miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL AMOR

De los Discursos de Meher Baba 



El amor llena el universo

La vida y el amor son inseparables. Donde hay vida, hay amor. Incluso la consciencia más rudimentaria procura des­prenderse de sus limitaciones para experimentar algún tipo de comunión con otras formas. Aunque cada forma es inde­pendiente de las demás formas, en realidad todas ellas son formas de una misma unidad que es la vida. El sentido latente de esta realidad interna oculta, busca, indirecta­mente, su desquite en el mundo imaginario por medio de la atracción que unas formas sienten por otras.

 El amor en la naturaleza inerte

La ley de la gravitación a la que todos los planetas y estrel­las se hallan sometidos, es, a su modo, un pálido reflejo del amor que llena todas y cada una de las partes del universo. Incluso las fuerzas de repulsión no son, en realidad, sino manifestaciones del amor, puesto que las cosas se repelen entre sí porque la atracción que otras ejercen sobre ellas es más poderosa. La repulsión es una consecuencia negativa de la atracción positiva. Las fuerzas de la cohesión y de la afinidad, que prevalecen en la misma constitución de la materia, son manifestaciones positivas del amor. En este plano tenemos un ejemplo asombroso del amor en la atrac­ción ejercida por el imán sobre el hierro. Todas estas formas del amor pertenecen a su categoría más baja, porque están condicionadas necesariamente por la consciencia rudimen­taria en la que se plasman.


El amor en el mundo animal

El amor se hace más explícito en el reino animal al adoptar la forma de unos impulsos conscientes que se dirigen hacia diversos objetos situados en el entorno. Se trata de un amor instintivo que se manifiesta a través de la satisfacción de diversos apetitos, por medio de la apropiación de los objetos correspondientes. Cuando un tigre quiere devorar al ciervo está enamorado del ciervo en un sentido muy realista. La atracción sexual constituye otra forma del amor en este plano. Todas las manifestaciones del amor que se realizan en este plano poseen una característica común, es decir, todas ellas per­siguen la satisfacción de algún impulso somático o apetito por medio del objeto del amor.

El amor humano debe adaptarse a la razón

El amor de los humanos es muy superior a todas estas manifestaciones inferiores del amor, debido a que son pre­cisamente los seres humanos los que están dotados de una consciencia enteramente desarrollada. Si bien el amor humano ofrece, en cierto modo, una continuidad con las formas infrahumanas del amor, se diferencia de aquéllas. Sin embargo, porque su actividad se desarrolla en su plano junto con la de otro factor que es la razón. A veces el amor humano se manifiesta como fuerza divorciada de la razón y discurre por una vía paralela. Otras veces se manifiesta como una fuerza que se inmiscuye en la razón y acaba entrando en conflicto con ella. Por último, existe el amor humano que se manifiesta como parte constitutiva del todo armónico, en el que el amor y la razón se equilibran y se funden en una unidad integral.

Tres combinaciones del amor con la razón

El amor humano puede intervenir en tres posibles combi­naciones con la razón. En la primera, la distancia que media entre los planos de la razón y del amor es máxima, hasta el punto de que el plano del amor está prácticamente vedado a la razón, en tanto que el amor no tiene o casi no tiene acceso a los objetos propios del pensamiento. Naturalmente, no es posible conseguir una separación absoluta entre estos dos aspectos del espíritu. Sin embargo, cuando el amor y la razón actúan alternadamente (con predominio alterno de uno u otra) nos encontramos ante un amor que no está iluminado por la razón o ante una razón que no está animada por el amor.

En la segunda combinación, el amor y la razón operan simultáneamente, pero sin armonía entre los mismos. Pese a la confusión que este conflicto nos depara, constituye, no obstante, una fase previa necesaria para alcanzar el estado superior en el que se produce la auténtica síntesis entre amor y razón. En el tercer grado del amor, se realiza la síntesis de ambos, con la consiguiente transformación del amor y de la razón que precipita la aparición de un nuevo plano de la consciencia que, en relación con la consciencia humana nor­mal, puede definirse como superconsciencia.


