En la órbita de la tierra, se calcula que hay más de 700mil pedazos de basura dando vueltas, que van desde pequeños objetos del porte de una uña, hasta satélites que han dejado de funcionar producto de colisiones, y desechos de naves espaciales, como los enormes estanques de combustible.
Es importante tener en cuenta que la basura espacial va en aumento, sobre todo en la llamada órbita terrestre baja (entre los 200 a 2000 kilómetros sobre la superficie del planeta), lugar donde se realizan la mayor parte de las operaciones y vuelos espaciales. Se calcula que actualmente hay más de 30.000 objetos de más de 10 centímetros de longitud flotando a la deriva en ese espacio.
Para evitar el aumento de la basura alrededor de la Tierra se necesita un código de buenas prácticas espaciales, que velaría por que los operadores espaciales se preocupen de que sus equipos caigan a la Tierra de forma programada tras la misión.
En los últimos años se han presentado muchas propuestas para solucionar este grave problema, entre las que se encuentran robots, globos de helio y redes metálicas, pero ninguna se ha probado:
Para la basura que ya está a la deriva, se proponen misiones específicas que recojan satélites en desuso, la Agencia Espacial alemana aportaría su innovador proyecto DEOS (misión de servicio orbital alemana) de capturas robóticas de objetos espaciales. De acuerdo con la planificación actual, el proyecto DEOS estará listo para su lanzamiento en 2018.
Para solucionar un poco este problema, en la corporación aeroespacial rusa “Energuia”, se está construyendo una nave que funcionará como un basurero espacial, y que además podrá hacer el mantenimiento de satélites meteorológicos. Podrá llevar dos tripulantes y contará con un brazo robótico, y compuertas y escafandras para salir al espacio abierto.
Para deshacerse de esta basura, que representa un peligro para satélites y transbordadores, los japoneses enviarán un satélite al que irá atada una delgada red de metal de varios kilómetros, que orbitará la tierra recolectando basura.
La red es un invento del japonés Nitto Seimo, que estuvo más de seis años diseñándola. Serán tres capas de hilos de metal, cada uno de sólo 1 milímetro de diámetro, y entrelazados con fibras tan delgadas como el cabello humano. La compañía bajo el alero de la cual Nitto diseñó esta red, se hizo famosa en 1925, cuando sacó al mercado la primera red de pesca sin nudos.
Ingenieros británicos de la empresa de satélites Astrium proponen utilizar una nave cazadora que llevaría la basura a la atmósfera donde se desintegraría sin ningún peligro.
Una solución preventiva ‘made in Spain’:
La solución preventiva que plantea el proyecto BETs consiste en una técnica denominada de "amarras electrodinámicas". Se basa en un cable o una cinta ('tether') que se despliega desde el propio satélite. A través de la corriente que lo recorre, y utilizando al mismo tiempo el campo magnético terrestre y las propiedades del plasma que rodea al satélite, se produce una fuerza capaz de frenar y desplazar de una órbita a otra el vehículo espacial al final de su vida útil. Todo ello sin consumo de propelentes (sustancias que se usan para propulsar cohetes) ni gasto de potencia.
Además de la dirección del proyecto, a cargo de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM), varias empresas españolas están implicadas en el desarrollo del sistema. Concretamente, la compañía vasca Tecnalia, encargada de la construcción de la cinta. Y la firma Emxys, con sede en Elche, encargada de los sistemas eléctricos.
El problema surge cuando a la institución encargada de un lanzamiento “se le explica que el 30% del peso de un satélite es una masa inútil, un sistema que no se va a utilizar hasta dentro de 8 años, cuando el satélite se extinga. Claro, eso no les gusta”, apunta el físico e ingeniero aeronáutico Juan Ramón Sanmartín Losada, que actualmente dirige BETs. “Ahora mismo estamos buscando el soporte de un centro grande para hacer una demostración real".
Hay que tener en cuenta que la mayoría de los satélites que se lanzan desde la Tierra ocupan una órbita baja terrestre (LEO), entre 200 y 2.000 km por encima de la superficie terrestre. Desde esta posición es impensable 'deorbitar' un vehículo espacial hacia la denominada órbita cementerio, zona a la que es de obligado cumplimiento desde 2002 en Estados Unidos desviar los satélites de órbita gesoestacionaria (GEO), una tipología entre los que se encuentran los meteorológicos y la mayoría de los satélites de comunicaciones.
El Centro Europeo de Operaciones Espaciales (ESOC) observa estrechamente los residuos espaciales. Utiliza un telescopio de 1 metro situado en las Islas Canarias y un sistema de radar con base en Alemania. El satélite Proba-1 de la ESA también supervisa los desechos microscópicos, al igual que un experimento de la ESA instalado en la Estación Espacial Internacional.
Esa información permite que el ESOC recomiende la transferencia de un satélite a una órbita más segura. También proporciona una alerta temprana respecto a objetos de gran tamaño que estén a punto de reentrar en la atmósfera.
Lanzamientos de cohetes auxiliares. Disparos desde la Tierra con rayos láser. Satélites robóticos. Geles espaciales. Arpones para pescar chatarra. Las distintas instituciones espaciales han propuesto y estudian continuamente sistemas para la eliminación de los residuos del espacio, pero más allá de la teoría -y del control exhaustivo a través de radares y telescopios ópticos para evitar colisiones- aún no se ha llevado a la práctica ningún método de limpieza real del espacio. Con la excepción de China, que lo hizo a su manera en enero de 2007, cuando disparó un misil sobre su propio satélite, el Fengyun-1c, incrementando un 25% la cantidad total de basura espacial.
Fuentes: