domingo, 29 de diciembre de 2013

LA VIDA EN LOS BOSQUES



Walden, La Vida en los Bosques

HENRY DAVID THOREAU

Cuando escribí las páginas que siguen, o más bien la mayoría de ellas, vivía solo en los bosques, a una milla de distancia de cualquier vecino, en una casa que yo mismo había construido, a orillas de la laguna de Walden en Concord (Massachusetts), y me ganaba la vida únicamente con el trabajo de mis manos. En ella viví dos años y dos meses. Ahora soy de nuevo un morador en la vida civilizada.

No habría impuesto tanto mis cosas a la cortesía de mis lectores si no hubiera sido por las muy concretas preguntas que muchos conciudadanos me hicieron con relación a mi modo de vivir.
Me han preguntado qué tenía yo como alimento, si no me sentía solo, si no tenía miedo, y cosas parecidas. Pediré perdón a aquellos lectores no particularmente interesados en mí si en este libro me propongo contestar algunas de estas preguntas. En la mayoría de los libros, el yo o primera persona es omitido; en este será conservado; esa es la principal diferencia con respecto al egotismo. General mente no recordamos que, después de todo, es siempre la primera persona la que habla. No hablaría tanto sobre mí mismo si hubiera alguien a quien conociera tan bien como a mi persona. Desgraciadamente, estoy 1imitado a este tema por la estrechez de mi experiencia. (...)

He viajado bastante por Concord; y en todas partes, en tiendas, oficinas y campos, los habitantes me han parecido estar haciendo penitencia en mil formas extraordinarias. Los doce trabajos de Hércules eran insignificantes comparados con los que mis vecinos se han empeñado en realizar; porque aquellos eran solamente doce y tenían un fin, pero yo nunca he podido ver que estos hombres hayan matado o capturado algún monstruo o terminado una labor. No tienen un amigo como Yolas que queme la raíz de la cabeza de la hidra con un hierro candente, sino que tan pronto como una cabeza es aplastada, dos más surgen.

Pero los hombres trabajan bajo la influencia de un error. La parte mejor del hombre muy pronto es arada para abono de la tierra. Por un aparente destino comúnmente llamado necesidad, los hombres se dedican, según cuenta un viejo libro, a acumular tesoros que la polilla y la herrumbre echarán a perder y que los ladrones entrarán a robar. Esta es la vida de un tonto, como comprenderán los hombres cuando lleguen al final de ella, si no lo hacen antes.

Hasta en este país relativamente libre, la mayoría de los hombres, por mera ignorancia y error, están tan preocupados con los artificiales cuidados e innecesarios trabajos rudos de la vida, que no pueden cobrar sus mejores frutos. Sus dedos, de tanto trabajar, son demasiado torpes, y tiemblan demasiado. Realmente el jornalero no tiene tiempo libre para vivir con verdadera integridad todos los días; no le es permitido mantener las relaciones más viriles con los hombres, porque su trabajo sería despreciado en el mercado.

No tiene tiempo de ser otra cosa que una máquina. (...)

Las mejores cualidades de nuestra naturaleza, al igual que la lozanía de las frutas, solamente pueden ser conservadas por las manipulaciones más delicadas. Sin embargo, ni unos a otros, ni a nosotros mismos, nos tratamos con esa dulzura. (...)

La mayoría de los hombres viven una vida de tranquila desesperación. Lo que llamamos resignación no es más que una confirmación de la desesperación. De la ciudad desesperada pasamos al campo desesperado, y tenemos que consolarnos con la magnificencia de los visones y ratas almizcleras. Hasta detrás de los llamados juegos y diversiones de la humanidad se encuentra una desesperación estereotípica, aunque inconsciente. No hay diversión en ellos, porque esta viene sólo después del trabajo. Pero no hacer cosas desesperadas es una característica de la sabiduría.

Cuando consideramos cuál es la principal finalidad de los hombres —para hacer uso de las palabras del catecismo— y sus principales necesidades y medios de vida, pareciera que hubieran elegido deliberadamente esta forma de vivir porque la prefieren a cualquier otra; sin embargo, ellos piensan honradamente que no es posible elección alguna. Pero las naturalezas activas y saludables recuerdan que el sol ascendió con claridad. Nunca es demasiado tarde para renunciar a nuestros prejuicios. No se puede creer firmemente, sin pruebas, en alguna forma de pensar o de hacer, por antigua que sea. Lo que hoy todo el mundo repite y acepta como verdadero, puede convertirse en mentira mañana, una mera opinión de humo que algunos creyeron fuera nube que daría agua fertilizadora para los campos. Tratad de hacer aquello que la gente antigua afirma ser imposible de realizar, y demostrad que sí podéis. Los hechos antiguos pertenecen a las generaciones antiguas, y los nuevos, a la nueva generación. (...)

Hace unos treinta años que vivo en este planeta y todavía estoy por oír la primera sílaba de los serios o valiosos consejos de mis mayores, pues no me han dicho nada, o quizá no puedan decirme nada, de utilidad. Aquí está la vida, un experimento, la mayor parte del cual no ha sido realizado todavía por mí; pero no me beneficia en absoluto que otros lo hayan realizado. Si poseo alguna experiencia que considero de valor, puedo asegurar que mis mentores no me dijeron una palabra acerca de ella. (...)

Sin duda alguna, el tedio y el fastidio que presumiblemente han agotado la variedad y las alegrías de la vida son tan viejos como Adán. Pero las capacidades del hombre no han sido medidas todavía, y se ha ensayado tan poco, que no podemos juzgarlas por algunos precedentes. (...)

La naturaleza y la vida humana son tan distintas como nuestras variadas constituciones. ¿Quién dirá cuál es la perspectiva que la vida ofrece a otros? ¿Podría ocurrirnos un milagro mayor que el de que podamos mirar a través de los ojos de otros? 

Deberíamos vivir por una hora en todas las edades del mundo; no: en todos los mundos de las edades. ¡Historia, Poesía, Mitología! La lectura de las experiencias de otra persona no sería jamás tan asombrosa ni didáctica como esta. (...)

Estamos obligados a vivir concienzuda y sinceramente, reverenciando nuestra vida y negando la posibilidad de un cambio. Decimos que este es el único camino; pero hay tantos caminos como radios pueden trazarse desde un centro. Cualquier cambio es un milagro digno de ser contemplado; pero es también un milagro que ocurre a cada instante

Confucio dijo: Saber que sabemos lo que sabemos y que ignoramos lo que no sabemos es el mejor conocimiento. Preveo que cuando un hombre haya convertido un hecho de la imaginación en un hecho de su entendimiento, todos los hombres a la larga establecerán sus vidas sobre esa base. Por lo necesario para la vida, me refiero a todo aquello que obtiene el hombre por su propio esfuerzo y que desde el principio o después de largo uso se ha convertido en algo tan importante para la vida humana, que muy pocos, si algunos, por salvajismo, pobreza o filosofía, se atreven a vivir sin ello.

