor debe haberse obstruido con nieve y escarcha, emitiendo gases venenosos hacia el túnel, especialmente monóxido de carbono. La forma fulminante en que cayó inconsciente es una prueba que apoya esta hipótesis. No tuvo sensación de ahogo, lo cual es también común en el envenenamiento de CO. Los demás síntomas (dolores, náuseas, etc.) concuerdan. El CO es más liviano que el aire, de modo que ocupó la parte alta del túnel; el hecho de haber caído fulminado al piso le salvó, pues, la vida. Si hubiese intentado seguir de pie hubiese muerto. El oxígeno a nivel del piso, junto con la mordiente sensación del frío lo hicieron reaccionar.
Pero saber qué había sucedido no era más que el inicio del trabajo: ahora, debía impedir que sucediera de nuevo. Tal vez la próxima vez no tuviese tanta suerte.
"El hecho evidente era que estaba indefenso. Apenas pude reunir fuerzas suficientes para encender la vela que estaba en el estante metálico sobre mi cabeza. Quedé agotado otra vez. Si un movimiento tan simple -encender una vela- había acabado de nuevo con mis fuerzas, ¿cómo podría traer alimentos y combustible desde el sistema de túneles? ¿Cómo atendería los instrumentos? Yo sabía que sobreviviría muchos días sin comer: tragaría nieve para apagar la sed... Pero, enfermo y debilitado como estaba, no podría vivir sin calor; el frío me mataría, ya que necesitaba llenar el depósito de la estufa cada tres días, y no estaba en condiciones de hacerlo".
Dick cayó de nuevo en un estado de inconciencia; cuando la sed lo despertó, eran las 7 de la tarde. Consiguió sacar la linterna del saco de dormir e, iluminando la estufa para tener un punto de referencia en la profunda oscuridad, consiguió bajar de su litera. Fue muy difícil: grandes espasmos de vértigo lo sacudían, pero así y todo consiguió sujetar la silla, empujarla hasta la estufa y sentarse en ella. Tomó el balde, donde aún había agua, y bebió un poco. Su estómago se contrajo de golpe y vomitó. Así, perseverando una y otra vez, luchó contra las náuseas hasta que consiguió retener en el estómago una taza completa de agua. Los dientes se le entrechocaban con fuerza, porque la estufa se había apagado. Hoy era jueves, el día en que había debido llenar el tanque de Stoddard, el combustible de la estufa. Ella y el farol estaban vacíos.
Dick Byrd consiguió de algún modo colocarse la parka, tomar el tanque vacío y salir, tambaleante, al túnel donde almacenaba el combustible. El tambor más cercano, que tenía una canilla, estaba a sólo cinco metros de la puerta; aún así, el explorador debió hacer todo el camino recostando su peso en la pared de hielo. Tomó el embudo y descansó mientras se llenaba el depósito. Lleno a rebosar, pesaba más de diez kilos. Tomando su tesoro, intentó llevarlo de regreso, pero no fue muy lejos. Después de dar algunos pasos tenía taquicardia de nuevo y se desplomó sobre el tanque que llevaba, muy cerca de la boca del túnel.
Ni siquiera él sabe cuánto duró este nuevo espacio de negrura en su conciencia. Cuando el frío lo despertó de nuevo, arrastró el tanque hasta Base Avanzada.
"Ya dentro de la cabaña", dice el almirante, "intenté trasvasar dos litros de combustible a un balde, cantidad suficiente para llenar el farol, pero lo derramé todo en el piso. Cuando lo hube conseguido, pude llenar la estufa. El alivio me embargó, ahora podría tener luz y calor. Sin embargo, no encendí la estufa. Estaba muy débil, y debía meterme en la litera. Pero la luz me reanimó, y me sentí tan alegre que decidí hacer mi observación de las 10 de la noche".
Fue un grave error.
El viento en el exterior era de 12 kilómetros por hora. Dick abrió la puerta trampa con la cabeza y luego, tambaleante, se dirigió al armario de los instrumentos. Tomó nota de la fuerza del viento y la ausencia de auroras, y regresó a Base Avanzada totalmente exhausto.
Se tendió a dormir, parcialmente vestido. Estaba aún envenenado. El CO (monóxido de carbono) forma con la hemoglobina de la sangre un compuesto sumamente estable, que no puede ser ya separado. El glóbulo rojo que ha recibido una molécula de CO queda inservible para siempre, hasta que cumpla sus tres meses de vida, el bazo lo elimine y la médula ósea lo reemplace por otro glóbulo rojo con una molécula de hemoglobina sana. Es por eso que los casos de envenenamiento por monóxido de carbono llevan semanas de tratamiento, y aún meses.
Pero Dick Byrd estaba solo, a cientos de kilómetros de Little America, y lo peor del invierno antártico y la noche polar estaba aún por venir. "Ya no mejoraría", escribe en su diario. "El sol demoraría aún tres meses en volver a salir. No pude convencerme de que tendría suficientes fuerzas para esperarlo. Sólo mi estupidez era culpable de lo que me sucedía, y comprendí que no había que temerle al frío ni a la oscuridad, sino a la propia idiotez".
Byrd decidió tomar un par de pastillas de fenobarbital e intentó dormir. Mientras esperaba el sueño liberador, pensó una vez más en su problema, y llegó a la conclusión de que su asesino no estaba solo: el CO del motor de la radio se veía ayudado por las quemaduras en el interior de los pulmones y, sin duda por los gases del solvente de Stoddard de la estufa. No podía olvidar las conexiones mal hechas en los tubos, y el tiraje permanentemente obstruido por la escarcha.
A las 4 de la madrugada, sin haberse decidido a tomar el barbitúrico por miedo a empeorar su ya de por sí terrible debilidad, el cansancio lo venció por fin y se sumergió en un sueño de pesadillas horrorosas.
El 1° de junio de 1934 comenzó para el almirante Byrd como había terminado el mes anterior: en un semidelirio espantoso y atontado. No sabía dónde se encontraba: miraba la oscuridad de Base Avanzada, confundido y sobresaltado, con el corazón galopándole en el pecho en una tentativa inútil de compensar la falta de transporte de oxígeno de su hemoglobina arruinada. Su boca estaba seca y apestosa, y no tenía fuerzas para moverse.
Hacía 12 horas que tenía la estufa apagada; hacía 36 que no comía. En un rapto de lucidez, comprendió que tenía que encender la estufa y alimentarse. Si no lo hacía, el final de su aventura sería una carrera entre el frío y el hambre para ver quién lo asesinaba primero.
Luego de mucho luchar, como en esas pesadillas en que deseamos apurarnos y sólo conseguimos movernos en cámara lenta, Dick logró llegar hasta la estufa y acercar un fósforo encendido al quemador de la estufa: éste se inflamó con un siseo.
Es importante meditar acerca de la paradoja en que se encontraba el insigne explorador: la noche anterior, había atribuido gran parte de sus males a los gases de la estufa; hoy sabía que debía encenderla de cualquier modo, porque si no moriría helado. Era una elección entre dos males; una disyuntiva de hierro entre dos maneras de morir, y el militar decidió morir intoxicado pero caliente.
La sed era el peor de los tormentos. Decidido a exponerse lo menos posible a los gases de la estufa, se arrastró por el túnel de escape hasta que no pudo más y cayó de bruces. Muerto de sed, lamió el hielo del piso hasta que se quemó la lengua por el frío y no pudo seguir.
Regresó a la cabaña: había puesto una cantidad de agua en un balde sobre la estufa, pero el frío reinante era tan terrible que el calor no conseguía fundirla. Intentó calentarla con pastillas de alcohol, pero, cuando se la llevó a los labios, el agua era aún una masa viscosa de nieve a medio fundir. Para colmo de males, su estómago protestó violentamente, y devolvió toda el agua.
