Definitivamente el mundo se está transformando, desde hace varios años existe un movimiento de personas descontentas con su estilo de vida las cuales han preferido cambiarlo totalmente, asumiendo sus riesgos. Personas responsables, conscientes, seguras de sí mismas. En los años 60 a este movimiento se lo denominaba "neorural", prácticamente se trataba de un movimiento de población de las ciudades a las zonas rurales, por entonces decían que "la naturaleza está de moda". Hoy en día es más que eso, se está llegando a un cambio social que enriquecerá la vida de las personas y las volverá más "humanas", siendo su existencia mucho más placentera. En el entorno neorrural el trabajador no es esclavo de un salario sino autónomo e independiente...
En este artículo he recopilado algunos casos, de diferentes partes del mundo, hoy en día esas ecoaldeas han crecido, se han reforzado, animando así a las personas a ver que todo se puede si uno realmente quiere...
Stellablu
Jóvenes griegos dan la espalda al sistema y “se echan al monte” (mejor dicho a una isla, Evia) creando una comunidad rural autosuficiente (Free and Real): viven en yurtas, cultivan orgánico, truequean sus productos para evitar el dinero, se liberan de la red eléctrica , utilizan las redes sociales y el crowfunding y quieren crear una escuela de vida autosostenible. Y, no son “simplemente” desheredados del mercado laboral, sino que ellos han decidido abandonar sus trabajos remunerados y han optado por otro estilo de vida.
En las laderas del Monte Telaithrion, en la isla de Evia, un grupo de jóvenes griegos abandonan la ajetreada ciudad y crean una comunidad rural autosuficiente.
Su objetivo es comer sólo los productos orgánicos que ellos cultivan, para liberarse de la red eléctrica nacional, e intercambiar lo que cultivan en lugar de utilizar dinero.
El proyecto, cuyo objetivo final es crear una escuela para la vida sustentable, es idea de cuatro atenienses que se conocieron online, en 2008, y se unieron vinculados por su descontento con la rutina diaria de la vida en la ciudad.
Al segundo año de vivir permanentemente en un paraje boscoso al lado del pueblo de Aghios, 80 por ciento de los alimentos que consumen ahora vienen de sus dos huertas y de los frutos que recogen de los árboles.
El grupo, en el que casi todos siguen una estricta dieta vegetariana, duermen en comunidad, en “yurtas”-portátiles, o viviendas como carpas de lona a menudo vistas en Asia Central.
Lo que queda en sus jardines, lo intercambian en el pueblo por suministros que no pueden producir.
Apostolos Sianos, co-fundador de 32 años de edad, renunció a un trabajo bien remunerado como diseñador de sitios web, en Atenas, para ayudar a comenzar la comunidad, llamada ‘Free and Real”.
“La crisis o las medidas de austeridad en realidad no le afectan porque usted crea su vida y su futuro día a día, no tienen nada que ver con el círculo exterior. Nos puede haber afectado; pero sólo de buena forma porque más y más personas están dispuestas a ser autosuficientes y sostenibles. Así que nos contactan ya que más y más gente después de la crisis quiere involucrarse”. (Apostolos Sianos, Co-fundador )
El grupo usa activamente las redes sociales, y el año pasado más de un centenar de personas de Grecia y del extranjero preguntaron cómo unirse o colaborar de alguna manera.
Dionysis Papanikolaou, por ejemplo, abandonó una lucrativa carrera académica para estar más cerca de la naturaleza y lejos de la pesada atmósfera de la crisis financiera en Grecia
“Si se la pasa leyendo noticias o viendo TV, sólo hablan de la crisis, la crisis y la crisis, incluso inconscientemente, dices: ‘¡la crisis!’. Aquí, no hay crisis. Es decir, no hace ninguna diferencia”. (Dionisio Papanikolaou, Miembro del grupo)
El grupo se enorgullece de ser autosuficiente.