Para muchas personas lo necesario para la vida se reduce al alimento. Para el bisonte en la llanura consiste en unas pocas pulgadas de apetitoso pasto con agua para beber, siempre que no busque el refugio de la selva o la sombra de la montaña. Ningún animal de la creación necesita más que alimento y refugio. Lo necesario para la vida del hombre que vive en este clima puede ser clasificado con exactitud bajo estos títulos: alimento, refugio, ropa y combustible. Porque hasta que no nos hayamos provisto de estos, no podremos considerar con libertad y posibilidad de éxito los problemas de la vida. 

El hombre no sólo ha inventado casas, sino también ropa y ha cocinado el alimento; y desde el descubrimiento casual del fuego, y su uso consecuente, un lujo al principio, surgió la necesidad actual de sentarse cerca de él.

Nos es dado observar a perros y gatos que adquieren esa misma segunda naturaleza. Con casa y alimento apropiados, conservamos legítimamente nuestro calor interno, pero cuando estos o el combustible están en exceso, es decir, cuando el calor externo es mayor que el interno, ¿acaso no se puede afirmar que ha empezado la cocción? El naturalista Darwin dice, refiriéndose a los habitantes de la Tierra del Fuego, que mientras su cuadrilla de hombres bien vestidos estaba sentada cerca del fuego, sin sentir ningún calor, estos salvajes desnudos, situados algo más lejos, le causaron sorpresa, pues goteaban de sudor mientras soportaban semejante calcinación. También nos han dicho que mientras que el aborigen de Australia anda desnudo sin consecuencia alguna, el europeo tiembla de frío entre sus ropas. (...)

La mayor parte de los lujos, o las llamadas comodidades de la vida, no son solamente innecesarios, sino también impedimentos para la elevación de la humanidad. En lo que se refiere a los lujos y comodidades de la vida, diré que los más sabios siempre han vivido vidas más simples y pobres que las vidas de los mismos pobres.

Nadie puede ser un observador sabio e imparcial de la raza humana si no se encuentra en la ventajosa posición de lo que deberíamos llamar pobreza voluntaria. 

El fruto de una vida lujosa es el lujo, ya sea en agricultura, comercio, literatura o arte. Hoy en día tenemos profesores de filosofía, pero no filósofos. Sin embargo, enseñarla es admirable porque en un tiempo también lo fue vivirla. Ser un filósofo no consiste en tener pensamientos sutiles meramente, ni en fundar una escuela, sino en amar la sabiduría tanto como para vivirla de acuerdo con sus dictados, para llevar una vida de simplicidad, independencia, magnanimidad y confianza. Consiste en resolver no sólo teóricamente algunos problemas de la vida, sino también prácticamente. (...)

¿Cuál es la naturaleza del lujo que anula y destruye a las naciones? 

Una vez que el hombre es calentado ¿qué más desea? Seguramente no quiere más de ese entibiamiento, sino alimento mejor y más rico, mayores y más espléndidas casas, ropas abundantes y de mejor calidad, fuegos más continuos y de más rendimiento en calor; y otras cosas parecidas. Cuando un hombre ha obtenido todo lo nombrado anteriormente, existe otra alternativa aparte de la de adquirir cosas superfluas, la de arriesgarse en la vida, ahora que han comenzado sus vacaciones del trabajo humilde. 

Mi intención no es prescribir reglas a los hombres de naturaleza fuerte y valiente, que cuidarán de sus propios asuntos tanto en el cielo como en el infierno, y quizá edificarán con más magnificencia y gastarán el dinero más profusamente que los más ricos, sin llegar jamás a empobrecerse, ignorando cómo viven (si en realidad hay personas así, como se las ha soñado); ni a aquellos que encuentran coraje e inspiración precisamente en el estado presente de las cosas y lo acarician con la afición y el entusiasmo de los enamorados (y en cierto modo me incluyo entre estos), tampoco les hablo a aquellos que tienen un buen empleo en cualquier circunstancia y que saben si este empleo es bueno o no. Les hablo principalmente a la gran cantidad de hombres que están disconformes, y que se quejan ociosamente de la dureza de sus destinos, o de los tiempos en que viven, siendo que tienen la posibilidad de mejorarlos. 

Algunas personas se quejan de otras, porque (según dicen enérgica e inconsolablemente) estas cumplen con su deber. También tengo presentes a los ricos en apariencia, pero que en realidad pertenecen a una clase terriblemente empobrecida, que han acumulado basura y no saben cómo usarla o deshacerse de ella; en esta forma han fraguado sus propias prisiones de plata u oro.

Si me atreviera a contar de qué manera deseaba pasar mi vida años atrás, sorprendería mucho a los lectores que la ignoran.(...)

Viendo que mis conciudadanos no iban a ofrecerme ninguna sala en el juzgado, ni ningún curato o modo de ganarme la vida, sino que tendría que valerme por mí mismo, me volví más exclusivamente que nunca hacia los bosques, donde era mejor conocido. Decidí entrar en actividad enseguida, sin esperar a adquirir el capital que debe reunirse, sino haciendo uso de los reducidos medios de que yo disponía. Al dirigirme a la laguna Walden, no era mi intención vivir allí baratamente ni con lujos, sino despachar algunos negocios privados, con el menor número de obstáculos; el verme impedido de llevarlos cabo, por falta de un poco de sentido común, de espíritu emprendedor y de talento comercial, me parecía no sólo triste sino tonto. (...)

Todas las mañanas eran una cariñosa invitación para hacer mi vida con igual sencillez, y puedo decir con igual inocencia, que la misma Naturaleza. He sido un adorador de la aurora, tan sincero como los griegos. Me levantaba temprano y me bañaba en la laguna: era un ejercicio religioso y una de las mejores cosas que hacía. (...) Me afectaba tanto el desmayado zumbido de un mosquito dando su vuelta invisible e inimaginable por mi habitación en la temprana aurora, cuando yo estaba sentado con la puerta y ventanas abiertas, como pudiera hacerlo por cualquier trompeta que alguna vez cantó la fama.  Había algo de cósmico en ello; un anuncio permanente del eterno vigor y fertilidad del mundo.

El hombre que no cree que cada día contiene una hora más temprana, más sagrada y rosada que la que él ya ha profanado, ha desesperado de la vida, y está avanzando por un camino descendente y oscuro. (...)