Antes de arrastrarse de nuevo hasta la bolsa de dormir, pudo efectuar, empero, varias otras tareas. Examinó el tiraje de la ventilación y comprobó, desolado, que estaba obstruido de nieve en sus dos terceras partes. Tomó una vara de madera e intentó desatascarlo con sus menguadas fuerzas. Examinó el termógrafo interior, cambió las hojas del registro, dio cuerda a los relojes y repuso la tinta de las plumas.
Por último, llenó un termo de agua, que ya estaba caliente, le agregó leche en polvo y algo de azúcar, y se acostó en su camastro.
Los dolores eran desesperantes. Algo más caliente y con un poco de líquido tibio en el estómago, volvió a quedar dormido.
Despertó a las 6 y se bebió el último sorbo de leche del termo. Necesitaba comer, estaba seguro, pero no podía prepararse una comida decente. Bajando de la litera y caminando como un borracho, volvió a prepararse la leche y la acompañó con un trozo de galleta esquimal. Luego, no supo nada más.
Cuando volvió a abrir los ojos, eran las 9:30. Aturdido, agotado, atenazado por horribles dolores, comprendió que el empeoramiento de su estado y la mayor frecuencia de sus desvanecimientos se debía a los gases de la estufa. Con tanta urgencia como aquella con la que antes había debido encenderla, ahora necesitaba apagarla. Reptó como una serpiente hasta la válvula y consiguió girarla. Cuando la oscuridad cayó sobre él, volvió a desmayarse.
No estuvo lejos mucho tiempo: cuando se recuperó, el metal del artefacto que lo estaba matando se encontraba aún caliente. Apoyado en manos y pies, se arrastró hasta la silla y allí se quedó en silencio, mirando la oscuridad con pupilas dilatadas y mirada apática.
"El único propósito consciente que tenía era escribir un mensaje a mi esposa: necesitaba que ella comprendiera por qué no había tratado de informar a Little America de mi situación [recordemos que Byrd sabía perfectamente que, si disparaba un intento de rescate, muchos de sus subordinados morirían tratando de salvarlo]. Tomé lápiz y papel y comencé a escribir. Luego de los primeros párrafos, no pude más. En seguida terminé la carta y luego se me apareció la última anotación del diario de Scott: ´Por amor de Dios, cuida de nuestra gente´. La llama del farol vaciló. Conseguí encender dos velas, justo a tiempo para cuando se apagó el farol. Después de descansar un momento, escribí una carta de despedida a mi madre, otras dos, muy breves, dando instrucciones a Poulter y a Charlie Murphy, y una última misiva a los hombres que me esperaban inútilmente en Little America. En el estante estaba la pequeña caja de metal verde donde guardaba mis papeles personales, que me había acompañado en todas mis expediciones. Puse todo lo que había escrito en ella".
Habiendo puesto sus asuntos en orden, el almirante Byrd cayó de nuevo en uno de sus ataques de estupor, y se olvidó de todo.
El día siguiente, domingo, tenía que hablar por radio con Little America. Esto era imperativo: Byrd sabía perfectamente que si no salía al aire por un tiempo prolongado, Poulter, Murphy, Dyer y los demás eran muy capaces de organizar una expedición de rescate... y seguramente no sobrevivirían.
Se arrastró por el túnel de los alimentos hasta el motor generador y comprobó sin demasiada sorpresa que estaba totalmente congelado. De modo que, en un esfuerzo sobrehumano, arrastró al monstruo asesino de 15 kilos hasta colocarlo sobre la estufa encendida y esperó a que se deshelara. Mientras aguardaba, se dedicó a limpiar con el palo el tubo de entrada de aire exterior, que una vez más estaba obstruido por la escarcha.
Finalmente, con 20 minutos de retraso, volvió a llevar el armatoste a su lugar del túnel, consiguió ponerlo en marcha y de inmediato escuchó la voz de Dyer en los parlantes:
"KFZ llamando a KFY. KFY: KFZ llama. Conteste".
Byrd tomó el manipulador telegráfico y transmitió los datos meteorológicos. Los hombres le hablaron de sus proyectos para las operaciones de primavera. Él, sin saber si entendía correctamente, sólo manipulaba lacónicos SÍ, NO o LO PENSARÉ. Cada segundo que la radio seguía encendida agravaría su intoxicación, cada frase que cambiaba con sus muchachos lo acercaba a la muerte. Byrd aceptó agradecido la frase de despedida de sus hombres, y apagó el generador eléctrico. El esfuerzo efectuado lo sumió otra vez en el delirio, y el almirante escribe que esa tarde estuvo muy próximo a enloquecer. Al anochecer salió de la inconsciencia, tragó algo de leche y fue capaz de ingerir seis galletas saladas, primer alimento sólido que comía desde hacía cuatro días.
El día lunes no pudo abandonar la bolsa de dormir, pero por la noche se sintió mejor. Las razones de esto eran evidentes: había descansado y, lo más importante, había tenido la estufa apagada todo el día. Consiguió levantarse y comer algunas galletas, almendras, manzanas secas remojadas en agua caliente y una leche malteada. Esta vez, su estómago toleró los alimentos sin quejarse.
A la mañana siguiente se sentía aún mejor, y pudo levantarse para vaciar el balde de agua servida en el túnel de alimentos. Por la tarde, tuvo fuerzas incluso para girar la manivela del fonógrafo y escuchar el aria "En la vida de la gitana", de "La Bohème" de Puccini. Luego, entusiasmado, puso el "Brindis de Heidelberg" y "Adestes Fidelis".
Y fue en ese momento, escuchando las maravillosas voces que llenaban Base Avanzada, desplazando al silencio y al rugido de los vientos, que pensó: "Puedes hacerlo. Tal vez tienes una posibilidad. Ha de ser sólo una en cien, pero aún tienes una posibilidad de sobrevivir a esto".
El 7 de junio comenzó a dejar atrás las crisis de estupor y la depresión suicida. Pudo hablar con los muchachos de Little America y trajinar en sus tareas diarias.
Sin embargo, el clima comenzaba a confabularse contra él. La mínima fue de 45 grados centígrados bajo cero... Eso significaba que la "ola de calor" había concluido. La película de hielo que nacía del piso de la cabaña comenzó a trepar por las paredes y llegó hasta la mitad de su altura; esto lo desoló, porque significaría más horas con su gran enemiga, la estufa, encendida.
Era, de nuevo, día de radio. A pesar del frío de su sangre, consiguió encender el grupo electrógeno, y allí había música: debido al retraso de Byrd, Charlie Murphy, cansado de repetir la señal de llamada, había puesto un disco. Los acordes de "Tannhaüser" poblaron Base Avanzada. Dick debió esperar a que la canción terminara.
"¿Se quedó dormido, almirante?", lo regañó Charlie.
NO. ESTABA OCUPADO.
Luego de una larga conversación acerca de cuestiones geográficas que el marino no entendía o no tenía ganas de responder, pudo por fin despedirse, cortar y apagar el generador.
Así fue que el almirante Byrd comenzó a temer y odiar las comunicaciones con Murphy, Siple, Dyer y los demás. Estaba empezando a rechazar su único contacto y enlace con el mundo exterior, y los motivos eran tres: primero, que el esfuerzo que le exigía calentar el motor estaba acabando con él. En segundo lugar, que los gases del escape no le hacían ningún bien, y, por último, que temía traicionarse a sí mismo. Podía ser que su pésimo estado de salud le hiciese equivocar al manipular la señal telegráfica y que ellos se dieran cuenta de que estaba mal, o bien podía derrumbarse su voluntad ante tanto dolor y adversidad y rogarles que viniesen por él. Como sabemos, Byrd se había jurado no hacer tal cosa durante el invierno, bajo ninguna circunstancia.