Variedad cualitativa en el amor

El amor humano hace su aparición en el marco de la consciencia del ego que está animado por apetitos innum­erables, por lo que el amor está matizado por estos factores en muchos aspectos. Por lo mismo que en el caleidoscopio observamos una constante variación de formas por obra de las distintas combinaciones de los elementos más simples, en el campo del amor también tropezamos con una variedad cualitativa casi ilimitada, debido a la multiplicidad de las posibles combinaciones de los diferentes factores. Análog­amente, por lo mismo que las tonalidades de los colores de las flores son infinitas, también en el amor humano existen múltiples diferencias delicadas.

Las formas inferiores del amor

El amor humano está rodeado por una serie de factores que son otros tantos obstáculos, tal como la pasión, la lujuria, la codicia, la ira y los celos. En cierto sentido, incluso estos factores obstructivos no son sino formas de amor inferior o consecuencias secundarias inevitables de esas formas in­feriores del amor. Pasión, lujuria y codicia pueden ser consideradas como formas corrompidas e inferiores del amor. Cuando siente una pasión, el individuo está enam­orado de un objeto sensual; cuando experimenta la lujuria siente un apetito de sensaciones relacionadas con aquél; con la codicia anhela su posesión. De las tres formas del amor inferior, la codicia propende a pasar del objeto original a los medios necesarios para hacerse con él. En consecuencia, el individuo codiciará el dinero, el poder o la fama, que pueden ser los instrumentos para llegar a la posesión de los distintos objetos que anhela tener. La ira y los celos surgen cuando existe el peligro de frustración o hay frustración de las formas inferiores del amor.

Las formas inferiores del amor son enemigos de las formas superiores

Las formas inferiores del amor impiden la libre expansión del amor puro. El flujo del amor nunca podrá ser nítido y constante mientras no logre desprenderse de todas estas formas limitativas y corruptoras del amor inferior. Las formas inferiores son enemigas de las superiores. Cuando la consciencia se encuentra prisionera del grado inferior, es incapaz de liberarse de las trabas que ella misma creó, y le es difícil emanciparse para proseguir su avance. En conse­cuencia, el amor de inferior categoría sigue estorbando el desarrollo de la categoría superior, por lo que es preciso renunciar a él, para permitir la libre aparición del amor de categoría superior.

El amor y la pasión

El amor superior puede surgir de la cápsula del amor in­ferior si nos dedicamos constantemente a la práctica de la dis-criminación. Para ello es preciso distinguir con muchísimo cuidado entre el amor auténtico y los factores obstructivos como son la pasión, la lujuria, la codicia y la ira. En la pasión, el individuo es una víctima pasiva de la atracción ilusoria ejercida por el objeto. En el amor se da una valor­ación activa del valor intrínseco del objeto del amor.

El amor y la lujuria

El amor es, también, distinto de la lujuria. La lujuria supone una confianza en un objeto sensual, con la con­siguiente subordinación espiritual de sí mismo en ella. En cambio, el amor pone a la persona en contacto directo y en relación de coordinación con la realidad que existe detrás de la forma. De ahí que la lujuria sea opresiva, en tanto que el amor es liviano. La lujuria da lugar a una contracción de la vida, en tanto que el amor produce una expansión del ser. El hecho de haber amado a otro equivale a sumar otra vida a la propia. Tu vida aparece entonces multiplicada y vives vir­tualmente en dos centros. Si amas al mundo entero, vives, por extensión, en la totalidad del mundo. Sin embargo, la lujuria produce una debilitación de la vida, con la con­siguiente sensación generalizada de irremediable dependencia respecto a una forma que se considera como distinta. Por consiguiente, la lujuria provoca un incremento de la sepa­ración y del sufrimiento, mientras el amor aporta la sen­sación de unidad y alegría. Lujuria es disipación, amor es re-creación. Lujuria es el apetito de los sentidos, amor es la manifestación del espíritu. La lujuria busca la satisfacción, el amor experimenta la satisfacción. En la lujuria hay exci­tación, en el amor hay calma.