Debemos aprender a volvernos a despertar, y a mantenernos despiertos, no con ayuda mecánica, sino por medio de una infinita espera de la aurora, que no nos abandone en nuestro sueño más profundo. No sé de un hecho que anime más que la incuestionable capacidad del hombre para elevar su vida gracias a un esfuerzo consciente. Es algo poder pintar un cuadro, o esculpir una estatua, y de esa forma hacer bellos unos pocos objetos, pero mucho más glorioso es esculpir y pintar la atmósfera a través de la cual miramos, cosa que podemos realizar moralmente. La más elevada de las artes consiste en alterar la calidad del día. Todo hombre tiene como tarea hacer su vida digna, hasta en sus menores detalles, de la contemplación de su hora más elevada y crítica. Si rechazáramos o agotáramos una información tan mezquina como la que recibimos, los oráculos nos informarían claramente acerca de cómo podría hacerse esto. (...)

Fui a los bosques porque quería vivir deliberadamente, enfrentar sólo los hechos esenciales de la vida, y ver si podía aprender lo que ella tenía que enseñar, no sea que cuando estuviera por morir descubriera que no había vivido. No quería vivir lo que no fuera la vida; ¡es tan hermoso el vivir!; tampoco quise practicar la resignación, a no ser que fuera absolutamente necesaria. Quise vivir profundamente y extraer toda la médula de la vida, vivir en forma tan dura y espartana como para derrotar todo lo que no fuera vida, cortar una amplia ringlera al ras del suelo, llevar la vida a un rincón y reducirla a sus menores elementos, y si fuera mezquina, obtener toda su genuina mezquindad y dar a conocer su mezquindad al mundo, o si fuera sublime, saberlo por propia experiencia y poder dar un verdadero resumen de ello en mi próxima salida. Porque me parece que la mayoría de los hombres se hallan en una extraña incertidumbre acerca de si la vida es del diablo o de Dios, y han deducido apresuradamente que la principal finalidad del hombre aquí es “glorificar a Dios” y gozar de él en la eternidad.

Sin embargo, vivimos mezquinamente, como las hormigas, aunque la fábula nos cuenta que hace mucho fuimos transformados en hombres; luchamos con grullas como los pigmeos; es un error sobre otro error, remiendo sobre remiendo, y nuestra mejor virtud tiene, para esta ocasión, una miseria superflua y evitable. Nuestra vida está desmenuzada por los detalles. Un hombre honrado pocas veces necesita contar más que sus diez dedos, o, en casos extremos, puede añadir los otros diez de los pies y comprar a bulto el resto. ¡Sencillez, sencillez, sencillez! Que tus asuntos sean dos o tres y no cien o mil; en lugar de un millón, cuenta media docena y lleva sus cuentas sobre la uña de tu pulgar. 

En medio de este mar picado de la vida civilizada, son tales las nubes y tormentas y arenas movedizas y mil otras cosas a las que hay que atender, que un hombre tiene que vivir haciendo cálculos si no quiere naufragar e ir al fondo y no llegar a puerto alguno, y sin duda ha de ser un gran calculador el que triunfe. ¡Simplificar, simplificar! En lugar de tres comidas por día, no comas más que una si es preciso; cinco platos en lugar de cien; y reduce todas las demás cosas en esa proporción. Nuestra vida es como una Confederación Germánica, compuesta de pequeños estados, con sus límites siempre fluctuantes, en forma tal que ni un alemán puede decirnos cuáles son sus propios límites en un momento dado. La misma nación, con todas sus llamadas mejoras internas —que, por otro lado, son todas externas y superficiales— es como un establecimiento pesado e hipertrofiado, colmado de muebles y atrapado por sus propias trampas, arruinado por el lujo y los gastos sin cuidado, por falta de cálculo y de un objetivo digno como el millón de hogares que hay en el país; la única cura para ello es una economía estricta, una vida sencilla, más que espartana, y la elevación de los designios. La nación vive demasiado rápidamente. 

Los hombres piensan que es esencial que su nación tenga comercio y exporte hielo y hable por telégrafo y viaje a treinta millas por hora, aunque ellos mismos no lo hagan; pero nadie sabe si debemos vivir como babuinos o como hombres. (...)

¿Por qué debemos vivir con semejante apresuramiento y desperdicio de la vida? Estamos decididos a morir de hambre antes de tener hambre. Los hombres dicen que una puntada a tiempo evita nueve, y así dan hoy mil puntadas para evitar nueve en el futuro. En cuanto al trabajo, no tenemos ninguno de importancia. (...) Después del sueño de una noche, las noticias son tan indispensables como el desayuno. “Por favor, decidme de algo nuevo que le haya ocurrido a algún hombre, en cualquier parte del globo”, y lee y se agita mientras toma el café, pues en el río Wachito le sacaron los ojos a un hombre; sin soñar que él mismo vive en la impenetrable oscuridad de la cueva de este mundo, y no tiene más que el rudimento de un solo ojo. (...)

Vergüenzas y desilusiones son tomadas como las verdades más sólidas, siendo que lo fabuloso es la realidad. Si los hombres observaran sola y firmemente las realidades, y no permitieran que se los engañen, la vida, comparándola con las cosas que conocemos, sería semejante a un cuento de hadas y a Las mil y una noches. Si respetáramos sólo lo que es inevitable y tiene derecho a existir, la música y la poesía resonarían por las calles. Cuando estamos sin prisa y somos prudentes, percibimos que sólo las cosas grandes y dignas tienen una existencia permanente y absoluta; que los temorcillos y los placeres despreciables no son sino la sombra de la realidad. Esto es siempre regocijante y sublime. Los hombres cierran los ojos, dormitan y consienten en ser engañados por las apariencias; así establecen y confirman su vida diaria de rutina y costumbre en cualquier parte, la que, además, está edificada sobre bases puramente ilusorias. Los niños, que juegan a la vida, discriminan mejor su verdadera ley y sus relaciones, con más claridad que los hombres que no logran vivirla dignamente pero que se creen más sabios por su experiencia, es decir, por sus fracasos. (...)

En la eternidad hay realmente algo verdadero y sublime, pero todos esos tiempos y lugares y ocasiones existen ahora y aquí. El mismo Dios culmina en el momento presente, y nunca, en el lapso de todas las edades, será más divino. Y podemos percibir todo lo que es sublime y noble tan sólo por la perpetua inspiración e instilación de la realidad que nos rodea. El universo responde a nuestras concepciones, constante y obedientemente; ya sea que viajemos con rapidez o lentitud, el camino está abierto para nosotros. Por lo tanto, dediquemos nuestra vida a concebirlo. El poeta o el artista no han tenido nunca un designio tan bello y noble que al menos alguien de su posteridad no pudiera cumplirlo.