"Casi parecía mejor terminar para siempre con las comunicaciones radiales. Traté de encontrar excusas lógicas para darle a Charlie en mi próxima salida al aire, pero encontré que ninguna tenía sentido. ¿Qué les diría? ¿Que hablar con ellos me aburría, que el transmisor estaba a punto de descomponerse, que no se preocupasen si KFY desaparecía del aire? Poulter y Murphy tenían aún cosas para discutir conmigo, y a pesar de las instrucciones que yo había dejado al abandonar Little America y que había repetido una y mil veces al personal de los tractores al quedarme solo, yo sabía perfectamente que cualquier silencio prolongado movilizaría al campamento y los haría tomar una decisión suicida.
Estaba encerrado en un círculo vicioso. Si seguía transmitiendo, el agotamiento y los gases del escape terminarían conmigo; si no transmitía más, el invierno polar destruiría a la expedición de rescate y yo no querría seguir viviendo de cualquier modo. Tenía que continuar transmitiendo. Cualquier hombre cuerdo hubiera hecho todo lo posible por impedir que Siple y Dyer organizaran una expedición para rescatarlo, en medio de las grietas de la Barrera y en la oscuridad de la noche polar. Eso acabaría en un desastre para todos.
Después, comencé a temer las transmisiones por otro motivo: yo trataba de ocultar mi espantoso estado físico, pero tarde o temprano las manos me traicionarían. Yo sabía que el inteligente Murphy estaba estudiando mis transmisiones con todo su cinismo y su mirada aguda y penetrante. Comencé a enviarle mensajes divertidos para engañarlo, aunque después, al leerlos, me parecieron tontos.
Por un irónico y cruel capricho del destino, la radio, que debía haber sido mi principal factor de alegría y seguridad, se había convertido en mi mayor enemigo".
7 de junio
Estas transmisiones matutinas están matándome. No las resisto más. Consumen las energías de todo el día. Después de transmitir, ni siquiera puedo dormir. Tengo horribles dolores en los brazos, piernas, hombros y pulmones. No puedo leer, la oscuridad me deprime, todas mis desgracias me parecen un tormento indescriptible.
8 de junio
Tengo problemas para comer. Odio el solo hecho de pensar en alimentarme, pero me obligo a hacerlo. Demoro tres minutos para tragar un solo bocado. Como alimentos deshidratados (puntas de nabo, avena, guisantes secos, arroz, tomates en conserva) porque sé que contienen los nutrientes que necesito, y a veces ingiero algún cereal frío remojado en leche. Cuando tengo deseos, me cocino un poco de carne fresca de foca de la que me han dejado ellos.
Hace -40 grados. Mi pesadilla es que cada vez que me acuesto no sé si podré levantarme en la mañana.
Estoy agotado. Mi recipiente más grande es de un galón, y tengo que hacer cuatro viajes al túnel para llenar la estufa de kerosene. He reemplazado el Stoddard por este otro combustible, porque me parece que sus emanaciones son menos nocivas. Me arrastro un poco y descanso otro rato. He ido aumentando las provisiones, dejando muchas a mi alcance, para no tener que caminar tanto.
El viento viene del sudeste, y no me permite conservar el calor dentro de la cabaña. Los dolores del cuerpo me torturan por la noche. Tengo que dormir, pero rara vez puedo conseguirlo. Me aletargo entre sueños horribles y me cuesta un enorme esfuerzo el despertarme. Si me abandono a este estado de estupor, es probable que jamás despierte otra vez.
Esta terrible situación se prolongaba día tras día. La debilidad de Byrd lo obligó a interrumpir sus observaciones sobre la aurora. Se obligaba a tener la estufa apagada la mayor parte del tiempo, y descubrió que cuando hacía esto sufría de frío pero se sentía mejor de la intoxicación. Sin embargo, la anotación siguiente en su diario cubre el panorama de ominosos presagios:
10 de junio
Me obligo a traer del túnel todo el combustible posible, y trato de hacerlo de los tambores del extremo más lejano. Para peor, el techo del extremo se está cayendo otra vez, y las fuerzas no me alcanzan para apuntalarlo. Quisiera tener un tambor lleno siempre cerca de mí. La realidad es que apenas logro llegar al más cercano. Qué crueles y demandantes son los instrumentos: en el frío y la oscuridad del invierno y la noche polares siguen cumpliendo con su cometido, exigiéndome que les dé un mantenimiento que ya no soy capaz de otorgarme a mí mismo. Son crueles: todo el tiempo me dicen "Si tú te detienes, nosotros nos detendremos; pero si nosotros nos paramos para siempre, tú también lo harás".
11 de junio
Si no consigo aislar la estufa rodeándola con cinta adhesiva, no podré disminuir las emanaciones. Me veo obligado a mantenerla a media llama todo el día, y para proveerme de aire tengo que tener la puerta que da al túnel abierta de par en par la mayor parte del día. Es por eso que siempre tengo frío. Dejé un pedazo de carne sobre la mesa hace cinco días y todavía no se ha descongelado. Esta tarde tuve que apagar el fuego a las 6:30. El dolor de mi hombro es tan grande que no puedo ponerme de espaldas para dormir. Deseo tomar calmantes, pero no me atrevo. Estoy demasiado cerca del desastre, y allí acabaré si me dejo llevar. No puedo alimentarme; tengo tanta dificultad para tragar que tengo que masticar los alimentos hasta que son como una papilla. Anoche nevó. Cuando subí por la escalera para la observación de las 20, otra vez me encontré con que no podía abrir la portezuela. Intenté empujarla con los hombros, pero ni siquiera se movió. Tuve que bajar, buscar el martillo, y darle infinitos golpes. El esfuerzo me dejó anonanado y agotado.
13 de junio
Gracias a mi buena estrella, el tiempo es muy templado para un mes de junio antártico. Desde el 1° de junio, la marca más baja fue de sólo -44°C el día 7. Ayer, la mínima fue de 39. No hay viento, lo cual también ayuda. Sin embargo, me he visto forzado a tener apagado el fuego tanto tiempo, que el hielo en las paredes de Base Avanzada no se derrite ya nunca. Trepa lentamente hacia el techo, subiendo una pulgada por día. Pese a todo, yo parezco estar mejor.
En medio de la conversación, Dyer y Poulter mencionaron -como al pasar- que los meteorólogos estaban muy conformes con las observaciones meteorológicas, aurorales y meteóricas de Byrd y que planeaban ampliarlas ellos mismos. ¿Cómo? Estableciendo una base transitoria al sur (entre Little America y Base Avanzada), en la Barrera, a 45 kilómetros de la primera. Esta nueva base estaría sobre el Sendero de Innes-Taylor, pasando el Brazo de Amudsen. El citado brazo era una porción de la Bahía de las Ballenas, llena de grietas y enormemente peligrosa. La luz de alarma debió encenderse en la mente de Byrd, pero el agotamiento y la enfermedad le impidieron ver la realidad en ese momento. Poulter, Dyer y Murphy estaban planeando una operación para acercarse a Byrd, en pleno invierno y en medio de la noche. Esos 45 kilómetros eran un trayecto casi suicida en esas condiciones, pero los hombres de Little America habían tomado ya la decisión de aproximarse a su jefe tanto como se lo permitiera el clima. Habían percibido que algo andaba mal, y muy probablemente se estaban preparando para efectuar una misión de rescate.
En vez de prohibirles tajantemente que establecieran esta tercera base en medio de las otras dos, Byrd simplemente preguntó a Poulter cuándo estarían listos los tractores. Poulter no lo sabía, porque ello dependería del trabajo del mecánico Demas. Luego de explicarle Poulter que ni siquiera sabían si las banderolas que había colocado Innes-Taylor eran aún visibles o si estaban sumergidas en la nieve, Poulter le dijo que el proyecto se llevaría a cabo en aproximadamente un mes.
Cuando el solitario explorador comprendió las implicaciones de la información que acababa de recibir, quiso morir: "Sólo una vez antes alguien había intentado un viaje así de importante en medio de la noche del invierno antártico". En efecto, Byrd se refiere al viaje invernal a pie efectuado por Wilson, Cherry-Gerrard y Bowers, de la expedición Scott, desde el Cabo Evans al Cabo Crozier. Como el lector sabe, toda la expedición de Scott murió poco más tarde. La comprensión de que Poulter intentaría rescatarlo y de que él no podría hacer nada para impedírselo lo destrozó.
