El Maestro habló -casi en éxtasis- sobre la belleza y la inteligencia de Abbá a la hora de crear. Utilizó una palabra que sintetizaba ambos conceptos: belleza e inteligencia. Fue un invento suyo; una licencia literaria. Bellinte, como tal, no existe en arameo, ni en hebreo, ni tampoco en koiné (griego internacional). Él hablaba de la iôbi, que he traducido como la suma de la mitad de las palabras iôfi («belleza», en hebreo) y binâ («inteligencia», también en el hebreo sagrado). Iôbi, por tanto, sería equivalente a bellinte.
Fue como digo, un monólogo excepcional.
Todos terminamos con la boca abierta y gratamente sorprendidos:
Refiriéndose a la belleza e inteligencia del Padre a la hora de la creación (bellinte o iôbi), Jesús dijo:
«La bellinte siempre es impar. Yo adoro al Padre con los ojos abiertos. Bellinte: si respiras, mueres. Dios lo crea todo curvo, sabiendo. Dios crea la luz para que me reconcilie conmigo mismo en los días tíbios. Dios derrama belleza en primavera, pero siempre guarda algo para el otoño. El reino invisible y alado de Abbá cabe en un pensamiento. Bellinte de las bellintes: desaprende y aprenderás más rápido. Dios le pone alas a los trinos. Otra bellinte: el final es demasiado bello; por eso no debe ser mostrado. Dios imagina hacia el exterior por puro amor. Él no cambia de opinión porque no tiene opinión. En realidad, la palabra de Dios son susurros y los susurros no se escriben. Creer en Dios no anula los problemas, pero los suaviza. Bellinte es la derrota, que te contempla. Si Dios fuera religioso no tendría sentido del humor (y lo tiene). Bellinte: Dios permite que lo imaginemos. Bellinte: Abbá desciende en cada metáfora. Dios es el único que imagina en presente. Bellinte: Él crea estrellas para que no olvides cuál es tu verdadera patria. Dios imagina la imperfección y aparecemos. Bellinte: crear es no temer. Bellinte: Dios no es antiguo; es ahora. Dios no usa las despedidas. Si el Padre fuera únicamente racional no habría bellinte. Dios, además de ingenio, tiene perspectiva (a nosotros nos falta lo segundo y, por tanto, el ingenio es limitado). Dios no tiene ojos; le basta con imaginar.
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