viernes, 20 de diciembre de 2013

LAS ONDAS Y LA SALUD HUMANA

"Ojalá algún día los médicos llegaran a diagnosticar las enfermedades con un par de auriculares, sintonizándose con las frecuencias transmitidas por los órganos enfermos de sus pacientes"André Simoneton

Este sueño, que podría parecer tan fantástico quizás se hizo realidad pero por algún motivo no se extendió por el mundo. Este post mostrará esa posibilidad para que cada cual pueda investigar, si lo desea, por su cuenta...


André Simoneton, fue un ingeniero militar Francés que durante la primera guerra mundial, enfermó de tuberculosis, y le diagnosticaron que no tenia esperanza de sobrevivir…

Simoneton no se dio por vencido, supo del sistema pendular de Bovis para consumir solamente alimentos frescos y vivificantes y se lo aplicó. Al poco tiempo no solo logro salvarse de la muerte, sino que se sanó de la tuberculosis (y sanó tan bien que a los 68 años de edad tuvo hijos, y a los 70 jugaba al tenis).

Simoneton siendo joven, había sido alistado en el ejército francés como ingeniero, para trabajar en la nueva ciencia de la radio, que, según dice él mismo, "estaba entonces al nivel de la adivinación por el péndulo". En la Primera Guerra Mundial trabajó con figuras tan prestigiosas como el físico Louis de Broglie, quien iba a demostrar que toda partícula luminosa, hasta un solo fotón, va asociada a una determinada longitud de onda. Esta preparación en el campo de la ingeniería eléctrica y de la radio proporcionó a Simoneton la madurez de criterio suficiente para no considerar a Bovis como un charlatán, y le prometió probar empíricamente que con su sistema podían medirse las longitudes de onda de los alimentos que indicaban su vitalidad y frescura. 

Segun Simoneton, el estado de salud depende de que se establezcan fenómenos de resonancia, transmutación biológica, sintonización e interferencia entre los órganos digestivos y los alimentos.

Dejó todo su legado en su publicación llamada “La radiación de los alimentos, las ondas y la salud humana”

A fines del siglo XIX, el doctor Albert Abrams, hijo de un próspero comerciante de San Francisco, del que heredó un inmensa fortuna, se trasladó a Hidelberg para estudiar medicina avanzada. Mientras estuvo en Nápoles el joven Abrams vio cómo el famoso tenor italiano Enrico Caruso daba un golpecito con la punta del dedo a una copa de vino para arrancarle un tono puro, y enseguida se retiraba y rajaba la copa al cantar la misma nota. Este hecho notable le hizo pensar que había dado con un principio fundamental, que podía asociarse al diagnóstico médico y a las curaciones. A. Abrams en la escuela médica de la Universidad de Heidelberg, en la que más tarde había de ser condecorado con los máximos honores y con una medalla de oro, se encontró con el profesor De Sauer, el cual estaba dedicado a una extraña serie de experimentos con las plantas, muchos años antes de que Gurwitsch ideara su radiación mitogenética.

De Sauer dijo a Abrams que, el transplantar esquejes de cebolla, había dejado sin querer algunas de las plantas arrancadas junto a las que seguían en pie. Dos días después advirtió que estas últimas, es decir, las que estaban junto a las plantas moribundas, tenían un aspecto distinto de las de enfrente. No podía explicarse aquello, pero Abrams tenía la seguridad de que las raíces descubiertas estaban emitiendo alguna radiación extraña, que relacionó mentalmente con el fenómeno de la resonancia de Caruso.

Cuando Abrams regresó a Estados Unidos, se dedicó a la enseñanza de la patología en la escuela médica de la Universidad de Stanford, donde posteriormente fue designado director de estudios médicos. Era un magnífico diagnosticador y maestro del arte de la percusión, porque, con sólo percutir el cuerpo del paciente, encontraba en los sonidos resonantes las claves de su dolencia, cualquiera que fuese. Un día observó que, al conectar alguien un aparato cercano de rayos X sin previo aviso, acalló la nota que estaba captando de su percusión. Perplejo ante aquel detalle, dio la vuelta a su paciente y descubrió que el extraño apagamiento del sonido sólo ocurría cuando el hombre miraba al este y al oeste, pero que, si se le ponía mirando al norte y al sur, la percusión producía la nota resonante de siempre. Parecía haber una relación entre el campo geomagnético y los campos electromagnéticos de los individuos, como pasaba con los granos estudiados por Pittman en Alberta. 

Más tarde observó un efecto parecido con un hombre que tenía una úlcera cancerosa en el labio, aun sin que estuviese funcionando la máquina de rayos X. Al cabo de varios meses de experimentos con personas afligidas por enfermedades diversas, Abrams descubrió que las fibras nerviosas de la región epigástrica no sólo reaccionaban contrayéndose al estímulo de los rayos X producidos por una máquina a varios metros de distancia, sino que parecían estar en contracción permanente cuando el enfermo tenía cáncer, salvo que se le colocase en dirección norte-sur. Ante esta semejanza, Abrams concluyó que las contracciones, que en el primer caso se debían a la energía radiante del instrumento de rayos X, obedecían, en el segundo caso, a la reacción de las moléculas vibrantes, que formaban el tumor canceroso.