El 15 de junio hicieron 22 grados bajo cero temprano por la mañana, para caer luego violentamente a -29. El sábado 16 -"negro como boca de lobo", escribe el almirante-, el barómetro bajó a 714 mmHg, prolegómeno de un enorme viento del noreste que barrió la Barrera durante horas. El tubo de ventilación y la chimenea de la estufa se le llenaron de nieve una vez más. Tres días más tarde era día de comunicaciones nuevamente.
18 de junio
Mi enemigo me golpeó otra vez. El motor había estado andando mal en la comunicación anterior, de modo que para el nuevo diálogo lo puse en marcha media hora antes a fin de poder hacerle los ajustes necesarios. Limpié el hielo que había en el tubo de ventilación sobre el motor, regulé la válvula de mezcla hasta que pareció funcionar perfectamente y allí estaba, felicitándome de mis precauciones cuando me desmayé y caí fulminado. Me arrastré hasta la cabaña, cerré la puerta y esperé la hora de la llamada. Respondí tarde y me costó mucho comprender las preguntas. Espero que mis repuestas a Charlie hayan sido coherentes. Traté de mantener la cabeza baja cuando tuve que ir al túnel para apagar el motor, pero era tarde: había vuelto al lamentable estado de los cuatro primeros días del mes. Quiero seguir contando cosas, pero me cuesta mucho escribir. Lo peor es que Poulter, Murphy e Innes-Taylor se han dado cuenta de algo: hoy me han dicho que adelantarán el comienzo de las operaciones de primavera. Van a colocar bases intermedias en agosto, con los tractores."
En realidad, leyendo esta anotación tal como está, se observa que Byrd relata su recaída como si hubiese sido muy leve: por el contrario, fue gravísima. La explicación de esto es que Richard escribía su diario principalmente para su familia. Por eso, en caso de que no sobreviviera y el libro les fuera entregado, quería ahorrarles la angustia de conocer los espantosos sufrimientos de sus últimos momentos.
Varios días atrás había traído del túnel unas bolsas térmicas que contenían un compuesto químico que producía calor al echarle agua, y había dejado varias de ellas al alcance de la mano. "No hubiese podido sobrevivir a esa noche si no hubiera sido por ellas", dice, lúgubre.
Durante los días que siguieron y por increíble que parezca, Byrd consiguió persistir en sus observaciones meteorológicas. Por la noche, sufría en silencio.
En sus momentos de lucidez, se puso a meditar acerca de los planes del doctor Poulter y el joven Murphy. Byrd sabía que las operaciones de primavera que querían adelantar sólo podían llevarlos en dos direcciones: o al este, hacia la Tierra de Marie Byrd, o al sur, hacia la Tierra de la Reina Maud. Esta última los haría pasar por la mismísima puerta de Base Avanzada. Richard tenía que tomar -en la oscuridad de su tormento y en el estado en que se encontraba- una dificilísima decisión: tratar de disuadirlos y morir, o pedirles que viniesen por él. Se acercaba el solsticio de invierno -21 de junio-, y él era consciente de que el sol comenzaría a acercarse cada vez más al horizonte, para finalmente asomar por él y llevar el día nuevamente a Base Avanzada. "Mi mente se aferró a la idea de que debía atraerlos aquí primero. Por mí y por mi familia, en la fecha más pronta posible que fuera compatible con su seguridad. Era la única decisión sensata. Cuando hablase mañana con Little America, les daría instrucciones instándolos a acelerar los preparativos para el viaje al sur. Pero debía hacerlo de tal modo que no percibiesen urgencia alguna. No tenían que darse cuenta de que yo tenía ninguna razón especial para desear que viniesen. O lo hacía exactamente así, o mejor no hacía nada". Si Poulter y Charlie pensaban que Byrd los estaba llamando, posiblemente intentarían llegar a él ahora mismo, y entonces todos morirían.
Cuando hablaron por radio al día siguiente, Dick dio a John Poulter una complicada explicación acerca del agotamiento financiero que estaba produciendo la expedición, y de la necesidad de concluirla lo antes posible. El científico estuvo de acuerdo en acelerar al máximo los preparativos, prometiendo no intentar acercarse a Base Avanzada antes del inicio de la primavera. Byrd respiró aliviado, y pronto cortaron.
El 22 de junio hizo -46°C, y estas temperaturas persistieron durante días.
23 de junio
Lo estoy pasando muy mal. Paso horas y horas en el saco de dormir, esperando que el veneno se limpie de mi cuerpo. Estoy aquí, con el fuego apagado y el farol sin encender. No tengo hambre. No puedo comer.
24 de junio
Me siento muy mal. Tuve que hacer el esfuerzo y hablar por radio.
25 de junio
Nada. Nada...
26 de junio
Estoy viviendo con solo 1.200 calorías diarias. No es suficiente: mi dieta debería ser de 2.500 por lo menos. Esta mañana derretí un gran trozo de mantequilla y me lo bebí con la leche. Eso, algunas habas, arroz, un tomate, puntas de nabos en conservas y algo de jamón es todo mi sustento.
27 de junio
Nada, y sin embargo debiera escribir de tantas cosas, si sólo tuviera las fuerzas y la voluntad...
Al día siguiente. Dyer llamó a Byrd y le explicó que Poulter y Murphy habían ido con el tractor N°1 a través del Brazo de Amudsen hasta la parte superior de la Barrera, y que todo había marchado muy bien. Habían conseguido evitar las grietas y marcar un camino, sin dificultades para seguir luego la huella de Innes-Taylor. Poulter había decidido salir con cinco hombres hacia el sur, ¡pero entre el 23 y el 29 de julio! Le dieron una compleja explicación acerca de que la luna de frente y el sol de espaldas les dificultaría unas observaciones meteóricas que deseaban hacer, y le pedían su opinión acerca de todo el asunto. Tratando de dilatar su decisión, Byrd les ordenó que hiciesen más viajes de prueba y le hicieran saber los resultados; luego, él decidiría con todos los naipes en la mano.
"Si yo caía", escribe con tristeza, "se produciría una espantosa confusión. No solamente a causa de mi muerte, sino porque al desaparecer yo, desaparecería también el motivo aglutinante que había mantenido a esos cien hombres unidos tras un fin común. Yo era la causa de que ellos estuvieran allí, yo era la dirección y el financista, el hombre que había conseguido miles de dólares y había contraído grandes deudas para que ellos estuvieran allí".
Esa noche la pasó sentado, con las piernas cruzadas dentro del saco de dormir, con su almanaque náutico, la tabla de logaritmos, el mapa del Sendero de Innes-Taylor, lápiz y papel, y comenzó a hacer cálculos.
Poulter tenía razón: la luna regresaría durante la segunda quincena de julio y al principio de la tercera semana estaría llena. El sol, acelerando desde abajo en dirección al horizonte, se aproximaría tanto como para producir algo de claridad al mediodía. Byrd, intentando ser absolutamente prescindente y honesto -como si no le fuera la vida en esos cálculos- contabilizó el consumo de combustible, la velocidad promedio, la capacidad de los tractores y las medidas de seguridad que la expedición de Poulter debería cumplir.
La pregunta capital era si serían capaces de seguir la huella con tan poca luz. Tendrían que desplazarse lentamente de una banderola de las que había puesto Innes-Taylor en sus trineos a otra, separadas ahora por 500 metros una de otra (originalmente estaban a 1.000 metros, pero Dyer, luego de abandonarlo en Base Avanzada, había duplicado el número, colocando una más entre cada dos). La tarea no sería fácil: era cuestión de encontrar un trozo de tela naranja rectangular de más o menos 30 cm., que muy probablemente estuviera sepultada en la nieve o hubiese sido arrancada por las fuertes ventiscas del mes de mayo.