El amor y la codicia

El amor se distingue también de la codicia. La codicia es el apetito de la posesión en todas sus formas, tanto si son groseras como si son sutiles, porque persigue la posesión tanto de las cosas y de las personas groseras, como de cosas tan abstractas e intangibles como pueden ser la fama y el poder. En el amor no puede haber duda sobre el hecho de la incorporación de la otra persona a nuestra propia vida individual, con lo cual se produce un brote libre y creador que anima y calma el ser del amado, indepen­dientemente de cualquier recompensa. Entonces nos encon­tramos ante la paradoja de que la codicia, que persigue la posesión de otro objeto, nos lleva, en realidad, a lo con­trario, porque pone al ser bajo la tutela del objeto. Mientras que el amor, que aspira a la entrega del ser al objeto, nos lleva, en realidad, a la incorporación espiritual del amado al propio ser del amante. En la codicia, el ser trata de hacer suyo el objeto, pero es poseído por el segundo. En el amor, el ser se ofrece al amado sin reservas, pero mediante ese mismo acto se encuentra con que ha incorporado al amado a su propio ser.

La gracia despierta el amor puro

Pasión, lujuria y codicia constituyen otras tantas enferme­dades espirituales que a menudo se agudizan por la presencia de los síntomas agravantes de la ira y de los celos. El amor puro, en agudo contraste, es el florecimiento de la Perfec­ción espiritual. El amor humano está coartado de tal forma por esas condiciones limitativas, que la aparición espontánea del amor puro desde el interior resulta imposible. Por con­siguiente, la aparición del amor puro en el aspirante es siempre un don. El amor puro brota del corazón del as­pirante como la consecuencia de la bajada de la gracia desde un Maestro Perfecto al mismo. Una vez que el amor puro llega como un don de un Maestro Perfecto, se aloja en la consciencia del aspirante como la semilla en suelo fértil. Con el transcurso del tiempo, la semilla se transforma, primero en una planta, y luego en un árbol plenamente desarrollado.

Preparación espiritual para la gracia

De todos modos, la llegada de la gracia del Maestro depende de la anterior preparación espiritual del aspirante. Dicha preparación previa para la gracia no concluye hasta que el aspirante ha conseguido incorporar a su acervo espiritual ciertos atributos divinos. Cuando alguien procura no mur­murar y se preocupa más de las buenas cualidades de los demás que de las malas, practica la suprema tolerancia y desea para los demás el bien, incluso a costa de si mismo, está preparado para recibir la gracia del Maestro. Uno de los mayores obstáculos para la preparación espiritual del as­pirante es la preocupación. Cuando, mediante un esfuerzo supremo, consigue superar el obstáculo de la preocupación, se abre ante él el camino para cultivar los atributos divinos, que constituyen la preparación espiritual del aspirante. En el momento en que el discípulo está preparado, desciende sobre él la gracia del Maestro, porque el Maestro, que es el océano del amor divino, siempre está alerta para cuidar el alma en la que su gracia va a fructificar.

El amor puro es muy poco frecuente

El tipo de amor que despierta la gracia del Maestro es un raro privilegio. La madre que está dispuesta a sacrificarlo todo y a morir por su hijo, o el mártir que está dispuesto a dar su vida por su patria, son, sin duda, otros tantos ejemplos de nobleza suprema, pero eso no quiere decir que hayan gustado del amor puro que nació por la gracia del Maestro. Ni siquiera los grandes yoguis que se sientan en sus cuevas y en los altos de las montañas y se hallan totalmente ensimismados en un profundo samadhi (éxtasis meditativo) no disfrutan necesariamente de ese maravilloso amor.

