Por Jacobo Grinberg-Zylberbaum
Desde el origen del universo, una fuerza primordial se ha manifestado dándole dirección a la evolución. A partir de las primeras partículas elementales, la acción de esa fuerza ha provocado una unificación cuyo principio fue la creación del primer átomo, el de hidrógeno, producto de la unión dinámica de un protón y un electrón, y su resultante final conocido: el cuerpo humano, cúspide de la unificación y complejificación tal y como Teilhard de Chardin llamó al proceso direccional de la tendencia de la energía evolutiva.
A nivel elemental, esa fuerza se denomina gravitación o fuerza de atracción electromagnética o fuerza de interacción débil o fuerte. Al nivel de la experiencia humana, esa fuerza se denomina Amor. Pero esa no es la única fuerza que actúa en el universo. Existe otra, de dirección contraría, la cual en lugar de unir, separa.
La fuerza de atracción cohesiona, la de repulsión individualiza. Ambas, en equilibrio dinámico, mantienen al cosmos unido y simultáneamente diferenciado. Si sólo existiera una de ellas, la unitiva, todo se colapsaría en una unidad amorfa. Sin la repulsiva, el univero se dispersaría después de explotar en mil pedazos. A nivel humano, también se requiere un equilibrio entre dos fuerzas, la del amor y la de la individualización.
La existencia de una sola de ellas terminaría por hacernos unos con los otros (en el caso del amor sin individualización) o absolutamente egoístas (en el caso de la individualización sin amor). Ambas permiten la riqueza de variedad junto con el sentimiento de unión. Su adecuado equilibrio es la madurez, su desequilibrio (hacia cualquiera de ambas polaridades) sería la catástrofe.
El Desequilibrio
La realidad es holográfica y lo que sucede a nivel planetario es un reflejo y es reflejado a nivel individual. Vivimos, como planeta, en un desequilibrio provocado por un exceso de la fuerza de separación. Esta se manifiesta en múltiples formas, siendo la más grave la guerra. Hemos llevado hasta un extremo absurdo el proceso de individualización trasponiendo el límite de su función natural, llegando al egoísmo sin amor. Nos hemos apartado de la fuerza directriz del universo y las consecuencias de este desequilibrio son la muerte y la destrucción que están azotando actualmente el planeta Tierra. Es necesario volver al equilibrio y aplicar un contrapeso a esta polarización planetaria.
El observador
El acto de observar es uno de los más misteriosos acontecimientos.Durante la observación todos los contenidos observables sufren una unificación. Los límites de la observación son desconocidos, puesto que cambian por el entrenamiento. Presumiblemente, si éste es adecuado y profundo, estos límites sufren una expansión que permite unificar los procesos cognitivos, los acontecimientos orgánicos, los procesamientos emocionales, los sonidos e imágenes del entorno, etc.
Es decir, al observar unificamos todo lo observable en el acto de testificación. Puesto que lo observable puede ampliarse, la capacidad de unificación parecería no tener límite conocido. Por todo lo anterior, no es extraño que esta operación de percatación dé como resultado la experiencia y el estado de la conciencia de sí.
La conciencia de sí se produce cuando ocurre una unificación lo suficientemente poderosa como para interconectar al sujeto de la experiencia con la fuerza unificadora de la evolución. En este portentoso acto de poder, la fuerza del amor es activada.
La meditación.
Meditar, cuando se hace correctamente, llena de amor a quien lo hace precisamente por la misma razón. Cuando se medita en forma adecuada, se activa el proceso de unificación y esta puesta en marcha de este proceso actúa como un atractor de la fuerza de unificación universal. La conexión con esta fuerza se experimenta como amor.
Pero la conexión con la fuerza de unificación no solamente se produce en una dirección. El sujeto que medita y que por lo tanto unifica en observación, funciona en forma activa no solamente recibiendo la fuerza del amor, sino también otorgándola. Reproduce en su microcosmos la misma corriente cósmica de poder unificador y con ello se convierte en una especie de generador de la misma, alimentando al universo con ella.
Restablecer el equilibrio.
En ningún momento de la historia contemporánea ha sido más urgente restablecer el equilibrio perdido. La fuerza de dispersión egoísta se encuentra exaltada y domina a la de unificación. Los brazos de la balanza se encuentran en desequilibrio y a punto de salirse de su eje. Se requiere alimentar de amor al cosmos y la técnica de unificación a través de la meditación es una de las más poderosas herramientas para lograrlo.
El uso de esta herramienta implica el logro de una observación ecuánime y simultánea de un número cada vez mayor de componentes de la experiencia tanto corporales (sensaciones táctiles, pensamientos, emociones, etc.) como extracorpóreos (eventos y acontecimientos del entorno).