Era demasiado difícil. Los bordes de las banderas podían haber sido cogidos por la nieve y estar inmovilizados, y esto haría casi imposible divisarlas desde medio kilómetro de distancia aunque no hubiesen sido cubiertas totalmente. Este pensamiento lo deprimió, y el abatimiento y el cansancio se desplomaron sobre él, reemplazando la luz de la esperanza que lo había iluminado algunas horas antes.
El 28 hizo -50°C, para subir a -48 el 29 y caer a -49 el sábado 30. La capa de hielo trepó por las paredes de Base Avanzada y llegó ese día a menos de un metro del techo. "La recaída me había asustado mucho, y mi miedo era que llegase el día en que no pudiese levantarme de la cama para buscar combustible". Como es lógico, si ese día llegaba, sería el último de la vida de Byrd. Atemorizado, comenzó a utilizar cada gramo de sus menguantes energías para acumular kerosene en el interior de la cabaña, llenando con él cada recipiente y cada lata vacía de alimentos.
1° de julio
El frío ha regresado. Hoy hace 54 grados bajo cero. Junio nunca pasó de -51°C, pero julio pretende compensar eso. Cuando enciendo la estufa debo abrir la puerta. Paso sin calefacción más de 14 horas por día. No he podido ocuparme de la nieve, y se ha amontonado sobre el techo.
2 de julio
He comenzado a leer de nuevo. Aunque aún estoy débil y estúpido, me siento mejor.
3 de julio
52°C bajo cero. Hoy me he deshecho de los desperdicios que había estado arrojando al túnel, justo afuera de mi puerta. Los llevé arriba con un balde y una cuerda y los lancé a sotavento. Lo hice seis veces. Los túneles están ahora mucho más limpios.
4 de julio
Hace -46 grados, y tuve que esforzarme, porque mi cuerpo comienza a huir del frío, a sufrir con él. Esta tarde se me congeló la nariz y se me helaron cinco dedos.
Escribe el almirante -fuera de su diario- por estos días: "Cuando la temperatura bajaba a los -50 ó -60°C, desde el frío nacía un viento estremecedor, con ráfagas que literalmente rebanaban la carne del rostro. Los dedos de los pies se congelaban y me hacían perder totalmente la sensibilidad. Mientras intentaba descongelar la sangre y hacerla circular otra vez, se me congelaba la nariz, y cuando había conseguido descongelar ambas cosas, se me helaban las manos. Las muñecas, la garganta, la parte del cuello que rozaba contra el casco y los tobillos palpitaban y me atormentaban, fuera con fuego, fuese con hielo".
"El esfuerzo que se requería era aún mayor que el que yo había imaginado. Tan pronto como el aparato estuvo girando rápidamente, quité el libro del manipulador y traté de pulsar la señal de llamada: KFY-KFZ. Estuve llamando durante cinco minutos y luego cambié el conector de la antena del transmisor al receptor, pero sólo escuché el rasguido de la estática. Probé las otras dos frecuencias que Dyer me había enseñado como alternativas. Silencio. O bien yo no estaba al aire, o tenía el receptor mal sintonizado, o bien Little America no estaba escuchando. Recorrí todo el espectro, y no había nada. Habría llorado de desesperación. Después de descansar en la litera diez minutos, llamé de nuevo, aunque me resultaba evidente que, a este ritmo, mis escasas fuerzas no durarían mucho. Cuando volví a cambiar la antena al receptor, estaba tan cansado que ya nada me importaba".
Entonces, de repente, la voz de Dyer inundó Base Avanzada: "Adelante, KFY. Lo escuchamos. Adelante, por favor. Estamos escuchando".
Esa noche tuvo su tercera recaída y se acostó agotado, presa de los vómitos y del insomnio en su cabaña oscura.
7 de julio
Todo, incluso yo, está helado. Hace dos semanas completas que el termómetro se ha estado moviendo entre -40 y -50 grados. En este momento marca -45°C. El hielo de las claraboyas desciende para reunirse con el que sube a su encuentro por las paredes. Espero que el frío disminuya, porque si no lo hace, tendré que encender más la estufa, aún a costa de menos aire y más gases tóxicos. Estoy en estado calamitoso, con el cerebro confuso y muy cansado. Hoy nuevamente perdí la hora de la comunicación con L.A. Estuve llamando y escuchando durante media hora, y al fin transmití a ciegas "No puedo oír nada. Aquí todo OK, OK, OK...".
Byrd no salió a los túneles en todo este tiempo, sino que vivió del alimento y el combustible que había acumulado en el interior de la cabaña. Estaban congelados hasta un punto increíble: incluso luego de cocinarlos durante horas, casi siempre tenía que comerlos con cincel y martillo en vez de cuchillo y tenedor. Dos dedos se le habían quemado horriblemente por manipular metales a -60°C, se le veían las costillas y la piel suelta le colgaba de los brazos. Al abandonar Little America, el almirante Byrd pesaba 81 kilos: ahora, apenas marcaba 57.
Sus anotaciones en el diario dan buena cuenta de su estado de ánimo:
9 de julio
Soy como una tortuga boca arriba. No puedo leer, no tengo fuerza para dar manija al fonógrafo. Tengo que salir de esto con ayuda de mi fe, pero he perdido completamente la paz interior que anteriormente me sacó adelante. En alguna parte debo haberme apartado del camino correcto.
10 de julio
Como el frío no ha disminuido, me he visto obligado a tener la estufa encendida tanto tiempo que creo estar absorbiendo una dosis excesiva de gases. Conozco muy bien los síntomas, pero me resulta difícil decidir qué me hace más daño: el frío o las emanaciones. No consigo encontrar el exacto término medio. Anoche no pude dormir y tuve que tomar una de esas píldoras. He estado muy débil durante todo el día...
11 de julio
Anoche estuve completamente deprimido, con la mente cansada y confusa. Me sentía tan mal que, pese a mis promesas, encendí el farol de presión y estuve media hora mirando su brillante luz. Lo que me ha destrozado es perder el contacto con Little America. El lunes 9 no pude oír nada; ayer martes, tampoco.
12 de julio
Escuché a Dyer llamándome débilmente. Hice mi máximo esfuerzo y transmití "Lo escucho. Lo escucho", pero no hubo respuesta. Nunca llegué a él. En seguida cayó el silencio. Era como estar hundiéndome en arenas movedizas y pidiendo ayuda a una persona sorda que no podía escucharme.
14 de julio
¡Gracias a Dios, creo que encontré la falla de mi radio! Tenía una conexión suelta en la antena. El frío no afloja su garra. Sigue haciendo 57 grados bajo cero.
15 de julio
Hoy conseguí comunicarme con Little America, pero el trabajo en la manivela me ha dejado tembloroso y agotado. La buena noticia es que no parecen haberse dado cuenta de lo que me pasa. Les dije que, si salían, llevasen muchas banderolas, gasolina, alimento y tiendas de campaña, y que tendrían que cuidarse de no perder la huella o quedarse sin nafta. Les ordené que si perdían la huella, volviesen de inmediato a Little America: "En ningún caso deben arriesgar las vidas de los hombres". Charlie dijo que intentarían el viaje el primer día bueno posterior al 20 de julio. Luego nos pusimos de acuerdo en los horarios de las transmisiones.
El registro de las llamadas de Little America muestra que lo último que Byrd transmitió fue: OK ESCUCHEN DURANTE DIEZ MINUTOS CADA DÍA MHINFD DOLKHN K. Dyer le dijo: "Repita", pero nunca hubo respuesta.
Dice el almirante Richard Byrd: "Yo estaba mintiendo, pero no tenía otra alternativa. Ellos, en Little America, también me mentían, pero la diferencia es que ellos se habían percatado de mis mentiras, y, como comprendieron que yo les había inventado una historia para engañarlos, hicieron una aún mayor para engañarme a mí".