Empleemos un día tan premeditadamente como lo hace la naturaleza, y no seamos arrojados del camino por todas las cáscaras de nuez y alas de mosquito que caigan en los carriles. Levantémonos temprano, desayunemos gentilmente y sin perturbaciones; que la compañía venga y vaya, que las campanas tañan, que los niños alboroten, sigamos determinados a hacer de ello un día. ¿Por qué habríamos de someternos y seguir con la corriente? (...)

Si uno se enfrenta cara a cara con un hecho verá brillar el sol en sus dos superficies, como si fuera un alfanje, y sentirá su suave filo dividiéndole por el corazón y la médula, y así usted concluirá felizmente su mortal carrera. Sea ella vida o muerte, sólo anhelamos la realidad. Si estamos muriéndonos realmente, que oigamos el estertor en nuestra garganta y sintamos frío en las extremidades. Si estamos vivos, ocupémonos de nuestros asuntos.(...)

Con un poco más de meditación en la elección de sus fines, todos los hombres serían quizá esencialmente observadores y estudiosos, porque, sin lugar a dudas, su naturaleza y destino son igualmente interesantes para todos ellos. Acumulando propiedad para nosotros o nuestra posteridad, fundando una familia o una hacienda, o hasta adquiriendo fama, somos mortales; pero cuando tratamos con la verdad, somos inmortales y no debemos temer ningún cambio o accidente.

Mi residencia era más adecuada que una universidad, no sólo para la reflexión, sino para la lectura seria.(...) El primer verano no leí libros; escardé las alubias. No, a menudo hice algo mejor que eso. Hubo épocas en las que no pude permitirme sacrificar la flor del momento presente por ningún trabajo, sea mental o manual. Me gusta contar con un amplio margen para mi vida. A veces, en una mañana de verano, habiendo tomado mi acostumbrado baño, me sentaba en mi soleado umbral, desde que salía el sol hasta el mediodía, transportado a un sueño en medio de los pinos y nogales americanos y zumaques, en soledad y tranquilidad no alteradas, mientras las aves cantaban alrededor o revoloteaban sin ruido a través de la casa, hasta que recordaba la marcha del tiempo por el sol que daba sobre mi ventana occidental, o el ruido del carro de algún viajero en la distante carretera. En esos lapsos, yo crecía como el maíz en la noche y eran mucho mejores que cualquier obra manual. No eran tiempos sustraídos de mi vida, sino ratos muy superiores a los que me permitía corrientemente. Comprendí lo que los orientales entienden por contemplación y abandono del trabajo. En su mayor parte no me daba cuenta de que pasaban las horas. El día avanzaba como para alumbrar alguna tarea mía; era la mañana, y he aquí que ahora es el atardecer y nada memorable he hecho. En lugar de cantar como las aves, sonreía silenciosamente a mi incesante buena fortuna. Como el gorrión tiene su gorjeo, asentado en el nogal sobre mi puerta, así tenía yo mi risa o trino sofocado que podía aquel oír y que procedía de mi nido. 

Mis días no eran días de la semana, que llevaran la estampa de paganas deidades, ni estaban divididos en horas, o agitados por el tictac de un reloj; yo vivía como los indios Puri, de quienes se dice que tenían solamente una palabra para ayer, hoy y mañana, y expresaban el particular significado de ayer señalando hacia atrás, de mañana apuntando hacia adelante y de hoy indicando lo que tenían sobre la cabeza. Esto sería para mis conciudadanos una pereza extraña, no hay duda; pero si las aves y flores me han refinado con su ejemplo, no seré hallado en falta. Un hombre debe encontrar sus ocasiones en sí mismo, es verdad. El día natural es muy tranquilo y difícilmente le reprochará su indolencia.
Tuve al menos esta ventaja en mi modo de vivir sobre aquellos que para divertirse están obligados a mirar afuera, hacia la sociedad y el teatro, pues mi vida misma llegó a ser mi diversión y nunca cesó de ser novedosa. Era un drama de muchas escenas y sin ninguna conclusión. 

Si estuviéramos siempre ganándonos la vida y regulando nuestra vida de acuerdo con la última y mejor forma de vivir que hemos aprendido, nunca nos acosaría el tedio. Sigue a tu genio bien de cerca y no dejará este de mostrarte un panorama nuevo cada hora. La tarea doméstica era un agradable pasatiempo. (...)

Mi casa se halla en la falda de una colina, contigua al borde del gran bosque, en medio de un soto de pinoteas y nogales americanos, y a media docena de varas de la laguna, a la que conduce, colina abajo, un estrecho sendero.

Mientras me siento en la ventana esta tarde estival, los gavilanes giran alrededor de mi descampado; la velocidad de las palomas salvajes volando de a dos o de a tres frente a mí, o paseándose inquietas sobre las ramas del pino blanco que está detrás de mi casa, confiere su voz al aire; un halcón marino se sumerge en la brillante superficie del lago y saca un pez; un visón se desliza ante mi puerta y se apodera de una nana junto a la costa; el junco está inclinándose bajo el peso de los pajaritos que revolotean de aquí para allá; y durante la última media hora, he oído el traqueteo del tren, muriendo por momentos para dejarse oír de nuevo, al igual que el redoble de la perdiz, llevando viajeros de Boston hacia el campo.(...)



Este es un atardecer delicioso, cuando todo el cuerpo es un solo sentido y absorbe deleite por todos los poros. Voy y vengo con una extraña libertad por la Naturaleza, siendo parte de ella misma. Mientras camino a lo largo de la costa pedregosa de la laguna, en mangas de camisa (a pesar de que el día es frío, nublado y ventoso), no veo nada especial que me atraiga: todos los elementos me son extraordinariamente afines. Las ranas simulan anunciar la noche y las notas de los chotacabras son transportadas sobre la superficie del agua con el viento ondulante. Mi empatía con las agitadas hojas de los alisos y de los álamos casi me corta la respiración, pero al igual que la laguna, mi serenidad se riza pero no se perturba. Estas pequeñas olas, levantadas por el viento crepuscular, están tan lejos de la tormenta como la tersa superficie reflectora. Aunque ahora está oscuro, el viento sopla y ruge aún en el bosque, las olas siguen chocando y algunos animales arrullan al resto con sus cantos.

Generalmente existe espacio suficiente a nuestro derredor. Nuestro horizonte no se halla nunca junto a la mano. El espeso bosque no está frente a nuestra puerta, tampoco la laguna, sino que siempre hay un espacio libre, familiar y gastado por nosotros, apropiado y cercado en alguna forma y reclamado a la Naturaleza. ¿Cuál es la razón por la que tengo este vasto espacio habilitado para mi albedrío, este circuito de algunas millas cuadradas de bosque no transitadas, que ha sido dejado para mi privacidad por el resto de los hombres? 