“La realidad de la vida está justo fuera de su puerta. Cuando usted quiere entrar en calor, en realidad tiene que salir por la madera, recoger leña y llevarla a casa para entrar realmente en calor”. (Panagiotis Kantas, Co-fundador )
Actualmente, se organizan seminarios sobre agricultura orgánica y se elaboran planes para una gran escuela de vida sostenible que se construirá a fines de este verano, para lo cual se recaudó dinero en un sitio de crowdfunding en Internet.
“Sólo trato de ser el cambio que quiero ser, en vez de esperar que un gobierno haga el cambio, o en vez de votar por alguien que haga el cambio. Yo trato de ser ese cambio”. (Panagiotis Kantas, Co-fundador)
Incluso dentro del propio sistema, las cosas se pueden hacer infinitamente mejor que cómo lo hacen actualmente los “representantes” del pueblo…pero para ello es necesario que el propio pueblo se involucre activamente…
Es decir, esos jóvenes griegos no son un caso aislado de nuevos “Robinsons Crusoes”, son simplemente un síntoma de una enfermedad planetaria mortal: el sistema se derrumba, existen muchas alternativas mejores al acecho y ellos han apostado por la autosuficiencia, simplicidad y vida en contacto con la Naturaleza.
Y es sólo el principio…
Desde la prensa italiana encontramos el caso de Marco, un brillante licenciado en económicas y ex manager de un distribuidor de Yamaha que hace unos años pasó de “estar de viaje de negocios en en el Holiday Inn en Manhattan a dormir en los establos en la Toscana”.
“Me di cuenta desde el principio que mi vida estaba sumergida en las necesidades secundarias provocadas por el Sistema. Yo estaba lleno de cosas que no necesitaba y de las que tenía que liberarme lentamente. De esta manera era más fácil hacer frente a las necesidades primarias de supervivencia -comida, ropa y refugio- y no seguir influenciado por el marketing, la política o las directrices de la escuela”
“Si todo el mundo eliminara lo superfluo y por medio de la introspección descubriese cómo cubrir sus necesidades básicas, se entendería fácilmente todo lo que podemos hacer en este mundo…”
Marco, ex-directivo y ermitaño
Miles de jóvenes en los países ricos se están echando al monte, dando una patada al modelo económico y social dominante, y recuperando valores y formas de vida mucho más humanas.
Frente a la economía de la infelicidad y la injusticia está en auge un movimiento mundial que apuesta por vivir más despacio, consumir menos, escucharse más, cuidar la Naturaleza, tener tiempo para lo que realmente importa y ser más conscientes de nuestro paso por este mundo.
Y ni es utopía, ni son cuatro vagos que quieren vivir del cuento como se intenta desprestigiar, es simplemente otra opción de vida.
Marco pertenece a una acomodada familia italiana que creyó que esto era una locura pasajera y que él volvería al redil cuando se le acabase el dinero, pero no ha sido así.
Como expresa en sus declaraciones, el mundo laboral le axfisiaba y era incoherente con sus principios de vida y sus aspiraciones. Ahora vive en un pueblo abandonado en la provincia de Teramo (Italia), cultiva un huerto, vive al ritmo de la Naturaleza, convive con las comunidades vecinas y toca por las fiestas y festivales de los pueblos.
El caso de Marco es solo un ejemplo y muchos pensarán que lo tiene fácil porque es un jóven sin hijos. Es cierto que a menos cargas-responsabilidades en la Vida, más capacidad de maniobra tenemos, pero nada impide que quien quiera realmente cambiar-mejorar su realidad, lo haga, y tanto en la ciudad como en el campo.
En una Francia en plena revolución conservadora, existe una red de pueblos y zonas rurales donde jóvenes procedentes de las grandes ciudades, en su mayoría superdiplomados y eficaces, han decidido que otra vida es posible.
Se retiran del mercado de trabajo, salen del consumismo, crean asociaciones y cooperativas que les sirven de paraguas frente a la Policía o el fisco y, así, restauran servicios por vía autogestionaria. Al hacerlo, se ganan la simpatía de los abuelos abandonados en aldeas dejadas de la mano del Estado…
La llegada de jóvenes alter-globalistas con proyectos profesionales solidarios y con niños les han dado una nueva vida.