Abrams rogó a su criado Ivor, que lo acompañase a clase, que subiese a la cátedra, se desnudase hasta la cintura y mirase hacia el oeste. Le percutió por encima del ombligo, e indicó a sus alumnos que escuchasen con cuidado la calidad hueca y resonante de la nota que estaba obteniendo. Entonces hizo que un joven médico sostuviese una muestra de tejido canceroso en ligero contacto con la frente de Ivor, retirándola a los pocos segundos y volviéndosela a acercar, él siguió percutiendo continuamente el abdomen del muchacho, y la clase se quedó asombrada al notar cómo la resonancia se convertía en sonido apagado cada vez que la muestra se acercaba a la frente de Ivor, debido indudablemente a la contracción de sus fibras musculares. Cambió entonces Abrams la muestra cancerosa por otra tuberculosa, pero la resonancia de la nota no varió. Sin embargo, cuando empezó a percutir el área inmediatamente por debajo del ombligo, se produjo el mismo efecto. Llegó a la conclusión de que un cuerpo humano sano podía recibir y registrar las ondas desconocidas de especímenes enfermos, y que éstos alteraban de alguna manera el carácter de sus tejidos. Después de unos meses de trabajo, pudo Abrams demostrar que era posible señalar en diferentes zonas del tronco de una persona sana como Ivor, una serie de reacciones electrónicas  (así las denominó), que iban desde las del cáncer y la tuberculosis hasta las de la malaria y los estreptococos. De esto dedujo que la idea tradicional de que la enfermedad era de origen celular quedaba anticuada y había que descartarla. Sostenía en cambio que, como los componentes moleculares de las células experimentan una alteración estructural, concretamente un cambio en el número y disposición de sus electrones, desarrollan las características que sólo más tarde se hacen visibles al microscopio. Abrams no podía explicarse a qué se debía exactamente la alteración, ni lo sabe hoy nadie. Sin embargo, se imaginaba que podían descubrirse fuerzas para corregir las que consideraba aberraciones intramoleculares, y hasta posiblemente evitar que se produjesen. Después averiguó que la radiación de un espécimen patológico podía transmitirse, como la electricidad, por un cable de dos metros. Cuando un médico escéptico le intimó a que localizase exactamente una infección tuberculosa que tenía en el pulmón y que había estado tratándose en un sanatorio, Abrams le dijo que sostuviese un disco pegado a su frente, e hizo que otro estudiante pasase el segundo disco sobre el pecho del sujeto, hasta que la nota percutida cambiase de tono. El escéptico hubo de confesar que Abrams había localizado la infección a escasos centímetros. Como el mismo punto del tronco de un sujeto sano no reaccionaba sólo a un espécimen patológico sino a varios, comenzó a idear Abrams un instrumento que pudiera establecer las diferencias existentes entre las longitudes de onda de todos los tejidos afectados de enfermedades especificas. Al cabo de unos meses de investigación, elaboró el reflexófono, como lo llamó, instrumento muy parecido al reóstato resistente eléctrico en variación constante utilizado para regular la corriente, capaz de emitir sonidos de timbre distinto, con lo cual no había necesidad de percutir un punto determinado del cuerpo.


Podrían ahora leerse en el dial diferentes enfermedades : 55 para un espécimen de sífilis, 58 para un tejido sarcomatoso, etcétera. Abrams indicó a su ayudante que mezclase los especímenes, y vio que podía seleccionarlos sin equivocarse, o sea, diagnosticar, con las lecturas de su indicador. Los avances de Abrams no sólo se anticiparon varias décadas a su tiempo, sino que contradecían directamente la filosofía médica entonces dominante. Su declaración de que, "como médicos no nos atrevemos a separarnos del progreso hecho en la ciencia física, ni segregar al ser humano de las demás entidades del universo físico", fueron tan incomprensibles para la mayor parte de sus colegas, como los pronunciamientos posteriores de Lakhovskv y Crile. Hizo otra revelación todavía más fantástica, cuando vio que podía diagnosticar con su instrumento las enfermedades del cuerpo humano, a base de una sola gota de su sangre. Más aún, transmitiendo por inducción el efecto de un reflexófono a otro que contenía tres reóstatos calibrados por unidades de 10, a 1 y 1/25, logró determinar no sólo la enfermedad de una persona, sino la etapa en que estaba. Más fantástico fue todavía el descubrimiento de Abrams, de que podia determinar por la sangre de una enferma de cáncer de pecho cuál era el pecho enfermo, con sólo que un sujeto sano percutido señalase con las yemas de sus dedos a sus propios pechos. De la misma manera, era capaz de señalar el sitio exacto de cualquier afección tuberculosa o de otro tipo, lo mismo sí estaba en los pulmones, que en el vientre, en la vesícula, en las vértebras o en cualquier otra parte del cuerpo. 