Mi vecino más cercano se halla a una milla de aquí y ninguna casa es visible desde lugar alguno, como no fuera desde la cima de la colina a media milla de distancia de mi hogar. Mi horizonte está limitado por bosques que son sólo para mí: de un lado, veo a lo lejos el ferrocarril en el sitio que toca la laguna, y del otro lado el cerco que bordea el camino del bosque. Pero en su mayor parte, el lugar donde vivo es tan solitario como las praderas. Es tan Asia o Africa como Nueva Inglaterra. Es como si tuviera mi propio sol, mis propias luna y estrellas, y un pequeño mundo entero para mí. De noche, nunca un viajero pasó por mi casa o golpeó mi puerta, como si yo fuera el primero o el último de los hombres, excepto en la primavera, cuando con largos intervalos solían venir algunos pobladores de la aldea a pescar fanecas. 

Creo que los hombres están aún un poco temerosos de la oscuridad, aunque todas las brujas fueron colgadas y se las sustituyó por la cristiandad y las velas. Sin embargo, experimenté algunas veces que la sociedad más dulce y tierna, la más inocente y alentadora, puede hallarse en cualquier objeto natural, y esto es válido hasta para el pobre misántropo y para el hombre más melancólico. (...)

Nunca me he sentido solo, ni tampoco deprimido por forma alguna de soledad, salvo una vez, y esto fue unas pocas semanas después de haber venido a los bosques, cuando por una hora dudé de si la próxima vecindad del hombre no sería esencial para una vida serena y saludable. El estar solo era entonces poco placentero para mí, pero al mismo tiempo me daba cuenta de que estaba pasando por una ligera dolencia en mi modo de pensar y parecía prever que había de mejorarme. En medio de una lluvia suave, mientras prevalecían estos pensamientos, noté de pronto la existencia de una sociedad dulce y benéfica en la Naturaleza, en el golpear acompasado de las gotas y en cada sonido y vista alrededor de mi casa; una amistad infinita e indescriptible, como si se tratara de toda una atmósfera que me mantenía, una amistad que convirtió en insignificantes todas las ventajas imaginarias de la vecindad humana; y no he pensado en ella desde entonces. Cada pequeña aguja de los pinos se dilataba, henchida de simpatía, y me ofrecía su amistad. Me di cuenta muy claramente de la presencia de algo relacionado conmigo hasta en los parajes y escenas que solemos llamar salvajes y tristes, y también de que mi pariente más próximo y el más humano no era una persona, ni un habitante de la villa; y pensé que a partir de entonces ningún lugar me sería extraño. (...)

Con frecuencia solían decirme: “Me atrevo a pensar que usted se siente solo por allí y que desea estar más cerca de la gente, especialmente en los días y noches de lluvia y nieve.” Suelo tener deseos de contestar a esas gentes: “Este planeta entero donde vivimos no es más que un punto en el espacio. ¿A qué distancia creen ustedes que viven los dos habitantes más lejanos de aquella estrella, el ancho de cuyo disco no puede ser apreciado por nuestros instrumentos? ¿Por qué habría de sentirme solo? ¿No está nuestro planeta en la Vía Láctea?”. No me parece que esa pregunta que me han formulado sea la más importante. ¿Qué clase de espacio es el que separa a un hombre de sus semejantes y le hace sentirse solitario? He descubierto que ningún movimiento de las piernas puede aproximar a dos mentes. ¿Cerca de qué queremos vivir nosotros, principalmente? 

Seguro que no ha de ser de muchos hombres, de la estación de tren, del depósito, la oficina de correos, el bar, la capilla, el edificio de la escuela, el almacén, los barrios residenciales o los del bajo fondo, donde los hombres se congregan en su mayor parte, sino de la fuente perenne de nuestra vida, donde según nuestra experiencia hemos comprobado que emana aquella, como el sauce quiere estar cerca del agua y envía sus ramas en esa dirección. Este sitio variará de acuerdo con las distintas naturalezas, pero allí el hombre sabio cavará su sótano. (...)

Somos la materia de un experimento que no deja de tener interés para mí. ¿Acaso no nos podemos arreglar por un corto lapso sin la sociedad de nuestras chismografías, teniendo a nuestros propios pensamientos para que nos alegren? Confucio dice en verdad: “La virtud no queda como un huérfano abandonado; debe necesariamente tener vecinos.

Con el pensamiento podemos estar junto a nosotros mismos, en un sentido sano. Por un esfuerzo consciente de la mente, podemos estar separados de las acciones y de sus consecuencias; y todas las cosas, tanto las buenas como las malas, pasan por nosotros como un torrente. No estamos completamente involucrados en la Naturaleza. Puedo ser el madero arrastrado por la corriente o Indra mirándolo desde el cielo. Puedo ser afectado por una función de teatro, o, por el contrario, puedo no ser afectado por un suceso real que parece estar mucho más relacionado conmigo. Me conozco sólo como una entidad humana; como la escena, por así decirlo, de mis pensamientos y afectos, y me hago cargo de una cierta duplicación, por la cual puedo situarme tan lejos de mí mismo como de cualquier otra persona. A pesar de mi intensa experiencia, soy consciente de la presencia y crítica de una parte mía, que es como si no fuera una parte de mí, sino un espectador que no comparte experiencia alguna, sino que toma nota de todas; y eso no es más mi persona de lo que lo eres tú. Cuando la comedia, quizá la tragedia, de la vida se ha acabado, el espectador sigue su camino. En lo que a él respecta fue una especie de ficción, tan sólo un trabajo de la imaginación. Esta duplicidad puede convertirnos fácilmente algunas veces en malos vecinos y amigos.

Encuentro saludable el hallarme solo la mayor parte del tiempo. Estar en compañía, aunque sea la mejor, se convierte pronto en fuente de cansancio y disipación. Me encanta estar solo. Nunca encontré una compañía tan compañera como la soledad. Casi siempre solemos estar más solos cuando estamos entre los hombres que cuando nos quedamos en nuestras habitaciones. Un hombre que piensa o trabaja está siempre solo, encuéntrese donde se encuentre. La soledad no se mide por las millas espaciales que separan a un hombre de sus semejantes.

