miércoles, 9 de diciembre de 2015

LA SEMILLA ES EL MÉDICO

(Del libro 1 de la Serie Los cedros Resonantes de Rusia - Anastasia)


Anastasia afirma: 

"Cada semilla plantada por vosotros contiene en sí una enorme cantidad de información del Universo. Esta información no puede compararse ni en cantidad ni en exactitud con la que encierra algo hecho por la mano del Hombre. 

Con ayuda de esta información, la semilla conoce el momento en el que ha de despertar a la vida con una exactitud de fracciones de segundos, conoce cuándo germinar, qué sustancias tomar de la tierra, cómo emplear la irradiación de los cuerpos cósmicos: el sol, la luna, las estrellas..., en qué debe convertirse, qué frutos dar. 

Los frutos están predestinados para ser apoyo vital del Hombre. Estos frutos pueden resistir o luchar contra cualquier enfermedad del organismo del Hombre, de forma efectiva y con más poder que cualquier medicamento hecho por éste, que haya existido o exista jamás. Pero para que esto suceda, la semilla tiene que conocer el estado de la persona, para poder aportar al fruto, en el proceso de su maduración, la proporción necesaria de sustancias para la curación de esa persona concreta, de su enfermedad, si ya existe, o de su propensión a ella. 

Para que la semilla de un pepino, de un tomate o de cualquier otra planta criada en la huerta, tenga tal información, es necesario hacer lo siguiente: 

Antes de sembrarlas hay que colocar en la boca una o varias semillitas y mantenerlas bajo la lengua no menos de nueve minutos. 

Después, hay que colocarlas entre las dos palmas de las manos y mantenerlas así unos treinta segundos. Al mantener las semillas entre las palmas, es necesario estar descalzos sobre el terrenito donde se va a plantar.

Abre las palmas de las manos y cuidadosamente, acerca a tu boca la semilla que estás sosteniendo. Espira el aire desde tus pulmones hacia la semilla. Caliéntala con el aliento tuyo y esta semillita conocerá todo lo que hay en ti. 

Luego, es necesario mantener abiertas las palmas de las manos durante otros treinta segundos todavía, presentando la semilla a los cuerpos celestes. Y ella determinará el instante de su nacimiento. ¡Todos los planetas la ayudarán en ello! Y regalarán a los retoños la luz necesaria para ti. 

Luego ya puedes plantar la semilla en la tierra. En ningún caso hay que regarla enseguida, para que no se pierda con el agua tu saliva y la información que envuelve por completo a la semilla, y que ha de ser absorbida por ésta. Sólo al expirar el tercer día después de la plantación, se puede regar. 

Se debe plantar en los días más favorables para cada legumbre (la gente ya sabe esto, por el calendario lunar). En ausencia de riego, la siembra prematura no es tan de temer como la siembra tardía. 

No se deben arrancar todas las hierbas adventicias que salgan al lado del retoño que brotó de tu semilla. Al menos una de cada especie debe quedar en su sitio. Las hierbas adventicias también se pueden recortar... 

Según Anastasia, la semilla es así capaz de integrar toda la información sobre la persona que la ha plantado y entonces, durante el desarrollo de su fruto, recogerá al máximo del Universo y de la Tierra, la mezcla óptima de energías necesarias para esta persona concreta. 

No se debe quitar todas las hierbas adventicias porque éstas también tienen su predestinación. Algunas sirven para proteger a la planta de enfermedades, y otras le brindan una información complementaria. 

Durante el tiempo de cultivo, es vital comunicarse con la planta, al menos una vez en su periodo de crecimiento. Por ejemplo, es deseable acercarse a ella y tocarla durante la luna llena. 

Anastasia afirmaba que los frutos cultivados, desde la semilla, de esta manera y consumidos por la persona que los ha criado, son capaces de curar a esta persona de absolutamente cualquier enfermedad de la carne, frenar considerablemente el envejecimiento del organismo, librarle de sus hábitos nocivos, aumentar tremendamente sus facultades mentales, y darle tranquilidad a su alma. Los frutos tendrán una influencia más efectiva si se consumen en los tres primeros días de ser cosechados, no más tarde. 