El amor puro supera toda disciplina

El amor puro, suscitado por toda la gracia del Maestro, vale mucho más que cualquier otro estímulo del que pueda valerse el aspirante. Este amor no sólo encierra en si mismo los méritos de todas las disciplinas, sino que además supera a todas en cuanto a su eficacia para conducir al aspirante hacia su meta. Desde el instante en que nació este amor, el aspirante sólo siente un deseo: el de unirse al divino Amado. La renuncia de la consciencia a todos los demás apetitos le lleva a la pureza infinita, por lo que no hay nada mejor que este amor para purificar al aspirante. El aspirante está siempre dispuesto a ofrecerlo todo por el divino Amado, por lo que ningún sacrificio le resulta difícil. Todos sus pen­samientos vuelven la espalda al yo y se concentran exclu­sivamente en torno al divino Amado. Mediante la intensidad de este amor siempre creciente puede llegar a romper las cadenas del yo y unirse al Amado. En ésto consiste la consumación del amor. Cuando el amor encuentra así su goce, se convierte en divino.

El amor divino y humano

El amor divino es distinto del amor humano desde el punto de vista cualitativo. El amor humano se dirige hacia la pluralidad en el Uno, en tanto que el amor divino se dirige hacia el Uno en la pluralidad. El amor humano nos conduce a complicaciones innumerables, en tanto que el amor divino nos lleva a la integración y a la libertad. En el amor divino el aspecto personal y el impersonal están en perfecto equi­librio; en cambio, en el amor humano ambos aspectos al­ternan en su preponderancia. Cuando predomina la dimen­sión personal en el amor humano, sobreviene una ceguera total respecto al valor intrínseco de las demás formas. Cuando en el amor, como en el caso del sentido del deber, domina lo impersonal, éste suele convertir al individuo en una persona fría, rígida y mecánica. El sentido del deber es para el individuo una coacción externa sobre el comporta­miento, pero para el amor divino sólo hay libertad sin restricciones y espontaneidad sin trabas. El amor humano es limitado, tanto en su dimensión personal como en la imper­sonal; el amor divino, gracias a la fusión de sus dimensiones personal e impersonal, es infinito en su ser y en su manifestación.

En el amor divino el amante se une al Amado

Aún el amor humano más elevado se somete a las limi­taciones de la naturaleza individual, que se prolonga hasta el séptimo plano de la involución de la consciencia. El amor divino surge cuando desaparece la mente individual y se emancipa de las trabas de la natur­aleza individual. En el amor humano subsiste la dualidad del amante y del amado, en tanto que en el amor divino amante y Amado se confunden en uno solo. Al llegar a esta fase, el aspirante ha abandonado ya el campo del dualismo y se confunde con Dios, porque el Amor Divino es Dios. Una vez que el amante y el Amado se confunden en uno solo, es­tamos ante el fin y el principio.

El universo nació para el amor

Por el amor nació el universo entero y por el amor sigue subsistiendo. Dios desciende al reino de la Ilusión, porque la dualidad aparente entre Amado y amante contribuye even­tualmente al goce por Su parte de Su propia divinidad. El desarrollo del amor está condicionado y apoyado por la tensión del dualismo. Dios tiene que sufrir una diferenci­ación aparente en una pluralidad de almas, para seguir adelante con el juego del amor. Estas constituyen Sus propias formas, por lo que inmediatamente asume los papeles del divino Amante y del divino Amado. Por su calidad de Amado, El es el objeto real y último de su apreciación. Por su calidad de Amante divino, El es su sal­vador real y último, que las revierte a Sí mismo. Por con­siguiente, aunque el mundo del dualismo no es más que una ilusión, esa ilusión surge para un fin que posee un signifi­cado.

La dinámica del amor

El amor es el reflejo de la unidad de Dios en el mundo del dualismo. Si se excluye el amor de la vida, todas las almas que hay en el mundo serán ajenas a las demás y cualquier contacto en un mundo desprovisto de amor sólo puede ser superficial y mecánico. En efecto, sólo mediante el amor pueden los contactos y relaciones entre las almas individuales adquirir algún significado. Es el amor el que proporciona un significado y un valor a todo lo que sucede en el mundo del dualismo. Ahora bien, el amor proporciona un significado al mundo del dualismo, pero a la vez plantea también un reto permanente al dualismo. A medida que el amor se fortalece, provoca una inquietud creadora y se convierte en la fuerza principal de la dinámica espiritual que consigue, en última instancia, restablecer la consciencia de la unidad original del Ser.

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