Generalmente, la sociedad es demasiado barata. Nos encontramos a intervalos demasiado cortos, sin haber tenido tiempo de adquirir ningún valor nuevo el uno para el otro. Nos encontramos tres veces al día en las comidas y nos damos unos a otros un nuevo bocado de ese queso rancio que somos. Hemos tenido que ponernos de acuerdo sobre una cierta cantidad de reglas llamadas de etiqueta y cortesía para hacer tolerable esta frecuente reunión y que no necesitemos llegar a una guerra declarada. Nos reunimos en el correo o en el mercado o junto al fuego todas las noches; vivimos muy apretados y cada uno se interpone en el camino de los demás y tropezamos los unos con los otros; pienso que así perdemos algo de respeto mutuo. Ciertamente, una menor frecuencia bastaría para todas las comunicaciones importantes y cordiales. Pensemos en las muchachas que trabajan en un taller: nunca están solas, difícilmente en sus ensueños. Sería mejor si no hubiera más que un habitante por milla cuadrada, como donde yo vivo. El valor de un hombre no está en su piel, para que nosotros se la toquemos.

He oído de un hombre perdido en los bosques y muriendo de hambre y fatiga al pie de un árbol, cuya soledad se aliviaba gracias a las grotescas visiones con las que, debido a su debilidad corporal, lo rodeaba su enferma imaginación y que él creía reales. También dotados de salud y de todas nuestras fuerzas físicas y mentales podemos ser estimulados continuamente por una sociedad semejante, pero más normal y natural, y llegar a saber que nunca estamos solos. (...)

La indescriptible inocencia y beneficencia de la naturaleza del sol, del viento y la lluvia, del verano y el invierno, ¡qué salud, qué alegría proporcionan siempre! Y tal simpatía tienen ellos siempre por nuestra raza, que toda la Naturaleza se dolería y disminuiría el brillo del sol y los vientos suspirarían humanamente y las nubes lloverían lágrimas y los bosques se despojarían de sus hojas y se pondrían de luto en medio del estío, si algún hombre se quejara alguna vez por una causa Justa. ¿No tendré inteligencia con la Tierra? ¿Acaso no soy en parte hojas y vegetal? ¿Cuál es la píldora que nos conservará serenos y contentos? No la de mi bisabuelo ni la del tuyo, sino las vegetales y botánicas medicinas universales de la Naturaleza, nuestra bisabuela, con las cuales esta se ha conservado siempre joven, ha sobrevivido en su día a tanto longevos y alimentado su salud con su marchita fertilidad. En lugar de esas redomas de curanderos, con sus mixturas extraídas del río Aqueronte y del Mar Muerto, que salen de sus largas carretas semejantes a goletas negras que a veces nos parecen fabricadas para llevar frascos, mi panacea sería recibir una corriente de puro aire matutino. ¡Aire de la mañana! Si los hombres no beben de él en el manantial del día, ¿por qué entonces debemos embotellar algo de ese aire y venderlo en los comercios en beneficio de aquellos que han perdido su billete de suscripción al tiempo matutino en este mundo? (...)

Creo que amo la sociedad tanto como la mayoría de las personas y estoy suficientemente preparado para prenderme, al igual que una sanguijuela, a cualquier hombre pletórico que halle en mi camino. Naturalmente, no soy un ermitaño, y podría aguantar sentado al más duro parroquiano de un bar, si mis asuntos me llevaran allí.
En mi casa tenía tres sillas: una para la soledad, dos para la amistad, tres para la sociedad. Cuando inesperadamente venía un gran número de visitantes, sólo estaba la tercera silla para todos ellos, pero por lo general economizaban espacio quedándose de pie.

Sorprende saber a cuántos grandes hombres y mujeres puede contener una pequeña casa. He tenido bajo mi techo, en forma simultánea, a veinticinco o treinta almas juntas con sus cuerpos y, sin embargo, a menudo nos hemos separado sin darnos cuenta de que habíamos estado cerca los unos de los otros. Muchas de nuestras casas, tanto públicas como privadas, con sus habitaciones casi innumerables, sus enormes salas y sus sótanos para el almacenamiento de vinos y otras municiones de paz, me parecen extravagantemente grandes en relación con sus habitantes. (...)

A veces un poco harto de la sociedad y la conversación humanas, y gastados ya todos mis amigos de la aldea, vagaba hacia el Oeste más allá de mi morada habitual, paseando por partes menos frecuentadas del municipio, por bosques frescos y praderas recientes, o mientras se ocultaba el sol, hacía mi cena de grosellas y frambuesas en la colina de Fair Haven y amontonaba una reserva para varios días. Los frutos no entregan su verdadera fragancia ante quien los compra ni ante quien los recoge para el mercado. Sólo hay un medio de conseguir ese aroma, pero pocos emprenden esa vía. Si se quiere conocer el sabor de las grosellas, hay que preguntárselo al resero o la perdiz. Es un vulgar error suponer que uno ha gustado unas grosellas que nunca recogió por sí mismo.

El paisaje de Walden es de escala humilde, y aunque muy hermoso, no da sensación de grandeza ni puede interesar mucho a quien no lo ha frecuentado largo tiempo o vivido en su ribera; pero esta laguna es tan notable por su profundidad y pureza que merece una descripción especial. Es un pozo verde, claro y profundo, de media milla de longitud, y de una milla y tres cuartos de circunferencia, y de alrededor de sesenta y dos acres de superficie; un manantial perpetuo entre pinares y robledales, sin ninguna entrada o salida de otros elementos, exceptuando las nubes y la evaporación. Las colinas circundantes se levantan abruptamente del agua hasta cuarenta u ochenta pies. Esos oteros están cubiertos de bosques en su totalidad. Todas nuestras aguas de Concord se reducen finalmente a dos colores: uno visto desde la distancia y el otro, más preciso, desde cerca. El primero depende más de la luz e imita al cielo. Con una atmósfera clara, durante el verano, esas aguas parecen azules a pequeña distancia, especialmente si se mueven, y a gran distancia todas parecen iguales. En tiempos tempestuosos, las aguas son a veces de color pizarra oscura.

Las lagunas White y Walden son grandes cristales en la faz de la Tierra, Lagos de Luz. Si estuvieran siempre heladas y fueran lo bastante chicas para poder ser empuñadas, serían probablemente transportadas por esclavos a fin de adornar, como piedras preciosas, las frentes de los emperadores; pero como son líquidas y extensas, y están sujetas por una eternidad a nosotros y a nuestros herederos, no las apreciamos y corremos, en cambio, tras el diamante de Koinoor. Son demasiado virginales para tener un valor en el mercado; no contienen dinero alguno. ¡Cuánto más bellas son ellas que nuestras vidas, cuánto más transparentes que nuestros caracteres! ¡Jamás hemos aprendido de ellas bajeza alguna! ¡Cuánto más bellas que el lodazal situado ante la puerta del campesino, en el que nadan sus patos! Aquí llegan los patos salvajes. La Naturaleza no tiene un habitante humano que la aprecie.