Sólo 300 vecinos, pero también cuatro asociaciones culturales que crean desde óperas contemporáneas hasta libros incunables de materiales biológicos. Sólo 300 almas, pero también varias empresas de lo que se llama, en Francia, desde finales de los años noventa “el tercer sector”: sociedades formalmente privadas, pero que no buscan generar dividendos sino crear plusvalía social.
Según un documentado estudio del instituto IPSOS, estos neorrurales jóvenes, de entre 25 y 34 años de edad, representaban en 2003 algo más de un millón de personas; esto es, en torno al 2% de la población adulta del país. Una gota de agua numéricamente, pero una gota muy activa e inquieta.
Más señales de rebeldía: en uno de esos pueblos, se esconde una asamblea de hackers preparando el sistema que va a colapsar técnicamente los futuros robots anti P2P, previstos por la ley Creación e Internet de Sarkozy. En otro, 20 personas participaron en un intenso cursillo de 48 horas para aprender las técnicas de desobediencia civil y de resistencia activa, con el objetivo de saber algún día plantar cara a un capitalista, segar un campo de cultivos transgénicos o interrumpir la construcción de una autopista.
La información sobre este movimiento también explica que ya ha habido varias redadas en Francia acusándoles de terroristas aunque los jueces han dejado en libertad a todos los jóvenes acusados y que su ideología es de izquierdas a diferencia del voto clásico a la derecha en la Francia rural.
Y a pesar de que quieran hacer hincapié en sus acciones subversivas y “peligrosas” en un intento de desprestigiarlos y evitar que se les unan miles de ciudadanos asqueados del tipo de vida actual del “15 días en agosto“, lo cierto es que la mayoría de los neorrurales buscan una vida tranquila, consciente y con sentido.
Y eso es la verdadera revolución.
Hay un lugar en Estados Unidos donde cerró un McDonalds por falta de negocio. Un lugar que ha puesto en marcha su propia moneda local (las horas), con una bucólica ecoaldea camuflada en un vergel de bosques y lagos, con un fastuoso mercado de granjeros que todos los fines de semana atrae a cientos de turistas, con 30.000 vecinos volcados en cuerpo y alma en todo tipo de asociaciones y cooperativas.
Ese lugar se llama Ithaca, queda a cuatro horas de Nueva York y es la punta de lanza del cambio de mentalidad que se está gestando en el corazón del imperio. Piensa globalmente, actúa localmente.
Ithaca no es el paraíso, y a simple vista no se distingue en exceso de la típica ciudad de provincias del noreste. Tiene, sí, el sello de la reputadísima Universidad de Cornell, pero hasta en eso se parece a tantas otras. Lo que diferencia a Ithaca es una energía especial, un imán que sólo tienen ciertos lugares elegidos.
Sólo así se explica que aquí se crearan hasta 50 comunas en plena eclosión del movimiento hippie. Los jóvenes idealistas se cortaron la melena, se hicieron prácticos. Muchos de ellos decidieron echar raíces en la ciudad y esparcir las semillas del cambio en el mundo real.
En 1989 llegó un alcalde socialista, Ben Nichols, y ahí empezó la leyenda de la ciudad más innovadora y creativa de Norteamérica. La declaración de independencia de Ithaca empieza a percibirse desde que uno camina por The Commons, el paseo peatonal. Ni sombra de McDonalds, Burger King, Starbucks y demás bastiones del colonialismo cultural americano. Aquí son todo comercios autóctonos que exhiben orgullosos el cartel con la moneda local: «Se aceptan horas».
La primera vez que cayó en nuestras manos un billete de cinco horas de Ithaca, pensamos que trataban de jugar con nosotros al monopoli. El juego se acabó cuando intentamos comprar algo con él y la dependienta nos preguntó: «¿El cambio lo quiere en dólares o en horas?». Cuesta creerlo, pero sucede todos los días a 300 escasos kilómetros de Wall Street.