La realidad es que Charlie Murphy se había dado cuenta de que algo andaba mal en Base Avanzada en la última semana de junio, cuando Byrd había pasado uno de sus peores momentos. Luego declararía Murphy: "No tenía nada en qué basar mis sospechas, nada más que mi intuición, mi imaginación y la ausencia de noticias suyas". El silencio de Byrd en julio le dio algo más tangible, lo que, sumado a los problemas para accionar el equipo manual, los párrafos de código ininteligible y los varios minutos que pasaban entre palabra y palabra, le permitieron diagnosticar fácilmente una profunda debilidad física y mental en su comandante.
Al principio, los demás no creyeron la teoría de Charlie, pero este argumentó que si él tenía razón y los otros estaban equivocados, nunca se lo perdonarían. Le dijeron que el sentido común y las reglas impuestas por Byrd exigían que, si la expedición al sur iba a convertirse en una operación de rescate, le preguntaran en forma directa al hombre supuestamente en problemas si de verdad necesitaba ayuda.
Pero Charlie Murphy sabía que eso era una tontería: si preguntaba, Byrd obviamente se vería obligado a contestar negativamente. Al fin de muchos cabildeos, Poulter y Murphy lograron convencer a los demás con el argumento de que el viaje les permitiría matar dos pájaros de un tiro: hacer las observaciones previstas para la primavera -sólo que mucho antes- y, de paso, preguntar personalmente al almirante si necesitaba algo.
"Todo esto lo sé ahora", escribe Byrd en un texto de 1938: "No podía saberlo en julio de 1934, y Charlie Murphy se preocupó muchísimo de que yo no me enterara de nada. En todos estos años he ido descubriendo solamente pequeños retazos de la verdad. Aún hoy, dudo mucho que sepa todo. Los hombres que tomaron las determinaciones en aquellos tiempos han decidido guardarse para sí el papel que jugaron en ellas, y los otros saben sólo una o dos cosas. Sin embargo, ahora escribo todo lo que yo he llegado a saber".
El mes de julio de 1934 continuó transcurriendo en medio de un horrible frío y una depresión aún peor. Aunque una parte de su alma se resistía a la idea de que sus hombres arriesgaran sus vidas por él, otra parte de Byrd abrigaba una descabellada esperanza:
"Un día me senté en el exterior, sobre la nieve que cubría la salida de la chimenea de la estufa, a observar cómo la luz aumentaba y disminuía, me dije que pronto, más allá de la Barrera, vería aparecer la luz amarilla de los faros de un tractor. Pero no era capaz de pensar en eso mucho tiempo: había sufrido demasiado como para arriesgarme a una nueva desilusión".
16 de julio
No puedo encontrar razones para esto, pero hoy han aumentado mis esperanzas de que, en efecto, uno de estos días aparezca un tractor en la Barrera. Hace un frío espantoso: hoy está en -46. Ayer sobrepasó los -55 grados, anteayer hicieron -56, y el día anterior nunca subió por encima de -57°C.
17 de julio
La temperatura era de -51°C, pero está subiendo. Quizás se quede en 40 grados bajo cero. He estado rogando que el frío termine de una vez. A pesar de que dejé una estufa Primus en el túnel, hoy se me congeló definitivamente todo el kerosén de los tambores.
Al día siguiente la temperatura comenzó, en efecto, a ascender. Un viento del este que luego viró al sur trajo -33 grados y, al soplar algo más fuerte, la hizo subir a -31. Eso salvó la vida de Byrd. En su intento de mantener el túnel del kerosene por encima de su punto de congelación, había tenido la puerta abierta todo el día con la esperanza de que el calor de la estufa que fluía hacia el túnel consiguiera llevar a cabo la tarea. La consecuencia, obviamente, fue que la cabaña se convirtió una vez más en la tumba helada que Petersen había vaticinado lo que parecía un siglo atrás.
Por la tarde, Murphy le informó que, si el estado del tiempo lo permitía, el tractor saldría a las 6 de la mañana del día siguiente (19 de julio).
Pero el tiempo decidió dejar de colaborar: durante la noche, el termómetro bajó de -31 a -43°C. Y seguía descendiendo.
Al mediodía del día siguiente había llegado a -51. Una nueva comunicación de Little America hizo saltar en su pecho el corazón del almirante: "Dice Poulter que saldrá en una hora. El tiempo está despejado".
"No me siento inclinado a describir lo que pasó después. Ni siquiera un hombre condenado a muerte a las 12, recorriendo la superficie de su celda con la esperanza de que a las 11 se le conmute la pena, puede haber sufrido más de lo que yo padecí entonces. Además de pensar en mí mismo, temía lo indecible por las vidas de los otros cinco hombres que venían a buscarme. La excitación que sentí mientras esperaba que me anunciaran su partida desapareció, y fue reemplazada por el remordimiento y la culpa por haber aprobado el viaje y el horrendo temor por sus posibles consecuencias".
Por la noche hacía ya -52°C. Ahora, enfermo o no, era el momento de trabajar de firme. Byrd tenía que indicar de algún modo su presencia a los hombres, para que no pasaran a su lado sin verlo. Tenía nueve bengalas de magnesio, de las que tomó seis y las colocó en una cajita al pie de la escalera que llevaba al exterior. Tomó dos secciones de tubo que hubiesen debido servir de repuestos al cañón de la chimenea y las subió a la superficie. Las puso de pie sobre la nieve y apoyó una tabla sobre ellas a manera de caballete. Encima colocaría baldes y latas de nafta a manera de señal luminosa para los hombres del tractor.
Una llamada de Dyer lo interrumpió en su trabajo: eran las 4 de la madrugada. Le informó que Poulter había salido de Little America a las 2:30 y se acercaba a él rápidamente.
A las 8 hacía nada menos que 54 grados bajos cero; una hora más tarde, había llegado ya a los -59°C.
A medianoche, Murphy volvió a comunicarse. Con voz compungida, explicó a Byrd que el tractor de Poulter estaba ahora a 27 kilómetros de Little America y que, aunque aún seguía adelante, se había visto obligado a reducir la marcha. Nevaba intensamente y su visibilidad era cero. "Las banderas solo sobresalen de la nieve unos 5 cm", informó Charlie. Deben desplazarse de una a la otra por medio de la brújula. Cuando pierden una, deben dar vueltas en círculos hasta encontrarla. Para colmo, el viento ha derribado algunas".
A las 3 de la mañana, la temperatura era de -62°C, y allí se mantuvo al día siguiente hasta las 4 de la tarde, cuando descendió aún a -63°C dentro de Base Avanzada. En la superficie hacía menos de -64.
"Armado con la máscara y conteniendo la respiración hasta que estuve fuera de la escotilla", dice Byrd, "me dirigí al cañón de la estufa. Traté de no mirar hacia el norte por no sufrir un desengaño... Sin embargo, lo hice, por si acaso viera las luces del tractor. Una luz vacilante hizo dar un vuelco a mi corazón, pero solo era una estrella muy baja sobre el horizonte. Mis pulmones se contraían a cada inspiración, y pensé en los hombres del tractor: nadie en el mundo podía viajar muy lejos con esas temperaturas...".
Cuando Byrd miró al cielo, dejó de pronto de ver nada. "Estoy ciego", pensó, pero no era así. En un parpadeo, las lágrimas del ojo se habían congelado en ambos párpados, soldándoselos con grumos de hielo. Cuando logró despegarlos, se le habían congelado las venas de ambas manos. Mientras las calentaba en la entrepierna, se le volvieron a congelar los párpados. Decidió descender: se deslizó por la baranda de la escalerilla. Cuando se quitó la máscara, llegando abajo, el tirón le arrancó dos jirones de piel de las mejillas, debajo de los párpados inferiores, allí donde la máscara se había adherido a la carne congelada. El termógrafo aún marcaba 64 grados bajo cero.
Al día siguiente, domingo 22 de julio de 1934, la temperatura subió a extremos casi "tropicales" para aquel lugar y en aquella época: fue "solamente" de 50 grados bajo cero. A las 3 de la tarde, Byrd subió a la superficie y encendió dos latas de combustible a modo de señal. El humo se elevó hacia el cielo, pero ninguna luz llegó desde el norte.