Las aves, con sus melodías y su plumaje, armonizan con las flores; ¿pero qué muchacho, qué doncella concursa con la riquísima y salvaje belleza de la Naturaleza? Las más de las veces esta florece solitaria, lejos de las ciudades en las que esos jóvenes residen. ¡Hablad del cielo, vosotros que deshonráis a la Tierra! (...)

Cuando volvía al hogar a través del bosque con mi sarta de pescado, arrastrando mi caña y siendo ya del todo oscuro, vi en una ojeada rápida a una marmota que pasó furtivamente por mi sendero y sentí una emoción extraña de salvaje delicia. (...) Encontré entonces en mí —y aun ahora lo hallo— un instinto que me llevaba hacia una vida más alta o espiritual, según suele decirse, como lo tiene la mayoría de los hombres, y otro instinto que me llevaba hacia un nivel primitivo y salvaje; y guardo respeto por ambos. (...)

Somos conscientes de que hay un animal en nosotros cuyo despertar está en razón directa al letargo de lo superior de nuestra naturaleza. Aquel es reptil y sensual, y quizá no lo podemos expulsar completamente; es como los gusanos que están instalados en nuestro cuerpo, aunque estemos vivos y sanos. Es posible que podamos alejarnos de ese animal, pero jamás podremos cambiar su naturaleza. Temo que él mismo pueda gozar de cierta salud que le es propia; temo que nosotros podamos estar bien, pero no puros.(...)

El Veda declara que el gobierno de nuestras pasiones y de los sentidos externos corporales, así como las buenas acciones, son indispensables para el acercamiento de la mente a Dios. Pero el espíritu puede, con el tiempo, embeber y gobernar todos los miembros y funciones del cuerpo y convertir en pureza y devoción aquello que por la forma es la sensualidad más grosera.

Todo hombre edifica, según un estilo puramente propio, un templo que se llama su cuerpo para el Dios a quien adora, y no puede escaparse de ello poniéndose a martillear el mármol. Todos somos escultores y pintores, y los materiales que empleamos son nuestra propia carne, sangre y huesos. Cualquier nobleza comienza enseguida a refinar los rasgos del hombre, cualquier bajeza o sensualidad empieza a embrutecerlos. (...)

Uno de los atractivos que me trajo a vivir en el bosque era que iba a disponer de ocios y ocasiones para ver venir la primavera. Por fin, el hielo de la laguna comienza a alveolarse y mi tacón penetra en él cuando camino. Nieblas, lluvias y soles más calientes van fundiendo poco a poco la nieve; los días se han hecho sensiblemente más largos; y veo que llegaré al fin del invierno sin añadir más a mi montón de leña, pues ya no son necesarios los fuegos abundantes. Estoy alerta para los primeros signos primaverales, para oír la nota casual de algún ave que llega o el chirrido de la ardilla estriada, pues su almacén debe de estar ya casi vacío, o para ver a la marmota que se aventura fuera de sus cuarteles invernales. (...)

En la proximidad de la primavera, las ardillas coloradas llegaban desde abajo de mi casa, por parejas, directamente hasta mis pies, mientras yo estaba sentado leyendo o escribiendo, y lanzaban los sonidos más extraños que jamás he oído: cloqueos y gorjeos y gorgoteos y piruetas vocales; y cuando yo pateaba, ellas trinaban aún más alto, como desafiando a la humanidad para que las detuviese, como si hubieran perdido todo temor y respeto en su loca jarana... Eran completamente sordas a mis argumentos o no lograban darse cuenta de su fuerza y caían en una irresistible melodía de invectivas.

¡El primer gorrión de la primavera! ¡El año comienza con una esperanza más joven que la que nunca hubo! Los débiles trinos plateados que se oyen en los campos húmedos y parcialmente desnudos procedentes del azulejo, del gorrión cantor y del malvís, parecían como si los últimos copos del invierno tintinearan al caer. ¿Qué son en un tiempo como este las historias y cronologías, las tradiciones y todas las revelaciones escritas? Los arroyos cantan villancicos y gozos a la primavera. El gavilán, volando cerca de la pradera, busca ya la primera vida que despierta en el légamo. El sonido de la caída de la nieve en fusión se oye en todas las cañadas y el hielo se disuelve de prisa en las lagunas. El pasto flamea sobre las laderas como un fuego vernal, corno si la tierra mandara fuera un calor interno que saludara al sol que vuelve; el color de esa llama no es amarillo, sino verde: el símbolo de la perpetua juventud, la brizna de hierba, semejante a una cinta verde, se extiende desde el césped hasta el verano, interrumpida sin embargo por la escarcha, pero brotando de nuevo enseguida, levantando su lanza del heno del pasado año con la fresca vida de abajo. Crece tan firmemente como la fuente mana del suelo.

Es casi idéntico al manantial, pues en los días estivales en que tanto se desarrollan, cuando los ramblizos están secos, las briznas de hierba son sus canales, y año tras año los rebaños beben de esta perenne y verde corriente y el segador extrae de ella sus víveres de invierno cuando están en sazón. Así, nuestra vida humana no muere sino que se hunde, hasta sus raíces, y brota de nuevo su verde brizna hacia la eternidad.

La vida de nuestra aldea se estancaría de no ser por los bosques y prados sin explorar que la circundan. Necesitamos el tónico de la rusticidad, a veces caminar por marjales donde acechan el alcaraván y la sora y oír el zumbido de la agachadiza, oír el susurro de la enea en la que solamente labra su nido algún ave más salvaje y solitaria y el visón se arrastra con su abdomen muy cercano a la tierra. A la par que estamos empeñados en explorar y aprender todas las cosas, requerimos que todas ellas sean misteriosas e inexplorables, que la tierra y el mar sean infinitamente salvajes, no inspeccionados ni sondeados por nosotros, por ser insondables. 

Jamás nos hartamos de la Naturaleza. Debemos refrescarnos con la visión de ese vigor inagotable, de caracteres vastos y titánicos, la costa marítima con sus desechos de naufragios, las selvas con sus árboles tanto vivos como yertos, la nube del trueno y el diluvio que dura tres semanas y origina inundaciones. Necesitamos ver que nuestros propios límites han sido sobrepasados y alguna criatura viviente paciendo con libertad donde jamás apacentaríamos nosotros.