Un día, mientras demostraba ante los alumnos de su clase la reacción inducida por la sangre de un enfermo de malaria, de repente se volvió hacia ellos y dijo: "Bueno, aquí están presentes más de 40 médicos, quienes probablemente prescribirían quinina a un paciente de esta enfermedad;pero, ¿puede decirme alguno de ustedes cuál es la razón científica para hacerlo así?" Al no recibir contestación cogió unos cuantos granos de sulfato de quinina y los puso donde había estado la gota de sangre en el aparato. Produjo exactamente el mismo sonido de percusión que la malaria. Colocó entonces el material malárico en el recipiente junto con un grano de quinina envuelto en papel de hilo. Ahora, la misma percusión produjo un sonido resonante. Abrams sugirió entonces a su clase que posiblemente las radiaciones emitidas por las moléculas de quinina anularon exactamente las de las moléculas maláricas, y que el efecto de la quinina en la malaria obedecía a una ley eléctrica desconocida e insospechada, que debía ser objeto de investigación intensiva. 

Otros antidotos conocidos se comportaron de manera semejante, por ejemplo, el mercurio contra la sífilis. Abrams sabía que, si lograba confeccionar un instrumento emisor de ondas semejante a una estación de radio, capaz de alterar el carácter de las ondas proyectadas por el tejido malárico o sifilítico, estaría en condiciones de anular sus radiaciones lo mismo que la quinina o el mercurio. Aunque al principio creía que "esto superaba la capacidad y el genio del hombre", con el tiempo llegó a construir el Osciloclast, con la ayuda de un amigo, Samuel O. Hoffman, distinguido ingeniero investigador de radio, que se hizo famoso en la Primera Guerra Mundial arbitrando un método único para detectar los zepelines alemanes que se aproximasen a la costa de EstadosUnidos, aunque estuviesen a gran distancia. Este Osciloclast, o rompedor de ondas, podía emitir ondas capaces de curar los males humanos, alterando o anulando las radiaciones de diversas enfermedades. En 1919. Abrams comenzó a enseñar su uso a los médicos, quienes lo consideraron punto menos que milagroso, porque ni ellos ni él podían explicarse exactamente cómo efectuaba las curas.



Abrams dio a conocer  en el año 1922 en el Physico-Clinical Journal que por primera vez había hecho por los hilos telefónicos el diagnóstico de un paciente a kilómetros de distancia de su consultorio, sin más que una gota de sangre suya y el análisis de sus ritmos vibratorios realizados con sus instrumentos. Esta noticia un tanto truculenta terminó por desencadenar la ira de la AMA (Asociación Médica Norteamericana) que publicó en su revista un artículo difamatorio, censurando a Abrams de charlatán. El artículo fue después reproducido en el British Medical Journal, de Inglaterra. Esto fue causa de que sir James Barr, antiguo presidente de la Asociación Médica Británica - que había empleado con éxito los métodos de Abrams - escribiese en contestación : "Ustedes muy rara vez citan al Journal of time American Medical Association, y era de esperar que, cuando lo hiciesen, escogiesen un tema más serio que esa diatriba ignorante contra un médico eminente, contra el mayor genio, en mi opinión, de la profesión médica".

Barr teminaba diciendo que, algún día "los editores médicos y los de la profesión médica empezarán a convencerse de que había algo más en las vibraciones de Abrams que lo que ellos soñaran en su filosofía". Los principales descubrimientos de Abrams mostraron que toda la materia es radioactiva, y que las ondas generales pueden captarse en el espacio utilizando los reflejos humanos como detectores; y además, que, en muchos estados morbosos, se encuentran siempre zonas insensibles un determinados lugares del cuerpo del paciente. Cuando murió Abrams en 1924, continuó la campaña de desprestigio contra él en Estados Unidos, en 18 números consecutivos del Scientific American. Una de las insinuaciones más malévolas, fue la de que la caja de Abrams había sido diseñada con el objeto exclusivo de hacer el gran negocio, vendiéndosela a médicos incautos y al público ignorante. Nadie hizo alusión alguna a que Abrams, millonario ya de por sí, había escrito a Upton Sinclair, uno de sus defensores norteamericanos, que iba a donar sus aparatos, sin remuneración alguna por su trabajo, a cualquier instituto que desarrollase la caja de Abrams en beneficio de la humanidad. Las sanciones contra Abrams y su obra espantaron a todos los médicos norteamericanos, excepto a una pequeña minoría, integrada en su mayor parte por quiroprácticos de criterio independiente, o como gustan de ser llamados médicos sin drogas

Una generación después de haber muerto Abrams, uno de ellos, que vivía en el área de la bahía de San Francisco, recibió la visita de Curtís P. Upton, ingeniero civil, que había estudiado en Princeton, cuyo padre era socio de Thomas Alva Edison. Upton empezó a pensar si el extraño aparato que curaba las enfermedades humanas no podría aplicarse a combatir las plagas del campo.