La gente de Ithaca tiene sus propios billetes, mucho más coloristas y divertidos que el dólar (ilustrados con niños, flores, granjas y animales de la zona). El dinero local lo aceptan en la mayoría de las tiendas, y es la forma habitual de pago para las chapuzas caseras, las clases particulares o las terapias alternativas. La Cámara de Comercio respalda los billetes locales, aunque el verdadero aval es el trabajo y el patrimonio de los ciudadanos y su voluntad de aceptarlos como moneda alternativa.
Es como el trueque de toda la vida, aunque de un modo más formal y con todas las de la ley.
Las horas mueven, al cambio, unos 400 millones de pesetas al año que nunca saldrán de la ciudad. «Los dólares son un instrumento alienante, al servicio de fuerzas destructivas» , nos explica Paul Glover, héroe local y mentor de las horas. «Con nuestro dinero estamos creando una riqueza que no nos van a arrebatar y unos lazos que refuerzan día a día nuestra comunidad».
Una hora vale lo que 10 dólares, el «salario mínimo» que han decidido regalarse los ciudadanos de Ithaca (casi el doble que el nacional).
«Nuestro dinero no genera avaricia, sino solidaridad», presume Glover, cuya última gesta ha sido la creación de una cooperativa de salud que da cobertura a todos los que no pueden pagarse el seguro médico en la ciudad.
La creatividad de Ithaca es contagiosa, y las horas han encontrado ya réplica en 38 estados tan distantes como Hawai (Ka/u Hours), Massachusetts (Valley Dollars) y Carolina del Norte (Mountain Money). La ciudad ha marcado también la pauta nacional con dos programas innovadores de reciclaje de bicicletas y ordenadores.
Pero si algo la hace verdaderamente irresistible a los ojos de cualquier amante de la naturaleza es la Ecoaldea.
La Ecoaldea queda en las lomas del sinuoso lago Cayuga, en un bosque que un puñado de vecinos arrebató a los especuladores inmobiliarios. Siguiendo el modelo de las cooperativas danesas, y procurando el menor impacto en el entorno natural, nació un proyecto de veinte casas arracimadas en torno a un paseo peatonal, alimentadas con energía solar, abastecidas por su propia granja biológica.
Los coches se dejan en el granero de la entrada. Los niños corretean a sus anchas, se bañan en el estanque, aprenden a reconocer los cantos de infinidad de pájaros. Son 90 vecinos en total, unidos por la voluntad de vivir de otra manera, más humana y solidaria. «El individualismo a ultranza y la cultura del coche han dinamitado la sociedad americana», se lamenta Liz Walker, la alcaldesa de la Ecoaldea. «Nuestras ciudades son desiertos, y por todo los sitios crecen cinturones de asfalto y mastodontes comerciales. La gente se marcha a vivir con toda su ilusión al chalé en las afueras y el sueño se convierte en una pesadilla: atascos a todas horas, aislamiento e incomunicació n, la sensación de no pertenecer a ningún sitio...».
«Pues bien, no hay por qué resignarse a ese tipo de vida», sugiere Liz. «Aquí, en la Ecoaldea , estamos buscando otro modelo, a caballo entre la vida urbana y la vida rural. Todos venimos buscando un contacto más directo con la naturaleza y unos ciertos lazos de comunidad. Somos 90 vecinos, y cada cual hace su vida, pero también algo por los demás».
La puntada inicial fue dada en 1991, en Dinamarca, cuando un grupo de 20 personas de todo el mundo se reunió para definir estrategias para la creación y la expansión de las ecoaldeas, convencidos de que había que llevar a la práctica el concepto de desarrollo sustentable que ya venía barajándose como una opción más amiga del medio ambiente.
¿Qué proponía concretamente? Crear comunidades horizontales, en las que sus habitantes vivan en contacto con la naturaleza, apelando a energías alternativas.