Nos agrada ver el buitre alimentándose de la carroña que nos molesta y desazona, y obteniendo salud y vigor de tal comida. En el sendero que a mi casa se dirigía, se encontraba un jamelgo muerto que a veces me obligaba a salir de mi camino (sobre todo de noche, cuando el aire se ponía pesado), pero ello fue compensado por la seguridad que me proporcionó del voraz apetito y la inviolable salud de la Naturaleza. Me gusta ver que la Naturaleza este tan plena de vida como para permitirse que miles de criaturas sean sacrificadas y sufrir que se devoren las unas a las otras; que tiernas organizaciones puedan ser tranquilamente eliminadas de la existencia, aplastadas como pulpa, como los renacuajos son zampados por las garzas, o las tortugas y sapos reventados en el camino. ¡Y que a veces ello haya hecho llover carne y sangre!(...)

A principios de mayo, los robles, nogales americanos, arces y otros árboles que estaban brotando entre las pinedas que rodean a la laguna proporcionaban al paisaje un brillo semejante al del sol, especialmente en los días nublados, como si el sol estuviera quebrando las brumas y brillando suavemente en las laderas aquí y allá. Y así las estaciones van rodando hacia el estío como si uno paseara entre hierbales cada vez más altos. (...)

Abandoné el bosque por una razón tan potente como aquella que me llevó a él. Me pareció que quizá tenía ya varias vidas más que cumplir y que no podía dedicar más tiempo a esa clase de vida. Es notable cuán fácil e insensiblemente reincidimos en un camino particular y lo convertimos en un sendero trillado. (...) Con mi experimento aprendí al menos que si uno avanza confiado en la dirección de sus ensueños y acomete la vida que se ha imaginado para sí, hallará un éxito inesperado en sus horas comunes. Dejará atrás algunas cosas, cruzará una invisible frontera; unas leves nuevas, universales y más liberales, principiarán a regir por sí mismas dentro y alrededor de él; o las viejas leyes se expandirán y serán interpretadas en beneficio suyo en un sentido más generoso, y vivirá con el permiso de seres pertenecientes a un orden más elevado. En la proporción en que haga más sencilla su vida, le parecerán menos complicadas las leyes del universo y la soledad no será soledad, ni la pobreza será pobreza, ni la debilidad será debilidad. (...)

¿Por qué hemos de tener una prisa tan grande en triunfar, y en empresas tan desesperadas? Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota. No importa que madure con la rapidez del manzano o del roble. ¿Cambiará él su primavera en estío? (...)

Por menguada que sea tu vida, enfréntala y vívela; no la esquives, ni le apliques rudos apelativos. Ella no es tan mala como tú. Parecerá más pobre cuanto más rico seas tú. Aun en el paraíso hallará faltas el crítico. Ama tu vida por pobre que sea. Puedes tener horas agradables, emocionantes y gloriosas hasta en un asilo. El sol poniente se refleja en las ventanas de un hospicio con igual brillo que en la mansión del hombre opulento; en la primavera, la nieve se funde ante su puerta tan pronto como en otras partes. Un alma reposada puede vivir ahí tan contenta y tener pensamientos tan alegres como en un palacio. Con frecuencia me parece que los pobres de la villa viven una vida más independiente que cualquier otra persona. Quizá son sencillamente lo bastante grandes para recibir sin desconfianza. Cultiva la pobreza como una hierba de jardín, como la salvia.

No te intereses mucho en conseguir cosas nuevas, ya sean vestidos o amigos. Da vuelta los viejos vestidos; vuelve a los viejos amigos. Las cosas no varían, nosotros sí. Vende tus ropas y conserva tus pensamientos. Dios verá que no te hace falta la sociedad. Si yo estuviera confinado en el rincón de una buhardilla de por vida, igual que una araña, el mundo sería para mí exactamente tan grande como antes, mientras mantuviera mis pensamientos conmigo. Dijo el filósofo: Se puede capturar al general de un ejército de tres divisiones y desbandarlo, pero no se le puede quitar sus pensamientos ni siquiera al hombre más abyecto y vulgar. No busques tan ansiosamente desarrollarte, ni someterte a muchos influjos; todo eso es disipación. La humildad, como la oscuridad, revela las luces del cielo.

Recordemos a menudo que si se nos confiriera la riqueza de Creso, nuestros objetivos deberían ser los mismos, y nuestros medios idénticos en esencia. Si además, la pobreza restringe tu actuación, si, por ejemplo, no puedes comprar libros ni periódicos, te limitarás a las experiencias de mayor significación y más vitales; ello te obligará a ocuparte del material que rinde más azúcar y más almidón. La vida más dulce es la que está más próxima a los huesos. No podrás ser una persona frívola. Nada pierde el hombre en un nivel inferior por su grandeza en un nivel superior. Con riqueza superflua no se puede comprar sino cosas superfluas. No hace falta dinero para cosa alguna necesaria para el alma. (...)

No conocemos sino una pequeña cortecilla del globo en que vivimos. La mayoría de las personas no han ahondado seis pies por debajo de su superficie ni brincado otros tantos hacia arriba. No sabemos dónde nos encontramos. Además, permanecemos dormidos completamente más de la mitad de nuestro tiempo. Sin embargo, nos consideramos sabios y tenemos, sobre la superficie, un orden establecido. ¡Es verdad, somos pensadores profundos, espíritus ambiciosos! Cuando me planto cerca del insecto que se arrastra en medio de los piñones, en el suelo del pinar, tratando de esconderse a mi mirada, y me pregunto por qué el insecto acariciaría esos humildes pensamientos y ocultaría su cabeza de mi presencia cuando quizá podría ser yo su benefactor y proporcionar alguna información consoladora a su raza, me acuerdo del Gran Bienhechor y de la Inteligencia que me observa a mí, el insecto humano.

Hay un flujo incesante de innovación en el mundo, pero toleramos una opacidad increíble. Bastará con que mencione la clase de sermones que aún se escuchan en los países más ilustrados. Existen palabras como alegría y tristeza, pero sólo son el estribillo de un salmo cantado con tonillo nasal, mientras seguimos creyendo en lo ordinario y lo mezquino. Creemos que no podemos cambiar sino de indumentaria. (...)

En nosotros la vida es como el agua de un río. Este año puede haber una crecida como jamás haya conocido el hombre, e inundar las abrasadas tierras altas; puede ser el año memorable en que todas nuestras razas almizcleras perezcan ahogadas. Donde habitamos no siempre fue terreno seco. Veo muy tierra adentro las orillas que antiguamente lavaba la corriente, antes de que la ciencia comenzara a registrar sus crecidas. (...)

La luz que enceguece nuestros ojos es oscuridad para nosotros. Sólo alborea el día para el cual estamos despiertos. Hay aún muchos días por amanecer. El sol no es sino una estrella de la mañana...


Walden, La Vida en los Bosques

HENRY DAVID THOREAU