De Las Primeras Enseñanzas del Cristo, Daniel Meurois Givaudan
Recuerdo que, en más de una ocasión, el Cristo Jeshua nos reunió a todos a su alrededor para explicarnos por qué los seres que venían a su encuentro cambiaban tan poco frente al Poder y la Luz que Él les ofrecía. Una de sus respuestas ha quedado particularmente viva en mí:
—“Lo que llamáis mis prodigios representa bien poco frente a Lo que se esconde detrás de estos. Son actos que tienen por única misión taladrar el grueso muro de vuestra conciencia. Una vez perforado, la Luz se va infiltrando, la brecha se va abriendo y es el universo de todos los posibles de mi Padre el que terminará por deslizarse. No es la mirada que conseguís posar sobre mí en el instante lo que cuenta, ni siquiera lo que pensáis de Aquel que yo soy. Lo que importa en realidad es el sello de Amor que voy a imprimir sobre vuestra alma y en las profundidades sutiles de vuestra carne. Es este sello el que os sostendrá en vuestra transformación. Esto es, amigos míos, lo que tenéis que retener...”
En lo referente a sus acciones milagrosas, esto es lo que también añadió un día frente a una considerable multitud:
—“Me dicen mago... pero el mago, sabéis, es el que busca y desarrolla sus poderes. En cuanto a mí, no tengo poder. No soy más que el lecho de un torrente de montaña que deja el agua correr por su cauce. Este agua que os enseña, os refresca y os cura no me pertenece en particular; no le impongo mi voluntad, es la de la Eternidad y la dejo correr a través de todo mi ser. Es mi Fuerza en este mundo y no mi poder... Me dicen también ilusionista... pero, ¿qué es un ilusionista sino un mercader de sueños y un tramposo seductor? El agua que dejo correr a través de mí es, al contrario, un agua de despertar. Si sucede que os dispense su reconfortante ternura, os daréis cuenta enseguida de que tiene como función principal el golpear la sangre del cuerpo y la sangre del alma. Sabed que no os propone otro horizonte que el del abandono a lo que desencadena en vosotros. Un impulso ardiente por el que no os dejaréis invadir más que aceptando dejar caer vuestras máscaras... ya que, en realidad, os lo repito, sois vosotros los que hacéis trampa... confundiendo vuestros papeles con vuestra Realidad.
¿Me vais a preguntar Quién ha inventado esos papeles?
¡Sois vosotros... simplemente vosotros! Vosotros... en el olvido de la sencillez y en la esclavitud de vuestra propia necesidad de poder...”