De la conciencia de sí a la conciencia de unidad
Cuando la observación ecuánime y simultánea de un número suficiente de experiencias es lograda, se activa la conciencia de sí, la cual constituye un primer nivel de unificación. En ella se recupera el sí mismo y se le matiza de amor. Se produce aquí un primer contacto con la fuerza unificadora universal. Pero si se continúan añadiendo contenidos de observación al observador consciente, el contacto con la fuerza unificadora se fortalece y llega un momento en el cual la conciencia de sí se transforma en conciencia de unidad. Aquí, el sujeto de la experiencia ya no establece un contacto con la fuerza del amor, sino que se convierte íntegramente en ella; desaparece el observador separado de lo observado para dar lugar a una unión. El amor.
Nuestra verdadera herencia es el amor. Somos el producto más acabado de la fuerza de unificación y nuestro cuerpo es una obra de arte, de equilibrio y organización de miles de millones de elementos conjugados en una unidad integrada.
Nunca hubiera sido posible llegar a la unidad orgánica de no haber existido una fuerza de unificación en el universo, la cual se comenzó a manifestar desde su creación misma en la explosión primigenia del Bing-Bang. Antes de la creación del cosmos todo era unidad perfecta sin diferenciaciones ni divisiones. La creación del espacio, del tiempo y la materia activó un proceso de diferenciación y distanciamiento de unidades dispersas. Sin embargo, algo misterioso en el espacio-tiempo decidió retornar al origen, pero con la ganancia de la conciencia de sí y la creación de un universo millonario en manifestaciones.
La fuerza del amor se introdujo al cosmos y ella es la que nos hace ser lo que somos.
La fuerza del amor
Nada es más poderoso que ella. Todo sucumbe ante su fascinación porque ella representa lo que siempre ha existido aún desde antes de la creación del universo. La mejor forma de vencer es amando. Quien haya ejercido ese derecho sabe a lo que me refiero. El miedo desaparece cuando se le ama. Lo mismo acontece con la confusión o aún con el odio. Todo sucumbe ante la fuerza del amor y se transforma en este.
Nada hay más urgente, en la actualidad, que aprender a utilizar esa fuerza. De hecho, la misma supervivencia del planeta depende de nuestra capacidad para engrandecernos en amor.
La fuerza de atracción equilibrio: Observar y amar.
Se puede observar sin amar pero no es posible amar sin observar. Para observar sólo se requiere recordar que es posible observar. Pero para amar no es sufiente el recuerdo, es necesario además conectarse primero en uno mismo.
Para amar primero se requiere estar en la conciencia de sí y para ello, como se dijo antes, se necesita meditar unificando en la observación lo observado. Recordar que se puede observar es recordar que uno se encuentra, siempre, más allá de toda identidad.
Supongamos que estoy confuso o que tengo miedo. Si recuerdo que puedo observar mi confusión o mi miedo y lo hago, me coloco en la conciencia de sí, ya no identificado con la confusión o el miedo sino percatándome de su existencia. Aquel que se percata, testifica u observa, se encuentra siempre más allá de lo testificado y más cerca de sí mismo, es decir, en la conciencia de sí desde la cual ya no existe identificación con los eventos o las emociones.
A partir de la conciencia de sí surge el amor porque no es posible amar en identificación, sino a partir de un sí mismo sano. La conciencia de sí no es el ego por la sencilla razón de que el ego se puede observar desde la conciencia de sí. El ego es identidad mientras que el sí-mismo es amor. Desde el ego no se puede amar, sólo poseer. Desde la conciencia de sí no se puede poseer, sólo amar. El observador no puede observar, el que afirma lo contrario confunde una identidad o un contenido de la experiencia con el observador. Por lo tanto, no existen cadenas infinitas de observadores sino sólo uno.
Se comprende aquí que la tendencia a la unificación posee dirección y la razón que permite afirmar que el observador es el guía de esta dirección. La razón es simple; el observador siempre se encuentra en el siguiente eslabón y el siguiente eslabón al conquistarse se convierte en un contenido de observación del siguiente eslabón. Cada paso se unifica en el siguiente y la observación, además de poseer dirección, magnifica la totalidad unificada. En esta dirección de unificación cada paso activa otra cualidad de la experiencia, la que es impredecible a partir del eslabón previo. En cierto momento se traspasa un umbral y la conciencia de sí se convierte en conciencia de unidad. En la conciencia de unidad, el yo pierde límites y se expande hasta el grado en el cual el conocimiento, el conocedor y lo conocido se vuelven lo mismo.
Al conocerse a sí mismo, el sujeto conoce todo, puesto que todo acontece dentro de sí. No existe aquí lo interno separado de lo externo ni el observador diferente de lo observado. La experiencia con respecto al mundo es que uno mismo es el mundo en una unión extraña en la que no hay simbiosis pero tampoco separación. Allí se comprende que «la imagen se ve a sí misma» y simultáneamente uno existe como individuo. Todo en la vivencia de unión es amor y todo es Uno.