En Argentina, la primera ecovilla fue creada hace 10 años a unos kilómetros de Navarro, provincia de Buenos Aires: "Gustavo conocía el proyecto y estaba dispuesto a emprenderlo acá, así que nos vinimos a esta fábrica láctea que había dejado de funcionar y comenzamos a armar nuestra casa. Luego se fue sumando gente", cuenta Silvia Balado, cofundadora de la ecoaldea Gaia.
Ella vive junto a su esposo Gustavo Ramírez y su hijo Tobías (de 3 años) en una típica casa ecológica entre la huerta, los frutales, las pantallas solares y los molinos. La suya es una de las tantas historias de gente que busca su lugar, que muchas veces se aleja de la ciudad y se acerca al verde. En su 'otra vida' Silvia fue una terapeuta ocupacional que un día viajó a España y cuando regresó, decidió que no volvería a vivir en la ciudad.
Mudarse a Navarro no le costó: la suya fue una decisión apurada pero consciente. Es que, hay que decirlo, Gaia es un lugar de ensueño, en donde todo parece idílico, al menos al principio. Sus habitantes (10 en total) se reparten su tiempo entre la construcción de nuevas casas de barro, el cuidado de la huerta y de los chicos y las tareas de mantenimiento y arreglo que siempre surgen.
Además, durante los fines de semana, organizan visitas guiadas y talleres de permacultura y cocina natural para turistas locales y extranjeros. Esa es su principal fuente de ingresos, ya que ninguno de los habitantes de la ecovilla trabaja afuera de ella.
Pero ellos prefieren no hablar de trabajo, sino de tareas: "Es que esto no implica padecimiento, son cosas que hacemos para sostener este estilo de vida", explica Mónica Domínguez, una ex profesora de yoga que se mudó a la ecovilla hace un año y medio junto a su familia (que comprende a su esposo Jorge y su hijita Cecilia).
Ella apostó por una nueva vida después de conocer la Ecovilla a través de un programa de televisión. "Jorge y yo ya estábamos en la búqueda, pero no nos terminábamos de decidir. No te imaginás cuánto nos cambió la cabeza todo esto. Es que generás una conciencia diferente. Antes yo apagaba las luces para pagar menos, ahora lo hago porque soy consecuente con una causa".
"Por momentos me resultó duro continuar viviendo acá; uno siente que está navegando contra la corriente. Pero la vida me muestra una y otra vez que tengo que seguir, aunque a veces sienta la falta de apoyo. Me gusta este estilo de vida y ya no podría cambiarlo. Quizás esto se pueda comparar con una pareja: puede haber crisis, pero si uno siente que vale la pena el esfuerzo, sigue luchando. Y vivir en contacto con la naturaleza se volvió algo esencial para mí. No podría cambiarlo ahora", confiesa Silvia.
¿Qué hace falta para vivir en la ecovilla? "Fuego: si uno no tiene un fuego que lo movilice a estar acá, se termina yendo. Por acá pasaron muchos chicos jóvenes, que vinieron a investigar y luego emprendieron otro camino. A muchos les llegan las ganas pero después se dan cuenta de que éste no es su lugar".
Sigue Silvia: "Una vez vino un chico que estaba súper informado sobre las ecovillas en el mundo, sabía todos sobre nosotros y sobre la organización de Gaia. Todo lo que sabía, lo había buscando en Internet. Estaba muy dispuesto a vivir acá, pero se terminó yendo a los dos días". Silvia explica que "en la ecovilla no hay tele ni celulares. Acá es cuestión de conectarse con uno. Y la comunicación de hoy en día se dice interactiva, pero interacción real es la que se da acá, donde hay tiempo".
Remata Gustavo: "¿Sabés por qué estamos acá nosotros?
Porque ya pasamos por todo lo que se vive en la ciudad y nos cansamos. Nosotros también hicimos colas y nos enojamos por las mismas cosas que te enojan a vos. Pero dijimos basta, esa es la diferencia".
Fuentes: http://planetagea.wordpress.com
http://www.elblogalternativo.com
http://buenasiembra.com.ar/ecologia/articulos/ecovillas-774.html
Fotos: Web