Durante muchos años viví en un pueblecito pequeño, encantador, de la costa mediterránea. Allí descubrí algo que nunca había experimentado en la gran ciudad de donde provenía: el contacto con las personas.
Adoraba salir a la calle y saludar a cuanta persona me topase por el camino, les decía "¡Buenos días!", "¡Hola!", y les miraba a los ojos sonriendo. Debo de reconocer que al principio me costó mucho, pues no estaba acostumbrada a "mirar" a las personas, por el contrario las evitaba, no porque no quisiera verlas sino porque me había acostumbrado a hacer lo que todos hacían en una gran urbe, vivía el día a día sin cuestionarme nada. Fue en ese pueblecito donde me llegó la necesidad de tener un contacto más directo y así mis primeros inicios fueron tímidos, les miraba cabizbaja y murmuraba un saludo cuando ya no me miraban.
Comprobé que también ellos actuaban como yo, evitando mi mirada, y empecé a pensar que quizás todo dependía de mí misma, si quería algo más, debía ser yo la que diera el primer paso. Me armé de valor y empecé a saludar con una voz más segura, alegre, sonriente y lo suficientemente fuerte como para que no tuvieran oportunidad de decir que no me habían oído, y les miraba con una sonrisa de oreja a oreja. A partir de ahí todo cambió. Empezaron a responderme con igual seguridad y ¡hasta me sonreían! con el tiempo los saludos ya eran del todo naturales, como si los conociera de toda la vida. Mis amistades se asombraban de que conociera a tanta gente...
Guardo un especial recuerdo de un señor ya mayor, que siempre veía, malhumorado, en la plaza del pueblo, cada vez que lo saludaba gruñía, era incapaz de sonreír, tuve que ser paciente y poco a poco con el tiempo su corazón se empezó a ablandar, hasta que finalmente me empezó a sonreír, una inmensa sonrisa llena de bondad, fue maravilloso, a veces, incluso cuando pasaba y no lo veía, por estar concentrada en alguna otra cosa, él me llamaba para saludarme...
Fue pasando el tiempo y me dí cuenta de cuán encantadora podía llegar a ser esa gente que al principio me había parecido tan distante, y sólo por haber cambiado un gesto por mi parte habían hecho que mi vida cambiara. Pero el destino hizo que volviera a otra gran ciudad, ésta aún más grande que la anterior y volví a ver ese desapego por otro ser humano, ese desinterés. Veía un mundo de robots, y me acordé de mi pueblecito, no añorándolo, sino como ejemplo para recordar que todo cambio empieza por uno mismo, y he vuelto a "practicar" mis saludos, es muy bonito ver sonrisas de personas desconocidas, son como un rayo de luz y esperanza en mi vida. Esperanza de haber aportado algo en sus vidas, puesto que ellas sí han aportado algo en la mía.
En nuestro quehacer diario no nos damos cuenta de lo poco que nos cuesta el ayudar a nuestro prójimo, sólo en las desgracias creemos que somos más útiles pero no es así, somos útiles en cada momento de nuestra vida. Sin ir más lejos el otro día entré en una pastelería donde el dueño me recibió con una inmensa sonrisa y evidentes signos de placer por poder compartir todo su género conmigo, me explicó qué contenía cada pastel y me explicó que todo ello era el resultado de su querida madre, quien le había transmitido todo su conocimiento. Su ánimo y energía eran contagiosos ¿qué hubiera sucedido si el recibimiento hubiera sido totalmente distinto? Hay muchos negocios, muchísimos, en los que te atienden como autómatas, no saben sonreír, y por supuesto no te miran a los ojos, admito que a veces no tengo fuerzas para dar el primer paso, parece ser una situación "contagiosa" pero eso no quita que si quiero que algo cambie en mi mundo debo ser la primera que haga algo. No puedo quedarme con los brazos cruzados, ni lamentarme. Es hermoso ver esa luz en cada rostro, pero más hermoso aún es saber que puedes aportar algo en este mundo...
Un pequeño gesto puede ser muy importante. Te animo que experimentes contigo mism@ ¡Empieza con una sonrisa!
Stellablu