23 de julio
Nada. He subido una y otra vez, pero fue inútil. A la tarde encendí otras dos latas de gasolina. Pero así es como se llega a la locura: dejándose arrastrar por esperanzas sin sentido. Hoy hizo -58°C. Se me congeló la mejilla izquierda y el cabello húmedo se me quedó pegado al saco de dormir.
24 de julio
Nada. Nunca me perdonaré si algo le sucediese a Poulter. La temperatura ha estado oscilando entre -45 y -50°C.
25 de julio
Nada. Nada, más que el viento y la nieve. No hay nada en la radio, y una perversa voz me dice que no sólo Poulter ha sufrido un desastre, sino que la catástrofe se ha llevado también a los hombres de Little America. Sin embargo, sé que esto NO PUEDE SER.
El día 26 declinó la sudestada, y el termómetro subió hasta 25 grados negativos. Byrd se afanó con la manivela del generador a la hora correcta, y consiguió captar la voz de Charlie Murphy que le informaba que el tractor de Poulter, luego de tres días de duro batallar, había perdido por completo la línea de banderas al comienzo del Valle de las Grietas. Después de buscarlas en círculo durante horas, había temido quedarse sin combustible y se había visto obligado a regresar a Little America. No ha quedado registrado el impacto que esta noticia debió hacer en el ánimo del almirante, pero fácilmente podemos imaginarlo. "Poulter se prepara para un segundo intento", fueron las últimas palabras de Charlie que pudo captar Byrd.
El sábado 28 el viento viró al sur y se extinguió. La nieve, que había caído tres días sin parar, se detuvo. El domingo el viento regresó, y el termógrafo mostró una marca de -50 grados. Byrd subió para encender dos bidones de combustible y luego, presa de la depresión, tomó un poco de alcohol del que usaba para limpiar los instrumentos, lo mezcló con agua de nieve y se lo bebió a grandes dosis.
Fue un error: en su estado de extrema debilidad, el alcohol lo derribó como si lo hubiesen noqueado, y lo dejó todo el día incapacitado, con terribles dolores de cabeza y un gran malestar de estómago.
29 de julio
Aún estoy medio borracho. A pesar de la niebla que hay en mi mente, me he preocupado de cancelar las órdenes que había dado a Poulter. Ha sido una pésima orden.
Byrd se había percatado de que su rescate sería imposible si él no anulaba la orden de no apartarse de las banderas. Más de una vez sucedería, y tenía que brindar a Poulter la libertad de buscar otro camino si quería que llegase hasta él. El remordimiento lo corroía, y trató de calmar su conciencia encendiendo dos latas sobre el tablón y una más colgada de una soga que pasó por sobre la antena de la radio, a cinco metros de altura.
Así pasó el mes de julio: de sus 31 días, 20 de ellos marcaron menos de -51°C, y 6 llegaron a extremos inferiores a los -56.
Hacía 61 días que Byrd estaba enfermo: dos meses y un día desde que se había derrumbado en el túnel por primera vez. El hielo había conquistado absolutamente toda Base Avanzada: no quedaba un solo rincón libre de él. Cubría el piso, las cuatro paredes y el techo. Nadie sabía si Poulter podría llegar a Byrd, y el sol tardaría aún 27 días en volver a salir.
2 de agosto
Little America no está al aire. Hoy encendí una lata de gasolina en la tarde y otra al anochecer. La temperatura se ha moderado. De los -46,6°C de ayer pasó a los -18,9° de hoy.
3 de agosto
Poulter no ha partido de Little America. Tienen niebla. Hoy hizo aquí -18°C, pero ahora (10 de la noche) ha bajado a -40.
4 de agosto
Poulter ha partido. Trae mucha gasolina. Hace -34° sostenidos.
El día siguiente -domingo- trajo noticias que, una vez más, destrozaron a Byrd. El tractor estaba inmovilizado en las grietas del Brazo de Amudsen, muy cerca de Little America. No había podido encontrar el camino que había seguido la vez anterior, y una de las orugas había caído en una grieta. Los hombres luchaban en el frío para liberarla.
6 de agosto
"Poulter se encuentra a 34 kilómetros de Little America. Consiguieron sacar el tractor de la cueva, pero las fallas mecánicas lo están matando. Primero se le rompió el embrague, luego se le cortó la correa del ventilador. Me siento muy mal por mi mensaje de ayer: he cometido una grave injusticia con mis amigos al dudar de su criterio. Me da mucha rabia comprobar que, después de 66 días tratando de ocultar lo que me sucede, me he traicionado en un solo arranque de impaciencia. Me retiraré a dormir ahora: estoy hundiéndome más bajo que el más vil de los pordioseros. Hacen 51 grados bajo cero. Soñaré que, tal vez, mañana me despierte con ellos aquí."
Pero Richard no podía permitirse ceder: llevó a la superficie las señales de magnesio y varias docenas de latas de nafta, y colocó en la veranda una cometa de señales de dos metros de largo. Faltaban tres semanas para que volviera a salir el sol.
8 de agosto
Hoy han vuelto a salir Poulter, Demas y Waite. El tiempo es claro, pero hace 50 grados bajo cero. Es la tercera tentativa. Hablé con Charlie, que me dijo: "Mantenga las luces encendidas, Dick. Creo que esta vez lo van a conseguir".
A las 4 de la tarde le contaron que Poulter había avanzado 67 kilómetros y que viajaba en forma normal. Byrd estaba destrozado: tenía que descansar. A pesar de ello, se juró tener la cometa en el aire a las 7 de la mañana, y a encender dos latas cada dos horas durante todo el día. Pensando en esto, se durmió por fin.
Despertó sobresaltado: ¡se había quedado dormido! Eran las 7:30, por lo que se levantó de un salto y salió a la superficie. Era noche cerrada y había densas nubes por el oriente. "Por costumbre, miré hacia el norte, y esta vez juré haber visto una luz. Cerré los ojos para asegurarme, y cuando los volví a abrir, la luz había desaparecido. Las estrellas me habían engañado muchas veces".
Bajó rápidamente, subió el barrilete que descansaba al pie de la escalera y empapó su larga cola con gasolina.
El primer tirón a la piola hizo subir el artefacto a 30 metros, que comenzó a balancearse con una visible luminosidad de su cola en llamas. Cuando la cola se apagó y cayó, Dick volvió a mirar al norte. No hubo respuesta. Encendió dos señales de magnesio, pero no vio nada. Sus luces (especialmente el barrilete) tenían que haber sido visibles desde al menos 30 kilómetros, ya que esa parte de la Barrera era absolutamente llana.
Desesperado, regresó a la cabaña y puso en marcha, con gran esfuerzo, la manivela del generador, sólo para descubrir que Little America no estaba al aire. Varias veces creyó oír el ruido de las orugas, pero comprobó que no eran más que los chasquidos naturales de la Barrera.
Una hora más tarde, encontró a Charlie en la frecuencia acostumbrada, para enterarse, jubiloso, de que Poulter estaba a 149 kilómetros al sur de Little America. Al paso que iba, llegaría a Base Avanzada en ocho horas más, tal vez algo después de las 7 de la mañana.
"Aún así, la prudencia me movió a prepararme para el caso de que llegaran adelantados. A las 5 salí a la superficie. El cielo se había despejado, pero la falta de luz mostraba una Barrera negra y vacía. Encendí una lata de gasolina, sin respuesta. Bajé y dormí una hora. A las 6 estaba de nuevo en la escotilla... y esta vez realmente vi algo. Un rayo de luz se elevó verticalmente desde la Barrera, se alzó directamente al norte y luego cayó, tocó una estrella y se apagó. No había dudas: era el reflector del tractor de Poulter, a no más de 16 kilómetros de mí".
Comprensiblemente feliz, Byrd volvió a remontar la cometa, esta vez con una bengala atada a la cola. Tirando con fuerza, logró remontarla a 25 metros de altura. Con el aparato volante en el aire, se sentó en la Barrera para escudriñar el norte. Era el día número 75 de su enfermedad y el 147 desde que había quedado solo en Base Avanzada.
Era hora de acabar con su tormento.
A las 8:30 aún no se veía nada, y Byrd estaba agotado. Bajó a la cabaña y se quedó dormido hasta las 10. Armado con una bengala y un gran trozo de alambre, subió entonces por la escotilla. Ató el cable a la bengala, lo arrojó sobre la antena, y lo elevó hasta el punto más alto. La luz lo deslumbró, pero cuando se extinguió, miró hacia la oscuridad del norte y pudo ver, con lágrimas de agradecimiento en los ojos, el haz de un reflector que se movía lentamente, subiendo y bajando sobre el horizonte. Esforzando la vista, observó otra luz abajo, fija y más débil que la primera: el faro delantero del tractor. "Encendí otra lata de gasolina -con lo que sólo me quedaron dos- y mi penúltima luminaria de magnesio y bajé a la cabaña".
Su alegría lo impulsaba a preparar la comida para la llegada inminente de sus tres amigos. Hizo la sopa, la puso al fuego y volvió a subir a la superficie.
El farol del tractor era ahora muy visible, aunque estaba aún a 8 kilómetros de Base Avanzada. Byrd se sentó en la nieve y al poco rato pudo escuchar el ruido de los eslabones de las orugas y el alegre sonido de la bocina.
Pocos minutos antes de medianoche, el tractor se detuvo a menos de 100 metros de la escotilla de entrada a Base Avanzada. Richard Byrd no recuerda apenas nada del encuentro, aunque Waites ha afirmado que les estrechó las manos y dijo: "Hola, muchachos. Bajemos. Tengo un tazón de sopa esperándolos" y que luego se derrumbó al pie de la escalerilla. "Sin embargo, recuerdo haberme sentado en la litera a mirar cómo mis amigos se tomaban la sopa y se comían las galletas, y recuerdo sus voces, aunque yo no podía interpretar lo que decían. Yo era el extraño entre ellos".
Poulter decidió que Byrd no estaba en condiciones físicas ni mentales para enfrentar el duro trayecto de vuelta, e hizo completar las observaciones previstas antes de partir.
Tenía razón: el almirante era un miserable fantasma de lo que había sido, hambreado, envenenado, congelado y quemado, y no hubiera sobrevivido. Por otro lado, el clima era malo y no tenía sentido arriesgar a la tripulación de uno de los aviones para que lo fuera a buscar.
"Demoré mucho tiempo en recobrarme, y mientras mis fuerzas volvían poco a poco, también recuperé algo de peso. Sin embargo, por un motivo que ni yo mismo puedo explicarme, oculté a estos hombres lo mejor que pude la verdadera extensión de mi debilidad. Nunca se los dije, y, por tanto, jamás lo admití. Ellos, por su parte, tuvieron la delicadeza de no insistirme jamás para que les relatara lo que me había sucedido. Tienen que haber pensado cosas horribles cuando observaron el desorden de la cabaña y los túneles, pero, creyeran lo que creyeran, jamás me mencionaron nada.
Durante largo tiempo me autoconvencí de que, viniera el tractor o no, yo hubiera podido haber sobrevivido solo... Y así pudo haber sido, de no haber fallado el maldito generador. Era la manivela del equipo manual la que me hubiera matado. La realidad es que estaba muriéndome, necesitaba ayuda con urgencia, y no puedo menos que expresar hoy mi agradecimiento a Poulter, Demas, Waite y, por supuesto, a Charlie Murphy".
El 14 de octubre llegó el Pilgrim desde Little America, piloteado por Bowlin y Schlössbach. Poulter embarcó en él con el almirante Byrd, que abandonaba de esta forma y en esta fecha el mísero refugio subterráneo que había sido su único universo desde el 28 de marzo. Waite y Demas se quedarían en Base Avanzada para concluir las últimas tareas.
En el momento de la evacuación, Byrd sintió que una parte de su ser quedaría para siempre en aquella cabaña en la que tanto había luchado:
"Conmigo llevaba la sencilla belleza, el sencillo milagro de estar vivo y una idea nueva y más humilde, sobre el valor. En el momento presente yo vivo una vida interior más profunda."
"Cuando llegué a Little America quise hacerme cargo de inmediato de mis tareas de conducción, pero el médico dijo que si lo hacía moriría, y me prohibió volar. De modo que tuve que entregar al joven Ken Rawson, de 23 años, la delicada tarea de dirigir los vuelos exploratorios del avión Cóndor. Él no había volado más que una o dos veces en su vida, pero cumplió su tarea en forma impecable. Los dos veteranos y endurecidos pilotos de la aviación naval que se sentaron delante de él jamás pusieron en duda sus cálculos ni desobedecieron sus órdenes. Y esta es, precisamente, mi conclusión: un hombre no comienza a alcanzar la sabiduría hasta que reconoce que ya no es indispensable".
Aparte de los vuelos de reconocimiento y todos los descubrimientos científicos de gran importancia, en esta ocasión Byrd decidió aislarse como un asceta durante más de 200 días en una cabaña, ubicada a 80° de latitud sur, donde fue capaz de hacer mediciones meteorológicas, pero sobre todo, fue capaz de perfeccionar sus habilidades humanas reduciendo su vida a la más simple expresión para encontrarse cara a cara con su propia alma y entender mejor el concepto de la vida y la muerte.
"Sin duda el mundo piensa que es algo hermoso llegar a un polo, o a los dos polos si se quiere. Miles de hombres han dedicado la mejor parte de sus vidas a llegar a un polo o al otro, y muchos de ellos han muerto en el camino. Pero entre el puñado de los que efectivamente han alcanzado los 90° de latitud, dudo que ni siquiera uno de ellos haya encontrado en el espectáculo del polo mismo algo especialmente inspirador. Pues es poco lo que hay que ver: en un extremo de la Tierra, un punto matemático en el centro de un océano enorme y vacío, y en el otro, un punto igualmente imaginario en medio de una gigantesca meseta vacía y barrida por los vientos. No es llegar al polo lo que tiene valor, sino lo que se aprende durante el camino, además de llegar allí y ser capaz de regresar... vivo".
Escribió toda su aventura en el libro "Solo", describiendo la vida cotidiana y también muchos fenómenos de la naturaleza, en particular las auroras australes tan frágiles y hermosas, y sus sentimientos sublimes surgidos de los descubrimientos de su propio espíritu. Profundas fueron sus reflexiones cuando bajó la larga noche antártica:
"El día moría y nacía la noche en una inmensa paz. Aquí se llevaban a cabo los procesos y las fuerzas imponderables del Cosmos, en silencio armonioso. Sí, ¡armonioso! Parecía que del silencio llegase un dulcísimo ritmo, el sonido de un acorde perfecto, tal vez la música de las esferas. Bastaba acoger aquel ritmo, para ser parte de él, aunque sólo fuera por un momento. En aquel momento no podía tener dudas acerca de la identidad del hombre con el Universo. Sentía con certeza que ese ritmo era demasiado ordenado, demasiado armonioso, demasiado perfecto para ser un producto de la casualidad: debía existir entonces un diseño en el todo y el hombre era parte de este todo, y no sólo un resultado accidental. Era un sentimiento que trascendía la razón, que, tocando el fondo del corazón humano, negaba la posibilidad de desesperar. El universo era un Cosmos, no un caos, y el hombre era una parte legítima de este Cosmos, exactamente como el día y la noche ".
Como los ermitaños, el gran explorador había descubierto en la soledad los valores espirituales de la vida y este evento será el preludio de futuros e importantes desarrollos en su exploración de la Antártida. Obtendrá esencialmente lo que poquísimos hombres en el mundo han logrado: el acceso a esa región que comúnmente llamamos Intraterrena.