Las acciones arriba indicadas hay que realizarlas con diferentes tipos de cultivos que se planten en la parcela. 

No es necesario sembrar de esta manera todo el bancal de pepinos, tomates, etc., es suficiente con unas cuantas matas de cada tipo. 

Los frutos cultivados del modo indicado van a distinguirse de entre los demás de la misma variedad, no sólo en el sabor. Si se sometieran a un análisis se comprobaría que se distinguen también en cuanto a la proporción de las sustancias que contiene. 

Cuando se siembran plantones, es imprescindible remover la tierra del hoyo excavado, con las manos y con los dedos de los pies descalzos, y también escupir en el hoyo. A la pregunta, por qué con los pies, Anastasia explicó que a través del sudor de los pies, se expulsan del cuerpo sustancias (quizás toxinas) que contienen información sobre las enfermedades del organismo. Esta información será asimilada por los plantones. Ellos la transmitirán a los frutos que serán capaces de luchar contra esas afecciones Anastasia recomendaba andar por la parcela descalzo de vez en cuando. 

A mi pregunta "¿Qué plantas es necesario cultivar?", Anastasia contestó: 

La variedad que hay en la mayoría de las huertas es suficiente: frambuesas, grosellas, grosellero espinoso, pepinos, tomates, fresas silvestres, algún manzanito de cualquier tipo. Un guindo o un cerezo vendrán muy bien, también flores. La cantidad de cultivos o el área de siembra, no tienen gran importancia. 

Al grupo de los indispensables, sin los cuales es difícil imaginar un completo microclima energético en la parcela, pertenece el girasol (al menos uno). Debería haber también un área de uno y medio a dos metros cuadrados de cereales como centeno o trigo. Y necesariamente hay que dejar una isleta de no menos de dos metros cuadrados para las distintas hierbas silvestres, que no se planten, sino que crezcan espontáneamente. Y si no ha dejado hierbas creciendo libremente en su terreno hay que traer turba del bosque y recuperar esa isleta por medio de ésta. 

Le pregunté a Anastasia si había necesidad de plantar en la parcela estos indispensables", si ya creciera la hierba de forma salvaje cerca de allí, detrás de la cerca, por ejemplo, y recibí la siguiente respuesta: 

No sólo la variedad de plantas es importante, sino también el modo en que se plantan y la comunicación directa con ellas, precisamente a través de lo cual se impregnan de información. Ya te he explicado una forma de plantar, eso es lo principal. Lo importante es saturar el trocito de la naturaleza que te rodea con tu información. Sólo entonces, el efecto curativo y simplemente el apoyo vital para tu organismo, será sensiblemente más alto que el que recibes de cualquier otro fruto. En la naturaleza salvaje, tal como la llamáis, –aunque ella no es salvaje, simplemente es desconocida por vosotros–, hay multitud de plantas con cuya ayuda se pueden curar absolutamente todas las enfermedades que existen. Además, ellas fueron precisamente creadas con este fin. Pero el hombre ha perdido, o casi, la habilidad de identificarlas. 

Le conté a Anastasia que tenemos muchas farmacias especializadas que venden hierbas medicinales y que también tenemos, tanto médicos como curanderos, que curan profesionalmente con hierbas, a lo que ella respondió: 

Hay un médico-jefe: tu organismo. Desde el principio, él fue dotado con la capacidad de saber qué hierba es necesario emplear y cuándo. Y en general, cómo alimentarse, cómo respirar. Él es capaz de prevenir la enfermedad aun antes de que se manifieste exteriormente. Y nadie más podrá sustituir a tu organismo, puesto que él es tu médico particular y te fue dado personalmente a ti por Dios, sólo y directamente a ti. Te estoy contando cómo darle la posibilidad de actuar en tu beneficio. 

Las relaciones establecidas con el complejo de las plantas de tu parcela van a curarte y cuidarte, ellas, de por sí, te harán el diagnóstico exacto y prepararán un medicamento especial, que será particularmente eficaz para ti. 

Autor: Vladimir Megre. (Rusia) 
Traducido al español por Iryna O´Hara y Rocío Madreselva