lunes, 26 de agosto de 2013

SOMOS UNO



Reconocer al otro(a) y comprender que nos complementamos en la temporalidad de nuestras circunstancias, es fundamental e ineludible. El saludo, en sus expresiones, debe mostrar lo vital de lo que somos, reconocer lo que son los otros en la diversidad y universalidad, para buscar armonía desde el individuo y el colectivo en equilibrio, equidad y unidad.


La cultura Maya recoge una manera de saludar, no recordada por las nuevas generaciones quienes pierden la memoria colectiva por la implacable influencia global: social, cultural, política y religiosa, por las tecnologías y el ambiente absorbente de las ciudades contemporáneas.  El saludo, propio de los ancestros de Yucatán, dice: “IN LAK´ ECH”, que significa “yo soy otro tú”, todos somos uno mismo, y se contesta: “HALA KEN”: “tú eres otro yo”.  Algo similar existe en el Poqomchi´ (uno de los veintitrés idiomas guatemaltecos). La expresión recoge la conciencia de ser iguales e integramos un único organismo: “los otros son parte mía y yo soy parte de ellos”.  Los budistas, de igual modo, creen que pertenecemos a una realidad superior que vive en cada uno. Para los Mayas, el reino mineral, vegetal, animal y toda la materia del universo, “desde un átomo hasta una galaxia, son seres vivos con conciencia evolutiva”.  Al vivir en unidad, si eres feliz, yo soy feliz y viceversa.   Porque “yo soy tú” y “tú eres yo” y cualquier cosa que me haces a mí, te la haces a ti.  La cosmovisión expresada en el lenguaje, en tradiciones y en el saludo reconoce al otro como nuestro yo, desprendiendo solidaridad, respeto, unión y armonía.



En la India usan para saludar el “Namaste” uniendo las manos al frente e inclinando la cabeza. El gesto reconoce la profundidad y unidad del espíritu que envuelve todo. No significa “buenos días” ni “hola” o “adiós”, es más, implica reconocer el espíritu que mora en el interior. El significado de “Namaste”: “Yo honro el lugar dentro de ti donde el universo entero reside. Honro el lugar dentro de ti de amor y luz, de verdad, y paz, donde cuando tú estás en ese punto tuyo, y yo estoy en ese punto mío, somos sólo uno”. Es parte de la cultura india, madre de culturas, representa la creencia de que cada uno tiene una chispa divina en su interior. Del sánscrito  Nama es “reverencia”, as significa “yo”, y te significa “tú”, esto es: “respétame” o “te respeto”. Se usa de manera similar en varias tradiciones budistas y asiáticas, para saludar, despedirse, pedir, dar gracias, mostrar respeto o veneración y para rezar. Significa “yo saludo la luz de Dios que está en ti; que la luz de Dios en mí saluda a la luz de Dios en ti. Pero tú sabes que no hay ninguna diferencia entre la luz de Dios que está en mí y la luz de Dios que está en ti. Y ya que los saludos solo se realizan entre dos entidades separadas, para nosotros sería mejor decir que la luz de Dios en nosotros celebra su presencia eternamente en nuestros corazones” (Fady Bahig). El poeta hindú, R. Tagore, escribe: “Tu eres en mí como yo en ti. Tu sin mí y yo sin ti, no somos nada”.



En japonés el gesto de las manos, con una reverencia inclinada, se llama “gasshō”. Hay muchos rituales en las tradiciones antiguas, algunos se preservan.  Recogen el respeto al prójimo que desde la versión cristiana se enuncia en “amar a tu prójimo como a ti mismo” (Mc. 12, 31), complementada con la expresión del ritual eucarístico: “la paz sea contigo y con tu espíritu”; decía Pablo: “somos uno, en Cristo”.



En el sur de África, entre los aborígenes, utilizan “Sawabona” como muestra de respeto; quiere decir: “yo te valoro y tu eres importante para mí”. Se responde: “Shikoba”, que significa: “entonces yo existo para ti”. En África Occidental (Robert Dilts, 2003), el saludo tradicional no es preguntar ¿cómo estás? O ¿cómo te va?, sino: “te veo” y se responde: “estoy aquí”. Simboliza el reconocimiento de alguien que se identifica y con quien se es parte.  Una persona, desde el punto de vista del existencialismo, no existe plenamente hasta que no ha sido vista y reconocida. El reconocimiento de otra persona se caracteriza por el interés en saber cómo le van las cosas.  Se construye en conexión, más allá de la afinidad, la persona es la parte de mí que está afuera y la que tengo necesariamente que reconocer para que, haciéndolo, me reconozca a mí mismo y exista.



Saludar a quienes se tiene familiaridad, afecto y cercanía es fácil, saludar como un acto de reconocimiento, respeto, unidad e identidad a quienes son distintos (incluso opuestos) por sus costumbres, posición ideológica, opinión política, creencia religiosa, origen racial, condición socioeconómica, etc., o por el daño que nos han causado, es solo de las grandes personas. Es lo difícil. ¿Cómo aprender a hacerlo? Solamente haciéndolo, repitiéndolo, transmitiéndolo.



Recuperemos lo que  se ha perdido, es una urgencia humana, aprendamos a saludar, al menos de la manera común y limitada como saludamos en occidente; tratemos de superarlo y pensemos en el otro(a) como parte de nosotros. Si lo hiciéramos, otra sociedad es posible. Una manera distinta de vernos expresada en el saludo franco, un gesto que puede hacer factible el mundo que se debate hacia un rumbo incierto. Volvamos al punto de partida, recordemos el origen olvidado, refugiémonos con prontitud en lo simple: “yo soy otro tú y tú eres otro yo, nada de lo que te pase a ti me es ajeno, nada de lo que me pase a mí te puede ser indiferente”.