"Déjenme contarles un sueño lúcido que tuve hace ya algunos años, pero su fuerza fue tal que marcó mi memoria para siempre de una manera extremadamente precisa. Digo un sueño lúcido, y no un sueño... porque el sueño lúcido se vive en este puente energético que une las orillas de la mente y las del alma. Está poblado de Presencias arquetípicas, de Principios que se demuestran siempre portadores de una o más informaciones de origen divino.
En este caso, el sueño lúcido que estoy a punto de compartirles ha marcado de forma indeleble mi enfoque y mi comprensión de ese inefable sentimiento de Unidad que añoramos todos en nuestro interior, incluso sin saberlo.
Por entonces vivía solo desde hacía bastantes meses en un chalet en algún lugar en el corazón de un bosque de Quebec. Un cuadro idílico para algunos... pero también las circunstancias requerían una constante confrontación con uno mismo... Todo ocurrió en una noche de primavera...
Me vi en primer lugar levantarme y bajar con paso mesurado la estrecha escalera de madera que conduce a la planta baja de mi casa. La oscuridad total debía prevalecer en todas partes, pero ése no era el caso. La sala principal, donde surgía la escalera estaba cubierta por una luz cristalina. Por sus dos enormes ventanales percibí el bosque a veinte metros de mí, también inundado por un sol totalmente inusual. Sin esperar y como si supiera lo que iba a pasar, me dirigí hacia una de ellas dejando que mis ojos se perdieran entre los troncos de esos árboles. El solsticio de verano reinaba sin duda...
Las últimas franjas de nieve que había visto tan solo unas horas antes habían desaparecido y en su lugar habían enormes helechos extendiéndose por todas partes bajo los árboles. Fue entonces cuando vi que algo se movía entre los arces, los abedules y los pinos. Formas animales... ¡Había formas animales que surgían de todas partes!
Éstas se levantaron de las profundidades del bosque. Avanzaron a un mismo paso y convergieron, me pareció, hacia mi chalet. No sentí miedo... Recuerdo incluso haberme sentido muy feliz con lo que estaba ocurriendo allí, íntimamente persuadido de que algo hermoso y grande iba a suceder. Al poco tiempo, lo que sólo habían sido hasta entonces formas animales salieron de entre los árboles...
Empecé por distinguir un gran oso pardo, un lobo, un alce, un coyote, un lince, un pavo salvaje, una marmota, un ciervo, una miríada de conejos y luego... y luego fueron todos los animales de la Creación, o casi, los que salieron del bosque. ¡Había incluso leones y tigres!
Era el oso el que parecía estar a la cabeza, como si les infundiera una sola y única voluntad, como si canalizara una Fuerza superior a sí mismo. Todos, innumerables detrás de él, comenzaron a crear un corro alrededor de mi casa. Era una marcha lenta y solemne... divinamente animal, si se me permite decir... y tan mágicos que ya no tuve consciencia de los grandes ventanales y de los muros de madera que me separaban.
Sus fronteras desaparecieron, borradas de algún modo por la expansión que se imprimió en mi conciencia. Me encontré así sobre la hierba en el centro de una majestuoso círculo animal... Ningún cuestionamiento en mi alma, ningún temor. Vivía en una total felicidad, una inefable felicidad que no había visto venir dado que se había apoderado de todo mi ser con rapidez. Su onda no actuaba simplemente sobre el estado de mi conciencia; Tenía la percepción de que me penetraba visceralmente, aunque ya lo viviera, sin ninguna duda, en toda mi alma. Recuerdo que creí por un momento que todo iba a parar de repente como bajo el efecto de una sobredosis de luz.
Sin embargo, lo más extraordinario quedaba por venir... Con el tranquilo poderío de un Maestro, el oso se separó del círculo y se dirigió hacia mí hasta que pude sentir su aliento. ¿Qué ocurrió entonces? Las palabras exactas probablemente nunca me vendrán para expresarlo... Me pareció que este oso me absorbía, a menos que fuera todo lo contrario y su séquito, todos los animales presentes, también entraban en mi. Recuerdo momentos inquietantes y deliciosos; eran al mismo tiempo serenidad y explosión. ¿Qué expresiones podrían traducir la verdad esencial de una unión así?
Me sentí animal al mismo tiempo que humano y, por lo mismo, más humano de lo que sin duda había sentido jamás del humano. ¡Qué fuerza y qué alegría! Pero eso no se detuvo ahí... Eso no podía detenerse ahí porque sonaba como que un portal se había abierto de par en par en mi pecho y que todos los vientos de la Vida se introducían por allí. Detrás del Alma animal está el Alma de los cientos de miles de plantas del bosque que entonces me penetró. Compartí su conciencia, su forma de respirar, plenamente empapado, plenamente nutrido, desde la más pequeña de sus hojas hasta la copa de sus árboles, hasta sus claros, sus valles, sus riachuelos y lagos. La Unión fue total y tenía la suavidad de un ciclón de Luz.
¿Qué más decir? No había ni la más mínima diferencia entre "mi estado" y "el estado del Todo." No tenía ni cuerpo ni alma "míos" porque estaba en Todo. Incluso mis pensamientos no eran más "míos". Además, ¿eran realmente pensamientos lo que circulaba "en mí"? No lo creo, eso tenía lugar más allá del pensamiento. Luego, lentamente, como un buzo que se deja subir a la superficie de un lago, volví a mi realidad adormecida. Tenía la impresión de que "alguien había apagado la luz" y me desperté suavemente entre las sábanas de mi lecho. Era por supuesto noche cerrada y, en el exterior, el viento hacía crujir la estructura de madera de mi casa.
Durante varios días, por razones claramente comprensibles, no podía librarme de la penetrante presencia de ese sueño. Sin dolor, de la mañana a la noche, mis ojos no podían contener un flujo de lágrimas casi continuas. Curiosamente, a pesar de que no se apareció en mi sueño, es el ser humano en su totalidad quien vino entonces tranquilamente a situarse en el centro de mi conciencia. Un indescriptible sentimiento de hermandad y de compasión hacia nuestra especie se instaló en mí. Cada hombre, cada mujer, comenzó a manifestarse ante mi como la simple célula de un inmenso cuerpo, de una gigantesca realidad a la que, también yo, pertenecía.
Durante días, recorrí y experimenté de ese modo la sensación de Fusión. Me era imposible analizar alguna cosa o de tomar una sola nota. Sólo podía vivir lo que se imponía, lo que se me daba. No había nada que me hiciera sufrir, o que me animara. Había... una especie de Perfume sagrado que se me acababa de ofrecer y del que no me debería nunca, nunca olvidar... pero tratando siempre de revivir dicho vínculo entre todo y el Todo.
La absoluta compasión por todo lo que existe se me apareció entonces claramente como la llave de la Unidad...
El obstáculo, el único verdadero obstáculo a superar es, sin ninguna duda, la amnesia. Sí, es justamente esa, la amnesia de nuestro origen, la de nuestra primera identidad, la que generó las mil dificultades por las cuales entramos regularmente en el sufrimiento..."
Autor: Daniel Meurois, Advaïta
Sin embargo, lo más extraordinario quedaba por venir... Con el tranquilo poderío de un Maestro, el oso se separó del círculo y se dirigió hacia mí hasta que pude sentir su aliento. ¿Qué ocurrió entonces? Las palabras exactas probablemente nunca me vendrán para expresarlo... Me pareció que este oso me absorbía, a menos que fuera todo lo contrario y su séquito, todos los animales presentes, también entraban en mi. Recuerdo momentos inquietantes y deliciosos; eran al mismo tiempo serenidad y explosión. ¿Qué expresiones podrían traducir la verdad esencial de una unión así?
Me sentí animal al mismo tiempo que humano y, por lo mismo, más humano de lo que sin duda había sentido jamás del humano. ¡Qué fuerza y qué alegría! Pero eso no se detuvo ahí... Eso no podía detenerse ahí porque sonaba como que un portal se había abierto de par en par en mi pecho y que todos los vientos de la Vida se introducían por allí. Detrás del Alma animal está el Alma de los cientos de miles de plantas del bosque que entonces me penetró. Compartí su conciencia, su forma de respirar, plenamente empapado, plenamente nutrido, desde la más pequeña de sus hojas hasta la copa de sus árboles, hasta sus claros, sus valles, sus riachuelos y lagos. La Unión fue total y tenía la suavidad de un ciclón de Luz.
¿Qué más decir? No había ni la más mínima diferencia entre "mi estado" y "el estado del Todo." No tenía ni cuerpo ni alma "míos" porque estaba en Todo. Incluso mis pensamientos no eran más "míos". Además, ¿eran realmente pensamientos lo que circulaba "en mí"? No lo creo, eso tenía lugar más allá del pensamiento. Luego, lentamente, como un buzo que se deja subir a la superficie de un lago, volví a mi realidad adormecida. Tenía la impresión de que "alguien había apagado la luz" y me desperté suavemente entre las sábanas de mi lecho. Era por supuesto noche cerrada y, en el exterior, el viento hacía crujir la estructura de madera de mi casa.
Durante varios días, por razones claramente comprensibles, no podía librarme de la penetrante presencia de ese sueño. Sin dolor, de la mañana a la noche, mis ojos no podían contener un flujo de lágrimas casi continuas. Curiosamente, a pesar de que no se apareció en mi sueño, es el ser humano en su totalidad quien vino entonces tranquilamente a situarse en el centro de mi conciencia. Un indescriptible sentimiento de hermandad y de compasión hacia nuestra especie se instaló en mí. Cada hombre, cada mujer, comenzó a manifestarse ante mi como la simple célula de un inmenso cuerpo, de una gigantesca realidad a la que, también yo, pertenecía.
Durante días, recorrí y experimenté de ese modo la sensación de Fusión. Me era imposible analizar alguna cosa o de tomar una sola nota. Sólo podía vivir lo que se imponía, lo que se me daba. No había nada que me hiciera sufrir, o que me animara. Había... una especie de Perfume sagrado que se me acababa de ofrecer y del que no me debería nunca, nunca olvidar... pero tratando siempre de revivir dicho vínculo entre todo y el Todo.
La absoluta compasión por todo lo que existe se me apareció entonces claramente como la llave de la Unidad...
El obstáculo, el único verdadero obstáculo a superar es, sin ninguna duda, la amnesia. Sí, es justamente esa, la amnesia de nuestro origen, la de nuestra primera identidad, la que generó las mil dificultades por las cuales entramos regularmente en el sufrimiento..."
Autor: Daniel Meurois, Advaïta